El gran día llegó, estaba en mi cuarto alistándome para la boda, una maquilladora y una peluquera estaban haciendo magia en mi cabeza.
La puerta se entre abrió, era Alessandro.
—¿Puedo pasar? —preguntó.
—Sí, adelante —dije, sonriendo.
—Necesito hablar con Nohemí.
Las mujeres salieron de la habitación dejándonos solos.
—Estás preciosa —susurró, sonriendo.
—Gracias, cariño —lo besé—, ¿qué sucede?
—He hablado con Zamira… —levanté mis cejas—, he intentado de traer a los pequeños a nuestra boda.
Mis ojos se aguaron, no aguanté la emoción.
—¿En serio me lo dices? —lo abracé fuerte.
—Sí, vienen con la niñera, los envía con ella desde Francia —acarició mi espalda—, pero hay un problema…
—¿Qué? ¿Cuál? —me preocupé.
—Aquí en Roma está tu padre y Gianfranco.
No entendía a qué q
