Capítulo 10

1586 Words
Lo esperó de pie en la puerta del edificio, ansioso por tenerlo dentro de su auto, ese que estaba blindado y contaba con un excelente chofer de desempeño extraordinario en situaciones de huida. Apenas lo vio aparecer por la puerta del edificio se acercó para ayudarlo con los dos bolsos que llevaba. —Puedo, no te preocupes —dijo Marcel entre risas acercándose al baúl ya abierto para que depositara sus bolsos. —Por aquí —dijo Nate señalando la puerta izquierda del vehículo, esa que daba a la vereda, a la segura vereda en la que nadie podía aparecer de la nada para cargar al lobo dentro de una camioneta que saliera a toda velocidad una vez que lo tuvieran dentro de ella. —Gracias —susurró el lobo al saber que Nate le daba el paso primero. Se acomodaron cada uno contra su respectiva puerta, ambos con la mirada clavada en el exterior. —Marco, lleva a Marcel directo al bunker —ordenó seriamente sin mirar al lobo que lo contemplaba con el ceño fruncido. Agotado por todo, aliviado por tenerlo allí, Nate subió aquel pequeño vidrio opaco que separaba su sección de la del chofer, apartándolos de la mirada de un tercero, dándole esos minutos en privado que necesitaban con urgencia. —Nate, ¿puedo saber qué ocurre? —indagó Marcel con cuidado, como si temiera enfurecer a su lindo humano solo por calmar su curiosidad creciente. —Han sucedido varias cosas de las que nada sabes. En realidad hay mucho que no sabes —dijo y lo miró con un poco de arrepentimiento, con un tanto de culpa—. No es este ni el momento ni el lugar para que hablemos, pero prometo que en cuanto regrese te explicaré todo —aseguro y forzó una sonrisa. —¿Regreses? —preguntó aún más perdido que antes. —Debo ir a solucionar un asunto, pero apenas regrese hablaremos. Solo te pido un poco de tiempo, sé que no me corresponde exigir nada, ni ser quien coloque condiciones ilógicas, pero te necesito… Debo estar seguro que estás a salvo —afirmó. —Ven —respondió tirando de él para ubicarlo sobre su regazo, con cada una de las piernas de Nate al costado de su cuerpo, con el pecho casi pegado al suyo, con las manos sobre sus hombros y la mirada cargada de culpa—. No voy a reclamar nada, no por ahora —aseguró y notó que Nate se concentraba en algún punto de su frente. —Eres demasiado bueno conmigo —aseguró pasando lentamente el dedo sobre aquella herida que le habían provocado a su lindo lobito. —Creo que no debo ni explicar porqué —respondió riendo despacio, intentando despegar a su humano de aquel sentimiento de culpa que podía sentir en lo profundo de la garganta. —Marcel, lamento mucho haberte puesto en peligro —susurró Nate sin dejar de apreciar aquella herida, insignificante para su lobito, pero enorme para él. —En realidad me preocupa más saber por qué estás involucrado en una cuestión tan arriesgada, pero sé que debo aguardar. —Responderé cada cosa que me preguntes —aseguró inclinándose para besar aquella herida que sanaba a una velocidad increíble. —Entonces no hay necesidad de que sientas tanta culpa —respondió Marcel y lo abrazó pegándolo más contra su cuerpo, necesitando calmar aquel dolor en el lindo humano, deseando que Nate dejara de sentirse tan mal consigo mismo, porque estaba seguro que aquella culpa era por muchas más cuestiones que un simple enfrentamiento con sujetos salidos de vaya a saber donde. Nate se quedó allí, resguardado en aquel cómodo lugar, sentado sobre el lobo por más que el asiento fuese lo suficientemente grande para ambos y más. Pero necesitaba eso, necesitaba a Marcel así, aferrado a él, dejándolo absorber ese perfume que tanto amaba, que le gustaba demasiado. Diez minutos después el vehículo estacionó en lo que parecía ser un galpón gigante. Nate se despegó del cómodo lobo y lo tomó por las mejillas con cariño. —Marco es de mi total confianza, él te llevará a un lugar seguro en donde podrás instalarte. Cualquier cosa que necesites solo pídela a cualquiera de los que esté allí —explicó acariciando apenitas aquellas mejillas que mostraban una suave barba—. Me gusta tu nuevo estilo —dijo haciendo referencia a ese novedoso look que lo hacía ver un poquito más guapo. —¿Cuándo volverás? —preguntó realmente preocupado. —A más tardar mañana por la noche —aseguró con suave sonrisa. —Estaré contando cada segundo —respondió evidentemente inquieto. Es que Nate estaba envuelto en alguna cuestión peligrosa y ahora se iba lejos, demasiado lejos de su protección. —Igual —respondió y se inclinó apenitas para besarlo suavemente porque ambos necesitaban partir con el gusto del otro bien impregnado en la boca, bien aferrado al alma. —Vuelve sano —ordenó el lobo. Nate simplemente sonrió, se bajó del lobo y, antes de descender del vehículo, quitó esa ventana que lo separaba de su chofer. —Marco ya sabes tu tarea hasta mi regreso —ordenó con seriedad. —Sí, señor —respondió. —Nos vemos mañana —dijo Nate sin voltearse a mirar a su lobo, porque si lo llegaba a hacer no encontraría las fuerzas necesarias para separarse de él y no, no podía dejar pasar ni un segundo más sin solucionar aquella situación con el infeliz que había mandado a lastimar al lobo, a su lobo. —------ Miró a su alrededor y suspiró resignado. Bueno, le gustaba estar en su departamento, en su amplio y cómodo departamento, pero le habían indicado que ahora debía quedarse encerrado allí, bajó varios metros de tierra en una habitación que poseía una cama, un escritorio empotrado en la pared izquierda, dos sillas alrededor de una diminuta mesa, un pequeñísimo ropero y un baño casi minúsculo. Ah, y todo de aquel color verde militar que lo iba a poner de muy mal humor en poquísimo tiempo; pero Nate le había pedido ir allí, aguardar por él, esperar por explicaciones. Sonrió recordando a su humano y terminó de guardar su ropa. En cuanto estaba dispuesto en ir a tomar un baño que lo relajara y ayudara a pasar el tiempo hasta la llegada de su compañero, la puerta fue golpeada con cierta suavidad. Marcel miró aquella cuestión de metal verde y analizó si abrir o no. En realidad pocas ganas tenía de ver a nadie que no fuese Nate, pero el golpeteo insistente sobre la puerta le indicaba que, tal vez, era importante que abriera. En voz alta dijo un malhumorado «Ya voy» y se terminó de colocar aquella remera negra que se acababa de quitar. Tomó la manija de la puerta y abrió observando la punta de sus zapatillas. Elevó la mirada y allí, frente a su persona, oliendo a la nada misma, estaba Bruno, estaba su hermano, el infeliz estaba vivo ¡Estaba vivo! —Hola —dijo Bruno evidentemente nervioso. —Bru-Bruno… —susurró impactado. Apenas su hermano asintió, apenas le sonrió casi imperceptiblemente, Marcel se abalanzó a los brazos del ejecutor y lo apretó con ganas, como debiendo corroborar con sus manos que eso era cierto, que Bruno estaba allí, que no había muerto… Esperen, ¿desde cuándo Nate sabía que no había muerto? —¿Qué rayos? —indagó entre risas de alivio al ver también a su cuñada parada unos metros más allá. —Hola Marcel —saludó Cló y eso fue todo para el lobo. Marcel se aferró con más fuerza a su hermano, hundió la nariz en el cuello de Bruno y lloró como jamás lo había hecho. Lloró aliviado, lloró de felicidad, lloró porque su hermano, ese que siempre fue un modelo a seguir, estaba de nuevo allí, entre sus brazos, incómodo por sus muestras de amor. —Tranquilo, ya estoy aquí —susurró Bruno con la garganta estrangulada de emoción, por saberse causante de tanto dolor, de tanto daño inmerecido. —Te amo, te amo mucho —afirmó Marcel apretándolo más fuerte. —También me agradas —dijo logrando que su hermanito riera entre tanto llanto ahogado. —Debes decirme que me amas —dijo elevando su carita congestionada para plantar la mirada en su hermano que poseía los ojos brillosos de lágrimas. —Te amo más que a mi vida —aseguró Bruno obteniendo un abrazo aún más apretado de parte de su hermanito. —Paulette —recordó Marcel irguiéndose nuevamente mientras secaba sus lágrimas. —Tranquilo, ella ya se enterará de todo. —¿Qué tal si vamos a la cafetería y buscamos algo para beber mientras te ponemos al tanto de cómo Bruno y yo somos inmortales? —propuso Cló. —¡Claro que sí! —exclamó Marcel antes de abrazar a su cuñada, elevándola en el aire para hacerla girar antes de volver a depositarla en el suelo—. Soy extremadamente feliz de que tú también estés a salvo —aseguró aún abrazando a Cló con suavidad. —Lamento haberte hecho sufrir, pero sé que soy irreemplazable —aseguró con burla, intentando disimular las lágrimas que caían sin su permiso, afectada hasta los huesos por tanta felicidad solo porque alguien la sabía a salvo, con vida. —Te quiero, cuñada, en serio que sí —aseguró, la apretó un poquito más solo para soltarla y dejarse guiar hasta la cafetería. Mierda, seguro ese café sabría mejor que nunca.
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