CAPÍTULO 4

1419 Words
¿Qué debe empacar una mujer para un fin de semana en clima caliente? Muy fácil: todo lo que pueda y sea bonito. Eso quiere decir que siempre quedarán cosas importantes por empacar. Aun así, lo mínimo deberían ser tres vestidos de baño con sus respectivas salidas, gafas de sol, bloqueador y bronceador, un vestido corto y holgado para salir a bailar si surge la oportunidad, y como voy completamente a ciegas sobre a dónde vamos, un par de pintas muy cómodas. —¿Estás planeando enamorarme o algo así? —le digo a Richard apenas descendemos de su jet privado en una lujosa finca de recreo. —No inventes —me contesta, restando importancia a mis palabras—. Eres una mujer que se crio entre lujos, no creo que puedas ser conquistada con cosas materiales —luego, de manera burlona, continúa—: Tus papitos debieron regalarte alguna vez un poni de cumpleaños o algo por el estilo. Ahora soy consciente de cómo suena eso, pero aún en mi mente, Rayito fue y seguirá siendo el mejor regalo que he recibido. El hombre me mira de lado y detiene nuestro andar tomándome de la mano. —No lo creo —dice con sorpresa, y la sonrisa casi no le cabe en la cara—. ¿De verdad te regalaron un maldito poni? —Claro que no —trato de negarlo—, no seas ridículo. —Pues tu cara dice otra cosa —y reanuda el caminar mientras se carcajea. —Pues sí —grito mientras lo alcanzo y me cuelgo de su brazo—, y no creo que tu creatividad dé para superar ese regalo en mis recuerdos de infancia. —¿Es un reto? —pregunta mientras subimos las escaleras que conducen al interior de la mansión—. Amo los retos. Deben ser cerca de las 8:00 pm cuando llegamos al lugar. La noche es calurosa, y al estar lejos de las luces de la ciudad, es posible disfrutar del cielo estrellado. La finca está llena de hombres de apariencia muy variada y mujeres con pinta de vagabundas en su gran mayoría. Sonrío al comprobar con mis propios ojos que este indudablemente es un mundo con supremacía masculina. El panorama es algo así: En una gran piscina, algunas mujeres de larga cabellera y absurdamente voluptuosas son devoradas con la mirada por muchos hombres del lugar. En algún lado, una gran fogata es el centro social para pequeños toldos en los cuales se reúnen personas tomando y metiendo toda clase de porquerías en su organismo. Por último, pero no menos importante, frente a la piscina se encuentra una pequeña tarima donde un DJ cumple de manera excepcional con su trabajo, mientras lo alterna con algunos cariños a una chica que se ha posicionado junto a él en la cabina. Mi mirada recorre el lugar en búsqueda de Oliver, quien se supone que debe estar aquí, pero aún no puedo definir si está o no, así que tomo mi celular y le envío un mensaje: "¿Dónde estás? No te veo." Muchas personas se acercan a Richard y lo saludan respetuosamente con el apodo de "Patrón". Yo aprovecho la ocasión para presentarme también. —Vamos a comer algo, tengo hambre —me dice Richard, tomándome de la cintura y conduciéndome a una pequeña cabaña donde se aglomera el personal de servicio para alistar los pasabocas y bebidas de la reunión. Aparentemente esa es su costumbre, pues apenas lo ven entrar, una gran bandeja con pedazos de carne llega a la mesa, acompañada de plátano asado, papa y algo que él llama guacamole. Lo miro con extrañeza, pues no estoy familiarizada con este tipo de comidas y tampoco lo esperaba en un lugar tan lujoso. —Es delicioso, come —me dice, cogiendo con la mano uno de los pedazos de carne—. Ahora te presentaré a Francisco, un gran "colaborador" colombiano, quien insistió en que hoy él se encargaría de suministrar la comida, y parece que esto se come seguido por allá. No muy convencida, tomo uno de los pedazos de carne y me sorprendo por lo suave y jugosa que es. Según me dice después el mismo Francisco, él trajo sus propios trabajadores de la finca para preparar la carne aquí. —Tu hombre no debe demorar en llegar —me dice Richard—. Hasta que eso pase, no te separes de mí, podría ser peligroso. —Para eso tengo a Roberto, él se encarga de eso —y en mi mente, eso es cierto. —Aquí todo es un poco diferente, linda —me abraza por la cintura mientras caminamos y acerca sus labios a mi oído—. Todos esos hombres que ves ahí, altos, bajos, gordos, flacos, llenos de tatuajes, algunos con cadenas ostentosas sobre la ropa, tienen algo en común —hace una pequeña pausa para enfatizar sus siguientes palabras—: todos tienen, por el momento, más poder que tú, y absolutamente todos aquí tienen un arma que saben usar y mínimo una docena de muertos encima por mano propia. Con esas palabras en mente, la forma en que miro a esos hombres cambia. Ya no puedo seguir considerándolos simples monos con plata; ahora son monos con poder. Detengo nuestra marcha y miro directamente a los ojos oscuros de Richard. —Déjame ver si entendí —mi alma vibra a una velocidad alarmante en ese momento—: ¿me estás diciendo que debo volverme mucho más poderosa que ellos si deseo que me traten con respeto? El solo hecho de pensar en que ellos tienen más libertad que yo para cumplir sus deseos es algo que me disgusta, pero también imagino lo satisfactorio que sería superarlos, y eso envía una pequeña pulsada de placer a mi centro, que estoy segura de que no pasa desapercibida para los ojos expertos de Richard. —Yo nunca dije eso —y su mirada viaja de mis ojos a mis labios unas cuantas veces—. Te estoy diciendo que tú llamas demasiado la atención aquí, y estos hombres no están acostumbrados a que una mujer les diga no. Están acostumbrados a tener lo que quieren cuando quieren, y rara vez les importa el medio. —¿Y tú eres diferente? —aquella pulsada se repite, y creo que fue más notoria que la anterior, a juzgar por el nuevo gesto en el rostro de mi anfitrión. —Normalmente no, pero sé contenerme cuando algo vale la pena —dice, acercándose a mi cuerpo y hablando muy sugestivamente a mi oído, lo cual me lleva a "halar peligrosamente de la cuerda", como él lo llama. —¿Piensas que valgo la pena? —mantuve la cercanía, asegurándome de que pueda seguir aspirando el tentador aroma del perfume impregnado en mi cuello. —Si no lo pensara, hace rato habrías sido mía —luego roza suavemente su nariz a mi cuello—, en vez de eso, serás tú quien ruegue por estar en mi cama. En ese momento veo a Oliver aparecer en el lugar y, aunque no hago el amague de moverme, la presión del brazo de Richard me asegura que me quiere aún junto a él. —Me gusta cómo funciona esa mente tuya; no lloras, sino que buscas soluciones —luego, ante un movimiento de su mano, aparece un hombre corriendo—: Roy, esta mujer es la señorita Lorena —miro en dirección al hombre e hice un pequeño movimiento con la cabeza en señal de saludo—, y si alguien diferente a mí o al señor Oliver Taylor la toca esta noche, no volverás a ver un amanecer, ¿quedó claro? —Cristalino, patrón —responde el hombre, quien desaparece nuevamente de mi vista. Mi cabeza está encantada con la noche, prevenida y ahora también mojada. —Lorena, Lorena, qué interesante —y su sonrisa maniaca aparece, haciendo que muchas personas eviten su contacto visual—. No tienes ni idea de cuánto me excita pensar en una mujer de alma fuerte —libera mi cintura—. Creo que tendré que buscar algo de entretención por un rato. Lo veo tomar camino a uno de los toldos. Esta fue la manera en que ese hombre decidió abrirme los ojos sobre la realidad del mundo en el cual me estoy metiendo. Pero si su idea era amedrentarme, ya verá que soy bastante recursiva. Además, ¿quién dijo que le rogaría por sexo?
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