Narra Maicol
Ya sabía lo que vendría. Su amarga hendidura de boca, sus labios apretados. Erika irrumpió en mi oficina, con su reina de hielo interior a la vista y sus cejas picadas lo suficientemente afiladas como para cortarlas.
—Podrías aprender a tocar la puerta como todos los demás— espeté.
—¿Por qué? ¿En caso de que ya tengas tu sucia mano metida en el pantalón pensando en la dulce y pequeña Fernanda Martin? —ella respondió bruscamente.
Miré a mi encantadora gerente de oficina, preguntándome una vez más por qué todavía aguantaba sus incesantes quejas después de todos estos años.
—No me he metido la mano en el pantalón por Fernanda Martin— gruñí y volví mi atención a la pantalla del monitor—.Dame algo de crédito al menos.
—Como si hubiera algún crédito adeudado—siseó y dejó caer una nueva pila de papeleo frente a mí. Más facturas para cerrar.Los hice a un lado.
—¿Y qué la tienes haciendo en su primer día? Algo que valga la pena, ¿verdad?—dije
Se inclinó sobre el escritorio con una ceja levantada.
—No es asunto tuyo ya que ella es mi aprendiz.
Agarré su muñeca antes de que ella se alejara.
—Es todo un puto asunto mío, Erika, considerando que ella es Fernanda Martin. Será mejor que no la tengas en la puta sala de archivos.
Ella liberó su brazo.
—Todo el mundo empieza por archivar la vida, Maicol. Ella no es una princesa especial solo porque le leías cuentos antes de dormir y su papá trabaja para la empresa.
Respiré.
—Sácala de la sala de archivos ahora. Lo digo en serio.
—No— espetó ella— . Ella estará fuera de la sala de archivos cuando considere que ha mostrado suficiente aplicación para merecerlo.
—Lo digo en serio—dije de nuevo, pero ella ya estaba pisándole los talones como la perra que era. Ella me hizo un gesto con el dedo antes de cerrar la puerta de golpe detrás de ella.
Nunca sabré cómo conseguimos esta mierda de montaje. Trabajo duro y muchas respiraciones profundas, supongo. Eso y un montón de sonrisas falsas en compañía profesional de otras personas.
Érase una vez, hace mucho tiempo, Erika Tunez y yo habíamos formado una especie de sociedad decente. Una pareja decente de personalidades testarudas, tanto en la oficina como en el dormitorio. Estos días no éramos más que un contrapeso a nuestro optimismo opuesto y una aceptación de las cualidades de mierda de cada uno.
Ella todavía estaba aquí, en el negocio, porque era buena en su trabajo. No hay discusión sobre eso. Ella era capaz, sin duda, pero había algo más que competencia profesional.
Erika era la jefa de mi oficina porque su ceja levantada y su ceño amargo me mantenían a raya donde mi moral no lo hacía. Ella era la gerente de mi oficina porque sabía lo suficiente sobre mis maneras sucias de sacarme de las entrevistas y seleccionar a todos las posible tentaciones antes de contratarlas.
Sin embargo, nunca, en todos mis años luchando contra el cebo, había habido una tentación tan poderosa como mi pequeña Fernanda en su decimosexto cumpleaños, tocandose entre sus piernas con sus dedos.
Mi estómago dio un vuelco ante el pensamiento, incluso mientras mi pene latía.
Y ahora la pequeña Fernanda era mayor. Lo suficientemente mayor como para que esas dulces curvas hubieran madurado, convirtiéndola aún más en una pequeña sirena rubia. Joder, hoy era una pequeña sirena rubia.
Intenté centrar mi atención en la pila de facturas, ocupando mi muñeca con la floritura de mi firma en lugar de una ronda de sacudidas debajo del escritorio, pero mi mente estaba firmemente concentrada en la chica. Durante casi tres años completos me había mantenido alejado de la casa de los Martin, evitando al angelito que había llegado a significar tanto para mí mientras la veía crecer. Sus jóvenes días escolares la acompañaron con tantas ganas de aprender aritmética. Sus pequeñas y tontas actuaciones en la obra anual del belén. Su carita se iluminó cuando le presenté el pequeño y esponjoso gatito apestoso que había estado deseando con tantas ganas durante meses.
Ese día en su patio trasero era a mí a quien tanto deseaba.
No había cómo negarlo. No hay que bordearlo. Ninguna cantidad de mentiras a mí mismo podría deshacer el conocimiento.
Lo había visto. La vergüenza en sus ojos, sabiendo lo traviesa que era por querer al sucio jefe de su papá dentro de su pequeño y apretado coño. Era una niña muy traviesa. Una niña tan traviesa que necesitaba aprender la lección.
Demonios, había muchas lecciones que quería mostrarle.
Me recosté en mi asiento y apreté los dientes. Yo no lo estaba haciendo. No esta vez. No iba a ceder a mi propia naturaleza sucia y corromper a esa niña, por nada. Era mayor que ella, tengo 41 años y ella 19.
Cuando Carlos se acercó a mí para decirme que Fernanda haría su trabajo de capacitación de verano aquí, en nuestra parte del negocio de antigüedades y salas de venta, inicialmente dije que no tenía la capacidad para ello. Dije que estábamos ocupados. Incapaz de ofrecerle el valor que merecía de una colocación.
Fue su cara la que lo había hecho. La decepción por su encogimiento de hombros cuando dijo eso fue una verdadera lástima. Que había estado entusiasmada por conocer las subastas durante años. Emocionada por los muebles y las obras de arte y la emoción de las guerras de ofertas.
Emocionada por trabajar conmigo .
Eso es lo que dijo Carlos. Dijo que su hija estaba entusiasmada por trabajar conmigo .
Oh, el desgarro entre el bien y el mal. Lo bueno de querer ser el hombre agradable y decente que había sido para ella cuando era tan pequeña. Lo malo de saber que ese hombre se había ido, y que en su lugar había un monstruo que quería a la joven sucia que había visto expuesta cuando tenía dieciséis años.
Los buenos habían intentado ganar.
Lo bueno fue que Fernanda se inscribió para unos meses de trabajo de verano aquí bajo la dirección de Erika y el equipo administrativo.
Retiré las facturas y me recompuse. Mi resolución finalmente volvió a ser firme, mi bolígrafo hizo un trabajo rápido en las aprobaciones y volvió mi atención a mi próxima agenda. Tenía mucho con qué seguir adelante.
Después de redactar las especificaciones de los artículos para la subasta de la próxima semana y atender solicitudes de admisión de último momento para seleccionar los artículos preciados, se acercaba rápidamente la hora límite del día. Eché un vistazo por la ventana al aparcamiento a tiempo para ver a Erika saliendo con estúpidos tacones hacia su Audi convertible. Últimamente había estado haciendo salidas bruscas en la mayoría de las ocasiones. Los chismes locales en el sindicato de agricultores especulaban que ella estaba saliendo con Glenn Morris, el productor de manzanas en las afueras del sur de la ciudad. Mucho dinero, manos grandes, pocas células cerebrales.
Me importaba una mierda con quién se estaba juntando, estaba más preocupado de que ella abandonara el trabajo antes de que las otras chicas hubieran firmado por el día. Nunca soy partidario de prácticas laborales injustas.
Esperé hasta que todos los demás terminaron definitivamente por el día, Rachel llamó a la puerta y dijo "ya terminamos, señor Lenin" con un gesto antes de juntar mis cosas y revisar mi correo electrónico por última vez antes de cerrar sesión. Terminé bastante feliz, poniéndome el abrigo antes de recoger las llaves del auto, felicitándome por sobrevivir el primer día de Fernanda sin masturbarme. Encendí las luces de mi oficina y las del pasillo, y fue entonces cuando vi las luces de la sala de archivos todavía encendidas a pleno rendimiento alrededor de la puerta.
No. Seguramente no. Seguramente alguien más lo habría comprobado antes de abandonar el negocio.
Pero no. No, no lo habían hecho.
Ella comenzó cuando entré allí, sosteniendo su mano contra su pecho con esos lindos labios formando la O perfecta cuando vio que era yo.
—Ya pasó el tiempo de salida— le dije—.Te vas a las cinco y media. Ya son las seis.
Su asentimiento fue divino. Su sonrisa tan jodidamente linda.
—Sí, señor Lenin. Lo lamento. Sólo estaba tratando de terminar antes de irme. Quería hacerlo muy bien en mi primer día. Estoy muy agradecida por la oportunidad de estar aquí.
No sé cuándo me convertí en el señor Lenin, pero me gustó.
Realmente me gustó.
Me obligué a apartar los ojos de su dulce boquita y podría haber maldecido en voz alta al ver la ridícula pila de archivos sobre el escritorio frente a ella. Erika realmente era una perra deliberadamente obstructiva en celo.
—Nadie hubiera esperado que terminaras ese montón antes de irte— le dije, y le hice señas para que se alejara.
—Pero Erika dijo...
—A Erika le gusta hacer que la gente se sienta incompetente— dije, y mantuve la puerta abierta—.No le hagas caso.
—Pero soy su aprendiz.. dijo que yo trabajaría para ella todo el tiempo... que tengo que hacer lo que sea que ella...
Y fue entonces cuando mi buen juicio falló. Bien, jodidamente rescatado.
—No trabajarás para Erika Tunez— le dije a la dulce y pequeña Fernanda—. No a partir de mañana por la mañana.
Sus cejas se alzaron muy alto en su frente.
—¿No lo haré?
Su voz. Tan gentil. Muy curioso. Muy tentador.
—No— dije, mi voz tan dura junto a la de ella. Apagué las luces de la sala de archivos una vez que ella me encontró en la puerta, y sus ojos estaban muy abiertos en la luz apagada que entraba por las persianas de la ventana. Me aclaré la garganta antes de continuar, despreciando cómo mi pene se tensaba en el pantalón de mi traje—.No trabajarás para Erika Tate mañana por la mañana— repetí, odiándome ya a mí mismo por la estupidez—.Trabajarás para mí.