CUATRO

1667 Words
La noche parecía tormentosa, las nubes habían cubierto el cielo como todos los días durante esa época del año, la brisa soplaba fresca y mecía con parsimonia las copas verdosas y frondosas de los árboles. Alina descansaba en su habitación, había tenido un largo día luego de empacar sus cosas, su cuarto sería preparado para los nuevos ingresantes, había muchos pequeñitos sin hogar que necesitaban donde quedarse y el orfanato se encontraba dispuesto a tenerlos el tiempo que fuera necesario, ella debería pensar en marcharse pronto, no había lugar ya para la muchacha allí, lo sabía, pero le dolía pues no conocía más que eso. Un sonido muy pequeñito estaba causándole molestia a la rubia, se incorporó lentamente en su lecho observando a su alrededor, dormía solo por lo que pensar que algunos de los niños era el causante era todo un error, frunció el ceño observando la ventana y encaminándose a ella; sus pies descalzos tocaron el suelo frio, apretó los labios por la sensación y asomó su cabeza al vidrio, no había nada, ni animales, ni ramas golpeando por el viento, suspiró, tal vez era su imaginación, regresó a la cama tallando uno de sus ojos, estaba realmente cansada. De nuevo esos golpecitos, se detuvo y regresó a la ventana con premura, abrió la misma observando más detenidamente, nada, ¿Qué ocurría? Rodó los ojos, de seguro ya estaba siendo paranoica, antes de poder cerrar otra vez pudo divisar por el rabillo del ojo algunos destellos de colores; giró la cabeza con lentitud para encontrar ingresando en el cuarto una bola destellante de colores rosas, violetas y dorados y con la boca abierta por la sorpresa siguió el camino de aquella extraña cosa, revoloteaba por el lugar de manera lenta y si ponías atención podías ver a sus lados lo que podía llamarse como alitas, algo transparentes y difuminadas, pero estaban allí. ― ¿Qué eres? ―susurró acercándose, luego de su encuentro con Nuée y con las pequeñas ninfas del lago ya no podía sorprenderse de absolutamente nada. Con su dedo índice tocó con suavidad aquella bolita brillante, sonrió, no era peligrosa y se veía de lo más linda revoloteando a su alrededor ― ¿De dónde eres? ¿Hablas? ―susurró viéndola salir por la ventana―, ¡Ey, no te vayas! ―susurró, apretó los labios llena de incertidumbre, viendo hacia todos lados dudando en si salir tras la criaturita o no, ya que, no podía quedarse con la curiosidad a flor de piel. Tomó una chamarra que se encontraba tendida sobre una de las sillas, se colocó sus zapatillas y salió por la ventana agradeciendo que su alcoba fuera perteneciente al primer piso y no a los más altos, corrió bastante intentando encontrar la bolita de colores flotante pero no parecía estar cerca, la había perdido de vista; resopló, ¿Dónde podía estar? Reanudó la carrera observando a todos lados, nada, no era posible que se marchara tan prontamente, estaba segura de que iba a hallarla si se esforzaba un poquito más. Se detuvo respirando agitadamente, apoyó sus manos en sus rodillas para echar la cabeza hacia atrás tratando de llevar más aire de lo normal a sus pulmones y fue cuando sus orbes encontraron algo que jamás pensó ver; sobre ella, en el cielo, había un sinfín de coloridas esferas que se movían como si danzaran encaminándose a lo que parecía ser el Puente de las Nubes del pueblo, abrió la boca sorprendida, tenía sentido después de todo que fueran directo a eses sitio lleno de energía mística, las criaturitas se moverían y harían lo que quisieran sin ser vistas y qué mejor forma de hacerlo que con acciones que los humanos jamás se pondrían a hacer, por ejemplo, ver el cielo en plena madrugada, claro, las personas se perdían de las mejores cosas por no prestar atención y no tener detalle en lo que los rodea y por supuesto, porque a esa hora todos descansan plácidamente. ― ¿Puedo preguntarte qué haces aquí a esta hora y sola? ―una voz la obligó a voltear sorprendida mientras su vista iba de un lado a otro con algo de temor. ― ¿Quién es? ―preguntó, no podía ver a nadie. ― ¿No puedes verme? Curioso, pensé que sí ―rió divertido aquel que hacía un buen rato lo escudriñaba a detalle―, Ya que puedes ver mis creaciones, lo lógico sería que yo no sea invisible, tal vez tus ojos están defectuosos. ―Mis ojos no están defectuosos, eres tú el que se esconde ―susurró. ―Te diste cuenta, la mayoría de los tontos creen realmente que sus ojos están mal o tienen algún problema, pero, admito que me ganaste ―un pequeño chico salió de entre las sombras con una gran sonrisa, traía consigo lo que parecía una toga dorada, adornada con piedras brillantes alrededor de su cuello, muñecas y cintura. Sus ojos negros por completo, daban algo de miedo, pero contrastaban con la sonrisa tranquila que tenía―. Entonces, ¿Por qué estás aquí cuando los demás como tú duermen? ―Una de tus… creaciones, ingresó en mi habitación y me despertó, quería saber qué eran, por ello la seguí ―sonrió cuando la pequeñita bola de colores se posó en su cabeza. ―Se llaman, Farbige Kugel, son criaturas creadas a base de los sueños de los niños, es por ello que tienen tantos colores y tan vivos, porque los pequeños humanos son capaces de creer sin restricciones ―Nuée se hizo presente caminando de manera elegante, casi sin hacer sonido cuando sus zapatos pulcros tocaban el suelo, sus ropas oscuras contrastando con la palidez de su tez resaltando por sus hebras negruzcas sobre su frente. ―Hola, Nuée, tiempo sin verte ―el ser místico le sonrió. ―Lo mismo digo, Sova ―asintió a modo de saludo, llevó sus ojos a la rubia humana―. Buenas noches, Ali. ―Buenas noches ―sonrió en grande, realmente gustaba de la compañía del Dios de las Nubes. ― ¿Ya se conocen? Quién lo diría ―suspiró Sova con diversión―. Tengo que irme, Padre no quiere que venga al mundo humano más de lo necesario, pero adoro venir por los sueños de los niños ―rió bajito dando saltitos hasta desaparecer como si fuera alguna clase de magia que lo hizo difuminarse en breves minutos. ―Aún no puedo creer que esto sea real ―susurró Ali para sí―, ¿Sova? ¿No es el Dios de los Sueños? ―observó interrogante al ojiazul. ―Sí, mi hermano menor es el tan famoso rey del mundo inconsciente ―sonrió de manera amable, caminó tranquilamente al lado de la joven―. Es mejor que vayas a casa, durante la noche hay muchas criaturas merodeando, no todas son buenas. ―Ya veo ―asintió sopesando algo en su cabeza―. ¿Por qué puedo verte? ¿Por qué puedo ver todo eso? ―señaló el cielo cargado de bolitas centellantes. ―Hay humanos capaces de percibir nuestro mundo, algunos más, otros menos; cuando los humanos nacen y hasta que cumplen la edad de siete años, están conectados al mundo espiritual que es de donde vienen, independientemente de si crees en algo específico o no, el Universo es parte de ti y si eres capaz de mantener la fe, la creencia, entonces eres capaz de ver mi mundo. ―explicó sereno―. No importa en qué Dios creas, si tienes o no una religión, esto va más allá de algo tan trivial y banal. ―Nunca lo pensé así ―susurró. ―Lo sé, eres de las pocas personas que aun siendo ya adulto tienen su vaso vacío, listo y dispuesto para aprender sin objetar o juzgar ―sonrió―. No hay muchos como tú. ―No creo ser tan especial ―suspiró desviando la mirada―. Pero, me gusta poder ver tu mundo, o bueno, una milésima parte de él. ―No puedes aburrirte, nuestra magia y talentos hace que cada día sea diferente. ―asintió. ―Dijiste que ese chico es tu hermano, ¿No? ―ladeó la cabeza. ―Ese chico, es mi hermano mayor, no te dejes engañar por su linda y tierna apariencia ―rió―. Mi Padre es el Rey de Olevón, donde viven todos los Dioses. ―Debe ser maravilloso ―suspiró encantado. ―Lo es, nunca vi un lugar como ese, pero, no me es permitido entrar si no tengo autorización ―rió con amargura. ―Pero, ¿No eres una clase de Príncipe? ―frunció el ceño. ―No, no soy reconocido por mi Padre, por lo que soy un Dios de menor rango, por no decir de los más inútiles e innecesarios, por lo que en pocas ocasiones soy invocado. ―suspiró larga y pesadamente―. Tengo cuatro hermanos, Sova, el mayor, Artemissa, Eros y Amaro. Alina abrió los ojos sorprendido, los nombres de esos Dioses eran muy conocidos, por no decir de los más importantes que rodeaban al gran Dios Padre en la historia de su pueblo, suspiró, sentía algo de pena por el chico a su lado, empatía por su situación, de alguna manera le recordaba a la suya propia. ―Me marcho, debo descansar un poco ―se detuvo frente a ella, con las manos en la espada y una sonrisa cordial, parecía tan galante, tan… salido de otra época. ―Espero puedas descansar un poco, que tengas dulces sueños, Ali. ―Gracias, igual tú ―lo observó encaminarse al puente, con un paso tranquilo, algo decaído quizás. ― ¡Nuée! ―el chico volteó a verlo. ―Yo creo que tus poderes son increíbles, me pareces un gran Dios. ― y la sonrisa se plasmó en el rostro blanquecino para regresar a su andar y perderse entre la bruma que emergía del lago al estar cerca del puente.
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