Capítulo 6 Envidia y maldad

1282 Words
—¿Qué has dicho? —preguntó Dahlia, al escuchar el susurro de su hija, pero no había entendido lo que había dicho. —Nada, madre —respondió Hellen, disimulando su interés—. Pensaba en voz alta. Hadriel estaba sentado en el escritorio de su oficina. Buscaba en su computadora el simbolismo de la mariposa, mientras sostenía en sus manos la pulsera trenzada que había encontrado en el asfalto y que sin ninguna duda era de aquella mujer de ojos dolientes y piel pálida. —Transformación constante, gracias a su proceso de metamorfosis —dijo Hadriel, para sí mismo. Su semblante estaba lleno de curiosidad—. ¿Quién eres, mujer mariposa? —susurró. Hellen trataba de hallar una solución a su nefasta suerte. Estaba en los pasillos del hospital. Sostenía un vaso desechable y lo llenaba, utilizando el dispensador de agua. Bebió un trago y refrescó su garganta. Ganarse la lotería, era muy poco probable. Necesitaba algo que fuera contundente y que dejara grandes ganancias. Suspiró, sin ánimo. A su cabeza no se venía ninguna idea, de lo que podría hacer, para conseguir el dinero. Regresó al cuarto donde se quedaba su madre y se sentó en el sofá de los familiares. La ventana, a su espalda, daba claridad a la habitación. —Te ves pensativa, hija mía —dijo Dahlia, observando a Hellen. Se había comportado de forma extraña, desde que había venido de recibir los resultados de sus exámenes. Quizás, le estaba ocultado la gravedad de su enfermedad, pero era ella quien la tenía, y se sentía mal, como si cada día que pasara, estuviera más cerca de morir. Las personas adultas sabían cuando su hora de partir de este mundo estaba por llegar—. Dime, en verdad, ¿qué salió en las pruebas? Hellen se quedó helada ante las palabras de su madre. Una extraña sensación le recorrió el cuerpo, como si todos sus sentidos le hubieran dado una descarga eléctrica. Sus piernas le pesaban y volvió a quedarse sin fuerza. —Ya te lo he dicho, madre —respondió Hellen, viendo a los ojos cariñosos de Dahlia—. Todo está bien. Mi preocupación es por pagar el último semestre de Howard, el primero de Hellan, tu hospedaje, tus medicamentos y tu nuevo tratamiento. —¿Dinero? —comentó Dahlia, sonriendo con ternura—. No me gustan los favores. Pero, si es por mis hijos, tendré que hacerlo. Ve a ver a tu madrina. Ella me debe más de lo que crees. Hellen abrió sus parpados y sus oscuras pupilas se ensancharon al oír el nombre, de la persona que podría ayudarla. La mejor amiga de su madre, era su madrina. Había trabajado algunos años en la mansión de ella, pero era muy estricta y el trabajo la dejaba muy agotada. “Mi cenicienta”, así le decía de cariño. Era rica, pero tacaña y vanidosa. No le gustaba gastar o prestar sus riquezas, para colaborar con los demás. Sin embargo, era una adicta a los juegos de casino. Aunque, recordaba que se había controlado un poco. —Gracias por la recomendación, madre —dijo Hellen, suspirando. En medio de su martirio, había aparecido una opción, aunque no fuera la mejor, si podía ayudarla, entonces se lo agradecería de corazón. Hadriel estaba viendo las imágenes de mariposas en su computadora. Había sido criado, como un verdadero príncipe. Estaba rodeado de personas, pero le gustaba estar solo. La imagen del rostro pálido de aquella mujer mayor, se recreaban en sus pensamientos. No había visto una mirada tan vacía y perdida, como esa. Era como si no hubiera estado consciente de lo que sucedía. ¿Podría ella estar necesitando ayuda en algo? Sí, eso era lo más probable; si, al menos, supiera cómo se llamaba, podría investigarla. Un par de golpes en la puerta de su despacho, lo hizo cerrar las ventanas de su búsqueda del computador y se guardó la pulsera en el bolsillo de su saco. —Adelante —dijo Hadriel, con voz neutra. El que apareció fue Arthur Walker, quien se puso frente a su escritorio. Sus miradas se cruzaron, como la de dos lobos alfas, que apenas se soportaban. Eran compañeros de trabajo y rivales por el dominio de la compañía minera, aunque esa disputa, ya la había ganado en la tarde. —Felicidades, director general. —Walker extendió su brazo hacia Hadriel—. Sin duda, te has ganado tu lugar en la junta directiva. No eres de mi agrado. Pero, SÍSIFO, ha quedado en buenas manos. Hadriel se puso de pie y no titubeó al responderle el apretón de manos. Los Walker eran sus más duros contrincantes por el control de la empresa. Sin embargo, en el mismo día, padre e hijo habían tomado la iniciativa, para otorgarle buenos deseos. Por más que tratara de no pensar mal, no podía dejar de hacerlo. Estaban en una zona de casa, en la que, en cualquier descuido, saltarían sobre él, para despedazarlo sin piedad. Inclinó su cabeza hacia arriba y Arthur hacia abajo, quedando a manifiesto, quien era el que se alzaba por encima del otro. Su supremacía era innegable. —¿Algo más? —preguntó Hadriel, de forma seca. —Ahora que lo dices, ¿cuándo es tu graduación? —dijo Arthur, fingiendo una sonrisa de agrado en su boca. Sabía, con exactitud, la fecha, la hora y el lugar, hasta cada uno de los compañeros, con lo que había terminado el posgrado. No había margen de error, por lo que debía ser lo más meticuloso posible. —¿Para qué lo quieres saber? —comentó Hadriel, de modo inflexible. —¿Por qué más? Quisiera obsequiarte un presente. No sería honorable de mi parte, que mi director vaya a tomar grado, y yo no le dé nada —dijo Arthur, con voz neutra y astuta. Hadriel lo pensó por algunos segundos. Pero, no habría gran diferencia en decirle o no. Así, que, no había ningún tipo de inconveniente en revelárselo. —Será en una semana… —Hadriel siguió explicándole, por un breve instante. —Te haré el mejor regalo de tu vida. Ya lo verás —comentó Arthur, vanagloriándose por su futuro detalle. Ese mismo día, comenzaría la caída de Hadriel—. Aunque pasen los años, no podrás de dejar de pensar en mi dádiva. —Ya la veremos —respondió Hadriel, con voz arrogante—. Pocas cosas podrían llegar a asombrarme. Arthur dio un paso hacia atrás, mientras seguía mirando a Hadriel. —Déjame sorprenderte, Hadriel. Mi buen amigo —dijo Arthur, confiando en que la Madame podría conseguir a una mujer con todos los requisitos que le habían dicho. —director Hadriel para ti —dijo él, con expresión severa y rígida—. Acepto tu trato, pero no somos amigos. —Lo sé. Entonces me retiro —dijo Arthur, fingiendo una sonrisa en su cara. Al darse la vuelta, endureció su expresión, llena de enojo. Apretó los puños. Arthur bajó al estacionamiento de la compañía, donde los esperaba su padre en un ostentoso automóvil de color gris. Abrió la puerta y se acomodó al lado de Máximo Walker. Hubo silencio por un momento, hasta que estalló de la ira, que ardía en sus venas. —Es un maldito —dijo Arthur, respirando de forma agitada—. Se cree mejor que todos nosotros, padre. —Ten calma, hijo —comentó Máximo, calmando a su primogénito—. Los Drews, caerán. Solo debemos esperar un poco más. Tengo el presentimiento, que ellos caerán en picada. —Sí —dijo Arthur, sonriendo con maldad y astucia—. La destrucción de los Drews, está por llegar.
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