—No me voy a mover de ciudad solo porque se les ocurre a tí y al otro infeliz —gruñó Nate con el teléfono pegado al oído.
—No hace falta que sigas en esa ciudad aburrida, puedes volver a tu casa y seguir con esas interminables fiestas que tanto te gusta montar. Te necesitamos aquí, no al otro lado del continente —explicó con calma.
—Hay cuestiones que aún tengo que cerrar aquí, además buenas fiestas puedo armar en mi club, por eso no te preocupes —respondió fastidiado mientras se servía un poco de whisky.
—Vamos, Nate, no te hagas el difícil y vuelve a casa —insistió.
—No me intentes dar órdenes —gruñó apretando la mandíbula—. Hago lo que quiero porque poseo tanta libertad como tú, así que no insistas —agregó antes de beber de un solo trago aquel líquido albarino que descendió causándole un suave picor en la garganta.
—Sabes que no estamos al mismo nivel —rebatió con diversión, dejando caer aquella máscara de preocupación que Nate no se creía ni por suerte.
—Otra vez tú y tu discursivo de mierda sobre la inferioridad de mi r**a. ¿Acaso no recuerdas esa misión en el glaciar? Creo que fuiste tú quien casi muere de hipotermia —respondió con soberbia.
—Tuviste suerte, nada más —murmuró—. Ahora, si no quieres volver por las buenas tendré que recurrir al resto para convencerte. De todas formas no sé qué tanto hay allá que te tiene tan negado —dijo y Nate se removió incómodo.
Mierda, sabía más de lo que decía y ahora solo un lobo se le venía a la cabeza. No, no dejaría que la paranoia le ganara, él pensaría con la cabeza en frío, tomaría las precauciones necesarias, mataría a cada infeliz que siquiera osara intentar dañar a Marcel.
—Intenta sacarme de aquí por las malas y ya veremos quién termina perdiendo —respondió con odio y cortó la llamada.
Ni dos segundos de soledad tuvo porque apenas dejó el teléfono sobre la mesa, la puerta de la oficina fue golpeada.
Él no tenía buen olfato, ni tampoco alguna habilidad sobrenatural, pero estaba seguro que detrás de la puerta aquellos cuatro aguardaban con mala cara.
—Pasen —ordenó y se dejó caer en su silla, esa que estaba detrás del elegante escritorio que había llevado al lugar donde antes su padre dirigía esa empresa del infierno.
Ian, Cló, Bruno y Arton ingresaron con un extraño semblante, todos habían logrado escuchar la conversación y notaban lo tenso que se encontraba ese humano.
—Por lo menos no recurres al alcohol para calmar tus nervios —exclamó Cló—. Ah, no, sí lo haces —dijo señalando el vaso vacío—. Mala mía, pensé que deseabas tener la mente despejada.
—No estoy para tus bromas —gruñó Nate sintiendo el peso de su agotamiento aplastarlo, comenzar a descender sobre él sólo para convertirlo en un hombre exhausto.
—Dinos qué sucede —pidió Ian con extraña sumisión.
—Los imbéciles algo saben, o se lo huelen, así que presionan para que regrese a la Ciudad Principal, junto a ellos. Me quieren tener cerca para así vigilarme mejor.
—¿Cómo si fueras un jodido niño de jardín? —indagó impactada Cló.
—Exacto. Ellos tienen la creencia que, como no soy un cambiaformas, deben protegerme, aunque en este caso esa protección suena más a control que a cuidados.
—Lo bueno es que no te pueden matar —dijo Arton dejándose caer en una de las sillas ubicada al otro lado del escritorio.
—Gracias por el aliento —gruñó Nate.
—No, lo digo en serio. Todos aquí sabemos que tienen prohibido tocar a un humano, no importa cuál, pero en tu caso —dijo entusiasmado mientras los señalaba con su dedo índice—, tienes un puesto importante. No es fácil matar a un humano y ocultar el hecho, imagínate matarte a tí —explicó y la sonrisa de lado se le formó solita.
—El león imbécil tiene razón —dijo Bruno sin siquiera mirar al aludido—. Eso es algo a nuestro favor.
—Bueno —respondió Nate poniéndose de pie—, es algo interesante a tener en cuenta dado el plan que llevaremos adelante. Quiero que todos presten atención a las siguientes imágenes —ordenó pulsando un botón en su computadora que hizo que una pantalla a su espalda se encendiera mostrando a uno de los del Consejo junto con una bonita vista de una preciosa mansión lujosa ubicada al borde de la playa—. Ese es el hogar de Cartello —dijo endureciendo la mirada, notando cómo Arton se acomodaba mejor en su lugar—. La puerta de servicio siempre está bien custodiada, pero hay un pequeño acceso por el lado de la playa que serviría para colar a alguien dentro.
—Yo voy —afirmó Arton con seriedad.
Sí, el león se iba a tomar su venganza, iba a descargar toda su ira contra esa infeliz que le había ordenado hacer aquella mierda, porque Arton jamás sospechó que quien representaba a los leones en aquel Consejo de Inmundos, fuese la mismo que experimentó con los suyos sin piedad. No, él se las iba a cobrar todas, iba a hacerla pagar por aquellas vidas perdidas.
—Bien, deberás analizar el plano de la mansión, los horarios de los ejecutores que la custodian y en qué momentos está en su hogar —explicó Nate extendiéndole una carpeta que contenía toda aquella información.
—Perfecto —respondió recibiendo el folder.
—Vamos con París —dijo Nate mirando de reojo a Cló—. El muy infeliz es paranoico hasta la médula, así que su hogar parece más una fortaleza que una casa para habitar con la familia. La oficina está igual de custodiada, pero hay un lugar, un pequeño lugar al que concurre y casi nadie sabe de él —explicó con malicia evidente, mostrando al mismo tiempo la foto de un pequeño frente en el que apenas se veía una puerta un tanto derruida junto a una diminuta ventana asquerosamente sucia—. París tiene una adicción a la heroína, misma que oculta de todos por obvias razones ya que el muy imbécil no piensa dejar su puesto en el Consejo, porque si se sabe de su adicción echarán al oso a patadas. Asique, el infeliz visita a su proveedor a escondidas, muy confiado en que nadie sabe nada. Lástima que mis contactos en los barrios bajos sí saben de él, por lo tanto yo también. Asique, mis queridos compañeros, podemos atrapar a este idiota allí, justo cuando desee una buena dosis de esa mierda.
—Yo me encargo de éste —susurró Cló con contenido odio.
Resulta que París había sido quien ordenó despojar a la leona de su útero, someterla a aquella cirugía para saberla siempre disponible, amenazándola con acabar con la vida de su lobo si no obedecía, y no, ella no iba a tolerar que nadie tocara a Bruno.
—Bien —aceptó Nate y le entregó su carpeta—. El siguiente es Hammer —dijo cambiando la imagen a su espalda—. Este idiota se cree demasiado solo por ser uno de los últimos linces, por eso su seguridad es casi patética para ser quien es. No por ello debemos confiarnos, el imbécil es astuto, sabe de pelea y cómo ocultarse muy bien.
—Yo voy —interrumpió Bruno ya que él contaba con excelentes habilidades de rastreo.
—No, Bruno va conmigo o se queda aquí —dijo Cló con seriedad.
El lobo giró sorprendido y contempló a su leona que mantenía una mirada desafiante sobre Nate, sobre ese tipejo que sonreía de lado.
Bueno, es que Nate supuso que eso pasaría, que la leona se negaría a que su compañero interviniera en la misión ya que, desde que se habían reencontrado, ella mutó hasta convertirse en un ser extrañamente sobreprotector.
—Cariño —susurró un tanto apenado el lobo.
—Nada, no te volveré a perder, no me voy a arriesgar —afirmó y los ojitos se le llenaron de lágrimas.
—Amor, nada va a suceder. Soy un ejecutor, sabes que estoy entrenado para esto —aseguró y la abrazó con ganas.
—Puedes ir, pero no solo, que alguien te acompañe —exigió desde el cómodo pecho de su lobito—. O vamos primero con el oso porquería y luego por el lince —propuso elevando su carita, demostrando su entusiasmo por tan estúpida idea.
—No va a funcionar, debemos atacar juntos —susurró y apenas la besó en los labios.
—¿Quiénes van a ir con Bruno? —preguntó repentinamente la leona, acomodándose mejor en su postura, exigiendo que su compañero no fuese solo a ninguna parte.
—Podemos buscarle compañía —aseguró Nate sonriendo.
—Bien, yo decido quién —afirmó y se dejó abrazar de nuevo por Bruno, por ese hombre que reía bajito ante tanta escena. Bueno, no le iba a decir nada allí, enfrente del león porquería, pero en privado volverían a conversar sobre la necesidad de que recurriera en busca de ayuda profesional para vencer su creciente miedo de volver a perder a su lobito precioso.
Y Arton, bueno él se sentía morir, quería que alguien le extirpara el dolor que le punzaba en el alma, porque Cló, esa felina impresionante que jamás se apegó demasiado a nadie, ahora parecía a punto de llorar solo porque su compañero sería enviado a una misión, una no muy distinta a la que ellos mismos irían, una a la que todos estaban acostumbrados. Con él jamás se mostró afectada, ni siquiera cuando esos zorros asquerosos lo hirieron gravemente en medio de la montaña. Cló jamás demostró tanto por su triste persona y ahora, viendo cuánto amor era capaz de proyectar, se odió por haberla tenido y dejado ir así, solo por ser estúpido, solo porque su ambición lo cegó. Mierda, dolía, realmente le dolía no ser él quien tuviera a esa hermosa leona entre sus brazos, conteniéndola en su preocupación, mimándola por ser tan bonita, tan tierna, tan ella.
—O dejas de desprender ese olor a tristeza o Bruno te asesinará en esta limpia sala —susurró divertido Ian en el oído del león.
Arton solo lo miró de reojo y decidió no responder, después de todo tenía el completo derecho de sentirse como la mierda si así lo quería.
—De Stallocca me encargo yo —dijo Ian haciendo referencia a la representante de los zorros, misma que los había enviado a asesinar a un tipejo que poseía mucha información, demasiada en realidad, para seguridad de cualquiera, por eso Ian necesitaba saber qué más había escondido debajo de la alfombra, porque la simulación de la muerte de aquel zorro había salido a la perfección, por eso lo había podido ocultar con maestría en la misma cabaña que usaba Bruno para esconderse del mundo, pero el muy porquería no era de fiar, así que el lince no estaba seguro de que hubiese revelado toda la verdad, por eso recurriría directo a la fuente, a la representante de aquella r**a que le resultaba sumamente extraña.
—Bien —dijo Nate pero no le entregó ninguna carpeta, ya ambos habían hablado sobre el asunto.
—De todas formas, y no hace falta ser muy listo para esto, nos falta gente —dijo Cló contabilizando que ellos eran cinco y las porquerías del Consejo seis.
—Por eso vamos a necesitar ayuda —respondió el humano y aquella sonrisa torcida les indicó que ya había un respaldo viajando hacia ellos.
—--------------
Despertó exaltada, de nuevo ese sueño espantoso donde, no solo perdía a su hijito, sino que Cló era decapitada frente a sus ojos. Se sentó agitada en la cama y al instante notó aquellos fuertes brazos envolverla. No supo que lloraba hasta el momento en el que intentó inhalar y el sollozo le impidió ingresar aire.
—Tranquila, cariño, todo está bien —susurró Luca apretándola más contra él.
—Oliver, ¿dónde está? —preguntó desesperada buscándolo en la oscuridad.
—Ahí, en su cuna —dijo mostrando aquel espacio junto a la cama en donde su pequeño dormía ajeno a tanto trauma que asaltaba en medio de la noche solo para perturbar la paz de sus progenitores.
—Luca —sollozó más fuerte y se aferró a su lobo precioso.
Y a Luca el mundo se le vino abajo, porque su tierna compañera no tenía un momento de paz, porque los recuerdos la perturbaban al punto en que había tenido que extender su licencia no pudiendo regresar a su trabajo, a ese que la apasionaba pero que en su estado actual no podía llevar adelante con normalidad, porque el terror a volver ser secuestrada, a ser arrancada de su hogar para terminar encerrada en una asquerosa celda, siendo presionada para develar aquellos secretos que solo guardaba en su mente, obligada a desarrollar sueros con extrañas propiedades, sometida a condiciones espantosas y tratos inhumanos, la habían roto a niveles demasiados profundos.
No, Aly era un espíritu delicado y aquello había resultado demasiado, terminando de aniquilarla con la muerte de su hermana, de su hermanita, de la pequeñita Cló; todo por su culpa, por meterse en cuestiones peligrosas, siendo ella misma quien terminó mejor custodiada, con una familia, un compañero amoroso, un hogar, un buen trabajo, todo, todo lo que su hermanita siempre había querido y ahora… Ahora Cló ya no podría cumplir nada de eso.
—Amor —murmuró con dolor Luca y se aferró más a ella, notando cómo aquel ser luchaba por apoderarse de su conciencia, empujaba por salir a la superficie y vengar el dolor que experimentaba Aly, la leona que no cesaba de romperse noche tras noche en sus brazos. No, ya no lo toleraba, alguien debía hacerse cargo de la situación y sufrir toda su ira.
—Alfa —escuchó Luca que dijo Aly.
Como pudo enfocó a su compañera y la notó a su lado aún sobre la cama, sosteniendo el teléfono pegado a su oído.
—Luca, te calmas —ordenó la Nia al otro lado del teléfono, orden que el lobo oyó con claridad porque Aly había colocado el altavoz y la voz de la Alfa resonó en toda la habitación, despertando a Oliver de su tierno sueño.
—Alfa —murmuró con voz ronca el Beta, demostrando su necesidad de retomar el control, luchando por romper aquellas cadenas que su lobo imponía por sobre su humanidad.
Es que Luca sabía que Aly se asustaba, que Oliver le temía a su bestia, pero sobre todo que él perdía la noción de lo que sucedía a su alrededor y podía dañar a su familia sin pretenderlo.
—Luca, vuelve —exigió la Alfa y su lobo terminó cediendo a aquella voz de mando, única voz que lo sometía, porque ni Aly lograba hacer que su bestia obedeciese, por más que ambas partes de él amaban con locura a la felina, solo la voz de Nia era la que estaba dispuesto a acatar sin objeciones.
Apenas volvió a ser completamente dueño de su cuerpo, Aly lo abrazó con ganas al mismo tiempo que él se disculpaba una y otra vez por haber perdido el control.
—Luca —llamó la Alfa—, deberían ir por ayuda profesional. Hay una doctora de apellido Paez que Hernan conoce; él dice que es excelente en tratamientos que ayudan en la superación de situaciones traumáticas —propuso.
—Sí, Alfa, lo haremos —aceptó y cortó la llamada, porque en ese preciso momento no necesitaba de doctoras y tratamientos, lo que necesitaba era contener a su leoncita y calmar a Oliver que había comenzado a llorar en su cunita, eso era lo que debía solucionar.