Desperté en una colchoneta, rodeada de bellas chicas que me asistían. Una chica me estaba colocando un paño frío en la frente y otra me hacía viento mientras otra acariciaba mi mano.
—¿Qué sucede?, ¿dónde estoy?—pregunté mientras me sentaba en la sucia colchoneta, apoyándome en la pared con ayuda de las chicas.
—Los guardias te trajeron, ¿estás bien?— la chica de los paños me hablaba con mucho cariño.
—No puedo estar aquí, debo irme, debo salir de aquí— traté de levantarme, pero me desvanecí un poco volviendo a caer en la colchoneta.
— Estás muy débil, deberías de quedarte quieta— dijo una de las chicas en alguna parte de la habitación, ya que no podía ver bien.
—Ninguna pertenece a aquí, nadie está aquí por gusto. Todas tenemos una historia que nos trae a terminar aquí— una morena espectacular con largas trenzas me dio un vaso de agua sentándose junto a mí.
— No entiendo qué quieres decir— la miré un poco desconcertada por sus palabras.
— Yo… yo viví y crecí en un pueblo a las afueras de Manaros, en Brasil, en un pueblo chico. El infierno es grande, teníamos quince años cuando a mi novia y a mí nos echaron de nuestras casas. Recorrimos todo el país, pero nos echaban de todos lados por ser menores. Un amigo nos dijo que aquí en California había mucho empleo, nos ayudó a salir de Brasil y con documentación. Nos fuimos a vivir a un mono ambiente muy pequeño, apenas caíamos en el lugar y la zona no era de las mejores, pero nos servía.— dijo tomando una pausa mientras se apoyaba contra la pared.
Hice lo mismo que ella, las demás chicas acercaron sus colchones a nosotras como si el calor nos abrazara a todas atentas a lo que la morena iba a contar, en ese momento todas estábamos unidas, con miles de historias que se podían ver en cada lágrima que alguna vez derramaron y las que derramaran, ya que la mayoría no saldrá de aquí jamás.
—Yo había comenzado a trabajar de camarera en un restaurante en el centro de California y Hada había empezado a dar clases particulares de piano. Todo iba más o menos bien, pero Hada comenzó a hablar con los del barrio. Poco a poco comencé a ver cómo mi novia, el amor de mi vida, se volvía adicta a consumir drogas sintéticas. Traté de que lo dejara, pero no pude. Ya la había perdido, a los pocos días comenzó a trabajar en un club y mis celos no me permitieron dejarla sola, así que me metí con ella a trabajar ahí. Sin darme cuenta, ella terminó acostándose con el dueño y a mí me vendió a Raquel. Y aquí estoy, luché por mi amor y ella me cambió por dinero, lujos, droga, y quién sabe qué más, en fin — me miro con ojos de tristeza.
—Pero sabes que, gracias a ella pude encontrar a estas hermosas mujeres que hoy son como mis hermanas y entre nosotras nos cuidamos y ahora tengas o no que estar aquí nosotras te vamos a cuidar, cuenta con nosotras siempre yo soy Silvia por cierto en un gusto conocerte— dijo dándome la mano para que la estrechara que fue lo que hice.
Apoyé mi cabeza sobre sus piernas, nos acurrucamos todas juntas mientras Silvia me acariciaba el cabello, tranquilizándome. Cerré mis ojos y un mareo me abrumo haciendo levantarme de golpe las chicas me vieron tan mareada y me ayudaron a levantarme para ir al baño corrieron conmigo a cuestas haciendo que entrara y vomitara lo poco que había en mi estómago, ya sin nada más que vomitar las arcadas seguían en eso entro Raquel al baño y me vio completamente metida en el inodoro.
—Por lo que veo, la joya de la casa tiene un secreto, aséenla que me la llevo a la clínica— salió del baño dejándome en manos de las chicas.
Me dieron un baño y me vistieron de manera normal. Jean y una camiseta negra me ataron el pelo en una trenza y me ayudaron a subirme a un auto donde Raquel y yo íbamos directo hacia una clínica. Raquel estaba hablando por teléfono con alguien, diciéndole a dónde íbamos. Cuando llegamos al lugar, ella me advirtió que no dijera ninguna palabra de más o me haría la vida de cuadrados.
—Hola, soy Raquel, necesito ver al doctor Octavio, por favor — hablo con la secretaria.
Entramos en una habitación y un médico abrazó a Raquel. Me indicó que me quitara el pantalón y me acostara en la camilla, introdujo el ecógrafo entre mis piernas y, ni bien lo hizo, la imagen fue clara, estaba embarazada. Víctor entró en la habitación sin golpear se acercó al monitor el médico le mostró que efectivamente estaba embarazada, me miro fijamente yo no podía sacar la mirada de la pantalla, el médico nos hizo escuchar su corazón el cual sonaba muy fuerte las lágrimas recorrían mis ojos, tenía al rededor de tres meses Víctor se agarró la cabeza dándose cuenta de que era su hijo.
—Desháganse de eso ahora— dijo Víctor, saliendo de la habitación junto a Raquel.
No podía creer lo que Víctor había dicho, quería deshacerse de nuestro hijo, de mi hijo. Un dolor en el pecho me abruma. Tantos años juntos, aguantando, años de maltrato y aguantar sus golpes, al fin me daba algo que tanto le había pedido y decide terminar con su vida, pero esta vez lo hizo internamente. Rompió mi corazón y las últimas esperanzas que tenía de que las cosas cambiaran, pero no iba a hacer así.
— Bueno, querida una enfermera, va a venir a buscarte para llevarte a una habitación, te dará el medicamento para abortar al bebe y luego te enviaremos de nuevo con Raquel— dijo el médico saliendo de la habitacion.