Tal vez estaba un poco asustada por todo lo que viví con Pablo, pero al parecer, Alessandro era un poco distinto, aunque, al principio, Pablo también era distinto…
—Quieres… ¿Quieres que demos un paseo por Roma? —sugirió él—, o…
—¿O…?
—O podríamos organizar algo en casa, ver una película o algo así.
Me gustaba más la segunda opción, tenía el ánimo por el suelo en ese momento, ver a mis hijos pero sólo por una foto me hizo caer en mil pedazos.
—Prefiero eso, prefiero quedarme aquí, contigo —su rostro se mostraba apenado.
Asintió, me tomó de la mano y nos encaminamos a una habitación dónde había un sofá enorme, una pantalla de tv enorme también. Quedé sorprendida ante tantos lujos, se notaba que la familia Lucchese era de gran dinero.
—Siéntate, traeré algo de beber —asentí, me acomodé para esperarlo.
A los diez minutos aproximadamente, Alessandro regresó conmigo, entró a aquella habitación y cerró la puerta tras él, dándole una vuelta a la llave, me alarmé por eso. Lo miré, vi que venía con una bandeja, me levanté para ayudarlo.
—Oh, qué bien se ve esto —me saboreé viendo chocolates y café, él rió.
—Parece que te gustan mucho los dulces.
—Mucho —le sonreí.
Nos acomodamos en el sofá, con cierta distancia de por medio. De todos modos, éramos pareja en público, y allí estábamos solos.
Buscó una película en Netflix, era un poco triste “El fotógrafo de Mauthausen”. Me gustaban mucho las películas verídicas, pero también me daban cierta impotencia y tristeza.
Pasadas media hora de película, tenía algo de frío, bueno, era otoño y estaba sólo con un vestido, no podía esperar más.
—¿Tienes frío? —preguntó viéndome acurrucada en mí misma.
—Sí —sonrió, se levantó—, ¿a dónde vas?
—Traeré una manta.
Volvió enseguida, me alcanzó la manta y me cubrí con ella.
—Ven —le susurré para que se acerque así podía cubrirse también. Se tensó, se acercó pero no lo suficiente como para sentir su cuerpo junto al mío. Me acerqué yo, quedando pegada a él, lo miré a escasos centímetros de su rostro.
—Gracias —susurré.
La película terminó y ya estaba anocheciendo, nos quedamos todo el tiempo así, juntos pero ninguno se atrevía a hacer algo más.
—Creo… Creo que iré a darme una ducha —le dije levantándome del sofá. Asintió.
Salí a paso torpe hacia la puerta para ir a mi habitación. Cerré la puerta detrás de mí y busqué algo de ropa para ponerme, algo sencillo para estar en casa y cómoda. Busqué una toalla y me encaminé al baño.
Abrí el grifo, me quité la ropa que traía puesta y la dejé a un lado, entré a la ducha, el agua caía tibia sobre mi cuerpo, me relajé. Tardé poco más de veinte minutos allí dentro, la verdad es que el agua estaba perfecta, me encantaba. Salí del baño y busqué la ropa que la había dejado sobre la cama. Me puse mi ropa interior, golpearon la puerta.
—¿Sí?
—Nohe… —Alessandro abrió la puerta y me vio, semidesnuda.
—¡Hey! —intenté taparme con mis brazos, pero era en vano.
—Lo siento —dijo mirando hacia otro lugar—, sólo venía a avisarte que está la cena lista.
—Enseguida voy.
Alessandro salió de la habitación, me había visto sin ropa, ¡qué vergüenza!
Terminé de alistarme y salí a la cocina para cenar.
—Disculpen mi demora —dije, viendo a todos ya en la mesa esperándome sólo a mí.
Cenamos tranquilamente, sin mucho diálogo de por medio.
Miré de reojo a Alessandro antes de irme a mi habitación.
—Con permiso —me levanté de la silla—, buenas noches.
—Nohemí —escuché su voz firme—, enseguida subo a hablar con usted.
Asentí, ¿y ahora que quería?
Entré a mi habitación, busqué una prenda para dormir, encontré un camisón un poco translúcido, perfecto. Entré al baño, cepillé mis dientes, me quité la ropa y el sostén, me puse ese camisón con puntilla en los bordes, me quedaba perfecto. Salí del baño y busqué mi celular, en eso escuché un golpe en la puerta de la habitación.
—¿Si?
—Nohemí —era Alessandro—, ¿puedo pasar?
—Claro.
Estaba de espaldas hacia la puerta, él entró, pude sentir cómo se aceleraba su respiración.
—¿Qué necesitabas? —me giré para verlo.
—Yo… —se rascó su nuca—, yo…
—Dime —murmuré acercándome a él.
Pasé por su lado para cerrar la puerta detrás de él, me giré para verlo y me paré frente a su cuerpo, apenas le llegaba al pecho, lo miré fijamente a los ojos, él hizo lo mismo conmigo. Pude notar la tensión en su cuerpo, su mano se apoderó rápidamente de mi cintura apegándome más a su cuerpo. Mis brazos se posaron en su cuello, su mano libre tomó mi mejilla para acercarse un poco más, a escasos centímetros de que nuestros labios se unieran, él habló.
—Mañana vendrás conmigo a la casa de mis padres —susurró sobre mis labios, sus pupilas estaban dilatadas.
—¿Qué? —dije sorprendida, ¿me llevaría a conocer a sus padres?
—Quiero que estés preparada temprano, ellos viven a cuarenta minutos de aquí.
Asentí, a sus órdenes, jefe. Me alejé un poco de él mientras me encaminaba a la cama. Me giré de nuevo para verlo, aún seguía parado allí sin dejar de mirarme.
—Por cierto… Tienes buen gusto con la ropa —susurré haciendo a un lado mi cabello, dejando a la vista mis pechos a través de la fina tela del camisón.
Tragó grueso, se despidió para marcharse a su habitación. Suspiré. Tenía que agilizar todo, quería apresurar el tema para recuperar más rápido a mis hijos, deseaba verlos.
Mi celular sonó, era un mensaje.
“Olvidé decirte que luego de la casa de mis padres te llevaré a dar un paseo”
Leí ese mensaje, suspiré. No podía quitármelo de la cabeza, Alessandro tenía cierto encanto que me podía.
“Olvidé preguntarte si debo llevar ropa interior también”
Respondí con cierto sarcasmo, ya que él me elegía siempre lo que debía ponerme cuando salíamos.
“Si quieres, pero dudo que te dure mucho tiempo puesta”
Un gemido ahogado salió de mi boca, no esperaba esa respuesta.
“¿Qué pretende, señor?”
“Mañana te lo explicaré, buenas noches”
Me acomodé en la cama para intentar dormir, pero luego de eso, ¿cómo iba a poder dormir?
Puse la alarma en mi celular a las 7:30 am, no quería quedarme dormida ni mucho menos hacer esperar al señor Alessandro.
No sé en qué momento me quedé dormida imaginándome cosas prohibidas con él, la alarma sonó, con pesadez me levanté de la cama. Suspiré. Me adentré al baño en búsqueda de una lluvia fría para lograr despertar todos mis sentidos.
Luego de veinte minutos ya estaba duchada, envolví mi cuerpo en una toalla y salí del baño. Busqué algo de ropa en el armario, encontré ropa interior de encaje, un vestido suelto en tono canela con un escote en v, ajustado hasta la altura de la cintura y luego suelto. Unas sandalias negras y recogí mi cabello en un moño desordenado. Terminé de vestirme y me miré al espejo que tenía en la habitación.
—Perfecto —susurré para mí misma.
Busqué los pendientes y una cadena para colocarme como complemento y casi estaba lista ya. Miré mi celular, eran las 9:00 am, ¿tanto podía demorarme?
Alguien golpeó la puerta de mi habitación.
—¿Sí?
—¿Estás lista?
—Buenos días Nohemí, buenos días Alessandro, ¿cómo has dormido? Bien, gracias, ¿y tú? —dije burlista, pude notar que rió—, ya casi estoy lista, puedes pasar.
Él abrió la puerta lentamente, pude verlo vestir un traje n***o, con una camisa blanca y corbata azul, sentí cierta humedad entre mis piernas.
—Estas… Estás preciosa —dijo él, en un tono poco audible.
—Gracias —sonreí y di una vuelta modelándole.
Terminé de arreglarme con él allí en la habitación, me maquillé sencilla, estaba lista.
—¿Vamos? —salí del baño, mirándolo allí parado al borde de mi cama.
Tomé mi cartera de mano dónde llevaba mis cosas esenciales.
—Vamos —me tomó del brazo, salimos de allí.
Salimos de la casa, buscamos el coche dónde allí nos estaba esperando su chofer. Nos subimos, me acomodé en asiento trasero junto a Alessandro.
—Señor Alessandro —susurré, buscando su mirada.
—¿Si?
—Decidí ponerme ropa interior igual —miré hacia otro lugar.
El viaje fue en silencio, algo incómodo, pero al señor Lucchese no le gustaba mucho hablar. Me dispuse a mirar por la ventanilla para ver el paisaje por dónde íbamos. Italia era tan preciosa, era un sueño.
Sin darme cuenta estábamos llegando a un lugar un poco extraño, parecía un castillo, pero antes de llegar a este, había muchas plantas, parecía un gran bosque.
—¿Aquí viven tus padres? —le pregunté.
—Sí.
Bueno, ya no me daban ganas de seguirle hablando para obtener esas respuestas.
El coche se estacionó frente a la casa, Alessandro bajó primero y vino a abrir mi puerta, tomando mi mano para ayudarme a bajar.
—Eres mi mujer —me susurró, tomándome de la cintura y apegándome a su cuerpo.
Asentí sin entender. Afuera de esa gran casa estaba un señor muy apuesto esperándonos.
—Buenos días, hijo mío —dijo él, abrazando a Alessandro.
—Buen día, papá —sonrió sin mostrar sus dientes—, ella es Nohemí, mi… mujer.
Saludé atentamente al hombre mayor, presentándome. No sabía cómo actuar frente a ellos, ¿y si no les agradaba? ¿Y si sospechaban de algo?
—¡Teresa! —gritó el hombre llamando a su mujer, que de inmediato llegó a la puerta.
—¡Hola! —tenía cierta simpatía, me agradaba.
—Buenos días —saludé del mismo modo que a aquél hombre.
—Pasen, pasen, sean bienvenidos —sonrió Teresa.
Entramos a la casa, ¡wow!
Alessandro no me quitaba la vista de encima, intentaba estar cerca de mí todo el tiempo.
—Buen día —saludó un chico joven, más o menos de mi edad, tenía cara conocida…
Alessandro se sorprendió al verlo, su reacción fue extraña. Tomó mi mano y dio un apretón fuerte allí.
—Buen día… —saludé, sin quitarle la vista de encima, de algún lado lo conocía.
—Él es Doménico, mi hermano menor —dijo Alessandro, tomándome de la cintura y apegándome a su cuerpo.
—Un gusto, Nohemí —sonreí.
Doménico… Doménico… ¿De dónde lo conocía?
—Necesito ir al baño —le dije a Alessandro en un susurro.
—Te acompaño.
Lo miré extrañada. Nos encaminamos al segundo piso de la casa, allí había un gran baño, muy lujoso. Entré, pero Alessandro venía detrás de mí.
—Puedo hacer mis necesidades yo sola —arqueé una ceja.
—Lo dudo —entró y cerró la puerta detrás de él, me tomó de la cintura apretándome contra la pared, me besó apasionadamente.
Me tensé, pero luego le seguí el beso, quería más…
—No dejes que nadie se atreva a tocarte —susurró sobre mis labios—, eres mi mujer, recuérdalo.
Asentí, él volvió a besarme pero esta vez con suavidad, nos separamos. Hice mis necesidades y luego regresamos al salón. Teresa ya había preparado el almuerzo, lasaña, con lo que me encantaba.
—Lo siento —me disculpé al regresar.
—No te preocupes, querida —dijo el señor—, por cierto, mi nombre es Vito.
Le regalé una sonrisa, nos sentamos en la mesa para esperar el gran almuerzo familiar, estaba nerviosa, muy nerviosa.
Alessandro estaba sentado a mi lado, su mano atrevida tocaba mi pierna descubierta por el vestido corto que estaba utilizando. Me tensé al sentir su contacto con mi piel.
—Me hace muy feliz verte bien, hijo —dijo Vito, mirando fijo a Alessandro.
Que personas extrañas, tenían poca emoción al hablar. Doménico rió con ironía, aún no podía descifrar quién era.
—Sí, papá —él chico me miró—, soy afortunado de tener a Nohemí a mi lado.
Le dediqué una sonrisa.
Terminamos de almorzar, tenía un nudo en el estómago debido a los nervios, además, no podía dejar de pensar en ese beso que Alessandro me dio en el baño.