Apenas la puerta de la sala se abrió Bruno necesitó de cada pequeño fragmento de voluntad para no mandar todo a la mierda y asesinar al infeliz. Es que Arton Niels ingresaba con ese caminar soberbio que él gustosamente le quitaría a golpes. Además, y no era detalle menor, no quitaba la vista de su linda gatita, asique sí, tanto humano como lobo estaban más que dispuestos a acabar con el idiota.
—Tranquilo, lobito —dijo Arton elevando las manos al aire —. Juro que no le haré nada a ella —agregó y sonrió de lado.
—Te comportas —ordenó Nate con una extraña seriedad, clavando su mirada firme en el ex Alfa que ingresaba a la sala.
—Lo que diga el jefe —respondió Arton e hizo un gesto militar a modo de obediencia.
—¿Jefe?—indagó Cló un tanto confundida.
Bueno, no le ponía de buen humor el ver al infeliz libre, menos que su lobito precioso pareciera a punto de salirse de control, pero sabía que debían concentrarse en lo importante, en el plan que terminaría por fin con toda la mierda que se había desatado.
—Ah, ¿no lo sabe?—indagó Arton dejándose caer en una de las sillas.
—¿Qué cosa?—preguntó la leona claramente confundida.
—Arton, digamos que trabajará con nosotros —explicó vagamente Nate mientras buscaba en su computadora un archivo que quería enseñar.
—Él negoció con la vida de los suyos, él miró hacia otro lado mientras decenas de prisioneros eran llevados a los laboratorios de Lewis para ser utilizados como experimentos. Él hizo toda esa mierda —gruñó Bruno mientras señalaba al idiota que le sonreía desde su lugar.
—Por orden del Consejo —agregó Nate impactando solo con aquellas palabras.
Las confundidas miradas de Bruno y Cló pasaron de Nate a Arton y finalmente se posaron en Ian, en el único ser presente en el que confiaban.
Ian, con la mirada oscurecida por el odio, afirmó con la cabeza, obligando al otro par a tomar asiento solo para procesar que esos imbéciles que estaban metidos en el Consejo Supremo, mismo Consejo que tenía como fin cuidarlos; habían sido quienes ordenaron todo. Mierda, la cosa está a más jodida de lo que creían.
—Les explico —dijo Nate una vez que había dado con aquel archivo que tanto deseaba mostrar —. Cartello y Hammer —dijo mostrando una foto de ambos sujetos conversando dentro de un café, ambos metidos en costosos trajes mientras un ejército de ejecutores pululaban por todo el salón, entre ellos el mismísimo Ian — decidieron que podían sacar provecho del descubrimiento de Aly. Ellos son fervientes creyentes que los humanos no deberíamos existir, que el mundo debería solo pertenecer a los cambiaformas y que, en todo caso, las personas como yo deberíamos servirles. Pero, sabiendo que no podían presentarse ante el Consejo con tan alocado plan de simplemente someter a la r**a humana, decidieron que lo mejor era presionarlos para que aceptaran avanzar lo máximo posible en el descubrimiento de Aly. Como ya sabían que los leones eran los más aptos…
—Me contactaron para ordenarme entregar a algunos prisioneros peligrosos con el fin de probar ciertos fármacos en ellos —interrumpió Arton tensando todos sus músculos. Es que él perdió todo, absolutamente todo por seguir aquella orden, aunque no negaría jamás que parte de su propia codicia lo cegó como a un idiota.
—Exacto —dijo Nate —. Por lo tanto Arton comenzó a entregar los prisioneros marcados y recibió, por su buen desempeño, una importante suma de dinero.
—Por eso no se podía vincular tus ingresos con las desapariciones —susurró Cló impactada al por fin poder comprender cómo el ex Alfa había podido ocultar tan bien su extraña fuente de ingreso.
—Claro. El Consejo fue muy hábil al entregarme el dinero —aceptó Arton removiéndose incómodo en el sillón. Sí, se había hecho increíblemente rico, pero no podía negar que la conciencia le pesaba, que sabía sus pecados y jamás podría vivir decentemente gracias a ellos.
—Entonces tú y Mía se entrometieron y mandaron todo el plan al caño —retomó Nate —. Por lo que Cartello y Hammer debieron improvisar.
—Ahí entra Martin —dijo Ian desde el otro extremo de la sala —. Él llega a limpiar la mugre de los otros dos. Por eso se vincula con Lewis y le asegura que destruiría a todos los que supieran algo del suero.
—¿Por eso hiciste que mostrara mi verdadero poder?—indagó Cló volviendo la mirada hasta Arton, hasta ese león que le sonrío afectado, con esa mirada cargada de cariño que ella bien podía confirmar como real.
—Pensé que así te dejarían fuera de esto —aseguró con sinceridad Arton.
—Mierda —susurró la leona y se pegó más a su lobito, a ese que la envolvía en un abrazo demasiado protector, cargado de cuestiones que luego deberían ser aclaradas, que necesitarían exteriorizar.
—El asunto es que Martin se quedó con aquel suero y ahora no sabemos dónde está ni qué hacen con él —dijo Nate tomando asiento en su silla detrás del escritorio.
—¿Y ahora qué debemos hacer?—indagó Bruno y la mirada de aquellos tres no le gustó demasiado.
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Otra vez estaba golpeando la puerta de aquel departamento llevando una botella de vino con él, vino que le había llevado más de veinte minutos elegir, porque estaba entre ese excelente Malbec o un Cabernet guardado dos años en barrica de roble. Finalmente decantó por el primero, no supo muy bien el por qué, pero algo le indicaba que Marcel era más de los Malbec y su fuerte sabor.
No pasaron más de cuarenta segundo que el imponente lobo estaba frente a él, sonriéndole de esa manera que lo estremecía como un idiota, obligándolo a no aventarse a esos labios que lo tentaban como nada.
—Hola —saludó Marcel y le quitó con suavidad la botella de las manos, esa botella que el bonito humano apretaba con nerviosismo.
—Ah. Hola —respondió y se sintió un estúpido al momento.
—Malbec, mi preferido —dijo y sonrió más amplio, estirando los labios hacia la izquierda, logrando que Nate se sintiera embobado por una buena cantidad de segundos.
—Yo lo sospeché —murmuró desviando la mirada hacia cualquier otro punto que no fuese esa boquita que se veía increíblemente deliciosa.
—Pasa —invitó Marcel y lo dejó ingresar a ese espacio que olía delicioso, que spoileba toda sorpresa de cena, porque el olor a salsa cocinanda a fuego lento, más cierto aroma a lasagna le dejaron saber a Nate que el lobo, ese hermoso lobo, se había esmerado para recibirlo, para preparar un platillo elaborado solo para él y eso, mierda, lo hizo sentirse demasiado bien, por primera vez Nate supo que alguien aguardó impaciente varias horas hasta que él llegara.
—Por suerte el vino sirve para acompañar la cena —dijo Nate solo para desviar sus pensamientos hacia algo que no fuese ese calorcito divino que sentía bien metido en su pecho.
—Por suerte —respondió Marcel dando la espalda mientras se metía a la cocina solo para buscar dos copas finísimas y regresar hasta la sala en busca de su compañero —. A la cena le falta unos minutos, pero podemos ir probando algo de vino —propuso.
—Sí, claro —aceptó tratando de no devorarse con la mirada a ese hombre de espalda amplia que lo observaba con demasiada intensidad.
—Toma —dijo Marcel entregándole una copa, rozando suavemente los dedos de Nate, desesperado por sentir aquella piel sobre la suya, por volver a regocijarse con lo perfecto que se sentía el olor de Nate mezclado con el suyo.
—Gracias —murmuró de manera casi patética al sentir toda aquella electricidad expandirse por su cuerpo solo por haber rozado apenas a ese hombre tan bonito.
—Te he extrañado mucho —escupió Marcel sorprendiéndose hasta a él mismo por lo extraño de aquella confesión.
—Déjame dudar de eso —respondió sintiéndose apenitas valiente —, no me has escrito en dos días —agregó y bebió un poco de vino solo para bajar la vergüenza que lo llenó por completo al escuchar aquellas palabras que había dejado escapar sin pensar. ¡Es que sonaba a reclamo!
Marcel, en cambio, rió bajito, dejó la copa sobre la limpia mesa que se ubicaba a su lado y se acercó los dos pasos que lo separaba de su hermoso Nate. Suavemente envolvió al humano entre sus brazos y lo atrajo a su pecho, sintiendo que al fin Nate tomaba el lugar que le correspondía, ese que lo ubicaba bien pegado a su piel.
—Escucho tus teléfonos sonar —explicó en un susurro que a Nate le erizó la piel —, no quería molestar cuando es claro la cantidad de trabajo y responsabilidades que tienes.
Nate simplemente decidió no responder, dejar pasar aquello que lo hacía sentir tan especial y buscar otro tema de conversación que no lo hiciera sentir tan expuesto, tan transparente a ojos de ese hombre que lo sostenía como si fuese un delicado cristal que podría romperse con la menor de las fuerzas.
Y un poco se sentía así, un poco que tantas responsabilidades estaban por aplastarlo sin piedad. Es que la empresa, el Consejo y aquel plan para desbaratar a ese grupo de cambiaformas imbéciles, lo estaba llevando a sus propios límites. Se sentía exhausto, su cabeza no paraba ni dos segundos, cada día dormía menos horas y la cantidad de alimentos disminuía en igual proporción. Sentía que en cualquier momento la presión lo quebraría y nadie parecía notarlo, nadie salvo él, salvo Marcel y su cariño tan reconfortante.
—Supongo que la cena ya debe estar —dijo obligándose a despegarse de aquel lobo que le sonreía como si supiese algo que hasta él mismo desconocía de su persona.
—Sí, ya debe estar —aceptó Marcel y le dejó un besito en la mejilla derecha, esa que se encendió al instante por tan tierno gesto recibido sin ningún por qué.
Nate, desesperado por salir de allí, por no estar en su propia piel, se sentó sintiendo que el mundo entero temblaba de forma extraña, lo sacudía sacándolo de su propia zona de confort solo para dejarlo en un sitio que él no conocía para nada.
Con mano temblorosa tomó la copa y bebió algo de vino, sintiendo ese nudo en lo alto de su espalda volver a atacar con fuerza, limitándole el movimiento, recordándole que aún quedaba mucho trabajo por hacer.
Marcel regresó de la cocina cargando dos platos bien llenos de comida, mismos que abrieron aún más el apetito de aquel humano que ya no recordaba cuándo había sido la última vez que ingirió una cena realmente nutritiva.
—¿Te duele la espalda?—preguntó el lobo realmente preocupado por su compañero, ese que parecía adolorido.
—Tengo unos nudos molestos —respondió sin poder apartar la mirada de aquel plato que lucía delicioso, comenzando a comer en cuanto Marcel terminó de colocar el suyo delante de él.
—Cenemos y luego te ayudo con eso —propuso Marcel notando que Nate apenas le asentía mientras engullía la comida casi sin saborearla. Bueno, alguien no estaba comiendo correctamente y eso no era para nada bueno.
Cenaron casi sin hablar y, con los estómagos bien rebosantes de alimentos, se movieron hasta el cuarto del lobo, mismo que guardaba algunos aceites para masajes junto con velas aromáticas que colaboraban con la creación de un ambiente aún más relajante.
Nate, siguiendo las órdenes de Marcel, se quitó los zapatos y la camisa, solo para recostarse boca abajo en la cama, notando que el olor de su conpañero lo adormecía a la vez que los ruidos del lobo moviéndose por todo el cuarto lo estaban relajando inexplicablemente.
Marcel, ya con su potecito de aceite en las manos, se acercó hasta su humano para sentarse al lado y comenzar a masajear aquella espalda demasiado contracturada, con exceso de nudos molestos que a él lo comenzaron a poner de mal humor. Es que su humano precioso estaba soportando demasiado, cargando con exceso de responsabilidades y trabajo, llevándolo a ese estado de agotamiento junto al evidente estrés que comenzaba a acumular.
—Cuando sientas que tu espalda comienza a endurecer, has esto —explicó Marcel y presionó unos puntos exactos en la espalda de Nate, puntos que el humano podría alcanzar sin problema con sus propias manos.
—¿Acaso eres quiropráctico?—indagó con cierta burla, actuando a la perfección su rol de ignorante de a qué se dedicaba aquel hombre, de cómo se ganaba el dinero suficiente para poseer una heladera llena de comida y un departamento donde vivir.
—Paso demasiadas horas frente a la computadora por mi trabajo como publicista, por eso sé —respondió el lobo y siguió masajeando con ganas, quitando todo aquellos nudos horribles que le producían tanta molestia a su bonito hombre.
Nate solo emitió un extraño sonido a modo de respuesta y se entregó a aquellas expertas manos. No supo cuándo cayó dormido, pero despertó sonriente al encontrarse envuelto en aquellos brazos tan cómodos, rodeado por el aroma natural de Marcel que se mezclaba de manera deliciosa con el perfume que usaba, mismo que a él le había gustado tanto que decidió comprarse uno igual, aunque no lo usaba jamás, solo lo abría cada tanto para olerlo, para cerrar los ojos y poder imaginarse con mayor facilidad a ese hombre de sonrisa hermosa.
—¿Qué hora es?—indagó un tanto confundido.
—Es temprano —respondió Marcel en un susurro mientras lo apretaba más contra él —. Duerme un poco más —pidió bien suavecito.
—Debo irme. Hay cosas…
—Duerme. Estás realmente muy agotado —interrumpió y no lo dejó moverse de su lugar.
Nate, resignado a que no habría fuerza en el mundo que hiciese a ese lobo liberarlo de su apretado abrazo, simplemente se acomodó y volvió a cerrar los ojos. Inhaló profundo, se llenó de Marcel y volvió a caer dormido en un sueño que no lo llevaba a extrañas pesadillas, que solo lo liberaba en un mundo mejor, más feliz, mucho más cálido.
Al despertar nuevamente supo que su hora de descanso había llegado a su fin, que sus teléfonos debían explotar de notificaciones varias y que el mundo le exigía regresar para hacerse cargo de todas sus infinitas responsabilidades.
Adormecido caminó hasta la cocina donde encontró al lobo preparando un suculento desayuno, indicó que tomaría un baño rápido y salió cuando ya se sintió más fresco y despierto.
—Muchas gracias por la cena y el desayuno —dijo ya fuera del departamento.
—Tranquilo, la próxima te toca a tí —respondió divertido por saberlo repentinamente nervioso.
—Sí, bueno. Y… Digamos que si me extrañas… O sea… No me molesta que escribas —murmuró sin poder mirarlo a la cara.
—Bien, me alegra saber eso —respondió el lobo y a Nate el aire se le atoró en medio de la garganta.
Es que esa voz grave, esa mano enorme sujetándolo por la nuca y aquellos labios peligrosamente cerca, hicieron que todo su mundo se detuviera de repente.
—De-debo irme —masculló pero a Marcel poco le importaban las horas, solo deseaba una cosa, una pequeñita recompensa por ser tan buen lobo.
—¿Puedo?—preguntó sin dejar de contemplar aquellos labios apenitas entreabiertos.
Nate, como pudo asintió y lo próximo que supo era que estaba siendo besado como jamás en la vida, que ese lobo dejaba todo en aquel gesto, que su alma vibraba en perfecta sincronía gracias a esa boca experta que lo comía como nadie.
Y se dejaron llevar, se permitieron robarle unos segundos al reloj y degustarse como se merecían, porque ellos deseaban aquello, pero los muros no dejaban de formarse a su alrededor.
—Debo irme —repitió Nate contra esos labios que odiaba abandonar.
—Te voy a extrañar —respondió el otro antes de hundirle la lengua con más ganas, de aplastarlo más contra su persona y así impregnarlo de su olor, porque sí, a Nate su olor se le pegaba con nada y eso, mierda, eso hacía demasiado feliz al lobo.
—Debo irme, en serio —insistió el humano y, para su desgracia, Marcel lo soltó, lo dejó libre de sus preciosos besos solo para sonreírle con ganas.
—Te escribo en cuanto te extrañe—aseguró el lobo antes de guiñarle un ojo.
Nate como pudo balbuceó un "está bien" y bajó a paso rápido hasta el auto que aguardaba por él.
—Lamento no haber avisado que no regresaría a casa —dijo al chofer en cuanto se acomodó en el asiento trasero.
—No se preocupe, señor. El señor Oliviera bajó a avisarme y me pidió que regresara por la mañana—aseguró saliendo del estacionamiento.
Nate asintió y comenzó a revisar sus teléfonos, esos de agendas infinitas y problemas sin solución. Y un mensaje, uno solo, lo hizo sonreír.
"Ya te extraño", leyó con esa sonrisita boba clavada en los labios.