Prólogo
Narra Fernanda
En mi fiesta de cumpleaños número dieciséis, mientras mis padres estaban distraidos con los invitados, escaneé a los espectadores en busca de alguna visión del hombre que me provocaba un pequeño escalofrío entre las piernas cada vez que pronunciaba mi nombre. Pero él no estaba allí. El señor Lenin no estaba entre la multitud. Se había alejado sin un susurro. Mis ojos todavía exploraban el jardín en busca del hombre que me había estado manteniendo despierta por las noches con sueños sucios. La música de la fiesta sonaba fuerte pero escuché risas, la curiosidad me llamaba. Era como si lo supiera. Como si supiera que el señor Lenin realmente estaba ahí, en alguna parte. Todos estaban ocupados
charlando, riendo y bromeando mientras yo me escabullía y desaparecía de la vista. Nuestro jardín era largo. Nuestro estanque era una pequeña y pintoresca piscina con una cascada y un puente que cruzaba. Los arbustos y las orquídeas de mi madre y los macizos de flores naturales se curvaban hacia la izquierda, hacia la casa de verano y los perales. Ahí estaba el señor Lenin, acompañado de una rubia delgada.
Estaba vestida de azul pálido. Ella se aferró con fuerza a uno de los perales mientras lo aceptaba, con los ojos cerrados y el labio apretado con fuerza entre los dientes. Ella tomó todo lo que él tenía para darle y parecía doloroso. Doloroso pero hermoso.
Sus dedos estaban apretados alrededor de su cuello, su boca en su oreja, gruñendo. Gruñendo tan frío y fuerte que me ardía el coño.
Sus palabras fueron inmundicias.
Sus golpes fueron feroces.
Sentí la humedad y mis piernas se tensaron. Oh, cómo se tensaron.
Cuánto quería ser esa chica rubia sucia vestida de azul.
Pero éste no era el señor Lenin que había conocido durante años en la escuela. No era al que le sonreía, me alegraba y le leía cuentos, por el que había estado luchando contra mis propios sentimientos..
No fue el hombre que me sentó en su regazo y me dijo lo buena chica que era. Este era el hombre con el que había soñado durante largas noches y sabía que no debería hacerlo. Este era el hombre por el que había deslizado mis dedos entre mis muslos húmedos y por el que me sentía sucia una y otra vez.
Él giró la cabeza para mirarme cuando pisé una ramita. El crujido sonó fuerte. Demasiado alto. Él me miró, en el momento mientras nuestros ojos chocaban a través del hueco en el seto. Luego su mirada se deslizó hacia abajo viendo como tenia mis dedos entre mis piernas. Luego puso su atención hacia la chica, fue ahí que la reconocí como la chica administrativa de la oficina a la que papá había llevado a casa después de la escuela la semana anterior.
Sus ojos se abrieron para igualar los míos, su boca se abrió como la mía cuando di un paso atrás. Pero ella no se movió. Ni un músculo.
El señor Lenin la abrazó con demasiada fuerza.
Sacudí la cabeza y murmuré mis disculpas después, pero el sucio héroe jefe de mi padre no dijo una palabra a cambio. Sus embestidas eran lentas y sus ojos estaban de lujuria. Y ese fue el momento, mientras retrocedía, murmurando disculpas. Ese fue el momento en que descubrí por primera vez que el señor Lenin no era sólo el jefe de mi papá. Ni siquiera cerca. Sino que también en un futuro sería el mío.