Capítulo 2

2344 Words
Mundo Mágico. Frontera entre Emrystiel y el pueblo de las hadas.    Los caballeros hadas que en antaño tenían la función de enfrentar a los caballeros de Emrystiel en la frontera y las fuerzas oscuras que llevaban consigo por órdenes de los Waldermon, ahora hacían frente a un grupo de diez ogros que habían llegado al pueblo de las hadas hace unas horas a aterrorizar a la población, pero que lograron acorralarlos en la frontera. Grandes y feos seres humanoides de dos metros de estatura que se alimentaban de carne, preferiblemente de niños hadas, que era la más dulce.   Los treinta caballeros hadas se enfrentaban a los ogros con lanzas, dagas, flechas y espadas, pero tales seres los superaban en fuerza y tamaño, en una hora de combate solo lograron matar a uno y herir a dos, y ya cinco hadas habían resultado heridos.  —¡Hadas tontos! —exclamó uno de los ogros con su voz grave y horrible — ¡Me los comeré a todos!  En una sanguinaria lucha, los ogros hirieron a más de la mitad de caballeros hadas, quedando solo cinco enfrentando a los ogros.  —No podremos con ellos, son muy fuertes, más fuertes que los ogros que combatí en la guerra—dijo uno de los caballeros hada, preso del miedo —. Debemos retroceder.  Pero antes de que los cinco hadas que quedaban en pie huyeran, escucharon galopes de caballos a unos metros. Caballeros de Emrystiel. Pero uno de esos caballeros llegó antes que los demás, sin necesidad de montar en un caballo. Él corría mucho más rápido que un caballo.  Los aterrados caballeros hada sonrieron al saber de quién se trataba, y lo siguiente que vieron fue una flecha atravesar la cabeza de un ogro. Segundos después vieron la figura de un alto varón, con un arco que resplandecía en aquella oscuridad de la noche por tener incrustaciones de oro. Era un arma lujosa que ni siquiera un capitán de la guardia real de algún reino se podía permitir por ser tan caro.  Dicho varón atacó con fiereza a los ogros, con movimientos feroces y certeros. Se turnaba entre la flecha y las filosas dagas que tenía en su cinturón, tan sanguinario que no le daba repugnancia enterrar las dagas en los ojos de los ogros y en sus cabezas. Ni siquiera necesitó de la ayuda de los caballeros de Emrystiel  para deshacerse de todo el grupo de ogros. Él solito lo hizo en cinco minutos.   Para cuando llegaron los caballeros magos, el alto varón tenía arrinconado en el suelo al último ogro, el líder, pisando su cuello con su bota también fina al igual que toda su vestimenta.  —¿Quién diantres eres? —preguntó el ogro.  —Kailus Ganger, príncipe de Emrystiel, y tu peor pesadilla —dijo el hada con mirada severa, para después lanzarle una daga en la cabeza, matándolo al instante.  —Alteza, no se nos vuelva a adelantar así, si algo le pasa, el rey nos decapitaría —le dijo Glad, el comandante del grupo de caballeros de la patrulla de la frontera.  —Nah, mi padre hasta el momento no ha decapitado a nadie, ni siquiera a las brujas que ha pillado haciendo aquelarres, que se supone que es un delito con pena de muerte —dijo el hada, con sus ojos dorados siendo lo que más brillaba en esa oscuridad. Le habían cambiado a ese color apenas llegó a la pubertad, claro indicativo de que es un hada con genes primitivos —. Vamos. Llevemos a las hadas heridas con los sanadores, no se queden ahí parados como idiotas.  Los caballeros humanos ayudaron a las hadas heridas a llegar hasta el pueblo. Los aldeanos, que habían sido aterrorizados hace unas horas por los ogros, salieron de inmediato con antorcha en mano a asegurarse de que los suyos estaban bien, y a todos los brillaron los ojos cuando vieron al imponente joven hada de dos metros de estatura, con sus ropas ensangrentadas y rostro tenaz como el de cualquier guerrero, cargando a dos hadas heridas, uno en cada hombro.   Los que llegaron a conocer a su padre biológico, el guerrero hada Tailus, no evitaron verle el gran parecido. Tailus era intrépido, aguerrido, implacable, valeroso y obstinado, y su hijo mayor no podía ser menos. Para el pueblo de las hadas eso había quedado claro cuando algunos vecinos contaron lo que vieron en aquella horrible noche de la toma del pueblo de las hadas por parte del ejército oscuro de los Waldermon, en donde Kailus para proteger a sus pequeños hermanos había enfrentado a las bestias con uñas y dientes; algunos incluso decían que había matado a un ogro mordiéndolo con fiereza en el cuello hasta arrancarle las arterias, como un vampiro sediento de sangre. Años después, cuando se enteraron que a sus 13 años mató a una quimera él solo y desarmado, fue motivo suficiente para respetarle y temerle incluso más que a sus padres los reyes.  Con 18 años de edad, si bien todavía era considerado un niño por algunas especies mágicas, ya tenía el aspecto y el respeto de un varón hecho y derecho. Hace seis meses que había regresado de su estadía en Avalon, y apenas su padre lo nombró caballero, patrullaba las fronteras junto a los caballeros de Emrystiel, pero también le prestaba ayuda a su gente, a las hadas. Ambos pueblos lo adoraban, porque aparte de ser un guerrero que no temía en dar su vida por alguno de los dos reinos, hacía obras de caridad junto a su madre, la igual de amada reina Sariel, y diferente a otros príncipes que miraban con altivez a los aldeanos, a él no se le olvidaba de dónde había salido, y compartía con la gente del pueblo.   Antes, el pueblo de Emrystiel se había negado a que un hada fuera el heredero al trono, pero ahora que Kailus se había hecho amar por todos, no les molestaría que lo fuera. Incluso los hombres, aun con el machismo que predominaba en todos los pueblos del mundo mágico, preferían que fuese él el heredero al trono y no la pequeña ninfa que parecía tener idiotizado a su rey.  Apenas Kailus se aseguró de que las hadas heridas quedaran bien atendidos en la carpa de los sanadores de la aldea, salió junto a los caballeros magos y vio a varios niños hada esperándolo con emoción. Lo miraban como si fuera un héroe.  —¿Es cierto que mataste a una quimera? —le preguntó uno de los pequeños, y el príncipe hada se agachó para quedar a su altura y le mostró su collar con el diente de la bestia.  —Así es, no fue fácil, me quedaron estas cicatrices en las manos —le muestra las palmas de sus manos, en las cuales habían quedado las cicatrices de los filosos dientes incrustados de la quimera —. Pero valió la pena, si yo no hubiera enfrentado a esa bestia con mis solas manos, creo que mi hermano Dorev se hubiera quedado solo.  —Yo quiero ser tan valiente como tu —le dijo una pequeña niña de no más de siete años.  —Lo serás —le dijo Kailus, acariciándole la cabecita para luego erguir sus dos metros de estatura —. Vuelvan a sus casas, niños, yo también debo volver a la mía, también tengo unos padres que me esperan.  En efecto, cuando Kailus regresó al palacio, Sariel y Marco lo esperaban en la entrada con preocupación. Estaban dormidos para cuando Marco escuchó los gritos de los árboles avisándole del peligro en la frontera y de que su hijo estaba allí.  Sariel casi se desmaya cuando vio a su hijo mayor con las ropas ensangrentadas, y corrió a él de inmediato para examinarlo. Al darse cuenta de que la sangre no era de él, lo fulminó con la mirada y le dio un golpe mental.  —¡Auch! No hagas eso mamá, yo no soy telepata, no puedo defenderme de tus ataques mentales.  —¡Pues entonces no vuelvas a preocuparme así! —chilló Sariel.  —Soy un caballero ¿Qué esperabas que hiciera? ¿Pasear por los distintos reinos y rescatar a una damisela encerrada en una torre?  —¡Pues sí! De hecho preferiría que hicieras eso a que arriesgaras así tu vida —replicó ella, y Marco se le acercó por detrás y le sobó la espalda.  —Ya, querida, lo importante es que está bien y salvó a varias hadas —dijo Marco, conciliador, y miró con orgullo a su hijo —. Ve y báñate, apestas a ogro.  —Sí, mi lord, como ordene —dijo Kailus haciendo una leve reverencia, para después acercarse a Sariel y robarle un beso en la mejilla —. No te estreses, mamá, todos los seres oscuros me temen.  —Lo sé, mi amor, pero un día de estos le harás tener un infarto al comandante —dijo la rubia, y el hada rodó los ojos.  —De acuerdo, a la próxima no me adelantaré tanto —voltea a mirar a los caballeros magos —¿No pueden volar con escobas?  —Jaja, qué chistoso —murmuró uno de los caballeros, Delan, el más joven, veinte años, mejor amigo de Kailus, se había vuelto tan confianzudo con el príncipe que no temía en hablarle de esa manera, incluso al frente de los reyes. Incluso era como alguien más de la familia, en los banquetes se sentaba al lado de Kailus en la mesa de la familia real, y a veces cenaba con ellos.  —Ya, a descansar todos, buen trabajo —dijo Marco a todos sus caballeros fronterizos, y después de que todos le hicieron una profunda reverencia, se dispersaron por los pasillos.  Después de que los sirvientes le ayudaran a Kailus a deshacerse de la suciedad que había dejado la batalla por todo su cuerpo, el hada, ya con su largo camisón de dormir, ingresó a su recamara, y justo cuando estaba alistando su cama para acostarse, escuchó unos pasitos acercarse. Un agradable olor a flores y lavanda inundó sus fosas nasales y le dio paz y tranquilidad. Un olor que solo podía pertenecer a una ninfa.  —Ven aquí, copito de nieve —susurró Kailus, y vio los brillantes ojos ámbar de la niña observándolo escondida tras uno de los palos del dosel de la cama.  La hermosa rubia de cuatro años (ya casi cinco) corrió a él y lo abrazó. El hada la cargó en brazos y le llenó de besos toda la cara, y ella rió, pero él la silenció de inmediato.  -Shhh, no querrás que papá y mamá se enojen si llegan a saber que te escapaste otra vez de tu habitación.  La niña se llevó un dedo a la boca, asegurando que se mantendría callada, mientras sonreía traviesamente. Kailus sonrió y solo pudo pensar en que la niña sería tremenda cuando grande. No había día en que la pequeña ninfa no se les escapara a las nanas para hacer diabluras por todo el palacio, robar postres de las cocinas, o para salir a los jardines a recolectar flores. Es un alma libre como cualquier ninfa, y nada ni nadie podría cambiar su naturaleza.  —Escuché a los árboles gritar aterrados por las bestias en el bosque —dijo la niña, jugando con el diente de quimera del collar que Kailus nunca se quitaba —. Me preocupe por ti.  —Descuida, soy el guerrero más temible del continente occidental, puedo con todo —dijo el hada, sentándose en un borde de la cama, sentando en su regazo a la nena —¿Dudas de mí?  —No—responde la pequeña, acariciando las orejas de su hermano, igual de puntiagudas a las de ella —¿Podré algún día ser como tú? ¿Una guerrera?  —Por supuesto que sí, mi copito de nieve —respondió, pellizcándole la nariz, y ella volvió a reír, pero esta vez más bajito.  Se quedaron un rato más haciéndose arrumacos hasta que Kailus consideró que la nena ya debía regresar a su habitación. La acompañó, la arropó y le dio el beso de buenas noches. Podría haberla dejado dormir con él, pero no después de la última conversación seria que tuvo con su padre.   A los 15 años, Marco había tenido con Kailus la incómoda charla de padre a hijo sobre el sexo, y que por nada del mundo debía tocar indecentemente a ninguna mujer, mucho menos a su hermana. Kailus en esa ocasión se molestó de que su padre siquiera pensara en la pequeña posibilidad de que él llegase a tocarle un solo pelo a Eirwen, pero hace unas semanas le dijo el por qué debía tratar de mantener distancia con ella cuando la susodicha llegara a la edad fértil. Estaba en la naturaleza de las ninfas seducir varones hasta hacerlos sucumbir a sus deseos, era algo que no podían evitar ellas por más cristianas que fueran, tenían un elevado apetito s****l, y no atenderlo podía llegar incluso a enfermarlas. Y de eso se dio cuenta el hada en sus años en Avalon, fueron muchas las ninfas las que lo persiguieron, pero por supuesto que él se resistía a los encantos de tan seductoras hembras. Y sí que le había costado resistirse. Las ninfas tenían ese no-sé-qué que parecía embriagar a los varones, y que Eirwen lograra hacer eso incluso estando tan pequeña ya era de por sí preocupante.  La cuestión era que las ninfas por lo general no vivían rodeadas de hombres, pero Eirwen sí. Marco le dijo que tal vez representaría un problema en el futuro que él y sus hermanos vivieran en el castillo, muy cerca de ella. Las ninfas sentían una especial debilidad por las hadas.  Kailus sabía que él podría hacer frente a la naturaleza seductora de Eirwen, pero no estaba seguro de sus hermanos, en especial de Dorev, que desde que la niña naciera no dejaba de repetir que ella solo era para él, y él para ella.  
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