ONCE

2038 Words
Alina se removía inquieta en su lecho, sentía el calor de la fiebre hacer estrago en su sistema y realmente lo odiaba, enfermar era una de las peores torturas, de eso no tenía duda. A pesar de haber tomado mediación adecuada esta parecía no estar haciendo efecto en ella, suspiró, llevaba así casi una semana, a veces se sentía muy bien y otras terminaba en cama como ahora, ¿Lo más raro? Todos estaban así, las encargadas, los niños del orfanato e incluso sus compañeros de trabajo o la gente que veía en el pueblo. No tenía dudas de que la pelea entre los dioses estaba causando efecto en el plano terrenal. Nuée observaba a la chica desde una de las esquinas del cuarto, a paso sereno y silencioso llegó hasta ella viéndola muy preocupado, tomó el paño sobre su frente para remojarlo en el cuenco sobre la mesita de noche y volvió a colocarlo en la cabeza de la rubia. Suspiró tomando asiento a un lado en la cama, peinó los cabellos sutilmente y relamió sus labios, su bella humana sufría las consecuencias como todos los demás debido a las disputas en el reino de su padre, sabía que hasta que todos sus pares estuvieran de acuerdo con él no cesaría el malestar en los humanos. Se preguntarán, ¿Por qué? Pues porque al tener disputas y no un equilibrio de energías, las demás dimensiones se ven totalmente afectadas reflejando esto en enfermedades, dolores en conjuntos, histeria colectiva en muchos casos. —¿Nuée? —los ojos de la rubia se habían abierto levemente para enfocar al ojiazul perdido en su mente—. ¿Qué ocurre? —Nada, solo quise venir a verte, pero veo que no te encuentras nada bien —suspiró. —Tranquilo, ya pasará —sonrió de lado—. ¿Cómo estás tú? —Estoy bien, algo ajetreado debido a las juntas con los demás dioses, puedo estar exiliado pero debo asistir a las mismas cuando algo malo acontece —chasqueó la lengua—. Lamento que tengas que pasar por esto, igual que los pequeños con los que vives. —Supongo que es cuestión de esperar a que todo cese, ¿No? —se incorporó con lentitud. —No estoy seguro, realmente no tengo una respuesta ahora —masajeó su cuello—. Hoy vi un grupo de hombres desconocidos en el puente, y me refiero a que no son del pueblo, nunca antes los había visto. —Tal vez son turistas, muchos vienen a ver tu hogar —ladeó la cabeza. —No lo sé —bajó la cabeza pensativo—. Tenían cámaras, fotografiaban todo pero no de la manera en que lo hace alguien que viene de visita, créeme que sé diferenciar eso. No estoy seguro, pero han dejado artefactos raros en las esquinas del puente. —¿La entrada y salida? —frunció el ceño ahora más interesada. —Sí, Alina, me fui antes de que terminaran, pero algo no me cuadra del todo —susurró chasqueando la lengua sin poder realmente comprender, para él, todo artefacto de dicha era le resultaba sumamente complejo, raro, algo obsoleto pues estaba acostumbrado a lo simple, venía de épocas donde no se requería tanta tecnología. —Nuée, ten mucho cuidado, por favor —Alina tomó las manos del Dios entre las suyas con cariño, dejando pequeños roces, caricias sutiles. El Dios se la quedó viendo pensando que jamás en su vida había conocido a un ser que destilara tanta belleza como esa muchacha, podría pasar horas viéndola y jamás habría de cansarse, jamás encontraría un defecto físico puesto que hasta cada marca de expresión era un detalle maravilloso que componía la más extravagante y natural obra de la naturaleza, Alina era la definición de etérea, era lo que jamás creyó encontrar entre los humanos; pura, única, divina hasta el fondo del alma y sumamente especial, con ojos que lo veían todo, literalmente, todo. Un alma privilegiada provista de una aventura extraña, compleja y avasallantemente encantadora como lo era la vida. El Dios de las nubes aseguraba que todo mundo necesita una inspiración, una canción especial, una melodía que te saque de la más grande oscuridad, un faro en medio de la tormenta y el agresivo mar, una forma única y propia de regresar a la realidad y la suya era Alina Prince, era ese pequeño detalle que amaba del mundo, estaba obnubilado por esa jovencita, encantado era poco y si Ali le pidiera el deseo más descabellado de todos él se lo cumpliría sin problemas, sin miramientos, sin objetarle absolutamente nada de nada. —¿Nuée? ¿Qué sucede? —preguntó la rubia notando el gran silencio en la habitación y el mar de poesía que destilaba la mirada del pelinegro sobre su persona—. ¿Hay algo que quieres decir? —Creo que eres mi propio caleidoscopio —susurró el azabache parpadeando un par de veces como si estuviera en un sueño realmente—. No sé qué ocurre con franqueza, pero eres un conjunto cambiante y diverso de maravillas que nunca antes pude notar. —¿Caleidoscopio? —sonrió divertida sin dejar de verlo a los ojos. —Sí, un caleidoscopio de emociones —murmuró riendo un poco. —Emociones, ¿Cómo cuáles? —ladeó la cabeza sintiendo las mejillas calientes pero no queriendo cohibirse. —Yo… No sé… ¿Confusión? ¿Euforia? ¿Locura? —sonrió viéndola. —¿Locura? ¿Cómo así? —rió. —Cuando te veo mi corazón late como loco, de pronto solo quiero que me hables, de lo que sea y me cuentes todo tu día si es necesario, creo que me he vuelto loco —despeinó sus cabellos en un acto meramente nervioso—. Confusión porque no entiendo qué es lo que quiero de ti y que no lo encuentro, es muy nuevo esto para mí y… —suspiró—. Euforia porque siento que exploto estando contigo, es el revoltijo de emociones más raro que he vivido en mi existencia, pero, ¿Sabes? No me desagrada, eso es lo que más confuso me deja, no me molesta sentirme de esa manera por ti. —¿Te has enamorado alguna vez, Nuée? —preguntó la fémina entrelazando sus manos. —No, nunca —negó—. ¿Tú? —Sí —sonrió. —¿Es agradable? —preguntó curioso—. He visto parejas de Dioses, incluidos mis padres, pero, se ven tan diferentes a las parejas humanas, creo que no sienten tanto como ustedes. —Yo creo que sientes como un humano cualquiera —se encogió de hombros—. Lo sé porque yo también tengo esos mismos sentimientos que tú. —Oh —abrió los ojos asombrado—. ¿Qué serían…? —Estás enamorado, Nuée —rió—. Estamos… enamorados. —¿Sí? —sonrió, ambos tan cerca del rostro ajeno. —Bueno, es el comienzo de un enamoramiento pero no hace menos el sentimiento —la rubiecita relamió sus labios sintiendo el calor de las manos contrarias, sonrió un poco nerviosa. Tal vez no era un amor completamente loco y apasionado pero Alina sabía lo que sentía por ese muchacho, no importa de dónde viniera, quién fuera, realmente estaba enamorada de él desde el momento en que compartió su nombre con él, le gustaba como nunca nadie llamó su atención, era la criatura más increíble de todas y era su amigo, su sincero primer amigo, el que se había llevado los primeros pensamientos románticos de su vida, ¿Era tonto? ¿Era apresurado? ¿Era demasiado soñador? Tal vez sí, era todo eso y más, pero a sus dieciocho años era lo más sincero, puro e inocente que había sentido hacia otro y le encantaba tanto… Con valor y guiada por ese latir tempestuoso en su pecho, por el cosquilleo en el vientre, acunó con cuidado las mejillas de Nuée que la veía expectante y sin miedo, ignorante a lo que podía llevar esa situación y la joven se sintió conmovida por ello, sus nervios desaparecieron, no podía salir mal, no podía ser algo que le infundiera miedo cuando la seguridad estaba implícita en la mirada azulada del chico frente a ella; cerró la distancia entre sus rostros posando sus belfos sobre los del Dios, la suavidad de estos sacándole un suspiro de gozo. Levemente presionando fue que movió sus labios con la mayor de las torpezas y claro que al ojiazul eso ni siquiera le importó —pues estaban en las mismas condiciones—, ambos cerraron los ojos, intercambiando suaves caricias en sus rostros. El ser sobrenatural jamás sintió tanto alboroto en su cuerpo como en ese instante, la tibieza de la piel de las yemas de Alina en sus pómulos, deslizándose con cariño por sus facciones fue lo que le dio una descarga fervorosa en su anatomía; se separaron unos segundos para verse, atónitos, simplemente sonrieron y la muchacha restregó con cuidado su nariz sobre la ajena. —Te quiero —murmuró sonriente—. Te quiero mucho, Nuée. —Gracias por quererme, Ali —suspiró cerrando los ojos sin poder ocultar la enorme sonrisa en su rostro—. Te quiero, te quiero, te quiero… Un pequeño sonidito contra el cristal de la ventana sacó de su burbuja al par de jóvenes, Nuée observó atento y suspiró, tenía que irse aunque no lo deseara en realidad. —Ya es tiempo, mejor descansa —susurró dándole una caricia en la mejilla a su querida niña. —No creo poder, la fiebre me da dolor de cabeza —suspiró—. Es molesto dormir así. —Ya veo —asintió, observó sus manos creando pequeñas nubecitas en las mismas y posó las palmas contra las sienes de Ali, poco a poco la humana sentía su cuerpo refrescarse, la fiebre cedía creando escalofríos en ella y el dolor menguaba considerablemente—. Creo que es suficiente con esto, al menos por ahora. —Eres maravilloso, ¿Te lo han dicho? —soltó asombrada en demasía. —No, pero gracias —rió. —¿Puedes hacerlo con todos los niños aquí? Sé que es pedirte mucho, pero, son muy pequeños… —apretó los labios viendo al Dios ponerse de pie. Como se dijo anteriormente, nada de lo que le pidiera Alina a Nuée recibiría una negativa y como magia sus palmas volvieron a engendrar dos nubecitas blancuzcas comenzando a crecer para extenderse por la habitación, atravesando muebles y paredes para finalmente abarcar todo el perímetro que conformaba la casa hogar, el joven le sonrió. —Listo, podrán descansar tranquilos, no es una cura pero trae alivio —se encaminó a la ventana. —Te veré mañana, en el puente —la mujercita sonrió acercándose para verlo subirse sobre el marco de la ventana, a veces Nuée gustaba de hacer las cosas al modo humano. —Claro, te veo allí —asintió, mordió su labio inferior pero se decidió y besó los labios de Ali de manera casta. Se dio a la fuga luego provocando risas en ella que intentaba por todos los medios lograr que nadie la escuchara. Esa noche, Alina tuvo un sueño profundo y reparador, con una sonrisa en su rostro que nadie podía borrar y Nuée, tras haberse encontrado con Sova e intercambiar las nuevas noticias, regresó a su santuario para, con los brazos detrás de la cabeza y tendido sobre el césped que crecía alrededor de lago, observar las estrellas y la luna, ¿Por qué todo se veía más hermoso esa noche? Las diminutas ninfas acuáticas emergieron para verlo alegres y encantadas, el pelinegro destilaba felicidad por todos lados, esa energía rosácea que podían notar en el aura del Dios las atraía como abejas a la miel. También algunas hadas revestidas en oro puro y reluciente revolotearon a su alrededor, aquellas típicas “luciérnagas” que las personas veían debido a su pequeñísimo tamaño sin siquiera imaginar que era una maravilla más del mundo. —Hola —sonrió el ojiazul—. ¿Saben? Estoy enamorado… Y las haditas chillaron entre ellas revoloteando, causándole gracia al muchacho que disfrutó de verlas jugar y bailotear con las criaturitas del lago…
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