Amy miró a su madre con lágrimas en los ojos.
Ya había encontrado todas las excusas posibles para retrasar el matrimonio con ese hombre pero no había logrado nada. No entendía porque su familia insistía tanto en casarla, en cumplir un trato que hasta el momento todo el mundo había olvidado.
No quería llorar pero solo de pensar en que pronto la vida que había imaginado no se cumpliría le hacía un nudo en la garganta y hacia que su corazón doliera.
— Te están esperando, Amy. No los hagas perder el tiempo. Te he dicho que no llores que te ves fea. Si tu esposo sabe que no te quieres casar solo la pasarás mal. — su madre le puso una mano en la mejilla limpiando la gota derramada y mirándola con una seriedad que la hacía asustar.
Siempre había sido así pero aún esperaba algún tipo de empatía.
Recordó la primera vez que sus padres habían sacado el tema. No se había negado porque sabía que no había posibilidad de hacerlo así que aunque en el fondo estaba resentida, no protestó.
Siempre había sido así. No se oponía a nada de lo que sus padres habían decidido. Desde luego, tenia cosas que quería hacer y que pensó que lo lograría una vez saliera de la casa de sus padres pero ahora la manera en la que salía no era la que quería.
Desearía poder ser libre, pero ahora estaría atada a un matrimonio que no deseaba. Con alguien a quien definitivamente no amaba.
No se quería casar con un hombre que solo podía conseguir que una mujer se fijara en el haciendo valer un contrato que sus familias habían acordado.
No tenia problema con el contrato en si. Sino que, desde hace años no se hablaba sobre esto, y ahora que de repente su futuro esposo tenía un accidente salía también a la luz ese acuerdo.
— ¿De verdad tengo que hacerlo mamá?
— ¿A qué te refieres? No creerás que a solo unas horas de tu boda te echaras para atrás. ¡no dejaré que eso suceda! Así que, sal. Deja de lucir tan patética.
Amy se mordió la lengua, evitando seguir razonando. Quería intentarlo por una última vez pero no valía.
La boda no era algo que un berrinche o llorar pudiera evitar.
Seguía adelante.
***
Amy observó el papel frente a ella.
Podía sentir la presión de su madre detrás de ella.
Era irónico que en una boda, sola había asistido la novia y su familia. No esperaba mucho, pero por lo menos esa persona debió presentarse. No lo hizo.
¿Cómo es que ese hombre fue capaz de faltar a su propia boda?
¿La novia no vería la novio?
Desde pequeña se había imagina como sería su boda el día que se casara con la persona que amara. Una fiesta grande, un vestido hermoso, felicidad por doquier. Su hombre soñado esperándola con una sonrisa en el altar. Sentirse amada y querida por su madre y su padre.
No esta imitación, en donde el novio solo había mandado a alguien para que se asegurara que firmara. Un vestido sin brillo, las miradas frías de su familia, sin celebración. Nadie que la esperara porque realmente se quisiera casar con ella.
Todo era una falsa.
Carente de felicidad y lo que era una boda normal. Nada en la vida de Amy era normal, mucho menos aquella boda.
Agarró con fuerza el bolígrafo y firmó su nombre sobre el papel.
Amy Colleman. La infeliz novia.
Al lado de este se imponía con fuerza el nombre de su esposo. Kellan Phillips. El hombre del que se había pasado tode este tiempo investigando.
Un hombre amargado, con mal carácter y monstruoso.
Una lágrima cayó en medio de ambos nombres.
La tristeza se apoderaba de la novia.
El destino que alguna vez se había distanciado tanto con la posibilidad de no cumplirse, ahora se había sellado.
Estaban casados.
— Es hora de irnos. El señor Phillips la está esperando. — habló en tono seco la persona que había venido en representación de su esposo.
Amy le dio una última mirada a sus padres para luego salir. Todos en esa sala estaban consciente de que este matrimonio no era uno deseado. Por lo que no hubo ninguna felicitaciones.
Amy se subió al auto. El viaje fue largo. No dejaba de ver a través de la ventana del auto. Dentro de su mente solo se repetían los rumores que había escuchado. Mientras más se acercaban su corazón iba aumentando de ritmo.
Tal vez, no fuera tan malo como decían.
Quizás podría volver esta relación en algo bueno. Sacar lo mejor.
— Llegamos señora Phillips.
Amy respiró profundo y salió del auto. Miro a su alrededor. El lugar se veía muy diferente a lo que se imaginó. La mansión a pesar de verse reservada y no llamar la atención, los lujos que la revestía no eran pocos.
No se esperaba menos del heredero de los Phillips.
Amy se dejó guiar. En su mente no dejaba de sonar la forma en que se habían dirigido a ella. Ciertamente tenia un nuevo estatus.
El hombre le abrió la puerta y la llevó hasta un salón. Cuando entró este se quedó fuera. Solo estaba ella o eso pensó. Cuando miro más a fondo, había otra persona. Un hombre para ser exacto.
Solo se veía su espalda y la parte trasera de su cabeza.
— Estas aquí. — habló con una voz profunda. Ella tragó en seco. No pensó que el encuentro sería tan rápido.
— Hola…
— No me interrumpas.
Amy frunció el ceño. Solo estaba saludando. Puso los ojos en blanco y no dejó que volviera a salir otro sonido de sus labios.
— No esperes mucho de este matrimonio. Mientras seas mi esposa tendrás todos los lujos, solo debes cumplir con tu deber y darme un hijo. No me busques si no es por algo de emergencia, te pondré a alguien para que se encargue de tus necesidades básicas.
— No, gracias. —dijo la chica pasando por alto lo que su esposo había dicho. — No necesito una niñera. Además, deberías presentarte por lo menos. Nos acabamos de casar.
— ¿Qué te dije? No me gusta que me interrumpan. Debes seguir mis ordenes sino quieres meterte en problemas. — Kellan miró por encima de su hombro. — Tampoco puedes mirarme, gírate.
Amy se cruzó de brazos. Estuvo tentada a quedarse de frente a él y ver aquel rostro que tanto ocultaba pero por el tono en que le había ordenado, se evitó entrar tan rápido en una discusión y se giró con vista a la puerta.
Kellan observó todos los gestos de su nueva esposa. No podía apartar los ojos de ella. El vestido que llevaba puesto se pegaba a su cuerpo marcando todas sus curvas. No encontraba ningún defecto.
Si no fuera por ese contrato dudaba que algunas vez pudiera comprometerse o siquiera casarse con alguien tan hermosa como lo era aquella mujer.
Este se levantó del asiento y caminó hasta posicionar detrás de su esposa. El pelo de ella caía como una cascada por su espalda. Kellan lo hizo a un lado. Viendo como el cuerpo de la chica se tensaba.
— Mi nombre es Kellan, tu esposo. Mientras sigas mis ordenes podremos llevarnos bien.—ahora aquel tono se escuchó más relajado, pero seguía denotando la autoridad que él quería mostrar sobre ella.
Amy sintió la respiración caliente de su esposo cerca de su cuello. Ese acercamiento hizo que se pusiera nerviosa. ¿Qué pretendía hacer su esposo?
— Soy Amy, tu esposa. — dijo a cambio esta.
—¿Qué parte de no hablar sin permiso no te queda en la cabeza? ¿Tengo que callarte?—no entendía cómo es que ella aún no acataba la primera orden, la primera regla, que era no interrumpirlo.
— Cállame. — la actitud de su esposo la estaba empezando a disgustar. No solía ser respondona, pero al este estar diciéndole que no hablara un deseo de llevarle la contraria se apoderaba de su instinto.
No quería verse resumida a una regla, una orden o a todo lo que su esposo le dijera que podía o no podía hacer.
Kellan soltó una risa. No se sabia si estaba enojado.
Puso una mano sobre los ojos de Amy, cubriendo su visión. Y la giró hacia él. Esta se agarró de su brazo y estaba a punto de protestar cuando sintió como su boca era asaltada.
Kellan, arremetió contra la boca de su mujer, sus movimientos eran feroces. Desde que escucho esa voz tan tierna y amable, por su mente pasó un millón de imágenes prohibidas. Imágenes que aumentaron cuando percibió la características tan atractivas y sensuales de su esposa.
— Alguien te explicará lo que debes hacer.
Kellan abrió la puerta detrás de ella y la sacó del salón.
Amy no entendía lo que había pasado.
Su esposo la había besado, la tocó, subió su temperatura, ¿pero ahora la sacaba del salón? ¿La echaba de su lado?
¿Qué le explicarían?
Se llevó una mano a su boca y se tocó los labios hinchados. Observó la puerta cerrada frente a ella.
Estiró la mano para abrirla. Pero ahí mismo llegó una señora. Interrumpiendo su acción.
— Usted debe ser la señora. — dijo la mujer con una sonrisa amigable. — El señor me envió a que le enseñara su habitación. Sígame por favor.
Amy miró dubitativa a la anciana y la puerta.
Para finalmente seguirla.
Sabía que debió entrar otra vez con su esposo y no dejarse echar de esa manera pero…no lo hizo.
Tenía que seguir órdenes, siempre se le daba bien hacer eso con lo que ordenaba sus padres, pero sentía que le sería complicado hacerlo con su esposo.
Kellan la llenaba de curiosidad y, sin duda alguna, quería besarlo otra vez, conocer su rostro, saber más del hombre con quien estaba casada.