—Dímelo, Repíteme en la cara lo que acabas de decir—, con la palma de su mano, Franco golpeó fuerte el escritorio. —No tengo por qué aclararte nada ¡Márchate de mi oficina ahora!—, respondió Sara molesta. En cuanto a Franco, le tomó con fuerza de ambos brazos —¡Eres una maldita, que prefirió entregarle su virginidad a un recién aparecido, antes que a mí! ¿Por qué lo hiciste, Sara?— Cuestionó al sacudirla. —Suéltame—, escupió rabiosa —Ahora me doy cuenta que solo eso querías de mí, ser el primer hombre en mi cama, pero te salió el tiro por la culata—, musitó al sonreír —¡No eres nada mío para tener que aguantar tus reclamos! Lo que haga con mi vida no te incumbe. La forma en que Sara le hablaba, era tan diferente a la manera en que lo hacía antes que lo descubriera. Franco se quedó perpl