Capítulo 7

1586 Words
Las Alfas sospechaban algo, que alguna cuestión se maceraba lentamente en las sombras, que la relativa paz en la que vivían era ficticia y por eso siempre estaban atentas, alertas a cualquier señal. No, no eran idiotas, ni ellas ni sus Betas, por eso Alma buscaba información de lo que fuese entre sus miles de contactos desparramados por el mundo, por eso le ordenaron a Luca no matar a aquellas bestias infames que atacaban a humanos descuidados, sino le pidieron encerrarlos en los sótanos del edificio donde se ubicaba la oficina de Nia y allí, con esas cosas encarceladas podrían intentar averiguar algo más, porque estos especímenes eran diferentes a los que se encontraban bajo la custodia de los pumas, porque estos se veían más equilibrados mentalmente y algo, muy poco, podían contar. Bueno, si había alguna cuestión que esas Alfas podían asegurar era que tanto Ian como Nate sabían más de lo que decían, pero ninguna tenía el poder para interrogarlos hasta hacerlos confesar, porque las órdenes del Consejo Supremo y la Primera Guardia habían sido claras: nadie podía meterse con aquel par. Para suerte de las Alfas nunca dijeron ni una palabra sobre investigarlos por sus cuentas. Sí, ellos seguro olerían aquellas miradas posadas sobre sus personas, pero al parecer no les molestaba demasiado, ya que tanto el humano como aquel otro ser indeterminado, continuaron con sus rutinas, desapareciendo varias horas al día, pero ambos siempre retornando a las mismas direcciones en la noche. Ian a su departamento ubicado en el corazón de la vida y Nate directo al hogar del lobo, ese que era hermano de Bruno. —Según lo que explicó Alma, Hernán sabe más de lo que dice. Hay que darle tiempo porque creo que hablará en cualquier momento —afirmó Mía ingresando a la habitación que compartía con esa loba que cepillaba un tanto distraída su cabello. —Hernán le dirá a ella porque su lobo en cualquier momento se va a quebrar —respondió Nia con la mirada perdida en un punto fuera de la habitación. —¿Por qué se quebraría el lobo? —indagó curiosa sentándose a su lado, tomando el cepillo de la mano de su compañera para dedicarse ella a desenredar aquel cabello que olía tan rico luego de la ducha. —Amor, bien sabes por qué —dijo mirándola con ese brillo divertido en los ojitos preciosos. —¿Es su pareja? —preguntó sorprendida. —Sí, cariño, ¿no lo has visto? —respondió sonriendo. —No tengo idea de esto, amor, bastante me costó darme cuenta de lo nuestro, imagínate del resto —aseguró. Y sí, Nia podía afirmar que su compañera no había sido consciente de todo hasta que se vió acorralada contra una pared metálica mientras era degustada con ganas por ella, mientras que la loba le demostraba todo lo que le podía provocar solo con un beso bien plantado. Porque luego de aquella reunión en las que ambas necesitaron aclarar ciertas verdades sobre sus manadas, reunión en la que Mía había explicado qué hacían las hermanas Nioks insertándose en la manada de lobos, por qué ella visitaría a Cló cada tanto sin que nadie supiera de su presencia, qué cosa estaban buscando; a Nia sólo le había quedado claro una cosa: esa leona era su pareja para toda la eternidad. Y no, lograr la atención de una mando no era tarea sencilla, porque ellas se movían diferente, buscaban otras cuestiones, no se las podía encontrar caminando por la calle con facilidad o en una cafetería a media mañana. No, con las mando era cuestión de otros métodos, unos más directos, más dominantes. El problema que en ellas había radicado es que ambas estaban acostumbradas a dominar, por eso resultaba un poco más complicado acercarse sin provocar rechazo por su otra mitad. Aunque a la loba poco le había importado en cuanto supo que Mía volvería a estar en su mismo espacio, que el Alfa de los osos las había llamado a ambas y ellas se encontrarían reunidas en un pequeño salón. Así que, con la mente en su objetivo, la Alfa se aseguró de encontrarse con aquella, por entonces Beta, en el hall de entrada del edificio y así ambas subir en el mismo ascensor. Solo la dejó en paz los primeros dos pisos, tiempo que utilizó para entablar apenas una conversación de cortesía. Luego, ya agotada de contenerse, frenó el ascensor a medio camino y le arrebató los labios a esa leona que se apretaba contra ella con ganas, con demasiadas ganas. En realidad Nia no había perdido la cabeza, solo la olió, solo su aroma le indicó que la felina aguardaba por ella, porque la humedad entre aquellas piernas se le hizo evidente, porque aquellas mordidas sugestivas en los deliciosos labios de su compañera eran un mensaje claro, porque el latir rápido del corazón de Mía le anunciaba lo que esa Beta esperaba. —Espera, aquí no, debemos ir a la reunión —había dicho Mía separándose apenitas de su compañera. —Apenas termine la reunión vienes conmigo. Ya no voy a esperar otro encuentro, ya no puedo soportar más tenerte lejos —respondió Nia y la volvió a besar. —Alfa, debemos parar… Tu olor… —pidió la Beta excitada por demás con aquellos besos que esa loba le regaba por todo su fino cuello. —Debes oler a mí, así todos saben que estás conmigo —explicó la loba. —Wow, espera ahí. Yo no iré oliendo a tí —aseguró frunciendo el entrecejo, notando que la Alfa comenzaba a gruñir bajito. —Deben oler a nosotras, sino otros querrán tocarlas. —Créeme, varios ya me han tocado —aseguró ganándose una mirada demasiado intensa por parte de aquella loba—. Tranquila, solo digo que me gusta oler a mí —aseguró. —Somos compañeras, lo sabes, lo sientes tal como lo siento yo. —Creo, Alfa, que está sacando conclusiones apresuradas —dijo divertida. Y eso fue todo lo que aquella loba necesitaba, ese desafío evidente, porque era lógico que la otra mando no le gustaría la imposición de cuestiones por parte de nadie, pero ella sabía cómo hacerla aceptar, estaba segura que llevándola al cielo esa mujer aceptaría una realidad más que evidente, porque cuando los líderes de las manadas encontraban sus parejas sus olores cambiaban, se volvían más fuertes debido a que necesitaban que nadie, jamás, tocara a sus compañeras, porque ellos, sin importar r**a, sí eran monógamos, se entregaban por completo a esa otra mitad quien sería la única persona en el mundo que podría darles órdenes que ellos seguirían sin pensar, porque todo poder necesitaba un límite y en el caso de los mandos eran sus parejas. Así que, sin más, metió su mano dentro de aquel pantalón y alcanzó la intimidad húmeda de la leona. Hundiendo sus dedos, se empapó de aquel líquido que olía delicioso y luego, con experta mano, acarició toda esa zona hinchada de deseo, concentrándose en aquel pequeño botón que hizo gemir con fuerza a su leona. —Mierda —murmuró Mía y se aferró con más fuerza a los hombros de su compañera—. Más —pidió pérdida en aquella nube de placer que tan rico se sentía. Y Nia le dió más, le acarició con ganas ese clítoris hinchado mientras que su lengua atacó aquel cuello expuesto solo para ella. —Más —exigió la leona y aquel movimiento de dedos la llevó alto, bien alto. Con un gruñido gutural Mía se liberó, aferrándose con ganas a ese loba que no dejaba de torturarla, que no cesaba con sus movimientos, que la elevó a un segundo orgasmo el cual la dejó agotada en exceso. —Somos compañeras —aseguró con voz firme la loba y la besó lentamente, dejándole saber que aquello sería más que sexo, sería muchísimo más. —------------ Lo vio sentado en el comedor de aquel extraño edificio, bebiendo lentamente un café mientras parecía reflexionar sobre alguna cuestión. Se acercó a paso rápido hasta planteársele bien enfrente solo para contemplarlo con el ceño fruncido. —¿Qué? —indagó de mal humor Ian. —¿Por qué no te has ido a casa? Paulette está sola y debe necesitar de tu compañía. Hoy llegaste muy temprano en la mañana y ya pasa de la medianoche —respondió Bruno. —Estaba por marcharme, pero tengo algo de sueño así que preferí beber un café antes de partir. No queremos que me estrelle contra un árbol —explicó sonriente mientras se ponía de pie solo para alcanzar la mejilla de su cuñado y apretarla como si ese lobo imponente solo fuese un chiquillo de ocho años. —Basta —dijo Bruno sacándoselo de un manotazo—. Vete antes de que te eche a patadas —exigió. —¿Sabes que te extraña? Realmente te extraña mucho —confesó el lince clavando aquella daga de culpa en ambos. —Marcel la debe acompañar, esos dos siempre fueron como una sola cosa molesta —respondió intentando disimular el malestar. —Marcel no está mucho mejor —dijo palmeando el hombro de Bruno solo para alejarse a paso lento. Mierda, la situación era una porquería, pero no había nada que se pudiese hacer, necesitaban desesperadamente avanzar en el plan, aunque a Bruno le sonaba a suicidio seguro, sabía que era la única alternativa que tenían. O atacaban a todos juntos o el Consejo los eliminaría para siempre, y esta vez de verdad.
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