Capítulo Dos

1907 Words
Me levanté temprano como todos los días, me incorporé desperezándome con gusto y sonreí al ver el bolso sobre la mesita de noche, tenía planeado el día de hoy y como no soy una chica perezosa no me costaría nada despegarme de mi cama. De un salto estaba de pie y preparando mi ropa para tomar un baño caliente, empezar el día con los ojos bien abiertos y una sonrisa radiante era lo que mamá solía decir o al menos, lo poco que me contaron de ella…  Una mañana fría es la que nos espera hoy, tomo lo necesario para mi rápida ducha y me dirijo al cuartito de baño, luego de unos veinte minutos bajo el agua caliente salgo, me coloco una camiseta rosa, un sweater blanco y mi pantalón n***o favorito; procedo a calzarme y arreglar mi cabello lo mejor que puedo, cepillo un par de veces dejándolo suelto, a toda prisa bajo las escaleras, me encuentro con mi tía, Marie y mi primo, Patrick. —  Muy buenos días — digo sonriendo tras darle a cada uno un beso en la mejilla. —  Buenos días, querida, tu desayuno está listo — me responde tía Marie con una gran sonrisa. Patrick, como todas las mañanas, está tomando su desayuno a toda velocidad pues no se le da bien madrugar, por lo que me saluda con un guiño de ojos, ni siquiera se ha peinado, pero su cabello castaño rojizo -todo hecho un alboroto- le va bien y suele ser conocido entre las chicas, si añadimos sus ojos grises, tenemos una bomba sensual según mi amiga Lily. —  Anael, date prisa o llegarás tarde al museo — me apremia mi tía. —  Descuida, yo te llevo, Any — me sonríe Patrick mientras se prepara. Mi nombre es Anael Collins, tengo dieciocho años de edad, no tengo padres pues mi mamá falleció antes de que pudiera tener un recuerdo de ella y mi padre, nunca se hizo presente, desapareció sin siquiera decir quién era a alguien de mi familia…Me encuentro haciendo algunas prácticas extra para poder ingresar en una buena universidad, aun no tengo idea de que es lo que voy a estudiar, no sé cuál es la carrera que debería elegir y tampoco sé si hay algo destinado para mí pero no me desespero, no me vuelvo loca intentando saberlo ni tampoco me veo yendo a seminarios ni haciendo test vocacionales, creo firmemente en que sabré elegir a su debido tiempo. Termino como puedo mi desayuno, a las apuradas y peleando con mi primo quien parece haber sido golpeado por un tractor y que no duerme en semana, pero no se confundan, él vive de fiestas antes que de noches de insomnio por el estudio excesivo. Salgo de la casa a las corridas, saludando a Marie voy tras mi primo, subimos al auto y vuelve a sonreírme. Algo quiere. Cuando se porta en exceso bondadoso y comprensivo es porque va a pedirme algo, porque necesita un favor o porque quiere charlar sobre sus muchas preguntas existenciales. —  Bien, Patrick ya dime, ¿Qué es lo que quieres? — pregunto rodando los ojos, es muy obvio. —  Nada Anael, sólo llevarte — observa al frente, pareciera querer decir algo. —  Pude haber tomado el autobús, ya tengo dieciocho años — respondo poniéndome el cinturón. —  Lo sé, ya no eres la chiquilla llorona — ríe mientras lo golpeó en el hombro — Pero igual quiero cuidarte. Su tono de voz no me pasó desapercibido, se escuchó serio y con una pizca de que algo oculta, no quise preguntar pues por lo general no habla de sus problemas, suspiro, Patrick es dos años mayor que yo pero a veces siento que son más de diez años los que nos separan y es que tiene actividades a las que no me deja ir, no me platica de ellas, tampoco me comenta sobre su vida y parecemos dos extraños en casa que solo se tratan bien porque son familia, quisiera saber más de él, saber qué es lo que hace cuando se marcha varios días, saber qué es lo que nos hace tan diferentes como para que no podamos congeniar. El camino es tranquilo, la música suave suena a través del estéreo y me limito a observar el camino, pronto puedo ver la fachada del antiquísimo museo y en menos de dos minutos llegamos, me despedí de él dándole un beso en la mejilla, lo quería después de todo, bajé del auto reuniéndome con Lily en la entrada del lugar, pronto nos encontramos rodeados de varios estudiantes de diferentes instituciones académicas que realizaban el mismo recorrido que nosotros, durante unos veinte minutos más o menos nos mantuvimos en silencio escuchando lo que la anfitriona nos decía, dándonos detalles, instrucciones y consejos sobre cómo sacar provecho a la visita, hasta que en dado instante nos dio la libertad de marcharnos por nuestra cuenta. Sonreí, para mí era mucho mejor ir por mi cuenta y a mi propio ritmo, podría disfrutar más de lo que me rodeaba, caminé junto a cada estatua y cuadro del recinto, observé sus nombres y leí la información que nos proporcionaban letreros a los lados de cada uno; una estatua en particular llamó mi atención, según la descripción se trataba de un ser llamado Kaia, Príncipe de la Oscuridad, del mal o del Abismo según varias costumbres: “Se dice que nació mucho antes de que la humanidad fuera creada, traído al mundo por el Universo tan solo para servir por un bien único y mágico, lleno de misterio y soledad, nunca se supo que clase de criatura era, cuáles eran sus intenciones y muchos rumores sobre su alianza con el mismísimo Lucifer han sido parte de las historias más antiguas y tenebrosas sobre este ser (…). Sus poderes son inimaginables, no está claro cuál es su lugar ni cuál es el bando que prefiere beneficiar pero si deseara hundirnos en lo más profundo de la miseria y oscuridad, nuestra destrucción sería inminente (…)” Fruncí el ceño, me era algo increíble creer que ese muchacho que se veía tan solo fuera capaz de semejante atrocidad, ladee la cabeza, muchas de las más antiguas historias tan solo eran rumores distorsionados o aventuras mal contadas, probablemente eso había pasado con él… Parecía un chico como cualquier otro, quién diría que él podía llevarnos a la destrucción. “Su principal enemigo, debido a cuestiones naturales, el Arcángel Anael (…)” Curioso. Llevo el nombre de un Arcángel, ¿En qué habrá estado pensando mi madre al ponerme ese nombre? Sé que los padres suelen poner nombres extraños, extravagantes, a veces de lugares extranjeros pero ponerme tal nombre me parece demasiado religioso, raro… De todas formas jamás sabré qué pensaba mi mamá mientras crecía en su vientre, no sabré si ella soñó conmigo más de una vez, me imaginó o si en algún momento se tomó el tiempo de imaginar una vida a mi lado o verme realizada en alguna fantasía suya... No, no lo sabré… Lily llegó rápidamente hasta donde me encontraba sacándome de mis tristes pensamientos y es que últimamente me atacan las preguntas sobre mi madre, sobre su vida, sobre papá, preguntas que nadie puede o quiere responder… Como siempre solemos hacer cuando salimos juntas, discutimos, en este caso, sobre el Príncipe Kaia y su aspecto ante los ojos de mi bien desarrollada amiga y es que nuestras opiniones sobre el mundo son abismalmente diferentes; cansada de pelear, Lily se dirigió a otro sitio, mientras yo me dirigía a la próxima sala cuando lo noté; un chico, unos años mayor que yo tal vez, parado junto a la estatua que acaba de ver, nos observaba con enfado, curiosidad y...  ¿Asombro? No sé cuáles eran sus intenciones pero los minutos pasaban y él continuaba en el mismo extraño plan. — ¿Te quedarás ahí solo mucho más? — dije mirándolo y luego de varios segundos, que para mí fueron una eternidad, respondió. — ¿Puedes verme? — fue lo que me preguntó aún más asombrado que antes. — ¿Por qué no podría verte? — respondí casi indignada, ¿Pensaba que era tonta o algo así? — Nadie puede verme… — susurró. Lo vi durante unos minutos, ¿Qué le ocurría? Parecía hablar consigo mismo, al escuchar tales palabras noté que aunque las había dicho en un idioma raro que desconocía sabía perfectamente lo que significaba, ¿Qué tan desconocido era para mí? Observe a todos lados, me percaté de que nadie más lo veía, no importa que tan cerca de él pasaran. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, me asusté, lo único que mi cerebro logró hacer fue ordenarme que saliera de allí inmediatamente, así fue, no esperé un minuto más y desaparecí del lugar tan a prisa como me fuera posible. Pov Kaia. No me fue muy difícil encontrarla, su esencia era bastante peculiar y se desprendía con tanto poder y fuerza que llamaba la atención, sin negar que poseía un aroma bastante atrayente para los demonios cazadores, ella era un nefilim, innegablemente. Recorrí gran parte de la ciudad volando con naturalidad, no tenía nada porque temer asique no me molestaba siquiera en ocultarme, me adentré en los suburbios y allí la vi, caminaba tranquila de regreso a su casa; me posicioné entre los árboles a la orilla de la calle,  la observé girarse varias a veces a los lados como buscando algo pues parecía percibirme, parecía estar confundida pero eventualmente dejó la paranoia e ingresó a la construcción sin problemas. Estaba a punto de encaminarme hacia el lugar cuando lo reconocí, en el extremo opuesto de la cuadra estaba él, de pie observando a la chica de la misma manera que lo hacía yo, asegurándose de que se encontrara bien, de que nada negativo estuviera cerca; volteó a verme y se sorprendió, pronto estábamos cara a cara y no tuve otra opción que permanecer inmutable ante sus ojos aunque para mí haya sido aún más desagradable que para él. — ¿¡Qué haces aquí, demonio!?— preguntó avasallante como él lo era. — Vine buscando algo que me llamó la atención —  solté sin más. — Aléjate de la chica — farfullo amenazándome. — No voy a hacerle daño, por el momento — sonreí. — Es mi protegida, lleva mi nombre, Anael el ángel del amor — me refregó victorioso. Mi sonrisa se desvaneció por completo, la muchacha llevaba su nombre en honor a él, sus padres la nombraron cómo ese tipo para ofrecerle protección a la chica y eso sólo se hacía cuando el nefilim era de suma importancia pero para resaltar aún más la situación, aquello era una costumbre que se perdió tiempo atrás, años después de que la Guerra Santa se librara y de que los últimos Nefilim sobre la Tierra vagaran libremente. Pero debo decir que lo que más llamó mi atención, fue la forma en la que Anael Arcángel observaba a la muchacha, ¿Es que acaso estaba sintiendo cosas por ella? ¿Ella sabía de su presencia? ¿O de la mía? ¿O quizás la de ambos en este momento? ¿Y por qué me ponía tan furioso? ¿Estaba celoso? No. Imposible. Jamás tendría celos de éste pollo alado. No. Yo era un Príncipe, y no cualquiera. Lo tenía todo. Menos... Menos a ella. Maldición estaba celoso del pollo, me molestaba que tuviera la oportunidad de tener contacto con ella y yo no. — ¿Estás diciéndome pollo en tu mente? — preguntó el arcángel levantando una ceja. — ¿Y qué si lo hago? — masculle malhumorado. — No cambiarás nunca, Kaiael — añadió melancólico y yo sentí lo mismo. — Soy Kaia, no me llames así de nuevo — agregué para marcharme desapareciendo entre la bruma.
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