Narra Maicol
Hice un buen trabajo controlando mis instintos más básicos esa primera semana. De hecho, mi pequeña y delicada Fernanda dependía directamente de mí, pero me había asegurado de ser yo quien la buscara en las oficinas más visibles. Había tenido cuidado de no acercarme demasiado a esas pequeñas y dulces curvas y a la divina promesa de tan perfecta inocencia. También me había asegurado de mantener mis pelotas completamente vacías día y noche con la ayuda de un montón de películas para adultos.
Parecía que ni siquiera Erika, que apenas tenía un mínimo de respeto por mis capacidades fuera del negocio o del dormitorio, creía que yo sería tan desviado como para degradar a Fernanda Martin. No cuando realmente llegó el momento.
—Ni siquiera tú caerías tan jodidamente bajo—me había susurrado al oído la primera mañana que la alejé de la chica—.Pero si siento que estás pensando en eso, te juro por Dios que te golpeare jodidamente fuerte.
Me volteé para mirarla. Mi ceño fruncido a pocos centímetros de la de ella.
—No voy a pensar en eso.
Eso fue mentira. Pensaba en ello constantemente, pero tenía toda la intención de permanecer fiel al buen hombre, a mi amigo, incluso si ya casi no lo conocía.
Fernanda merecía lo mejor de mí. No sólo como el hombre que había estado en su vida desde que era un dulce rayo de sol en los brazos de su padre, sino como su primer jefe. Su primer jefe y el hombre que le ofreció su primera experiencia en la industria de las subastas. Ella estaba muy agradecida por ello. Ella era una esponja, absorbiendo todo lo que la rodeaba, explorando los listados de venta con ojos de águila y un zumbido de pasión que no había visto a mi alrededor en este lugar en años. Era inteligente, astuta y una pequeña duendecilla efervescente con hambre de detalles.
En esos primeros días, ya atendía llamadas telefónicas de clientes y respondía correos electrónicos de la empresa sin supervisión. Tenía un buen conocimiento de la terminología antigua y un sólido conocimiento del valor comercial. Ella era una conejita joven que ni siquiera estaba ligeramente atrapada por los faros, buscando constantemente más y más.
Me aseguré de que ella lo tuviera, pero no en la forma que me gustaría. Fue un éxito entre las mujeres de la oficina, quienes estaban llenas de amplias sonrisas y risas a su alrededor (excluida Erika). Fue un éxito entre los clientes y todos hablaron muy positivamente sobre la nueva pequeña superestrella de la oficina.
La noticia de su éxito llegó hasta la oficina de propiedades y hasta su padre en la cima del árbol administrativo. Me envió un correo electrónico el jueves por la tarde ofreciéndome un nuevo montón de gracias por acogerla este tiempo.
—A ella le encanta —dijo—. Ella no deja de hablar de eso durante la cena. Ni sobre las antigüedades, ni tampoco sobre ti. Estás causando una gran impresión.
Cómo deseaba que no hubiera dicho la última parte.
De todos modos, fue un visto bueno desde todos los ángulos. Una gran victoria para la casilla de los ideales de verano, pero en mi experiencia, la vida rara vez es tranquila. Esto no iba a ser una excepción y debería haberlo sabido.
Tal vez fue correr antes de poder caminar lo que me llevó a sugerirle a Fernanda que me acompañara en una excursión el lunes siguiente. Ella quedó visiblemente sorprendida cuando se lo sugerí, conteniendo el aliento y mirándome con los ojos muy abiertos desde el escritorio de administración de ventas.
—Me encantaría, señor Lenin— dijo, y ahí estaba todo de nuevo. Ese aleteo de emoción en su voz y el posterior hormigueo en mis pelotas. Ya me había masturbado en el baño de la oficina esa mañana, pero mi pene latía con una nueva melodía mientras ella me mostraba su sonrisa más dulce. Parecía que ella conocía los compromisos de mi diario tan bien como yo, su sonrisa aún brillante cuando confirmó nuestro destino para la próxima semana—¿Ese es el viaje a casa del señor Brandon?—ella preguntó. —¿Hablaban sobre amueblar el nuevo hotel ?
Mis ojos se comieron los de ella. Sentí el pulso en mis sienes.
—Sí.
—Eso sería realmente genial— dijo, y lo decía en serio. Su entusiasmo era innegable.
En ese dulce chorro de emoción de su boca, esa chica y mi necesidad de tirarla sobre ese escritorio me consumieron. Mis manos se apretaron a mis costados, mi boca se hizo agua con la necesidad de estirar su pequeño y apretado coño.
Me costó todo mantener mi mirada fija en la de ella y no agacharme más. Era la hinchazón de esos pequeños senos maduros debajo de esa ajustada blusa blanca. La promesa de esos bonitos capullos rosados rogando a mis malditos dientes que los hagan doler.
Joder, cómo les haría daño.
Joder, cómo haría que ella me lo suplicara.
Fue realmente una suerte que la subasta del viernes por la tarde estuviera a punto de comenzar a llenarse y estar lista para comenzar. El primero de los postores habituales apareció y me sacó de mi porquería. Su mano chocó con la mía para estrecharme la mano y le hice un gesto para que pasara a la sala de ventas. El chillido entrecortado de Fernanda fue la guinda del maldito pastel de la tentación. Se puso de pie de un salto, bailando un lindo baile desgarbado mientras salía de detrás del escritorio.
—¡Puedo verlo!— ella chilló—¡Hoy es el primer día que realmente puedo verlo!—otro grupo de clientes pasó y ella estaba toda sonrisas y risitas.
Uno pensaría que estaba a punto de pisar alguna ceremonia de premiación en la alfombra roja, no hasta el final de alguna subasta semanal regular, pero no pude contener el zumbido de mi propia emoción en respuesta. Estaba bajo en mi vientre. Un pequeño y extraño aumento en mi ritmo cardíaco.
No en la subasta ni en la conducción de las pujas. Ya había hecho suficiente de eso para dormir durante el resto toda la vida. No. No fue liderar la subasta lo que hizo que mi corazón latiera con fuerza en mi caja torácica. Fue el pensamiento de esos pequeños ojos hambrientos mirándome. Ella, absorbiendo mi control en el podio. El asombro en su mirada. La forma en que estaba tan ansiosa por tanto. Con mucho gusto le daría tanto. Más de lo que jamás creyó que podría quitarme. Haría que lo tomara todo como una niña buena—.Puedo mirar, ¿no?— preguntó ella, con las cejas levantadas.
Reprimí mi asentimiento hasta que ella tuvo sus manos juntas.
—Sí, Fernanda. Tú puedes ver.
Su lindo golpe aéreo fue suficiente para hacer que mi pene se moviera.
—¡He querido esto durante tanto tiempo!— ella dijo—.Va a ser mucho más sorprendente que verlos en televisión—por un breve y complicado momento, solo esperé poder cumplir con sus expectativas. Cuando vi mi expresión en uno de los espejos antiguos en el camino, supe muy bien que lo haría. Fue severo. Todo el maestro. Cada parte del hombre que lucha contra su naturaleza más básica y parece entusiasmado por ello. La chica caminaba justo delante de mí, lanzando dulces miradas por encima del hombro mientras caminábamos hacia la sala de ventas. Ya estaba lleno de gente tomando asiento, y le señalé un lugar privilegiado al lado para que ella disfrutara del espectáculo—.No puedo esperar a ver desaparecer el armario de la corte— susurró antes de alejarse de mí—.Sólo sé que le irá bien. Mucho más alto que la estimación. El escudo tallado en la parte trasera es demasiado hermoso para no hacerlo—agregó.
Instinto. Eso es lo que fue eso. Ya había hecho esa observación cuando escaneé los listados. La vi abrirse camino hasta su posición, tan suavemente entre los postores reunidos. Su cabello rubio formaba una cascada sobre sus hombros, sus caderas se movían en esa pequeña falda lápiz ajustada. Ciertamente no era el único tipo sucio en la habitación que admiraba la vista, había muchos otros observando el tesoro. Muchos empujones y asentimientos y lo haría .
Me hicieron a la vez protector y posesivo. Una combinación extraña. Me aclaré la garganta mientras ocupaba mi lugar en el podio, revolviendo los papeles antes de observar a la multitud. Fue una participación decente, a principios de mes suele ser una de las mejores. Evité a Fernanda y mantuve mi atención firmemente en las guerras de ofertas que se avecinaban. La gente se calmó rápidamente, el susurro de las listas de artículos fue una ola en la sala cuando la gente pasó a la página uno. Y entonces empezó la subasta.