—¿Podemos sentarnos? —preguntó Hellen, un poco cansada por estar de pie. Además, que usar tacones no era algo que había usado con frecuencia, solo desde la semana pasada—. Tengo otra idea —comentó—. Usted primero. —Claro —contestó Hadriel, que accedería a cualquier cosa que ella estuviera por sugerir. Hellen fue la que lo guio al sillón y le indicó que se sentara en el mueble. Recogió su vestido y se acomodó ahorcajadas en el firme regazo de aquel hombre. Estaba abierta de piernas a ese extraño, que la aseguró de nuevo por la espalda. Entonces, de nuevo retomaron su intensa sesión de besos, en la que en cada ocasión iba sintiendo más gusto. Sus cabezas se movían en un lento vaivén y sus labios se acoplaban, como si tuvieran vida propia. Un calor nació en su cuerpo; estaba ardiendo y su r