Capítulo 11

1603 Words
Salió del ascensor y se acomodó mejor su saco azul. Estaba agotado, aquel viaje le había llevado más tiempo del esperado por culpa de una estúpida tormenta, pero ya estaba allí a las puertas de la oficina de aquel imbécil y no esperaría ni un segundo más para dejar las cosas en claro. Sin golpear ingresó directamente, encontrándolo detrás de un enorme escritorio de madera, con una imponente vista de la Ciudad Principal a sus espaldas. Caminó directo hacia él a paso firme mientras sacaba su arma de la funda oculta debajo de su traje. Cargó en un rápido movimiento y apuntó directo a la cabeza del idiota. —Vuelve a tocarle un solo cabello y te mataré sin dudarlo —gruñó Nate. —Calma, calma, después de todo tu lobo estaba bien protegido —aseguró Martin elevando las manos. —Te lo digo en serio, infeliz, mejor que ni mires en su dirección —dijo terminando de pararse frente al estúpido, sin bajar jamás su arma, sin dejarse distraer por aquellas frases que seguro le escupiría. —Jamás imaginé verte tan desesperado por proteger a alguien —respondió Martin evidentemente divertido—. Es algo estimulante saber que sí tienes sentimientos —agregó y sonrió amplio. —Él no tiene nada que ver con nuestros asuntos, no ha hecho nada. —Sí hizo algo —declaró repentinamente serio—. Se llevó a mi juguete personal, a mi compañero de cuarto, eso hizo. —Vamos, imbécil, bien sabes que lo nuestro era solo sexo —aseguró Nate guardando el arma. —Y evidentemente con él es mucho más —rebatió viendo como Nate se giraba para comenzar a caminar hacia la salida. —No te importa, solo mantente lejos —ordenó dándole la espalda—. Si una sola vez lo vuelves a poner en peligro, juro que te mataré —aseguró antes de abrir la puerta y salir de allí, dejando detrás de sí a un hombre en extremo serio. Martin cambió su expresión cargada de diversión por un semblante sombrío, hasta podría decirse melancólico, porque siempre había supuesto que él y Nate se entendían, que eran dos almas solitarias que se habían encontrado para acompañarse, para plantarle cara a un Consejo que los consideraba inferiores, a Nate por su condición humana, a él por ser la combinación de dos especies, por no demostrar su verdadero poder hasta pocos meses atrás, cuando se vió obligado a actuar solo para salvar a ese humano de una muerte inminente. Sólo allí el Consejo notó que, tal vez, aquellos que descendían de varias especies resultaban más fuertes, que sus animales eran unas bestias peculiares, un tanto difíciles de dominar, pero increíblemente fuertes. Por eso mismo aquellos viejos imbéciles habían montado un plan tan estúpido, tan ridículo que no le dejaron más remedio que el intervenir. Pero Nate no sabía nada de aquello, no sospechaba lo que él sabía. Ahora, siendo rechazado por el único a quien había considerado un igual, debía sentarse y analizar sus opciones. Bueno, de todas formas ese tal Marcel debía sufrir, aunque sea un poquito, el haberle arrebatado a su compañero. —-------- —Bueno, al fin el jefecito decidió aparecer —exclamó Cló ingresando a la oficina de Nate mientras era seguida por su lobito, Ian y el idiota de Arton. —Sí, sí —desestimó el humano—, pero no vine solo —agregó y sonrió de esa manera que a Cló le sonaba solo a malas noticias. Y, aunque no podía calificarla como una mala noticia, sí podía adelantar que no se trataba de la más lúcida decisión, porque Alma, con esa sonrisa amplia, ingresó casi como si fuese reina de todo el maldito lugar. De cerca Hernán sonreía un tanto cohibido por la mirada que Bruno le regalaba, esa que hacía cientos de preguntas sin necesidad de una sola palabra. —Oh, Cló querida, qué bien tenerte con vida de nuevo, era una pena perder a alguien con tus capacidades en la cama —dijo sujetándola suavemente por la barbilla. Bien, los gruñidos de ambos Oliviera eran señal suficiente para saber que debían alejarse. —Alma, un gusto verte y saber que tus necesidades sexuales están completamente cubiertas —respondió Cló con una sonrisa y desvió su mirada hasta Hernán que parecía, hasta podría decirse orgulloso, por su rol en la vida de aquella Beta. —Siempre estoy cubierta —aseguró Alma guiñando un ojo antes de tomar de la mano a Hernán para guiarlo al amplio sillón n***o en donde ambos se sentaron—. Ahora digan para qué les soy buena —ordenó y sonrió de una manera casi sucia. —Ya sabes —respondió Nate tomando asiento frente a la Beta—. De alguna manera siempre lo sabes todo. —Beneficios de crecer en la calle —aseguró y se dejó caer hacia el costado donde Hernán se apresuró a envolverla con su brazo, pasándolo por detrás de la espalda de su linda, linda compañera. —Entonces, ¿contamos contigo? —indagó Nate. —¿Cló está incluida en el paquete? —dijo sonriente ignorando cómo su lobito se aferraba más a ella. —Tiene compañero y esas cosas de lazos eternos —desestimó Nate batiendo su mano al aire—. Te puedes quedar con Arton —dijo señalando al león que elevó una ceja al sentirse un objeto de intercambio. —Nunca lo hice con él —confesó animada Alma —¿Es bueno? —preguntó observando a Cló. —Si no fuera un imbécil, podría decir que es decente —respondió y sonrió amplio ignorando el show de gruñidos de aquellos lobos. —Podemos ir los tres a mi habitación y comparan impresiones —dijo Arton apoyándose mejor en el silloncito en el que se encontraba. —Basta —gruñó Bruno aferrado a la cintura de Cló, sosteniendo como mal podía a su lobo que reclamaba por salir para acallar a todos en aquella sala, incluida a su leoncita hermosa. —¡Ya! Los lobos me están poniendo de mal humor —ordenó Nate—. Y bien, Alma, ¿contamos contigo? —Claro que sí —afirmó divertida en exceso—. Pero para que quede claro, el grandote también viene conmigo —exigió señalando al lobo. —Es claro que sí —respondió Nate sintiendo que el agotamiento volvía a intentar apoderarse de él. Bueno, el haber dormido apenas diez horas en los últimos tres días debía tener algún tipo de consecuencia, ¿no? —Entonces cuenten el plan —pidió con tanta energía que Nate sintió el mal humor escalar rápidamente en su interior. Las siguientes tres horas se dedicaron a explicar cada detalle de lo que sabían a la Beta. Alma, más seria que nunca, analizó dentro de su cabecita cada cosita solo para escupir su sentencia final: —Ese plan es una mierda —aseguró apoyando los codos en sus rodillas, inclinándose hacia adelante para clavar con firmeza sus ojos en Nate— ¿Quién lo diseñó?¿Cló? Porque ella es pésima para elaborar planes —explicó con seriedad. —Esta estúpida —susurró con mal humor Cló sintiendo los brazos de Bruno envolverla con cariño. —Es la única opción —dijo Arton—. Hay que atacar a todos juntos. —Sí, en eso tienes razón —aceptó la Beta—, pero dime cómo carajos harás para sacar a los tipos más influyentes del mundo de sus cuevas, eso suponiendo que realmente podamos infiltrados dentro. —Vamos, Alma, es obvio que hay que asegurar eso antes de llegar al objetivo —rebatió Nate mientras se servía algo de whisky. Bueno, tal vez el alcohol le devolvería un poco de energía. —Es una mierda demasiado arriesgada —sentenció la Beta—. ¿No hay alguna forma de que todos estén reunidos en un mismo lugar? —indagó. —Imposible —sentenció Nate—. Nunca hay reuniones en donde estemos los siete. —Pero debe haber alguna cosa de tan enorme importancia que los obligue a reunirse —presionó con mal humor Alma. —Y si la hubiese sería aún más difícil colarse para atacarlos. —No los atacaremos —exclamó con enfado—. Sólo necesitamos que estén reunidos todos y se hagan las confesiones necesarias —agregó como si fuese evidente. —¿Y cómo harás que confiesen? —indagó Cló con cierto tonito de burla. —Fácil, hay que volverlos paranoicos antes de la reunión —aseguró remarcando el antes con intención. —¿Qué? —preguntó la ejecutora impactada. —Claro, le sembramos la semilla en sus cabezas imbéciles y después, cuando estén todos juntos, presionamos un poco más para que ellos mismos empiecen a escupir la verdad —afirmó orgullosa de su plan—. Es menos arriesgado, lástima que no estarás entre balas y cuchillos, linda —dijo observando de manera significativa a Cló—, pero requiere más profesionalismo que ir a los puños a exigir cosas sin sentido para esos idiotas. —Bien, me gusta —murmuró Nate desde su lugar mientras bebía lentamente—. Déjame ver qué cuestión podría ser tan importante para obligarnos a reunirnos —dijo pensativo, buscando en su mente cada maldita regla de aquel libro que regía el comportamiento del Consejo y sus miembros. Algo debía haber, aunque fuese una pequeña cosa. —Bien, ya hecho esto debemos irnos a solucionar otro asunto —sentenció Ian poniéndose de pie y observando en dirección a Bruno que asintió serio. Era momento de enfrentar a Paulette.
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