Capítulo 3

1529 Words
Llevaba todo el día con ella pegada a su ser. No, no se quejaba, solo que en ese momento deseaba ir al baño y, bueno, no sería para nada agradable que ella ingresara junto a él. Con suavidad la tomó por sus mejillitas y clavó sus oscuros ojos en aquellos que lo contemplaban con ese extraño brillo de tristeza. —Amor, necesito ir al baño para hacer lo segundo. Espérame un instante, ¿si? —explicó con calma solo para regalarle un besito en la punta de su naricita. —Emmm… Bien… —respondió dudosa. —Estamos en la misma habitación, no saldré de aquí, tranquila —le dijo Bruno y la vió asentir con dudas—. Tranquila —repitió y la besó suavecito en los labios. Cló sintió que el aire comenzaba a faltarle en cuanto aquella puerta se cerró y los separó de una manera horrible, apartándolo de su protectora mirada. Con el corazón desbocado se sentó al lado de la puerta, recogiendo sus piernitas hasta tener las rodillas bien pegadas al pecho. Intentando racionalizar sus sentimientos se repitió que él estaba bien, que solo necesitaba ir al baño, que nada le podía suceder allí adentro, aunque no podría asegurarlo, tal vez una bomba caería sobre ese extraño bunker en el que estaban encerrados y todo volaría por los aires. Bueno, si eso sucedía ella también lo haría así que morirían juntos. No, no quería que Bruno muriera. ¡Dios! ¿Por qué tardaba tanto? Solo era ir y descargar sus entrañas, no debería llevarle tanto tiempo. Asustada levantó su cabecita y apoyó su mejilla en una de las rodillas, clavando sus ojitos en esa estúpida puerta blanca. Realmente odiaba a esa inútil madera. Suspiró pesado y volvió a hundir su carita entre sus rodillas. ¡Era irracional lo que estaba haciendo! Pero no había forma de que su cuerpo decidiera ponerse en pie para apartarse de la puerta del infierno. Dios, Bruno iba a pensar que ella había perdido la cordura para siempre y terminaría encerrándola en un manicomio. —Amor —escuchó a su lado junto con una suave risita bien divertida. La reacción de todo su cuerpo, ese mismo que se había mantenido estático, fue saltar directo a los brazos de aquel lobo y besarlo con ganas, como si se hubiesen separado por años. Bruno, impactado por tal espectáculo, simplemente la dejó hacer. Lo entendía, comprendía que ella aún no terminaba de procesar que su presencia era real, que no la dejaría nuevamente, que toda la pesadilla había terminado, bueno, una parte de ella en realidad. Con cuidado la guió hasta la cama y la acostó, ubicándose él a su lado, acariciándole con cariño su cabello mientras la miraba bien de frente, tal como Cló hacía con él. —¿Quieres contarme? —preguntó al verla luchar contra las lágrimas. —Pensarás que soy una demente y me terminarás internando en un sanatorio mental donde experimentarán con mi cerebro y sus desvarios —escupió de corrido confundiéndolo increíblemente. —¿Qué? —indagó entre suaves risitas. —Bruno —dijo sentándose en la cama, obligándolo a él a girarse para quedar acostado sobre su espalda y así poder contemplarla mejor—, yo no estoy loca —aseguró haciéndolo reír. —Lo sé, solo eres peculiar —dijo recordando la palabra que Matt utilizó una vez para definirla y que bien era aplicable a su preciosa leona. —Pero es como que… Dios —bufó revolviéndose el pelito—. Es que si no te veo siento que dejarás de estar, que desaparecerás de un momento a otro si yo no estoy a tu lado para asegurarme que eso no suceda —explicó lo mejor que pudo aquel enredado sentimiento que la llenaba por dentro. —Cariño, lo entiendo —dijo atrayéndola hacia él—. Pensaste que morí, que ya no regresaría, es normal que ahora tengas miedo. Pero tranquila —dijo y le beso la cabecita—, no me iré nunca más. Lo prometo —aseguró viendo cómo Cló se incorporaba para verlo directo a los ojos. —Y no puedes romper tus promesas —le ordenó con enfado. —Y no puedo romper mis promesas —aseguró y se dejó besar mientras intentaba extirpar de su preciosa leoncita todo aquel miedo—. ¿Y si visitas a las psicóloga que hay aquí? —propuso luego de un corto instante de silencio en donde se quedaron tranquilamente recostados, bien enredados en brazos y piernas, bien pegados. —¿Hay tal cosa aquí? —indagó curiosa. —Claro. Puedes ir con ella y explicarle lo que sucede, tal vez ayude hablar con un profesional —propuso. —Sí, tal vez sea una buena idea… O una porquería, no lo sabremos hasta que no vaya, ¿verdad? —indagó divertida desde su cómoda posición—. ¿Tú fuiste a visitarla? —preguntó elevando su carita para verlo de frente, ganándose un tierno besito como premio por ser tan preciosa. —Sí, solo hay que ir hasta el ala de Medicina y allí preguntar por la Doctora Paez —explicó sabiendo que su compañera había desviado hábilmente el tema. —La doctora debería caminar todo ese largo pasillo hasta aquí, me parece injusto tener que hacer todo el trabajo —dijo frunciendo su entrecejo. Bruno dejó escapar una ronca carcajada y la atrajó hasta su pecho, aplastándola contra él mientras se sentía explotar de felicidad. —-------------------------------- Elevó sus ojos y los clavó en el alto techo de su oficina, ubicada en el centro de la ciudad, una ciudad rebosante de dinero, llena hasta arriba de metálico gracias a los avances tecnológicos de su manada. Bueno, eran buenos en su área y eso los colocaba en una posición privilegiada. Intentó seguir con aquella línea de pensamiento pero de nuevo esos ojos oscuros, brillantes de tristeza, la asaltaron sin permiso de nadie, sin el visto bueno de su propia mente. Mierda, su encuentro casual con Hernan la había dejado bastante estúpida, algo extraño para su personalidad hermética. Y lo recordó, voló a aquella noche en donde se escabulló por el costado del Hospital perteneciente a los osos en busca de algo de tranquilidad y soledad. No esperó encontrarse con ese enorme lobo que fumaba tranquilamente apoyado contra una de las paredes exteriores del Hospital, mismo que mantenía sus ojos clavados en una camioneta que se alejaba a toda velocidad. Se acercó más por curiosidad que por otra cosa, pero apenas estuvo a dos pasos del enorme sujeto notó que algo más pasaba allí, que él no se giraba a observarla aunque supiese que estaba allí, a su lado. —Buenas —le había dicho para llamar su atención. Y en cuanto esos ojos se posaron en su cuerpo, todo su ser tembló de una manera extraña, cada fibra que la componía vibró de una manera única, como jamás lo había hecho antes. Despacito inhaló y elevó su mano hasta señalar el cigarrillo entre los dedos de aquel lobo solitario, en un silencioso pedido de algo de tabaco para ella. Hernan, conteniendo a su lobo que se debatía entre actuar o esperar un poco más, hasta que todo lo de Bruno se hubiese asentado mejor en su persona, simplemente metió su mano en el bolsillo para extraer la caja de cigarrillos. —Gracias —susurró la preciosa minina con una timidez extraña para ella. Hernan asintió con la cabeza, guardó la cajita y sacó el encendedor para ofrecerle fuego a la leona. —Lamento lo de Bruno —susurró Alma dándole la primera pitada a su cigarrillo. —Gracias —susurró bajando la mirada y fumando él su propio tabaco. —Cualquier cosa que necesites tú o tus hermanos… —dijo y dejó la frase abierta. Es que Alma no podía ponerse en el lugar de Hernan, era demasiado doloroso hacerlo porque ella sin su hermano, sin Matt llamándola cada noche para saber si estaba bien, si había comido, si necesitaba algo, no podría vivir. Necesitaba de su hermano, de su pilar, de su roca, e imaginarse sin él era demasiado doloroso. —Gracias, Beta —respondió tirando la colilla de su cigarro para realizar una corta reverencia y partir rumbo al estacionamiento. Alma se apoyó en la pared, contemplando la espalda de ese enorme sujeto, fumando con calma mientras aún podía percibir el olor de ese lobo flotando en el aire. Un golpe en la puerta de su oficina la hizo regresar a la realidad, a tareas por hacer y manadas de las que encargarse. —Pase —dijo acomodándose en su silla detrás del amplio escritorio de vidrio, ubicado en el medio de una elegante y moderna oficina que bien podría pasar como las de aquellas utilizadas por los CEO´s más importantes de las empresas tecnológicas más grandes del mundo. —Beta —dijo Park, el nuevo primer ejecutor, realizando una corta reverencia—, ya está todo listo —agregó y ambos se pusieron en marcha. Bueno, la vida continuaba por más que su interior estuviese revuelto y la leona se mantuviera en un extraño estado de indecisión.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD