Capítulo 2

1377 Words
Busqué trabajo, encontré uno cómo personal de limpieza de una compañía de seguros de Murcia, no era gran cosa, pero me servía para poder ahorrar dinero durante un par de meses y poder viajar a Italia. Cinco meses pasaron, cinco meses dónde la policía nunca me avisó nada, por más que insistí, y mucho. Cinco meses buscando en las r************* , buscando información en internet, buscando y buscando, pero nada… —Llegó el momento, mamá —le dije, decidida. —¿De qué? —Viajaré a Italia. Ella me miraba, sorprendida. No podía creer que seguía con ese pensamiento, y si, ¿qué creía? Qué iba a quedarme así sin saber nada de mis hijos, si estaban bien, si estaban vivos, donde estaban. Revisé los ahorros que tenía en el banco, no eran muchos pero me bastaban para poder ir a Italia un par de días, mínimo diez días, tenían que alcanzarme para poder averiguar algunas cosas, ¿no? Fui al aeropuerto a sacar un boleto para viajar cuanto antes. Bien, en dos días me iba a otro país. Regresé a la casa de mi madre a preparar todo, ropa, cosas necesarias, mi ordenador, dejé todo listo ya. Estaba ansiosa. Mi madre me llevó al aeropuerto dos horas antes de que mi vuelo saliera, se quedó conmigo esperando hasta último momento. —Por favor, ten mucho cuidado. Ella estaba muy asustada, obvio. Mis planes eran llegar a Italia, hospedarme en aquél mismo hotel dónde él me llevó aquella vez. Ahí parecía que lo conocían muy bien, pero no sabía si a Pablo, a Gianfranco o a quién. Llegó el momento de despedir a mi madre para ir a mi embarcación. Los nervios estaban apoderándose de mí. Entregué mis documentos y me encaminé a esperar al avión, subí en mi asiento asignado y ahí esperé. Tenía aproximadamente dos horas y media de viaje. Para mi suerte tenía asiento al lado de la ventanilla, por lo menos podía ir mirando hacia fuera, el paisaje, distraerme un poco. Llegamos a destino, por fin, porque la ansiedad me estaba consumiendo ya. Lo primero que hice fue buscar un taxi para ir al hotel dónde me hospedaría. Entré en la habitación asignada y dejé mis cosas, volví de nuevo a la entrada para poder hablar con el conserje. —Buenos días, señorita —saludó muy atento. —Buen día —sonreí amable—, necesito localizar a una persona, quizás usted me puede ayudar. —Dígame su nombre. —Gianfranco Mirizzi —pude ver como su rostro cambió. Me imaginé lo peor. —No puedo brindarle información de él. —Soy su esposa —le dije firme, me miró sorprendido. —No sé… No puedo decirle nada —estaba nervioso. Hice caso omiso, me marché del hotel, fui a algún sitio a buscar algo para poder almorzar, moría de hambre. Encontré una cafetería sencilla, ahí entré, pedí tostados primavera con una gaseosa fresca. Estaba pensando cómo lograr ubicar a este hombre, pero cada vez lo veía más difícil. Le pregunté al mesero que estaba atendiéndome allí, me dijo lo mismo que el conserje. ¿Quién carajos era Pablo? Una vez que terminé de almorzar, salí de aquella cafetería y caminé un poco por la ciudad. —¿Tan linda y tan sola? —dijo alguien detrás de mí. Me giré rápidamente para ver de quién se trataba, no lo conocía y su cara no parecía muy amigable. —¿Quién eres? —Tranquila, no te haré daño —se estaba acercando más a mí. Tenía miedo. —¿Quién eres? —me alejé un poco. —Sé muy bien lo que estás buscando aquí en Italia. Abrí un poco mis ojos y mi boca para hablar, pero él me interrumpió. —Shh —se acercó más a mí, puso su dedo sobre mi boca—, si te comportas te llevaré a dónde quieres ir —susurró cerca de mi rostro. ¿Y este quién carajo era y cómo sabía todo? ¿Me conocía? —¿Quién eres? —Soy Alessandro Lucchese, y tú eres… Nohemí —dijo seguro, lo miré sorprendida. ¿Acaso era algún amigo de Pablo? ¿Quién carajo era? Accedí sólo por el hecho de que él sabía dónde estaban mis hijos o eso suponía, pero me conocía a mí y eso bastaba. Me subí a su auto en la parte de atrás, junto a él, tenía un chofer, que apenas gesticuló palabra para saludarme. Debe ser alguien importante este tal Alessandro. Luego de unos treinta minutos llegamos a un lugar a las afueras de Roma, desconocía esos turbios lugares. —¿Dónde vamos? —Tranquila, no te haremos daño —dijo Alessandro, su voz era ruda, con un toque seductor. Tenía que averiguar quién era Alessandro, ¿era amigo de Pablo? ¿Era familiar? ¿Era otro mafioso? Entramos a una gran residencia en un campo, aparentaba ser de gran dineral ese sitio. Miré a mi compañero de viaje buscando algún tipo de respuesta, pero él no decía ninguna palabra. El chofer llegó al estacionamiento, nos bajamos del auto. Entramos a la gran mansión que tenía frente a mis ojos, o al menos, a comparación de las casas donde he vivido, esa era enorme. —Bienvenida, Nohemí —dijo Alessandro, mirándome con cierta provocación. Me tomé el tiempo para observar aquél lugar, era muy lujoso y… Daba cierto miedo también. —Gr… Gracias —dije, nerviosa. Miré de nuevo a Alessandro, necesitaba explicaciones—, ¿podemos hablar? —Claro, pero en este momento no puedo, te quedarás con Rosina —miré hacia la mujer—, es la sirvienta de esta casa. Asentí, insegura, no sabía dónde estaba ni qué era lo que querían conmigo, pero yo sólo tenía un gran objetivo: ENCONTRAR A MIS HIJOS. —Más tarde regreso y hablamos todo lo que deseas —dijo Alessandro, guiñándome un ojo. ¿Me estaba seduciendo? ¿O eran ideas mías? Me dirigí a la cocina con Rosina, me senté a un lado dónde no molestaba y veía las cosas que cocinaba, me daba hambre. —¿Quién es Alessandro? —me atreví a preguntarle a aquella humilde mujer. Ella me miró, no respondía, ¿por qué todos eran tan tímidos aquí? —Necesito saberlo, por favor —le supliqué, al borde de las lágrimas. —Alessandro Lucchese es un hombre de poder aquí en Italia —fue lo único que logré obtener de su boca. ¡Ajá! Al parecer él también pertenecía a la mafia, de a poco iba descubriendo ciertas cosas… —Gracias —sonreí. Mi celular sonó, era un mensaje de mi madre. “¿Estás bien?” “Sí, mamá, mejor de lo que crees” “¿Qué sucede?” No le respondí, no podía hablar en ese momento. Tenía que idear un plan para encontrar a Pablo, tenía que encontrar a mis hijos, pero… ¿Cómo Alessandro sabía a lo que venía a Italia? —¿De qué hablaban? —una voz me sobresaltó entrando a la cocina, era él. —Sólo conversábamos de las cosas ricas que está preparando —mentí, intentando que la pobre Rosina no se lleve un regaño. —¿Me acompañas? —¿A dónde? —Ven… Te gustará. Asentí, me levanté de la silla y le di una sonrisa a Rosina, salimos del lugar juntos, caminamos por la gran casa, subimos unas escaleras hasta llegar al último piso, eran tres en total. —¿Qué hacemos aquí? Debía admitir que me ponía nerviosa, no sabía qué era lo que querían de mí ni porque me habían llevado a ese lugar apenas sin conocerme, o quizás me equivocaba y me conocían más de lo esperado. Entramos a una habitación dónde se podía apreciar un divino paisaje hacia la ciudad, muy a lo lejos, pero se disfrutaba desde el balcón. —Aquí puedes quedarte el tiempo que necesites —dijo él, lo miré extrañada. —Pero me estoy hospedando en el hotel… —No, ya no te quedarás ahí —fruncí el ceño—, es por tu seguridad. —¿Quién eres para estar protegiéndome? —Ya lo sabrás, pero de momento, déjame cuidarte —lo último lo dijo apenas audible. ¿Quién carajos era?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD