Capítulo 4

1113 Words
—Acepto —dije luego de pensarlo por unos cuantos minutos. Su semblante cambió al escucharme por uno más relajado. Tenía que pensarlo, pero si era algo a cambio para recuperar a mis hijos, haría todo lo necesario. —Pero en ocho días regreso a España —le dije—, necesito lograr encontrarlos antes. —No regresarás. —¿Cómo? —El contrato será por tiempo indefinido, sea el tiempo que sea, debes estar aquí, conmigo —me estaba poniendo nerviosa—, no te faltará nada mientras. Asentí insegura, ¿debía aceptar la propuesta? ¿Qué quería de mí ese señor? Llegó la hora del almuerzo, llegó el chofer a buscarnos y fuimos a un restaurante en la ciudad. Mi madre no dejaba de llamarme y no podía responderle. —Atiende —dijo mientras íbamos en coche. —¿Bueno? —Al fin respondes, ¿estás bien? ¿Dónde estás? —dijo alarmada Raquel. —Sí, mamá, estoy bien. Pude notar cómo Alessandro me miraba de reojo. No sabía si podía contarle sobre esto a mi familia o que debía hacer. Halé un rato más con ella, quería lograr que se quedara tranquila y me creyera que estaba bien. Aunque… Ni yo sabía si estaba bien o me estaba metiendo en un gran lío. Le di una sonrisa al chico que iba a mi lado. —¿Todo bien? —Sí, estaba preocupada. —Una vez firmes el contrato, puedes decirle —lo miré extrañada. —¿Y qué debería de decirle? —lo miré incrédula—, que firmaré un contrato con alguien que no conozco y me va a mantener —soltó una risa. —Que tienes pareja y vivirás aquí. Lo dijo muy decidido, como si fuera algo de lo más normal y cotidiano para él. Suspiré, creo que estaba metiéndome en un gran lío, definitivamente. Llegamos al restaurante, era muy lujoso para dónde estaba acostumbrada a ir normalmente. Nos bajamos del coche y nos dirigimos a este. Alessandro me dejó ingresar a mí primero, muy caballeroso de su parte. —Gracias —sonreí. El recepcionista nos recibió muy amable y nos acompañó hasta una mesa que quedaba ubicada justo al lado de un gran ventanal. Nos acomodamos y esperamos a que trajeran el menú. —Entonces… Nohemí —no me quitaba la vista de encima. —Dime… Sacó un papel de un sobre marrón que traía en su mano, supuse que era el contrato, que formal, señor Lucchese. —Léelo y luego me dices. Lo miré durante unos minutos intentando entender lo que decía su mirada, tomé el papel entre mis manos y me dispuse a leerlo. 1. Debes actuar cómo MI MUJER frente al resto de las personas. 2. No habrá nada comprometedor entre ambos. 3. PROHIBIDO ENAMORARSE. Entre muchas cláusulas más, pero esas eran las que más me impactaron, o sea, ¿tenía que fingir ser su esposa? ¿Y cómo haría eso? Tomé una lapicera y firmé, dudosa, pero firmé, pensando siempre en mis hijos, quería recuperarlos. —¿Quién eres, Alessandro? —susurré mirándolo. —Ya te enterarás, cariño —esa última palabra retumbó en mi cabeza, CARIÑO. El mesero trajo el menú, elegimos pastas, unos raviolones de ricota. Me encantaban, sin duda, las pastas eran mi debilidad. No le quitaba la mirada de encima a Alessandro, y él, tampoco se molestaba en hacerlo conmigo. —¿Qué es lo que debo hacer, entonces? Tomó mi mano y la acarició amorosamente, mi cuerpo se erizó. ¿Con qué así debía actuar, entonces? Si él quería jugar, yo iba a jugar peor. Le guiñé un ojo y sonreí. Nos trajeron la comida, almorzamos tranquilamente. Al acabar, nos quedamos unos pocos minutos más allí y decidimos marcharnos del restaurante. —Iremos a casa —me miró Alessandro mientras subíamos al coche—, yo debo salir a hacer unas cosas. —¿No puedo acompañarte? —No. Suspiré, que hombre raro. Llegamos a la casa y me quedé allí. Busqué a Rosina, quería tener una compañía, me ofreció un té, acepté. —¿Puedo hacerte una pregunta? —Claro, niña. —¿Estoy en peligro? —dije casi susurrando, por miedo a otras personas que andaban en la casa escucharan. —No, el señor Alessandro es muy bueno —dijo luego de unos segundos pensando en qué responder. —Gracias —sonreí a medias. Decidí ir a la habitación que me habían asignado para poder llamar a mi madre y hablar tranquilas, le debía una gran explicación. Me dijo que estaba totalmente loca, y sí, tenía razón, estaba loca. Cortamos la llamada, miré la hora y eran las 4:30 pm, estaba aburrida encerrada ahí. Le envié un mensaje a Alessandro. “Iré a dar un paseo por Roma, estoy aburrida aquí” Automáticamente mi celular comenzó a sonar, era él. —¿Bueno? —No puedes salir de la casa sin mí. —¿Por qué? —Debo cuidarte, Nohemí —murmuró—, ya estoy llegando a la casa. Asentí, suspiré, dejé el celular a un lado y me quedé recostada en la cama pensando en todo lo que estaba sucediéndome, ¿cómo carajos me encontró Alessandro? ¿Cómo sabía quién era yo? ¿Cómo sabía a lo que venía a Italia? ¿Cómo conocía a mis hijos? Eran muchas preguntas sin respuesta al final, porque intentaba averiguarlo y nadie me decía nada, mucho menos él. Salí de mis pensamientos al sentir que golpeaban la puerta de la habitación. —Adelante. —Perm… —Alessandro se sorprendió al verme— permiso —aclaró su garganta. Cerró la puerta detrás de él, creí que tenía que hablar conmigo. —Quiero enseñarte algo —dijo acercándose tímidamente, me incorporé en la cama. —¿Qué? Sacó su celular del bolsillo, lo desbloqueó y buscó una imagen, me la enseñó, eran ellos, ¡eran ellos! ¡Mis hijos! No pude aguantar y comencé a llorar desconsoladamente. —¿Dónde están? Quiero verlos. —Tranquila… —murmuró acariciando mi mano—, ellos están bien, debes tener paciencia y los recuperarás. —¿Por qué debo esperar tanto? —Por… —suspiró—, Gianfranco —lo miré sorprendida. Él los tenía, él me los quitó aquél día y sabía que no era fácil recuperarlos. —Debes ser fuerte, debes esperar —sonrió a medias—, te prometo que los tendrás contigo. Asentí, sollocé, me lancé a sus brazos para abrazarlo, tenía que ponerme en puntas de pie porque era demasiado alto, o yo era demasiado baja. —Gracias —susurré en su pecho. Él, tímidamente, también me abrazó, acarició mi espalda, apretándome más a su cuerpo.
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