El grandote ingresa al gimnasio, cómo todos los días, con su porte duro y sus facciones trabadas con la mirada hacia el frente.
En cierto punto le molestaba poder llegar a ser grosero al no saludar a las personas a su alrededor, incluso, más a las mujeres, no obstante, llevaba tanto tiempo comportándose de esa manera para no abrirse hacia las personas qué le había funcionado ser de aquella manera tosco y frío para con cualquier persona con quién se cruzara.
—Buenos días, León.— Noah lo frena.
Mientras aprovecha para terminar unas entregas gráficas, pasa el tiempo en el gimnasio, a su vez qué hace tiempo para las actividades qué tiene respecto al manejo de dicjo gimnasio.
Tiene que recibir a dos sponsors que viene a una reunión en una hora y media, y no le parecía conveniente quedarse en su departamento, y luego bajar al mismo para cuándo fuera el horario de la reunión, eso solamente le cortaría el día y le haría perder el tiempo.
El rubio alza la cabeza y la mira con su ya particular mirada de odio sin decir una sola palabra.
Lleva unos pantalones largos deportivo, una sudadera negra, que apuesta a que es la misma que ayer tenía, y su bolso infaltable completamente desgastado.
—Tengo algo para vos.— Señala la bolsa que está sobre el gran mostrador/escritorio a un lado del desayuno.
Él alza una ceja y niega con la cabeza moviéndose hacía los cambiadores.
Noah toma aire y mira hacia arriba, queriendo aguantar las ganas que tienen de gritarle en la cara sus verdades por ser tan grosero.
—¡León!— Lo frena.
—No quiero nada.— Asegura indiferente cuándo lo detiene tendiendole la bolsa.
León mira su mano sobre su pecho y ella la saca inmediatamente con la garganta seca. Había sido más que suficiente una mirada de advertencia para dejarla en claro que no le gustaba que nadie lo tocara.
—Podes dejar una muda aca así no tenes que andar con el bolso.— Propone con sinceridad, volviendo a señalar la bolsa.
Él niega con la cabeza, suspira y calma las ganas de mandarla a dónde no da el sol.
Tiene qué recordarse una y otra vez qué es una mujer la qué tiene frente a sus ojos. Qué no es ninguno de sus contrincantes. Y qué, ante todo, no puede reaccionar de esa manera para con ella.
—Angel yo no quiero nada.— La mira alzando una ceja.
Noah parpadea quedándose perpleja por su apodo.
A lo que León se ve en la obligación de agregar unas palabras. —Daselo a tu hermanito.— Puntualiza.
Ella frunce el ceño, pensando todavía en aquel ante apodo, pero lo deja pasar poniendo atención en lo que vino a hacer.
Ningún boxeador con complejo de nada le va a prohibir qué se salga con la suya.
—Leon... Es un regalo.— Asegura apretando los labios.
Él se ríe y muerde su labio inferior, lo que ella no sabe es que esa sonrisa termina en caos.
Noah guarda esa sonrisa en su mente, no es que el rubio la vuelva loca, está terriblemente bueno y atractivo, si. Pero eso no es suficiente para que ella se fije en él, simplemente lo ayuda porque sabe que algo raro hay detrás de todo.
—Si no es de tus marcas favoritas podemos...— Comienza...
El rubio la corta alzando una de sus grandes manos, su rostro está rojo de ira...
—¡Yo no necesito una mierda de alguien cómo vos!— Exclama.
—¿Discúlpame?— Aprieta sus labios y deja caer la bolsa al suelo.
León la observa con autosuficiencia. —Usa tu dinero de mantenida en algunos de los que te atienden, dejame tranquilo, Ángel, no quiero tu bondad, siquiera quiero que me mires...— Exclama frustrado.
Bueno... Mantener la respiración no ayudo a que se calmara, y terminara gritándole en la cara lo que pensaba sobre ella.
Noah se gira sobre sus talones y sale del edificio sin importar el frío o que haya olvidado su cartera y abrigo sobre la banqueta del mostrador.
Entiende que no se conocen hace mucho y que gracias a su padre ella y su hermano tuvieron que casi seguir al rubio por su seguidilla de peleas clandestinas las últimas semana, pero de ahí a que le responda con tanto odio le hace ruido.
Enzo niega con la cabeza cuándo sale de los cambiadores listo para entrenar un poco, pero está vez sin León, quién rueda los ojos molesto porque sabe que los escucho.
—¡Genial!— Maldice apretando su mandíbula.
—Ey bestia.— Hace una mueca con sus labios y golpea la espalda del rubio. —Ojo cómo respondes, no tiene malas intenciones... Es sólo ropa. No te está dando un Mercedes...— Lo señala con el dedo y sigue rumbo a las maquinas.
El rubio se ríe y se da vuelta alzando sus manos. —¡No tiene porqué hacerlo!— Sisea ronco.
Enzo sube sus hombros. —Lo hace por bondad.— Sube sus hombros sincero.
—Mas qué eso parece una regalada que sólo quiere llamar la atención.— Bufa fuera de si.
Recordándose a todo momento que no está acostumbrado a tratar con mujeres y que cualquiera que pueda llegar a mostrar un poco más de simpatía hacia su persona, para él ya es una persona que se le está ofreciendo en bandeja.
Enzo cierra los ojos y para en seco al momento que escucha la última palabra, aprieta sus puños y chasquea la lengua dándose vuelta.
—Mala respuesta, bestia.— Mueve su cabeza a un costado y camina rápidamente hacía el rubio para propinarle una trompada en su mejilla.
León Maldice moviendo su cabeza hacía un costado.
—No la vuelvas a joder, déjala afuera, ignorala, pero no le respondas así.— Levanta sus manos y otra vez el rubio esquiva el golpe. —No tenés idea de la vida de Noah.— Exclama.
—¡Entonces qué no se cruce en mi camino! ¡Yo sólo vengo a competir!— Sisea.
No quiere golpearlo pero la adrenalina en sus venas se acumula cada vez más, golpea el abdomen del castaño mientras que este se defiende con una patada justo en su cadera.
León hace una mueca y sus ojos se dilatan, las venas sobre su cuello gritan por salir.
Alaric suelta sus pesas, llamando la atención de ambos.
—¡Basta!— Tira a su hijo contra las máquinas y lo señala con su dedo firme.
—¡Alaric, no te metas, tu chico de oro está bien!— Escupe con una sonrisa maldiciosa.
—Vos más que él deberías de saber que jamás van a vencerse, los dos tienen distintos golpes porque ambos hacen disciplinas distintas, imbécil.— Lo reta y niega con la cabeza frustrado y enojado.
—¡No seas exagerado!— Pide dando una bocanada de aire.
—Se van a terminar lastimado por una estupidez, y yo necesito sacarlo campeón.— Se queja eufórico. —No necesito dos lesionados.— Gruñe furioso...
Enzo se levanta y bufa tocándose la quijada. —No es una estupidez Alaric.— Le recuerda y lo señala.
Su padre se ríe y niega con la cabeza.
—Ella si lo es.— Exclama. —¡Y te dije cientos de veces qué no quiero peleas en este lugar!— Agrega.
La sangre al castaño le hierve de tan sólo escuchar esas palabras, pero no hace más que tomar la bolsa y tirarla al pecho de León mientras se dirige a las máquinas.
Alaric clava sus ojos en su bestia. —A la ducha, diez minutos en el ring.— Ordena mirando al rubio que sigue aún agitado y ahora algo sorprendido por la respuesta del entrenador respecto a su hija.