—Amor, necesito que te mantengas en calma —pidió Ian sujetando la preciosa carita de Paulette entre sus enormes manos.
—Está bien —dijo un tanto confundida.
Resulta que Ian había llegado al departamento, guardado toda su ropa junto con la computadora en un bolso, solo para sacarla casi a las corridas de allí, montarla en un auto y llevarla a ese extraño lugar en el que se encontraban. Ahora, no sabía por qué, su compañero se mostraba increíblemente inquieto y le pedía cosas que a ella le costaba comprender, pero confiaba en él, sabía que Ian le explicaría todo a su debido momento, así que aceptaría aquel extraño pedido y lo acompañaría hacia ese lugar al que deseaba ir.
—Te amo con mi alma, con cada parte de mi ser y jamás, jamás haría nada que te hiciera daño, solo quise mantenerte a salvo, pero ya no tolero más esconderte esto —aseguró Ian haciendo que Paulette frunciera el entrecejo.
Bueno, era definitivo, ella estaba perdida.
Sin decirle nada más, pero destilando un evidente aroma a preocupación, Ian la tomó de la mano y la guió por un extenso pasillo en exceso iluminado hasta una puerta doble de color gris. Allí su compañero golpeó con cierta suavidad y debieron aguardar hasta que les permitieron el paso.
Y carajos que Paulette entendió por qué tanta precaución, supo exactamente a qué se debía ese olor a culpa que Ian no dejaba de emanar cada vez que ella lloraba durante la noche apenas se veía contenida en los fuertes brazos de su lince.
—Bruno —susurró contemplando a su hermano parado a unos cuantos pasos.
—Hola, pequeña —respondió el lobo y a ella el mundo le resultó repentinamente retorcido.
¿Por qué?¿Por qué Bruno le había mentido así?¿Por qué la habían dejado sufrir de aquella manera?¿Por qué?
—¿Cló? —indagó al ver a su cuñada plantada al lado de su hermano.
—Paulette —respondió con sonrisa afectada la leona.
—Ian, ¿qué significa esto? —indagó sin mirarlo, sin poder despegar la vista de su hermano.
—Amor, déjanos explicarte.
—¿Explicarme? —indagó incrédula, ahora sí, mirándolo— ¿Explicarme qué?¿Que me engañaron como a una imbécil?¿Qué sufrí todo este tiempo por alguien que estaba vivo y que tú, tú —acentuó apretando la punta de su dedo contra el pecho de su compañero —lo sabías y decidiste callar?
—Amor, no…
—¿No qué?¿No es lo que creo? Porque yo veo a mi hermano vivo —exclamó señalando a Bruno que se mantenía en un extraño estado de shock —y nadie fue capaz de decírmelo —afirmó apretando las muelas.
—Paulette —llamó Cló.
—Y tú —gruñó enfocándose en su cuñada—, Aly está sufriendo horrible tu pérdida pero a tí te importa una mierda —exclamó clavando aquella daga que Cló había querido evitar desde el preciso momento en que volvió en sí—. No creas que ella ha podido sobrellevar tu muerte mejor de lo que yo lo hice con la de Bruno —aseguró señalándose a sí misma, dejando que aquellas lágrimas cayeran solitas—. Son unas porquerías, todos —afirmó y giró para salir de allí, para dejar a su hermano al borde de las lágrimas y a su cuñada con la garganta estrangulada por el dolor.
E Ian se sintió morir, porque había peleado con todos, con absolutamente todos por el derecho de Paulette a saber la verdad, pero le habían negado una y otra vez su pedido y ahora, ahora su lobita preciosa estaba tan enfadada con él que no sabía cómo demonios haría para solucionarlo. Mierda, otra vez lo había arruinado todo con Paulette.
Mientras todos intentaban reaccionar, hacer que sus cuerpos se movieran solo para alcanzar aquella rubiecita que estaba terriblemente enojada con cada uno de ellos, Paulette llegó hasta la habitación que le habían otorgado solo para encerrarse en ella y llorar sin consuelo, porque otra vez la tomaban por idiota, otra vez su compañero le ocultaba la verdad, otra vez se sentía un juguete de aquellos que decían protegerla.
El suave golpe en su puerta hizo que levantara su carita congestionada de la almohada solo para ordenar que quien fuera que estuviera en la puerta se marchara.
—Paulette —llamó Marcel y la voz de aquel lobo hizo que la rubia sintiera algo de paz entre tanta cuestión extraña.
—Marcel —exclamó llorosa apenas abrió la puerta y se aventó a los brazos de su hermano— ¿Tú también lo sabes? —indagó enterrada en el pecho del lobo.
—Me enteré hace unas horas, cuando llegué aquí —afirmó acariciándole la cabeza con cariño.
—¿Es cierto que te atacaron?—preguntó levantando la mirada hasta encontrar la de su hermano, esa que conocía de memoria, esa que le revelaba todo sin una sola palabra.
Resulta que Ian algo le había explicado sobre aquel comportamiento por su parte en donde le ordenaba a ella dejar todo atrás solo para seguirlo, muy poco le había dicho sobre un extraño suceso que tuvo a Marcel como objetivo, un ataque directo hacia su mellizo con intenciones aún no definidas. Por eso Paulette sabía de aquel ataque, por eso apenas lo recordó el temor la hizo temblar por los «tal vez» que se amontonaban en su cabecita.
—Sí, es cierto. Por suerte llegó Hernán, luego algunos ejecutores de la manada y también Nate —explicó con sonrisa afectada mientras guiaba a su hermana hasta un pequeño sillón en el que, con suerte, cabían los dos, pero no le molestaba, necesitaba tener a su melliza apretada contra él, ayudándolo a comprender tanta locura desatada.
—¿Hernán?¿Él también sabe de esto?—indagó sentándose al lado de Marcel sintiendo la ira volver a apoderarse de ella—. ¿Acaso todo el maldito mundo sabía?
—Creo que sí —respondió apoyando su mejilla en lo alto de la cabeza de Paulette—. En realidad no me han explicado demasiado. Nate dijo que me diría todo en cuanto regrese, pero al parecer eso será por la noche —explicó un tanto desanimado.
—¿No te lastimaron, verdad? —preguntó apretándose más contra él.
—No, pero creo que hubiera sido bueno ir a los campamentos y entrenamientos que papá quería. Ahora me doy cuenta que no estoy a la altura de Hernán en cuanto a peleas.
—Somos dos inútiles y por eso nos ocultan todo —aseguró Paulette.
—Bueno, al parecer nos mantendrán encerrados aquí, tal vez alguien nos pueda enseñar lo básico —propuso necesitando ocupar su mente en algún tema que no fuese el hecho de que Bruno estaba con vida.
—Podríamos hacer eso —aceptó Paulette sintiéndose un poco mejor, relajándose con los suaves latidos del corazón de Marcel, de ese que era el único que jamás, en toda su vida, le había mentido, porque ellos eran casi como uno, por eso no podrían ocultarse nada.
—Me alegra saber que está vivo —susurró Marcel luego de unos instantes de silencio, de cómodo y calmo silencio.
—No creas que a mí no, pero… ¡Dios, Marcel! —exclamó sentándose bien en aquel sillón —¿Acaso no nos podían explicar nada?
—No sé, Paulette, tal vez no —respondió convencido.
—¿No te molesta que Nate te haya mentido?—cuestionó confundida.
—No lo sé —dijo volviendo a atraerla a sus brazos, es que necesitaba el apoyo de su hermanita—. Bien sabes que aún no hay nada definido entre nosotros —dijo con cierta tristeza —así que en realidad no tengo mucha idea de qué puedo reclamar y qué no.
—¿Tú lobo lo quiere marcar?
—Desde casi el primer momento, pero sabes que con los humanos es diferente, que hay que esperar que ellos digan que te aman para poder avanzar, y eso… Dios —suspiró resignado—. Tal vez eso nunca pase —agregó mirándola con pena.
—No, Marcel —dijo tomándolo por las mejillas—, él te ama, solo le cuesta decirlo —afirmó segura.
—Espero que sí —respondió con una sonrisa afectada.
Es que en realidad Nate no era claro, no ponía en palabras nada y sus gestos eran tan cambiantes como el clima en pleno otoño. Así que no, el lobo no podía afirmar nada de aquello.
—¿Con Bruno estás enojado? —preguntó Paulette volviendo a apoyarse en el pecho de su hermano.
—No. Realmente lloré como cuando pensé que se había perdido en el bosque aquella vez que salimos de excursión —explicó y sintió la suave risita de Paulette contra su pecho.
—Yo estoy feliz, pero me confunde demasiado esta situación.
—Tal vez debamos hablar con él, saber lo que piensa. Paulette —llamó con seriedad haciendo que su hermanita lo mirara bien de frente—, Bruno está muy triste, creo que para él todo esto también debe haber sido muy difícil. No sabemos qué ha sucedido para que se haya visto obligado a fingir su propia muerte. Creo que como familia debemos apoyarlo.
—Puede que tengas razón —murmuró como cuando era pequeña y odiaba saberse en un error—. Ahí viene —afirmó parándose para ir a la puerta y abrir antes de que Bruno golpeara—. Eres un hermano terrible —afirmó la rubiecita contemplando a Bruno que no dejaba de desprender ese olor a culpa—, pero te amo y estoy feliz de que estés con vida —afirmó a punto de llorar, justo antes de aventarse a los brazos de su hermano y apretujarse con ganas contra él.
—También te amo —susurró Bruno contra el cabello de su hermanita—. Lamento tanto haberte mentido —aseguró sintiendo esas lágrimas caer lentamente.
—¡Ay, el amor de hermanos! —exclamó Marcel y envolvió a los otros dos como si se tratara de un c*****o protector.
—Me están dejando fuera —dijo Hernán apareciendo de la nada misma y se encargó de aferrarse a sus hermanos, a esos tres que amaba incondicionalmente y ahora, por fin, los volvía a tener reunidos bajo el mismo techo.
—Contigo estoy enfadada —murmuró Paulette apretujada entre tantos brazos.
—Me lo tomo como venganza por todas las que tú me hiciste pasar a mí cuando eras pequeña y luego de adolescente —aseguró Hernán y le besó en lo alto de la cabeza.
—¿Vamos a hacer de cuenta que nadie huele a la Beta Alma en Hernán? —indagó Marcel haciendo reír a los otros tres.
—Cló se volverá loca cuando lo sepa —afirmó Paulette entre suaves risitas mientras se desprendía del abrazo de sus protectores hermanos, obligando a todos a mirarse de frente.
—En serio lamento haberlos hecho sufrir —aseguró Bruno contemplando a esos mellizos que siempre se metían en problemas, que más de una vez tuvo que rescatar de situaciones por demás extrañas, pero que amaba incondicionalmente.
—Vas a tener que regalarme muchos chocolates para compensar —dijo Paulette secando algunas lagrimitas que habían escapado de sus ojos.
—Todos los que quieras —afirmó Bruno sonriendo amplio, bien amplio. Porque sí, le compraría a su hermana todo el chocolate del mundo si ella así lo deseaba.
—------
Lo sabía, sabía que él la seguía con la mirada mientras terminaba de acomodar las pocas cosas que había traído, haciendo algo de tiempo hasta que su computadora decidiera prender para ponerse a trabajar en aquella página web que le habían encargado y deseaba terminar antes de que el día finalizara.
—Paulette —llamó nuevamente Ian.
—Dime —respondió sin mirarlo, sin dejar de apilar sus pantalones en el diminuto estante donde debía guardar toda su ropa. Mierda, debería haber traído menos, tal vez podía dejar algunas prendas en el bolso y ya.
—Amor, ¿podemos hablarlo? —pidió acercándose a ella, notando cómo Paulette al instante lo esquivaba para meterse dentro del baño.
—Ahora, no, estoy muy molesta y no quiero decir una estupidez —dijo acomodando algunos potecitos de crema en el estante.
—Paulette, por favor —insistió Ian y la tomó del brazo para sacarla con suavidad del baño, para hacer que lo enfrentara de una buena vez y le dijera todo aquello que se estaba guardando.
—Bien, dime —exigió mirándolo de frente.
—Paulette, debes entender que todo esto es muy peligroso, que todo fue solo para protegerte. ¡Dios! Solo quiero cuidarte —exclamó un tanto irritado.
—Ese es el problema, Ian —dijo presionando su dedo contra el pecho del lince—. Crees que me cuidas, pero haciéndome ignorante de todo solo me pones en mayor peligro. No soy de cristal, no necesito que me pongas en una cajita donde nada me lastime, puedo cuidarme —afirmó con seguridad.
—¿Puedes cuidarte? —indagó sintiendo la furia cerrarle la garganta— ¿Puedes protegerte? —cuestionó y en un rápido movimiento la tomó por uno de sus brazos, obligándola a darle la espalda solo para arrojarla a la cama y subirse detrás de ella, apretándola aún más contra el colchón—. No usé ni la mitad de mi fuerza y mira cómo te tengo, Paulette, no digas que puedes defenderte.
—Si me enseñaras, si me mostraras cómo, yo no dependería de tus estúpidos cuidados —gruñó con mal humor.
—Sin mis cuidados hace tiempo te habrían lastimado, así que no te comportes como una niña caprichosa —dijo y la soltó.
Paulette giró en el instante y clavó sus furiosos ojos en él. Odiaba, detestaba que la tratase así.
—Te guste o no —murmuró con los dientes apretados la loba— yo me puedo valer por mí misma —aseguró poniéndose de pie—. Soy capaz de cuidarme, no necesito niñero —afirmó planteándose delante de Ian.
—Solo me preocupo por tí —gruñó desafiante.
—Sí realmente te preocuparas me apoyarías para que pudiese aprender a defenderme ante personas con tu fuerza, pero solo te gusta estar seguro que dependo de tí —respondió con firmeza—. Y yo puedo valerme por mí misma, aunque no te guste —afirmó y giró sobre sus talones para salir de allí, para alejarse del lince idiota y sus ideas de mierda.
A paso rápido caminó por los pasillos hasta que pudo oler a su cuñada, en realidad a la angustia que experimentaba su cuñada.
Giró a la izquierda en el siguiente pasillo y la vió sentada delante de una puerta, misma que separaba a Cló de Bruno.
—¿Estás bien? —preguntó llegando al lado de la leona.
—Em… Sí, solo espero por Bruno —respondió señalando a la puerta.
—¿Y por qué aquí? —indagó tomando asiento en el piso justo al lado de Cló.
—Yo no puedo —susurró y dobló las piernas solo para poder apoyar su barbilla en lo alto de las rodillas.
—¿Qué cosa? —preguntó y le acarició suavemente el cabello.
—Alejarme —aseguró apoyando su mejilla en las rodillas—. Siento que si me alejo él no volverá.
—Es una idea un tanto extraña —respondió Paulette riendo suavecito.
—Lo sé, pero temo demasiado perderlo. Dolió insoportablemente mucho cuando pensé que él… Cuando dijeron… Ya sabes.
—Entiendo, pero Bruno no se irá de la nada —dijo con tierna sonrisa.
—Sé que soy irracional, pero no lo puedo evitar.
—Bueno, tal vez si te propongo algo puedas separarte sin estar a dos segundos de colapsar —dijo.
—A ver —respondió entusiasmada por nada.
—Quiero aprender a defenderme. Bueno, en realidad con Marcel nos gustaría aprender. ¿Puedes enseñarnos?
—¡Por supuesto!—respondió al instante sentándose mejor.
—Bien, ¿Podemos comenzar ahora?
—Yo… —respondió y desvió apenitas la mirada hacia la puerta.
—La idea es que puedas distraerte con algo —susurró Paulette.
—Bien, vamos ya que a Bruno aún le queda un largo rato allí dentro —aseguró sabiendo que su lobito estaba hablando con aquella psicóloga.
—Vamos a buscar a Marcel —propuso sin saber que su hermano le diría que no podía, que estaba demasiado ocupado con todo el trabajo que se le había acumulado, aunque en realidad solo deseaba que el tiempo pasara y Nate por fin se presentara frente a su puerta para dar las explicaciones pertinentes a tan extraño asunto que los envolvía.