Capítulo 9

2512 Words
—Solo llamo para avisar que están yendo por él —dijo Alma obligándolo a ponerse de pie. Quién carajos había dado la orden y por qué lo había hecho, eran dos cuestiones que ni se cuestionó por lo obvias que le resultaron las respuestas. Así que, marcando el número de esos ejecutores que lo custodiaban, gruñó las órdenes correspondientes mientras bajaba a toda velocidad hasta su auto. Dentro del vehículo volvió a contactar a Alma, exigiendo un detallado informe de cómo venían las cosas, cuántos lo estaban atacando, quiénes habían llegado en su defensa, y si la porquería que los había enviado estaba allí cerca. La leona respondió con paciencia cada una de las preguntas e indicó que algunos de los suyos estaban en camino, que el idiota no estaba allí y que si no se apuraba solo encontraría un buen baño de sangre, porque aquel cambiaformas era bueno en la pelea, pero no estaba al nivel de los ejecutores. Y de repente la Beta se quedó en extraño silencio. —¿Alma? —preguntó mientras giraba a toda velocidad en una esquina. —Hernan llegó —respondió increíblemente sería. —¿Y los ejecutores? —Hay dos llegando, pero… —¿¡Pero qué, mierda!? —Marcel ya olió a los otros, se acaba de transformar —informó sabiendo que esa era una clara señal por parte del lobo, señal de que daría pelea, que no se rendiría ante esos intrusos que acababan de derribar la puerta de su hogar. —¡Carajo! —gritó con furia Nate sabiendo que aún le quedaban cinco cuadras por recorrer. —Están dentro. Se están retando —informó la leona que no despegaba los ojos de la pantalla, que en cuanto terminó su frase notó al lobo de Hernan asomándose por la puerta, dejando a los intrusos justo en el espacio que lo separaba de su hermano. Y mierda que el lobo estaba enfadado, porque otra vez su familia estaba en peligro, porque ahora iban por su hermanito más pequeño, ese que no entrenó demasiado para pelear, porque a Marcel no le interesaba aquello, solo vivía para trabajar y salir de fiesta, bueno eso hasta que llegó Nate y derrumbó las costumbres del lobito. —Alma, ¿cuánto tiempo para que lleguen los nuestros? —Dos minutos —respondió y pudo observar en momento exacto en que los cuatro cambiaformas que habían irrumpido al departamento de Marcel se aventaban contra los dos lobos, dispuestos a matar a Hernan y capturar a Marcel, porque las posturas de aquellos intrusos le adelantaban con claridad las intenciones ocultas—. Lo quieren secuestrar —avisó Alma. —Esos hijos de puta —gruñó pudiendo divisar el edificio de Marcel. —Llegaron los nuestros —aseguró ella observando atentamente la pelea que se desarrollaba delante de sus ojos, apreciando el momento exacto que aquellos colmillos del puma idiota se hundían en la carne de Hernan, haciendo que éste gruñera y lo arrancara de su cuerpo como si fuese una garrapata inservible. La leona contempló al lobo girarse sólo para acabar en una precisa mordida con la vida de aquel puma. Apenas Hernan se vió libre saltó al otro lado de la sala solo para alcanzar a su hermanito, protegiéndolo con su propio cuerpo, acción que Marcel rechazó al empujarlo lejos de todo peligro en cuanto un zorro se aventuró a atacarlos, mismo que terminó gravemente heridos en unas de sus patas traseras cuando los colmillos del menor de los lobos se clavaron justo en el tendón. Y en ese preciso momento Marcel elevó la mirada para clavarla en ese humano que aparecía en el umbral de la puerta, agitado, con un arma en su mano derecha, mismo que lo contempló con una mezcla de alivio y amor, ese que le sonrío con cariño de lado antes de disparar hacia un puma que se abalanzaba para atacarlo, para aprovechar su momento de confusión ante la presencia de Nate, ante esa mirada, ante la furia que comenzó a desatarse en su interior al saberlo en peligro, mismo que lo llevó a correr directo hacia él para empujarlo con su hocico, intentando que abandonara el lugar. —No me voy sin tí —exclamó Nate y disparó a uno que subía por la escaleras hacia la puerta en donde ellos estaban parados como imbéciles, discutiendo por cosas que no venían al caso, protegiéndose mutuamente, cuidándose con la mirada. Marcel gruñó al tiempo que giraba su cuerpo para custodiar a Nate, a su precioso humano que le acarició con mimo la cabeza e ingresó con autoridad al departamento. —¡¿Quién carajos los envió!? —exclamó Nate deteniendo la pelea, observando a los atacantes quedarse inmóviles ante su sorpresiva presencia, porque nada les habían informado a ellos sobre la posible aparición de una de las figuras del Consejo. —Señor —murmuró el zorro volviendo a su forma humana—. Sólo seguíamos órdenes —agregó tomándose el tobillo, aguantando el dolor punzante que subía por su pierna. —Una mierda —murmuró—. Llevenlos al calabozo —ordenó y los ejecutores cambiaron de forma para apresar a aquellos que aún seguían con vida. Nate se acercó a su lobito, agachándose a su lado para sujetarle su peluda carita entre sus manos. —Ve a tu habitación, cámbiate y toma tus cosas. Debes venir conmigo —ordenó suavemente, completamente embobado por ver a Marcel por primera vez en su otra forma. El lobo contempló un instante a su humano y, luego de regalarle algunas muestras de afecto, caminó directo a su habitación, todo en el momento exacto que más ejecutores ingresaban a su destruido departamento, cargando con ellos algo de ropa tanto para los suyos como para aquellos intrusos, porque sí, bastante asustados ya estaban los vecinos por todo el despliegue de gruñidos, alaridos y las balas de Nate, como para deber soportar un desfile de hombres desnudos y golpeados bajando la escalera. —Nate —llamó Hernan que había regresado también a su forma humana. —Por lo menos ponte unos pantalones —gruñó acercándose al amplio ventanal. —Que sensible —dijo el lobo riendo, importándole una mierda el pedido del humano. —Se va conmigo, no lo expondré al peligro, asique quédate tranquilo —aseguró con la mirada endurecida. —¿Y Paulette? Me parece injusto que ella sea la única que aún no sepa nada. —Ian te llamará, tranquilo —dijo y le palmeó el hombro desnudo—. Ahora, en serio, quiero que te pongas pantalones —ordenó con firmeza. Hernan le sonrió divertido y giró sólo para buscar algo que colocarse antes de ir a despedir a su hermanito. Nate, cuando supo que el lobo no lo observaba, miró hacia la cámara de seguridad de la calle y guiñó uno de sus ojos. Seguro a Alma todo aquel espectáculo le debió haber gustado bastante. —--------------- Sus pupilas se habían dilatado solo para absorberlo por completo, para no perderse detalle de ese cuerpo surcado por algunas cicatrices. Inhaló profundo y debió extender su mano hasta el cajón izquierdo de su escritorio en busca de aquella pequeña balita que vibraba al ritmo justo que a ella la elevaba. Se desprendió con calma el pantalón, bajándolo junto con su ropa interior, dándose el espacio para separar sus piernas y acercar a su húmeda intimidad aquel apartado que ya había untado con lubricante. Y las vibraciones fueron exactas, los golpes certeros y aquella imagen por demás estimulante. Mierda, nunca alguien la había excitado así y ahora, solo con imaginarlo a él entre sus piernas, con su lengua golpeando en el mismo sitio donde aquella balita se perdía, no necesitó de más de cinco minutos para encontrarse gimiendo con fuerza, liberándose con ganas ante tanto estímulo, notando al instante que aquello no resultaba suficiente, que necesitaba más, muchísimo más. Así que continuó con su tarea, cambió el ritmo de aquel vibrador y lo acercó nuevamente, clavando otra vez su mirada en aquella imagen congelada donde lo podía ver a él en toda su naturaleza. Y de nuevo se liberó, y otra vez no fue suficiente. —Mierda —susurró pasando su mano por el cabello, intentando quitarse la frustración por no lograr nada. De nuevo repitió el procedimiento obteniendo mismos resultados. Carajo, esto no iba a funcionarle. Fiel a su estilo, a no dejarse vencer, la leona se puso de pie, fue a su habitación en busca de ese traje de una pieza que utilizaba cada vez que montaba en su moto, ese que hacía delirar a quien fuese que la viera porque se ajustaba perfectamente a su cuerpo y ella, bajando apenas el cierre, dejaba ver el nacimiento de sus redondos senos. Bajó al estacionamiento del edificio agradeciendo a la última reunión que habían mantenido con las Alfas y que la llevaron a instalarse por unos días en la ciudad de los lobos, estando lo suficientemente cerca de aquel espécimen que debía hacerse cargo de todo lo que le provocaba en el cuerpo. Condujo a toda velocidad por aquellos extraños caminos, esos que su ayudante de GPS le indicaba que debía tomar. Se internó en el bosque, donde los caminos casi no se veían y las únicas luces que iluminaban eran las de su vehículo. A lo lejos vió la casa de Hernan, notó un extraño tintineo en las luces externas y luego el lobo parándose debajo del umbral de la puerta que acababa de abrir. Estacionó en un sólo movimiento su vehículo, se quitó el casco dejando caer toda la extensión de su castaño cabello, y caminó hacia el lobo mientras bajaba un poquito más aquel cierre, mismo que ahora exponía toda la piel que separaba sus senos. Hernan debió inhalar despacio, comprender de qué venía todo aquel despliegue de lujuria y, antes de poder procesar lo que hacía, ya había introducido a la leona a su hogar y la tenía aplastada contra la puerta mientras su lengua degustaba cada parte de aquella boquita tan deliciosa. —Estabas viendo todo —susurró ronco el lobo mientras comía de aquel cuello exquisito. —Siempre, pero no esperé que fuese tan excitante —murmuró aliviada al sentir aquellas grandes manos recorrer su cuerpo, esa respiración pesada golpear la sensible piel de su cuello y esos labios recorrerla por completo. —Vamos arriba —ordenó el lobo y la tomó de la mano para guiarla por la escalera. La segunda puerta a mano derecha era la habitación de Hernan, misma que contaba con una enorme cama en el centro, una pequeña mesa de luz al costado de la misma, un enorme ventanal que daba a la infinidad del bosque por encima y tres puertas sobre la pared derecha, puertas que pertenecían al ropero. —Linda vista —halagó sinceramente la leona. —Contigo desnuda sobre la cama será mil veces mejor —aseguró el lobo y la volvió a besar con más ganas mientras comenzaba a desvestirla, a quitarle aquel trajecito que le quedaba tan bonito pero que molestaba para lo que el lobo deseaba hacer con ella. Despacio la guió a la cama, la ayudó a acomodarse sobre ella y se apartó dos pasos para contemplarla por completo mientras se quitaba sus prendas. Y Alma notó un cambio en aquella mirada, la sintió más profunda, mil veces más intensa, con cierta cuestión oculta por detrás. —Gatita, no sabes las veces que te imaginé tenerte así —susurró acercándose a ella para comenzar a besarla a la altura de las rodillas e ir subiendo en un lento y torturante camino que guiaba al lobo hasta el vientre de la leona para luego continuar hasta esos senos que degustó con lentitud hasta llegar a aquel cuello delicioso y por último a esos labios que le encantaban. —Hernan, ya no me tortures más —pidió y sintió aquella sonrisa extenderse sobre la piel de su cuello. —Tranquila, te voy a dar todo lo que deseas —susurró y apenas si apretó su erección contra el centro de Alma, de esa felina que gimió con ganas solo por eso, con tan poco. —Hernan —suplicó intentando volver a alcanzar aquel pene tan erecto. —Dime—exigió el lobo conteniendo sus ganas. —Por favor, por favor, cogeme de una vez —pidió con esa vocecita suave, misma que parecía pedir algo más, algo no dicho en voz alta pero el lobo bien supo interpretar. —¿Quieres que te coja fuerte?¿Con ganas? —gruñó el lobo y la aferró con ganas del cabello para obligarla a mirarlo. Y eso fue todo para Alma que, por fin, por fin había encontrado alguien que le daría lo que tanto soñaba, que quisiera someterla, que le diera esas órdenes que a ella la hacían desconectar del mundo, de ese mundo que la ponía allí en ese lugar de autoridad. No se quejaba, amaba ser Beta, pero necesitaba cada cierto tiempo que otro le indique lo que debía hacer, que su mente dejase de funcionar y los ojos de Hernan le aseguraban que él lo haría, pero sobre todo que lo haría con excelencia. —Sí —respondió como pudo al sentirse abrumada por tanta excitación y felicidad. —Mejor que seas buena chica —exigió el lobo y la besó con ganas antes de introducirse en ella, justo para elevarla como nunca. Es que Hernan se había contenido tanto, tanto por no ir detrás de su leona, por temor a asustarla con sus gustos en la cama, por imaginarse rechazado por ella quien significaba todo para él. Porque si Alma se alejaba, si no le permitía ser parte de su vida, él no sabría qué haría, pero ahora la tenía allí, en su cama, desnuda, entusiasmada por lo que él era, por sus gustos, por sus ganas de dominarla, y mierda que eso lo hacía estúpidamente feliz. Y Alma se entregó a esas manos dominantes, a esas nalgadas certeras, a esos pequeños jalones en el cabello y aquellas órdenes demasiado bien dadas. Se dejó llevar y flotó en una nube de sexo que la liberó en el mejor de los orgasmos, terminando de satisfacerla cuando ese pene hinchándose en su interior la volvió a arrastrar. Ahí sí, ahora sí se sintió satisfecha por completo, se dejó caer laxa sobre el colchón solo para luego recibir los suaves cuidados de su compañero, de ese que le masajeaba con cuidado sus nalgas enrojecidas por tanto golpe, ese que la cubrió con una manta calentita antes de ofrecerle algo de agua y un poco de dulce para regresarla a este mundo. Recibió todo aquellos mimos y sonrió agotada antes de caer dormida. Despertó porque ese olor le indicó quiénes se acercaban a aquel hogar. Con pereza giró su cabeza para observar a su compañero que tenía sus ojitos preciosos clavados en ella mientras le sonreía con cariño. —Se terminaron las vacaciones, debemos ir a trabajar —le ordenó con suavidad a Hernan antes de besarlo en los labios.
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