Capítulo 7

1277 Words
Ya estaba oscureciendo, pasó aproximadamente media hora y le reenvié la imagen a mi madre, no podía creerlo ella tampoco cómo se veía mi hijo. Alessandro regresó. Entró a la habitación y me miró. —¿Dónde estabas? —pregunté levantándome de la cama de inmediato. —Estaba arreglando unos asuntos. Me acerqué a él con lágrimas en los ojos, le tomé las manos. —Por favor, dime —sollocé. —Ya te respondí —soltó mis manos—, no insistas. No aguanté, las lágrimas cayeron de nuevo. ¿Por qué me ocultaba todo? Tenía que tramar algo para que me confiese todo. —Tranquilízate —por fin habló—, tus hijos están bien. Lo miré, ¿a qué quería jugar este hombre? Si esto era así, yo también iba a jugar y peor. Sequé mis lágrimas e inhalé profundamente. —¿De nuevo me dejarás sola? —me acerqué hacia dónde estaba él. —Ahora no —se giró para verme. —Quisiera poder pasar tiempo contigo —susurré acercándome a su cuerpo, puse mi mano sobre su pecho. —¿Qué planes tienes? —murmuró tomándome de la cintura. —Primero podríamos aclarar unos pendientes tú y yo —me apretó contra su cuerpo—, y luego me gustaría conocer París. —Vamos a dar un paseo, preciosa —se separó de mí. Bufé por lo bajo, ¿cómo podía atraerlo? ¡Qué chico difícil! —Iremos a algún sitio a cenar —me aclaró para que me vista formal. —Perfecto, cariño —le guiñé un ojo. Me puse un vestido en broderie de color blanco, cabello suelto, maquillaje lo más natural posible y unas sandalias. —Estoy lista —le dije, quedó mirándome de pies a cabeza—, ¿voy mal? —Para nada —sonrió. Me acerqué a él para que pueda sentir mi perfume, di un giro mostrando mi outfit. Me acerqué a su rostro para hablarle al oído. —No llevó ropa interior —susurré, de su boca se escapó un leve gemido. Sonreí triunfante. Salimos del hotel, nos subimos de nuevo al auto y salimos a recorrer la ciudad del amor buscando algún buen restaurante para ir a cenar. Luego de unos minutos por fin encontró un sitio de su agrado. Entramos allí y pedimos una mesa, enseguida nos asignaron un lugar, era demasiado lujoso. Nos sentamos enfrentados y esperamos a que un mozo nos atienda. Pedí un plato de patatas gratinadas, Alessandro pidió lo mismo que yo. Él se encargó de la bebida, el vino más caro del mundo pidió, estaba impresionada. No dejaba de mirarme, estiré mi mano para tomar la suya, le regalé una sonrisa. —Eres muy hermosa —susurró. Entre charla y charla llegó nuestro menú. Nos dispusimos a comer en silencio, el vino estaba sentándome un poco mal, había tomado más de lo debido y no era de los baratos que sabía comprar mi padre. Terminamos de cenar, él pagó la cuenta y salimos de allí. No me mantenía muy estable y reía por nada. Estábamos caminando por el centro de París mirando algunas vidrieras. —Creo que debemos regresar al hotel —dijo él en un tono serio. —¿Por qué? No seas aburrido. —Estás borracha. —Eres aburrido —me quedé parada en un lugar. —¿Quieres ver que tan aburrido soy? —susurró tomándome de la cintura pegándome a su cuerpo. —Me encantaría —susurré, dio un apretón en mi muslo. Él se encargó de pedir el auto y nos marchamos al hotel, ya no había mucho por hacer de noche allí. Queríamos descansar. Llegamos a nuestra habitación y Alessandro entró a ducharse. Escuché el agua que caía de la ducha, me quité mi ropa rápidamente y entré en silencio al baño. Abrí la mampara de la ducha y lo vi completamente desnudo, quedé boquiabierta. —¿Qué haces? —intentaba cubrirse. —Creí que podíamos ahorrar agua —entré a la ducha con él. —Nohemí, por favor —se tensó. —-Shh —me acerqué a su cuerpo, toqué su pecho. Alessandro no quitaba la vista de mis labios, bajó a ver mis pechos, mis pezones estaban erectos por el agua fría. Sus manos me tomaron por la cintura y me apretó contra su cuerpo. Nuestros labios se unieron, su lengua jugaba con la mía. —Mmm —gemí entré los besos. —¿Estás segura? —preguntó con su respiración acelerada. —Sí. Me giró bruscamente y su cuerpo se apegó a mi espalda. Su mano izquierda estaba en mis pechos estimulando mis pezones, su mano derecha viajó lentamente hasta mi feminidad, comenzó a jugar con su dedo en mi clítoris. Tiré mi cabeza hacia atrás, besaba mi cuello. Me giré en un rápido movimiento y me arrodillé frente a él. Tomé su m*****o en mis manos y comencé a masturbarlo, lo introduje en mi boca, comencé a jugar con su aparato reproductor. Me levantó del suelo, tenía su pene erecto, me dio vuelta dándole la espalda, se acomodó entre mis piernas y me penetró sin anestesia alguna. —¡Ah! —gemí, podía sentir cada centímetro de su pene dentro de mí. Su mano me sujetaba del cabello, sus embestidas eran cada vez más rápidas y fuertes. Cuando estaba por acabar salió de mí, acabo fuera. Me giró aun sujetándome del cabello apretándome a su cuerpo. Me besó apasionadamente. Me soltó, terminó de ducharse y salió del baño con la toalla en su cintura, ¿me dejaba así sin más? Terminé de ducharme también y fui en busca de ropa para ponerme. No estaba en la habitación, miré al balcón y estaba allí parado, fumando un cigarro. Me alisté, cepillé mi cabello y salí con él allí, me acerqué a él, lo miré. —Eso no debió suceder —fue lo único que me dijo. —Tú lo querías también. —No entiendes, Nohemí. —¿Qué es lo que debo entender? —lo miré incrédula—. No me explicas nada, Alessandro, tienes mucho misterio encima. —El contrato decía que no debía haber relaciones entre nosotros, ni con nadie más, nada, no podemos… —lo interrumpí. —A la mierda el contrato ese. Entré a la habitación dejándolo sólo allí. Yo lo único que quería era recuperar a mis hijos, ¿qué mierda me importaba un contrato? —Nohe… —No me hables —lo miré—, por un contrato no puedo estar con nadie más, y si tengo ganas de coger, ¿tampoco puedo contigo? Abrió sus ojos grandes, no esperaba esa respuesta al parecer. —Además me gustas, me excitas, me calientas —le dije segura—, ¿qué mierda me va a importar un contrato? Se acercó a mí a pasó rápido, me tomó de la cintura y me besó apasionadamente. —Eres desobediente —susurró sobre mis labios—, y me encanta. Era momento de descansar, nos fuimos a la cama, cada cual en su respectivo lugar, él no se atrevía a tocarme ni yo a él. Me quedé dormida enseguida, había sido un día largo. “—¡Mami, mami! —escuché unos gritos de unos niños—, ¡estás aquí! Me giré para ver de qué se trataba, Daniel y Eider venían corriendo hacia mí, no podía creerlo, comencé a llorar, los abracé con todas mis fuerzas. —Prometo no dejarlos nunca más. Una sombra se interpuso entre nosotros, miré y era… Era él.” Desperté asustada, mis hijos, ¿estaban en peligro? ¿Estaban bien? Necesitaba verlos, necesitaba urgente poder tocarlos, abrazarlos. Necesitaba estar tranquila.
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