Capítulo 2

2651 Words
Llevaba más de media hora dando vueltas en la entrada de aquel edificio, revolviendo su oscuro cabello el cual había recortado antes de ir allí. Mierda, se sentía patético, perdido, pero no encontraba la voluntad ni para marcharse ni para ingresar. «Bueno», se dijo, «es estúpido estar plantado aquí cuando ya me debe haber olido», aseguró y tomó el poco valor que sentía para atravesar por fin aquella puerta de entrada, aprovechando que una dulce anciana necesitaba salir y sus ocupadas manos no le permitían abrir. Subió por las escaleras hasta el tercer piso, intentando disimular detrás de su olor a transpiración la evidente ansiedad que sentía. Se acomodó un poco su camisa blanca y aquel pantalón azul, inhaló profundo y golpeó en la oscura puerta de madera. Apenas lo vió, apenas sus ojos se toparon con aquellos oscuros, esos que gritaban dolor y cansancio, se sintió desfallecer. —Marcel —susurró sintiendo sus brazos laxos caer al costado de su cuerpo. —¿Nate? —respondió el lobo un tanto confundido. Es que no había prestado atención a los olores, nada lo había sacado de su estado en pausa, nada hasta que lo vió parado al otro lado de la puerta, con ese gesto de tristeza que él poco podía comprender. Porque Nate no volvió a contactarlo, no lo dejó acercarse luego de aquella última vez que compartieron juntos. Había tolerado semanas de silencio por parte de él y ahora… Ahora no tenía idea. —Yo… Lo lamento mucho —murmuró dolido por todo, por haberlo dejado sin dar explicaciones, por no responder sus mensajes, por presentarse luego de cinco días de la bien fingida muerte de Bruno, por tanto debía disculparse que la daga de la culpa se incrustó con fuerza en su pecho. —Nate —repitió Marcel incrédulo y solo lo abrazó con fuerza, dejó su nariz incrustada en el cuello de aquel humano y sin permiso de nadie un doloroso llanto brotó de lo más profundo de su ser. Nate, impactado y dolido, elevó sus brazos hasta envolver al lobo con ellos, solo buscando contenerlo, sostenerlo en su dolor por un ratito, ayudarlo a no romperse en mil pedacitos como lo estaba haciendo en ese preciso momento. Y lo supo, comprendió el dolor de Ian, la necesidad de dejar salir aquella verdad aunque pusiera en peligro toda la misión, porque el dolor de esos lobos, el llanto desgarrador de los hermanos, los partían al medio, los arrojaban a un mar de culpa en el que era difícil mantenerse a flote. —Perdón —dijo Marcel irguiéndose de repente, limpiando sus lágrimas mientras desviaba sus ojos hacia otro lado que no fuese ese humano precioso, ignorando que Nate negaba en silencio, que luchaba con las ganas de volver a abrazarlo y escupirle toda la verdad. —No, está bien, no te preocupes —respondió al fin el humano. —Yo… ¿Quieres pasar? —preguntó abriendo más la puerta. Nate dudó un momento, pero en cuanto sus ojos se volvieron a posar en aquel rostro tan congestionado, ingresó sin pensarlo. —¿Quieres agua? —le preguntó al lobo una vez que ambos estuvieron dentro. Marcel sonrió afectado y asintió con la cabeza, necesitando morderse el labio para no volver a llorar como un pequeño. Sin más el morocho ingresó a la cocina y al instante notó que no sabía dónde se hallaba nada, volvió hasta la pequeña salita solo para preguntar de dónde sacar algo que el lobito pudiese beber. —En la heladera hay botellas con agua —indicó Marcel sentándose en una alta silla de la barra que separaba la zona de la cocina de la de la sala. Nate regresó a la cocina y abrió la heladera, observando que la misma solo contaba con unas cuantas botellas de agua y medio limón ya echado a perder. Nada más. Con sus oscuros ojos recorrió el espacio y notó que no habían platos sucios ni nada que indicase que Marcel había ingerido algo en lo que iba del día. «Mierda», gruñó enfadado en su cabeza y salió de la cocina a la vez que extraía su teléfono del pantalón. —Dime, ¿qué has comido? —indagó entregándole la botella sin mirarlo, con su vista clavada en la pantalla del teléfono mientras buscaba esa bendita aplicación para pedir comida a domicilio. —Em… Creo que tomé un café esta mañana —respondió abriendo la botella y ganándose una mirada de completo reproche por parte de Nate. —Eso ni siquiera es comida —gruñó el morocho y llevó sus ojos hasta la pantalla del teléfono—. ¿Comes dos o tres hamburguesas? —indagó con mal humor. —Dos —respondió Marcel aguantando la risita. —Bien. En diez minutos llegan —afirmó guardando el aparato. —Gracias —dijo con sinceridad, contemplando a ese humano precioso con demasiado amor. —No pregunté si tu hermana estaba —dijo solo para cortar aquel íntimo momento. —Ella se queda con Ian en su departamento —aseguró y esa mirada dedicada a su persona lo confundió un poco. —¿Has estado solo estos cinco días? —indagó impactado. —Hernan vino una noche a cenar —explicó con cautela. —¿Por qué no me llamaste?¿Por qué preferiste estar solo? —preguntó en un susurro. Marcel sonrió afectado y prefirió no responder. Es que no sabía si era correcto confesarle a ese humano todo lo que sucedía en su interior, las incontables noches que anheló tenerlo a su lado, calmando su destrozado corazón culpa de una pérdida irreparable. No estaba seguro si Nate quería escuchar que su lobo aullaba con dolor por no tenerlo cerca, pero que él le había explicado que no podían obligar a Nate a aceptar nada, que bien les había dejado en claro aquel humano sus escasas intenciones para con ellos. —Yo… Y no pudo decir nada porque el portero sonó, anunciando que aquel almuerzo tardío había llegado. —¿Puedes bajar tu? —preguntó a Nate con una tierna sonrisa en el rostro. —¿No solo me haces pagar la comida sino que debo bajar a buscarla? —indagó pero de todas formas se encaminó hacia la puerta. Sintiendo el peso de la culpa aplastarlo, bajó a recibir la comida y subió solo para encontrar aquella pequeña mesa bien dispuesta para ambos. Dejó los paquetes encima de la misma y comenzó a extraer la comida de sus envoltorios, necesitando ocupar su mente en algo más que no fuese ese hombre que caminaba a su alrededor terminando de colocar los platos y cubiertos. —Vamos, a comer, que un cuerpo tan enorme como el tuyo no puede estar sin alimentarse bien —le ordenó al lobo quien tomó obedientemente asiento frente a él. Nate, sintiéndose observado, comió un poco de su hamburguesa, hasta que esa pesada mirada lo obligó a despegar sus ojos de la comida para clavarlos en aquellos que brillaban con dolor. —¿Quieres un abrazo? —preguntó y ni siquiera se cuestionó por qué había dicho aquella estupidez. Notando cómo Marcel luchaba contra las lágrimas, lo vió asentir lentamente, casi con timidez. Sin siquiera dudarlo se puso de pie y prácticamente corrió a los brazos del lobo, sintiendo cómo él lo envolvía por completo al tiempo que aquel llanto volvía a brotar con fuerzas renovadas. Y Nate se preguntó cuánto llevaba soportando en soledad, cuánto había llorado solo, sin nadie que lo contuviera, sin un solo abrazo que lo reconfortara. —Juro que en un tiempo todo será mejor —susurró el humano contra el pelito de Marcel. Y al lobo aquellas palabras solo se supieron a verdad, a una realidad futura irrevocable. Se aferró con fuerza a ellas dejando escapar un suspiro de alivio. —Voy a buscar servilletas antes que me llenes de mocos —bromeó Nate y, en un gesto inesperado, le regaló un rápido besito en la cabeza antes de soltarlo para encaminarse a la cocina. Volvió en menos de cinco segundos, entregando aquel rollo al lobo. En cuanto estuvo a punto de sentarse de nuevo en su lugar, dudó unos instantes, llevando sus ojos hasta aquel lobo que lo contemplaba con anhelo. —¿Quieres que me siente a tu lado? —preguntó intentando sonar desinteresado. —Si no es molestia —respondió avergonzado. Nate chasqueó la lengua y tomó su plato para sentarse al lado de ese lobo que prácticamente giró su silla para dejarlo a él entre sus largas piernas, comiendo con su cuerpo ubicado de costado a la mesa, observándolo directamente con esos ojitos tan dulces. Como pudo continuó comiendo su hamburguesa hasta que las ganas estuvieron a punto de vencerlo. Rápidamente se puso de pie y se acomodó la camisa. —Debo irme —dijo con nerviosismo. Marcel se puso lentamente de pie y se plantó bien cerquita de él. —Ah, no. Si yo debo comer con propiedad, tú también —le dijo dejando que una sonrisa de costado se abriera paso en su rostro. —B-bien —respondió y volvió a sentarse con rapidez antes de que ese lobo se le acercara demasiado. Sin decir nada más comenzó a engullir en grandes mordiscos su comida, sabiendo que Marcel retomaba también su almuerzo. Terminó en menos de dos minutos, sintiendo que la hamburguesa descendía dolorosamente por su garganta a falta de algún líquido que ayudara con el camino hacia abajo de aquel alimento. —Debo marcharme —dijo de nuevo de pie, caminando directamente a la puerta, sabiendo que Marcel lo seguía de cerca—. E-espero que te sientas mejor. Me llamas si lo necesitas —dijo una vez fuera del departamento, mirando hacia todos lados excepto donde ese lobo se encontraba tan elegantemente apoyado en el marco de la puerta, cruzando sus fuertes brazos a la altura del pecho, marcando aquellos pectorales debajo de la negra remera que lucía tan bien en él. —Gracias por todo —respondió Marcel con grave voz, logrando que Nate detuviera su histérico caminar solo para resolverse el pelito de una manera adorable—. ¿Qué es lo que quieres decirme? —preguntó divertido. Nate gruñó un insulto bajo que el lobo pudo escuchar con facilidad y, sin más, se abalanzó hacia esos labios que tanto deseaba, notando cómo al instante Marcel lo sujetaba con posesividad de la cintura y lo pegaba contra su fuerte cuerpo. —Tan delicioso —gruñó Marcel empujándolo contra la pared, obligándolo a enredar sus piernas alrededor de la cintura, dejándole presionar su creciente erección contra la suya. —No-no quiero —susurró Nate logrando que Marcel detuviera sus deliciosos besos solo para contemplarlo con extrañeza—. No quiero que pienses que vine solo para tener sexo —aseguró agitado, sintiendo esos dedos aferrarse más fuerte a su cintura mientras que aquella erección se apretaba aún más contra la suya. —Nos vas a volver locos —gruñó el lobo volviendo a apoderarse de esos labios tan ricos—. ¿Podemos llevarlos adentro? —indagó clavando sus oscuros y dilatados ojos en él. Nate asintió casi sin aliento, sintiéndose absorbido por aquella burbuja que no podría definir muy bien de qué se trataba. Marcel transportó sin demasiados problemas a su compañero hasta la habitación, cerrando tanto la puerta de ingreso como la de su cuarto tras de él. —Te hemos extrañado demasiado —susurró el lobo contra el oído de aquel humano que se retorció de placer solo de escuchar aquella grave voz contra la piel de su cuello. —Marcel, por favor —rogó envolviéndolo con sus piernas con mayor fuerza, atrayéndolo hacia su cuerpo que ya reposaba bien cómodo sobre el colchón. —¿Por favor, qué? —preguntó sin dejar de besarlo. —Te quiero… Te quiero sentir adentro —rogó como jamás lo había hecho, anhelando sentir aquel hombre muy enterrado en su cuerpo, dejándose llevar por ese extraño orgasmo que lo noqueaba apenas el enorme pene de su compañero se inflamaba dentro de él, sabiendo que si la cuestión era a la inversa él se perdería de tan tremenda experiencia. —Como gustes, nosotros solo estamos para complacerte —susurró y se apartó para desvestirlo rápidamente a la vez que él hacía lo mismo. Y con calma y cariño dilató a su compañero lo suficiente como para que pudiera recibirlo sin dolor. Cuando lo supo listo se enterró lentamente en él, comenzando a mecerse con ganas hasta que ambos llegaron al cielo, hasta que el semen de Nate los manchó por completo y luego una vez más cuando se hinchó dentro de él. Agitado, aún hundido en aquel huequito delicioso que se formaba en el cuello de Nate, respiró con fuerza, llenándose de ese aroma tan delicioso, absorbiendo hasta lo último que podía de ese humano hermoso. Y Nate ya no se resistió más, se dejó vencer por las ganas y abrazó con fuerza al lobo, obligándolo a aplastarlo con su peso solo para que él pudiese regalarle todos esos mimos que le había estado negando. —Es perfecto estar aquí —susurró Marcel bien hundido en aquel cómodo espacio. —Lamento que hayas estado solo en estos difíciles días —susurró Nate sin dejar de acariciarle esa amplia espalda cubierta de excitantes tatuajes. —Tranquilo, mis hermanos llamaron casi a cada hora —susurró notando el olor a tristeza que desprendía su dulce hombre—. Además ahora ya no estoy solo —le aseguró elevando su rostro solo para poder mirarlo directo a los ojos. Nate lo contempló unos segundos hasta que comprendió el significado de aquella frase, hasta que esa sonrisa, despojada de sus miles de máscaras, se abrió paso en su rostro. Era la primera vez en toda su vida que alguien se alegraba realmente de que él estuviera allí. Marcel observó aquella bonita boquita curvada levemente hacia arriba, esos ojitos brillantes de alivio y sonrió también, solo que él lo hizo amplio, mostrando todos sus dientes, feliz de saberse aceptado por aquel que era la reducción completa de todo su mundo. —--------- Estaba a dos segundos de despertarla solo para decirle toda la verdad, porque ya no sabía cuánto más iba a poder tolerar verla así, tan dolida. Suspiró pesado y la acomodó mejor sobre su regazo, lugar en el que se había quedado dormida luego de llorar la muerte de su hermano por casi una hora. Mierda, odiaba ver a Paulette tan triste, ella que siempre fue energía pura ahora apenas si era una sombra que caminaba en puntillas por todo el departamento. Encima por su culpa ella no podía salir, porque la loba pedía oler su verdadero aroma, mismo que la ayudaba a calmarse hasta caer dormida, tal como lo había hecho hacía dos horas, cuando se sentaron en el sillón a ver una película y ella lloró en cuanto uno de los personajes murió, uno que no era relevante y además pertenecía a los malos, pero su linda Paulette preguntó por la familia del maleante y lloró por toda aquella imaginaria gente que sufriría la muerte de un familiar. Sólo cuando él dejó salir su aroma ella logró calmarse, acurrucándose contra su cuerpo, aferrándose a él con ganas, durmiendo sobre su persona como lo había hecho cada noche desde que Bruno, en teoría, murió, seguido a los pocos días por Cló. Suspiró nuevamente y clavó sus ojos en el blanco techo. Mierda, si seguían así Paulette jamás podría volver a salir del departamento, porque su olor se impregnaba en ella con demasiadas ganas y no había razón en el mundo que logrará hacer que ella se quitase su olor de la piel. En su regazo la loba se removió inquieta e Ian se apresuró a susurrarle algunas cariñosas palabras hasta calmarla. Mierda, en serio no sabía cuánto más podría soportar aquello.
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