¿Tendría algo que ver con mi papá? La verdad era muy extraño, y por mi mente pasaban tantas ideas absurdas que, sin sentido pero tratando de encontrar una lógica que era casi imposible para mi.
—Tengo una oportunidad de trabajo para ti, por eso necesito reunirme lo más antes contigo. —Corroboró. Mientras que yo seguía divagando en mis pensamientos.
—Interesante, ¡cuánto misterio! —Reí ligeramente.
—¿Te parece mañana temprano como a las 8:00 ?
—Perfecto, ahí estaré.
Se retiró, yéndose a su mesa donde siguió degustando su platillo y conversando con sus compañeros de mesa.
Los chicos se quedaron extrañados, a excepción de Kenisha, quien más bien se entusiasmó por lo dicho del señor Roger.
—Pronto cumplirás tus 18, querida. Serás lo suficientemente mayor como para aceptar buenas oportunidades de empleos. —Recalcó Damian, señalándome con una patata frita.
—Seré toda una adulta independiente. —Tomé unos sorbos de mi refresco bastante frío.
Kenisha dijo para tomarnos unas selfies y seguido de eso nos platicó de como eran sus ideas para hacer sus vídeos virales, lo que nos entretuvo bastante, a pesar de estar entre risas y carcajadas con mis amigos, sentía un vació punzante que me penetraba el alma, siendo honesta.
Y lo culpo solo a él de todo esto; solía pensar ¿cómo habrá podido soportar tanto tiempo en esperarme? Es que, siento que caeré en una crisis existencial de la que no podré evitar.
Me comenzó a doler la cabeza, ya hace un tiempo que no me había dolido como cuando estaba internada y tenía continuas repeticiones de dolores de cabeza.
—¿Pasa algo?
Me preguntó Bárbara que ya sabía que me ocurría algo.
—Me empezó a doler la cabeza... Que estrés.
—¿Te llevo a casa?
—No, Damian, no te preocupes... Yo puedo conducir.
Me miró estupefacto, arqueando las cejas. —¿Estas loca? Ni sabes conducir bien... Y en mi nuevo auto mucho menos, ¿si ocurre un accidente?
—Tranquilo, no me pasará nada.
—A ti no, ¡al auto nuevo!
Las chicas se rieron a carcajadas.
—Cuanto quisiera poder tirarte este refresco que sostengo en tu patética cara. Pero, —tomé las llaves del auto, y me puse en pie— me iré a casa. ¡Los quiero!
Damian quedó hecho un caos. El hecho de que alguien tomara su preciado auto, le hacía convertirse en una anciana mañosa frustrada, pero la verdad no me importaba, y eso él lo sabía muy bien. En cuanto iba acercándome, pasé lentamente por esa vieja plaza donde había tenido mi primer encuentro (o al menos el que recuerdo) con el Diecisiete.
Había ido varias veces cuando lo extrañaba con locura, y decidí no venir más. Así que continúe en mi camino, miré por el retrovisor y noté a una señora sentada cerca de una fuente.
Me sorprendí mucho. Retrocedí el auto y lo estacioné.
—¿Shelby? ¿Qué haces aquí sola?
Ella al verme me abrazo tan calidamente.
—Cariño, estaba esperando que llegaran a casa, iba a visitarlos.
—Pues, ya iba a casa. Me duele la cabeza e iba a descansar.
Como si no me hubiese escuchado, se quedó admirada por el horizonte. —¿No es relajante? Una plaza-parque antigua, se puede sentir como la brisa te cuenta su historia.
Me detuve a observar los árboles y pinos lejanos, aún sentía aquel frío extraño, pero esta vez era diferente, porque no estaba esa mirada gris clavaba en mí, que me invadía haciéndome sentir diminuta.
—Lo es.
—Entonces ¿te duele mucho?
Puso el dorso de su mano derecha en mi frente. —Esta caliente, mejor vamos a casa.
Llegamos, y me dejé caer en el sofá. Solté mis botines, quedando en medias. Shelby, desde la cocina venía con un paño húmedo y una pastilla para el dolor.
—Gracias, Shel. Te quiero.
—Yo te quiero a ti, pequeña.
Nos quedamos en silencio. Hasta que ella lo rompió.
—¿Quieres hablar de lo que te esta pasando?
Voltee mi cara asombrada por dicha pregunta.
—¿Por qué lo dices?
Me miró sonriendo. —¿Bromeas? Eres como una sobrina para mi, te conozco.
Di un lento suspiro. —No me gusta esperar... Me desespero, me da ansiedad.
—¿Extrañas tanto a esa persona?
—Tu me das miedo, siento que lees mi mente. —Puse las palmas de mis manos en mi rostro.
Ella se río fuertemente. —Bueno, dime, desahógate.
—Lo extraño, Shel. Si tu lo conocieras... Si supieras como es él realmente entendieras todo. Dijo que volvería, aunque se que cumplirá con eso, existe esa pequeña parte que me aterra haciéndome creer que no volverá más.
—¿Estas segura que el te ama?
—Lo estoy.
—Entonces solo confía en que volverá por ti, preciosa. Y no te frustres por un futuro incierto, créeme, es mejor respirar y disfrutar de cada segundo que vives ahora.
Me sonrió, y me hizo sentir mas aliviada.
—Tienes razón...
—Siempre la tengo. —Levantó sus hombros jugueteando.
Me quedé dormida, sin darme cuenta que estaba acostada en el sofá.
El Diecisiete deambulaba como una sombra, yendo por todos lados, pensando sin cesar, hastiado, deslucido y con intentos fallidos en encontrar a la persona que habría de ser sacrificada. Ninguno era lo suficientemente indicado como para poder volver al Diecisiete humano. No sería un sacrificio "digno" para el espectro mayor.
—¿¡A quién se supone que deba sacrificar para poder estar con ella!? —Su voz era de impotencia, sin embargo sonaba triste.— No podría tomar a su padre, ni a su hermano, ni a su mejor amiga... Seria un desgraciado miserable. —Paso sus manos con frustración por su cara.— Esto es una locura. ¡Maldición, que injusticia! Parece imposible...
Recorría las calles de la ciudad pensando y viendo quién podría ser ese posible ser querido mío, la idea del sacrificio era derramar la sangre de un ser muy preciado, sobre todo de mi.
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Desperté, miré la hora 3:32 de la madrugada. Todo estaba a oscuras, me habían puesto una manta para abrigarme. Ya el dolor había desaparecido, por fortuna. Y de la nada, pensé en mamá, cuanto me hacía falta... Tomé un portaretrato que estaba en la mesita de centro.
—Mami, necesito fuerzas para seguir viviendo, ¿crees que estoy siendo muy débil? Todo es tan complicado.
Mis ojos inevitablemente se llenaron de lágrimas, corriendo por mis mejillas coloradas, y mi nariz de igual modo.
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Me fui a mi habitación, y me senté en la cama que estaba fría. Odiaba con todo mi ser ese sentimiento que aparecía en mi, de que algo terrible y trágico podía suceder, que sería imposible poder amar al Diecisiete, al final él es un espectro ¿como podría vivir así? Pero, son los sentimientos, y ese miedo que surge seguido, porque no quieres que suceda, pero te hace creer que podría suceder en cualquier momento.
Miré la sudadera que estaba en mi peinadora, esa con la que jugueteamos, y nos encontramos tan cercas el uno del otro, y donde sin darnos cuenta nuestros labios se atrajeron como magnéticamente, sin pensar, sin detenernos. Dejándome llevar, sin miedo al chico mitad espectro, de ojos peculiares y hermosos, de cabellos como suaves y finas cascadas. Era él, mi perdición, solo deseaba perderme en él.
—Es una melancolía muy infausta.
Cerré mis ojos, e imaginé a él sonriendo, así tan maliciosamente, como si ocultara alguna cosa con picardía, con esa sonrisa que me mataba lentamente por dentro, y su piel tan pálida y fría, resaltando sus labios suaves y apasionados.
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Y dormida como bebe soñaba incluso que estábamos juntos. Hasta que, mi despertador bien fuerte, me estremeció.
—¡Ya! ¡Ya desperté, estúpido Damian! —Rezongue.
—¿Si recuerdas que hoy es tu reunión con el señor Roger, no?
—… ¿¡Por qué no me llamaste antes!?
De un salto me salí de la cama, vi el teléfono y eran las 7:49 de la mañana. A toda prisa fui al baño, me cepille los dientes y me duche lo más rápido que pude. Me peine el cabello, me puse un jean negros rasgados en las rodillas (como la mayoría de mis jeans) y una camisa manga larga de rayas blancas con azul marino.
—¿Me llevaras o tomo el auto? —pregunté en medio de la puerta principal.
—Tendrás que ir tú, pero con mucho cui-da-do. —Puntualizo.
—De a-cuer-do. —Le hice burla.
Arranque, y me fui directo al edificio.
En una de las paradas por el semáforo y el tráfico, que irónicamente, justo cuando estas más deprisa y atareada, el destino conspira para que te retrases más.
Soné tres veces la bocina. —¡Ya muévanse inútiles!
Noté que estaba poniéndome muy tensa, así que respire profundo contando hasta tres en mi mente…