El Experimentado

3445 Words
Siguió con el horario estipulado, para las 8 de la mañana ya estaba lista. De nuevo un vestido ejecutivo, pero ahora en color n***o, de manga tres cuartos, cuello V, que su cuerpo lo hacía lucir a la perfección, y zapatos de aguja blancos. Cuando se encontró con Fátima, ésta quiso interrogarla con respecto a la noche anterior, le contó algunas cosas, pero no le dio detalles. Las presentaciones de ese día serían en un centro de convenciones, ya que por el Día Internacional del Libro, se organizaba para ese fin de semana un gran evento. Fuera de la gran cantidad de gente que se concentraba en el lugar, todo se desarrolló como en cualquier otra presentación que había dado. -Vaya, la semana se pasó más rápido de lo que me hubiera gustado -El tono de nostalgia de Fátima fue notorio. -Lo sé - Respondió Aranza, sin prestar mucha atención, ya que miraba por inercia hacia la ciudad. -Sé que mañana tú vuelo sale muy temprano, pero hay una fiesta de beneficencia ésta noche, y aunque no estaba en el itinerario, considero que sería interesante que asistiéramos. Nos dará contactos –Fátima quería convencerla. -¿A qué hora es? –Le preguntó un tanto apática. -A las 7. Si estás de acuerdo, vamos a rentarte un vestido y que te maquillen –La editora deseaba ir, sabía lo que los contactos representaban en ese círculo, y que la escritora se presentara era bien visto. -Está bien -Aceptó como si no fuera importante. Era su última noche en aquella ciudad, y aunque había pensado en descansar, una oportunidad no la desaprovechaba, conseguiría a alguien. ///// Entraron al salón de eventos, ya se observaba mucha gente: hombres en trajes y mujeres en vestidos de noche. Aranza llevaba un vestido largo n***o, con un escote profundo en V de tirantes ajustables, la espalda abierta, la falda era de corte en A y de tul. Sus zapatos negros de aguja y un maquillaje ligero. Fátima se presentó con algunas personas importantes dentro del ámbito de los Libros y Plataformas digitales, mientras Aranza simplemente sonreía y miraba a los alrededores para ver si encontraba a alguien interesante. No tuvo éxito en su búsqueda, así que tomó una segunda copa de vino y se excusó para aislarse un poco de la multitud. Encontró un ventanal, desde podía observar la noche; aquella vista le pareció hermosa, y cual poetisa las palabras comenzaron a aparecer en su mente. No quería perder la inspiración, puso su copa en el alféizar, y tomó su bolso para sacar el celular; pero torpemente se le cayó y el celular se deslizó. Se agachó para recolectar las pocas pertenencias que había dentro del bolso, cuando vio unos zapatos negros perfectamente lustrados. Fue levantado su rostro mientras observaba el esmoquin n***o que iba revelando al apuesto hombre, quien extendió sus brazos para levantarla de un solo movimiento. Reconoció su fragancia, ese olor ya la había maravillado anteriormente, pero no conocía al dueño del aroma. Lo miró de frente: tenía 34 años, aperlado, 1.82, ojos obscuros, una vista penetrante y una sonrisa indescifrable. Ella le dio una mirada atrevida y una sonrisa coqueta. -Señorita, su celular –Él se regresó unos pasos para recogerlo del piso y entregárselo en la mano. -Gracias -Aranza se giró hacia el alféizar, tomó su copa y se recargó de nuevo. Había perdido la idea, pero al menos alguien interesante había llegado. El hombre se acomodó junto a Aranza, teniendo el mismo paisaje iluminado por la luna -Es una hermosa vista, ¿cierto? –Quería comenzar la conversación. Ella sonrió animadamente, cerró los ojos, y tomó aire para hacerlo partícipe de las palabras que eran parte de la inspiración que había tenido anteriormente -La luna plateada está feliz. Su sonrisa ilumina las dos figuras de lo que podría ser una pareja -El hombre giró su rostro para mirarla y darle media sonrisa -Él se siente hipnotizado por la mirada de ella, y ella extasiada por la presencia de él. ¿Será la luna capaz de cubrirlos con su felicidad cuando se besen? -Aranza abrió los ojos, para encontrarse con una expresión de fascinación. -¿Quieres ir a otro lugar? –Le dijo con rapidez y sin miramientos. -Está bien –Aranza aceptó. Tomó su mano delicadamente y se dirigieron a la salida. Entonces un hombre se acercó a él para despedirse; lo que ella aprovechó para enviarle un mensaje a Fátima, para avisarle que se iba, que no se preocupará, que había conseguido quien la llevara. Salieron y solicitó su coche, que no tardó en aparecer. Un flamante Lotus deportivo rojo. Le abrió la puerta del vehículo, posteriormente se subió él y encendió el motor. -Vamos a mi hotel, ¿de acuerdo? –Preguntó sin dejar de ver el camino. -Sí –Y Aranza agradeció que haya sido la única conversación que sostuvieron. Llegaron al lugar, y muy pronto él ya se encontraba abriendo la puerta de su habitación, invitándola a pasar primero. Solo dio dos pasos cuando escuchó la puerta cerrarse, y él actuó con rapidez. La tomó de la muñeca donde colgaba el pequeño bolso, se lo quitó suavemente y lo colocó en la mesita de la entrada. Ella le sonrió y se acercó a él, rodeó con sus manos su cuello, quería besarlo; pero cuando estuvo a escasos centímetros de él, lo suficiente para que sintiera su aliento sobre el rostro, él se movió, recorriendo desde sus labios hasta su cuello casi como un roce. La tomó por la cintura, para guiarla a dar medio giro junto con él, un paso hacia el frente y entonces la hizo chocar contra la pared. -Está noche te daré placer –Un tono arrogante se sintió en su voz cuando le susurró. -Te reto a que te grabes en mi piel –Aranza lo desafió con confianza. Comenzó a besarle el cuello a Aranza, paseando de un lado a otro. Ella colocó sus manos sobre las solapas de su traje, intentando sacarlo de su cuerpo; pero él la sujetó de ambas muñecas, deteniéndolas por encima de su cabeza; le bastó una sola de sus manos, para que ella se sintiera inmovilizada; mientras la otra le acariciaba el cuerpo por encima del vestido. La tenía aprisionada, empujándola hacia la pared con todo su cuerpo, y haciéndola sentir su erección. Se detuvo frente a Aranza, clavando su mirada obscura en los ojos de la trigueña -Tienes razón, tus ojos hipnotizan, pero tú cuerpo embelesa, ¡eres exquisita! – Entonces la besó en los labios, demandado su sabor; introduciendo su lengua paseó por su boca, ahogando los sonidos de placer que querían escapar. De súbito rompió el beso, la soltó de las manos y la giró para tener acceso a su espalda descubierta; deslizó suavemente sus manos por los hombros y por toda la espalda, haciéndola estremecerse, arquearse. Descubrió el zíper del vestido, que bajó para despojarla del mismo, y por efecto de la gravedad cayó hasta el suelo, dejando a su vista unas pantis de encaje que se camuflaba con el tono de piel de Aranza. Siguió deslizando sus manos, bajando por los glúteos y luego por ambas piernas, se posicionó sobre una rodilla y le retiró los zapatos altos, entonces la diferencia de estatura se hizo notoria. Apretó con ambas manos sus caderas y terminó por girarla apresurado; ella puso sus manos sobre el cabello de él. Mientras él repetía el roce por las piernas, se iba levantando lentamente; las yemas de los dedos comenzaron por las caderas, siguió por su vientre plano hasta llegar a sus redondos senos, donde decidió quedarse: acariciando, besando, chupando. Empezó a besarla de nuevo, demandantemente; pasó una mano a su espalda y se inclinó para cargarla cual princesa, sin abandonar sus labios. Ella lo tomó por el cuello para sostenerse, dejándose llevar hacia la cama, porque quería seguir disfrutando de la atención que le estaba ofreciendo. La acostó delicadamente, haciéndola sonreír, le pareció irónica la situación: estaba prácticamente desnuda, y él aún tenía el traje. Se quedó observándola a un costado de la cama, con una mirada lujuriosa recorriéndola. -¿Solo me vas a observar? –Preguntó Aranza atrevidamente. -Me voy a tomar mi tiempo, quiero disfrutarte -Le respondió en un tono serio, pero lleno de deseo; provocando que mantuviera la sonrisa, pero de satisfacción. Lo vio comenzar a remover sus zapatos, entonces se acomodó en la cabecera de la cama -También quiero disfrutar el espectáculo -Y le dio una mirada lasciva. Él le dio media sonrisa, con complacencia. Se despojó de los calcetines, se quitó el sacó y se desajustó la corbata; pero ella no soportó más la espera, se bajó de la cama y se acercó sigilosamente mientras él iba desabotonado su camisa. Sus ojos estaban en total contacto. Esperó hasta que ya no había ningún botón abrochado, para ser ella quien le quitara la camisa. Se sentó en la cama, para desabrocharle el cinto y el pantalón, que cuando cayeron se aglomeraron en los pies, dejándolo en un bóxer briefs que marcaba aún más su pene erecto. -¿Tienes codones? –Preguntó Aranza. Él sonrió y apuntó hacia la mesita a un lado de la cama. Dejó que fuera ella hacia el lugar señalado. Logró tomar un paquete, cuando sintió que él la había alcanzado, comenzando a morder su hombro, sus manos la tomaron por la cintura, mientras su boca seguía mordisqueando su espalda, provocándola soltar gemidos por aquellas sensaciones. La giró de nuevo para demandarle un beso, ella aprovechó para bajarle el bóxer y tener el pene entre sus manos, erecto y caliente, produciéndole gran excitación. Abandonó los labios del hombre, bajó presurosa y tocó con su lengua el glande, mientras abría el condón; rápido se lo puso en su boca, alzó la mirada con su sonrisa atrevida y suavemente introdujo el pene colocando el condón en el proceso. Un gemido de placer se escapó de la boca de él, libre recorrió la habitación. Lo tomó por las caderas, para comenzar a meterlo y sacarlo de su boca, lentamente, podía sentirlo hasta su garganta. Él la tomó del cabello, sutil pero firme, haciendo que se detuviera la levantó y recostó a la orilla de la cama, le quitó la última pieza de ropa que vestía. Comprendiendo que era su turno de recibir atención, ella flexionó las piernas y él se inclinó para jugar con su lengua en el clítoris, se escuchó un gemido que retumbó en las paredes. Él quería probar la delicia que de ella escurría, por lo que introdujo la lengua en su v****a. Ella lo tomó por el cabello, y él la sostenía por la cadera atrayéndola hacia su boca. Regresó su lengua al clítoris, jugando lo lamía, succionaba; mientras metía dos dedos en la v****a. Ella estaba extasiada, sus gemidos se escuchaban persistentes, levantó un poco su cabeza, para verlo perdido entre sus piernas, la imagen fue el último empujón para que el orgasmo la invadiera. Ella tenía los ojos cerrados, aún perdida en el placer, sin poder observar la mirada triunfante que él le dedicó. Se inclinó rozando con su pene el clítoris –Hermosa, sabes delicioso. Ahora déjame entrar en ti –Después de aquellas palabras, se introdujo lentamente en ella. La húmeda era impresionante, por lo que se deslizó sin obstáculo. Ella podía sentir cómo la iba recorriendo por dentro y él cómo la penetraba, ambos gimieron disfrutando el acto. Se recostó completamente sobre ella, provocando que lo abrazara con las piernas, y sus manos lo tomaron de la espalda. Él con un brazo sostenía parte de su propio cuerpo, y con la otra la agarraba de los glúteos, aumentando el ritmo. Una danza coordinada. De pronto Aranza sintió como un dedo le rozó el ano, le sorprendió que fuera placentero, un choque eléctrico le recorrió el cuerpo, seguido de otro orgasmo. Él se levantó, tomándola rápidamente la puso en cuatro, dirigió sus manos a las caderas y la penetró sin contemplaciones, rítmico, duro. Aranza creyó que él alcanzaría el orgasmo, pero se sorprendió cuando lo sintió salir, y sin percatarse ya estaba acostado a un lado de ella, colocándola sobre él. Ella tomó el ritmo, mientras él acariciaba sus senos, hasta que la volvió a sorprender, agarrándola por las caderas, restregándola en él y penetrándola más profundamente. Otro orgasmo se apoderó de su cuerpo, y cuando éste pasó se recostó jadeando sobre el pecho de él. -Otro hermosa, déjame darte otro –Aranza se reincorporó, y repitieron el proceso, haciendo que otro orgasmo llegara. Fue adictivo, las endorfinas, dopamina y oxitocina invadiendo su cuerpo. De súbito la levantó, y la puso de nuevo en cuatro, fue entonces que él alcanzó el clímax. De sentir los movimientos con ferocidad, pasó a sentir las palpitaciones dentro de su cavidad, y hasta que desaparecieron, él salió, tirándose a un lado de ella con la mirada en el techo y respirando agitadamente. Aranza se sentó a un lado de él, debatiéndose mentalmente. Solía irse en el momento que el sexo se daba por concluido, pero el maldito se había esmerado. Rozó con las yemas de sus dedos el torso y sintió cómo él reaccionó, se giró a mirarlo con un poco de sorpresa; clavó sus ojos grises en los obscuros, que aún destilaban deseo, hambre. Se puso en medio de sus piernas, siguió acariciándolo entre ellas, le retiró el condón usado, y lamió delicadamente el pene aún erecto, masajeando los testículos al mismo tiempo. Poco a poco, fue introduciéndolo en la boca, para ir acrecentando la velocidad, y apretarlo con los labios. Él se incorporó sobre sus codos, jadeante, viéndola cómo le daba aquel placer indescriptible. Recordó la reacción que el cuerpo de la trigueña había tenido cuando acarició su ano, y decidió darle atención. La apartó, para acostarla frente a él de costado, haciendo que sus cuerpos embonaran perfecto, con su mano tocaba el clítoris y con su pene rozaba el ano. Aranza se hundió en el placer, aun cuando nunca había tenido sexo anal, su cuerpo estaba respondiendo a él, y decidió experimentarlo ahí. Cuando él se percató que estaba dejándose llevar, se alejó para colocarse otro condón y presuroso retomó la actividad que tenía pendiente. Usó como lubricación lo que le chorreaba por la mano, para internarse de a poco en aquel agujero. Aranza se asombró, su cuerpo exigía más, y solo el último trozo lo sintió doloroso, pero él ya estaba completamente dentro. -¡Oh! ¡Qué delicia! –Casi como un gemido le dijo, sin dejar de tocarle el clítoris. Se fundieron juntos en un vaivén lleno de placer. Un intenso orgasmo llegó a Aranza, haciéndola gemir como ella nunca se había escuchado. Lo que provocó que él fuera detrás de ella. Salió de ella con lentitud –¿Estás bien? –Ella asintió, se giró dándole una sonrisa, cerró los ojos y en menos de tres segundos se quedó dormida, exhausta. Él se retiró el condón usado y viendo la hora, 4 de la madrugada, pensó en no dormir. Hizo una llamada a servicio a la habitación, se fue a dar un baño, y realizó algunos arreglos dentro de su habitación, porque tenía sus propias actividades para hacer al día siguiente. A las 7 de la mañana escuchó un sonido de fondo muy persistente, descubriendo que provenía del bolso de Aranza, decidió despertarla. -Hermosa, tú celular está sonando –Le dijo moviéndola un poco por el hombro. Aranza abrió los ojos pesadamente, tomó torpemente el bolso, sacó el celular y sin ver respondió. Él solo escuchó sus respuestas -¿Sí? –Aranza se reincorporó, percatándose que seguía desnuda. –¿Qué hora es? –Tomó la sábana para cubrirse. –No puedo abrirte porque no estoy en mi habitación. –No sé –Aranza levantó la vista, para verlo hacer una llamada en su celular, mientras salía de la habitación. –¿Puedes dejar el regaño para después? -Era Fátima al otro lado de la línea. –Sí, lo sé –Voy para allá Terminó la llamada y se concentró en buscar su ropa por la habitación, sin éxito. Salió para encontrarse con una amplia habitación de hotel, más parecido a un apartamento, y aunque ella había estado en muchos hoteles, sus habitaciones no se comparaban a la elegancia del que ahora la alojaba. Lo vio sentado en una mesa para seis personas, frente a un desayuno desplegado en ella. Él estaba impecablemente limpio, con ropa formal y tomando un café. -Ayer no me percaté de lo enorme que es está habitación –Le dijo Aranza rompiendo el silencio. Él le sonrió divertido, la noche anterior no le había dado la oportunidad de observar la suite. Se levantó para caminar hacia ella -No puedo ver mi ropa, ¿sabes dónde está? –Ella preguntó nerviosamente cuando lo vio acercándose. Nunca había amanecido con alguien, para ella era una situación muy incómoda. Ese sentimiento titubeante, él pudo notarlo. -Sí, pero debo confesar que tenemos un pequeño problema –Llegó frente a ella, dispuesto a tomarla en sus brazos; pero en ese preciso momento se escuchó a alguien tocar la puerta. Resopló con frustración -¿Puedes ir a la habitación? –La pasó de largo, pero se detuvo cuando escuchó a Aranza. -¿Es tu novia? ¿O peor tú esposa? –Aranza sintió su pecho siendo golpeado por su corazón salvajemente, y la adrenalina corriendo por su cuerpo de manera precipitada. -No, quédate ahí si quieres, que te vean envuelta en la sábana –Le dijo con seriedad, y entonces escuchó unos pasos apresurados hacia la habitación, haciéndolo sonreír. Abrió la puerta, dio unas indicaciones, tomó las cosas que le entregaron y cerró la puerta de nuevo. Aranza esperaba impaciente sentada en la cama, pudo notar una maleta abierta completamente llena de ropa. Escuchó como hablaba con alguien, en pocos minutos él estaba de regreso con su vestido en un gancho y envuelto por una funda, una pequeña cajita; ambas cosas se las entregó. -Lo siento, envíe tu ropa a la lavandería del hotel –El tono que había tenido antes, no se comparaba con la voz apenada con la que ahora se expresaba, lo que provocó que Aranza se extrañara ante el cambio. -¿Puedo usar el baño? –Le preguntó tomando el vestido y la cajita. -¡Claro! – Aranza se apresuró hacia el baño, no fue hasta que la vio desaparecer, que él salió de la habitación, para sentarse a seguir desayunando. Aranza tomó un baño de agua caliente rápido, su vuelo salía a las 10, y al ser un vuelo internacional tenía que estar dos horas antes en el aeropuerto. Meditando en los últimos sucesos, solo dos noches antes, había permitido a una de sus aventuras llevarla al hotel; y ahora, sólo un día después, había amanecido con alguien. ¿Qué diablos le estaba pasando? Quince minutos pasaron cuando salió totalmente limpia y vestida, el cabello aún húmedo, de su bolsa sacó su brillo y lo aplicó a sus labios. Salió de la habitación y de nuevo lo vio en la mesa. -Ven, acompáñame a desayunar –Le solicitó, pero su tono sonaba más como una orden. Ella se acercó, pero no se sentó; tomó un vaso de jugo de naranja casi sin respirar, después agarró una manzana –Lo siento, me tengo que ir, tengo mucha prisa –Terminó dándole un mordisco a la fruta. -Entiendo –Dijo algo sombrío -Afuera hay un vehículo esperando por ti, te llevará a donde le indiques –Y ahora sí, era casi una orden directa, eso no le agradó para nada a Aranza. -No tienes por qué molestarte, puedo tomar un taxi –Y se giró dándole la espalda, lo que le molestó a él. -El vehículo ya está reservado para ti, úsalo, ya que tienes prisa –Sintió su tono más severo, además de la ironía implícita. Aranza tuvo que aceptar que necesitaba un transporte a la brevedad, de lo contrario perdería el vuelo. Giró su rostro, para verlo por encima del hombro –¡Gracias! –Se dirigió hacia la puerta, tomó sus zapatos y salió caminando descalza. El auto deportivo en el que había viajado la noche anterior, la esperaba en la entrada del hotel de lujo. Le dio el nombre del hotel en el que se estaba quedando al conductor, y éste la llevó sin demoras. Se sintió un poco tranquila después de la incomodidad que había sentido, ya que sería la única vez que lo vería… O al menos eso creyó, porque la verdad es que su historia, comienza aquí.
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