La traición
Cuando el reloj marcó las doce del medio dia, Sara despertó y se adentró a la ducha, tomó una regadera y salió fresca, cuando estuvo lista, bajo las escaleras.
Desde las grandas se veían los adornos para su fiesta de cumpleaños, ya estaba casi listo.
Sara se sentía una reina, porque tenía él mejor padre del mundo, el novio mas guapo y la mejor amiga que podía existir, casi su hermana. Ella muchas veces era dulce, cariñosa, pero la gran mayor parte de su vida se enfocaba en minimizar a los demás, incluso a sus empleados, eran esos tiempos cuando su mal carácter le denominaba, aunque su padre trató de corregirla, aquellos defectos nunca desaparecieron.
Cuando la noche llego, la fiesta de su cumple años empezó, Abigail, su mejor amiga estaba junto a ella, se abrazaron y le dio sus felicitaciones. Minutos después llegó Franco, su eterno novio, éste último vestia un traje azul ajustado a su cuerpo, se veía muy guapo y elegante. Él, la alago y procedio a besarla delante de todos, luego posó su mirada en Abigail, y esta sonrió de medio lado.
Al transcurrir la noche bebían y sonreían, la sala se llenó de muchos invitados de la alta sociedad, cada invitado traían grandes regalos para Sara, le daban sus felicitaciones y ella las recibía con una ancha sonrisa.
Mientras hablaba con una familia de prestigio, se descuido de su novio, rodó los ojos por la inmensa sala y su amiga tampoco estaba, suspiro al no verlos.
Franco Y Abigail se estaban amando sobre la polvorienta bodega de jardinería.
—¡Oh Franco! gemía Abigail, los amantes se devoraban a escondidas, llevaban dos años engañando a Sara. A la vez que él la golpeaba con su dureza, ella preguntaba.
—¿Cuando le vas a decir a Sara de lo nuestro?
—¡Muy pronto la dejaré! respondía él, agitado.
Franco se sintió fastidiado con la pregunta de Abigail, en realidad él amaba a Sara, entre ella y él: nunca había intimidad, por eso buscaba sexo con su amiga Abigail. No tenía intención alguna de abandonarla, no dejaría la mujer de su vida por nada ni por nadie, mantenía engañada Abigail por no perder el sexo tan bueno que ella le brindaba.
Sara buscó por todos lados a su novio y amiga, un mesero le dijo que le había visto salía al jardín. Se encamino hacia el lugar indicado, al salir, el viento acarició su piel suave y delicada, la noche estaba helada, su vestido descubierto no era suficiente para abrigar su cuerpo, se abrazó con sus propios brazos para aplacar el frío que sentía
Al no encontrar a su amado, penso en volver , cuando estaba por regresar, escuchó varios gemidos, frunció el ceño y se quedó escuchando de donde provenían, su mirada se posó sobre la puerta entre abierta de la bodega de jardinería.
Se acercó temerosa y varios pensamientos se cruzaron por su mente, era muy inteligente para deducir que, aquellos gemidos eran de dos personas haciendo el sexo.
Se rehusaba a creer que fuera su amiga y Franco, movió la cabeza para expulsar esos cochinos pensamientos y para no encontrarse con dos invitados follando en su mansión, decidió alejarse y buscar a su novio por otra parte.
Sin embargo, cuando giro su cuerpo para volver por donde llegó, escucho la voz de su amiga.
—¡Oh franco, más duro dame más duro!.
El corazón de Sara se detuvo, aquellas palabras agudizaron su corazón, en vez de sentir dolor, lo que sintió fue cólera, su corazón llenó de varios sentimiemtos malévolos y un nudo traspasó su garganta.
Forzó una sonrisa mientras trataba de no perder la cabeza, suspiro con la ilusión de que fuera otro Franco, aún tenía la esperanza de que sus oídos hubieran escuchado mal.
Pese al temor de descubrir a alguien más en una situación no apropiada, se acercó más a la bodega y abrió la puerta bruscamente.
La escena que vio, la dejó conmocionada, inmóvil, gélida, fue como si varias cuchillas afiladas cayeran en todo su cuerpo.
Ver a su novio trepado sobre su amiga, debia haberle desgarrado el corazón, no obstante lo que sintió fue furor.
Al verla parada en la puerta, con una mirada asesina, franco y Abigail pararon de inmediato.
—Sara déjame explicártelo. Pido Franco mientras se desprendía de su amante.
—Amiga no es lo que parece. Intento explicar Abigail.
Cerrando sus ojos y sonriendo con desgano, sostuvo las lágrimas que amenazaban con salir, suspiro profundo y supo que no valía la pena desperdiciarlas.
—¿Que vas a explicarme? gruño con rabia mientras le propinaba una cachetada a su novio.
—Zorra me las pagarás. Bramó mientras jalo a su amiga hasta el jardín
—No Sara, no lo hagas, te lo suplicó. La suplica de Abigail no fueron suficiente para evitar que la avergonzarla delante de todos los invitados.
Unos gritos se escucharon desde el jardín, todos los invitados salieron, la gente se horrorizó al ver a la mujer desnuda siendo golpeada por la cumpleañera.
En la bodega, Franco se puso el pantalón a toda prisa, salió tras su novia para que no hiciera un escándalo, pero fue tarde, intentó detener a su novia.
—Sara cálmate. Quizo agarrrala para que dejara Abigail, pero las grandes uñas de ella, rasgaron su rostro y el pecho. Cuando sintió ardencia en su piel la miró con desprecio.
—¡Quiero que todos conozca lo zorra que es Abigail!, la encontré follando con mi novio. Solto una sonrisa maliciosa.
—Esta zorra dice ser mi amiga y se revuelca con mi prometido, eres una maldita puta Abigail. La arrastró del cabello.
Varias personas grababan la escena bochornosa que estaban haciendo las dos mujeres, otros murmuraban en lo desastrosa que se veía la mujer desnuda.
—Pará Sara. Bramo Arturo —Deja de hacer estupideces.
—No quiero padre, me engañaron, estos dos idiotas me engañaron. La mujer estaba ardiendo de la irritación, sentía que iba a explotar.
Minutos después la empleada trajo una sábana, Arturo cubrió a la joven desnuda que se encontraba sobre el frío césped.
La ciudad de Quito estaba sobre 8° grados, el viento soplaba con fuerzas, y el cuerpo de Abigail temblaba de frío , su rostro estaba rojo por la vergüenza que sentía, que todos la vieran desnuda.
—¿Vaz a defenderla padre? pregunto mirándole fijamente.
—¡Si!, gruño Arturo, el jamás iba a permitir que humillaran a una mujer de esa forma, mucho menos que quién lo hiciera fuese su hija.
—Quiero que entres a la casa y te calmes... Resopló molesto.
Su padre era el único que podía controlarla, pero en esta vez no pudo, el enojo de Sara había traspasado su límite, al ver a su padre enojado y a favor de quienes la traicionaron, dio media vuelta y salió a pasos grandes y veloces.
—¿Dónde crees que vas? Inquirió rabioso su padre
Sabía que su hija tenía un carácter muy fuerte, pero tampoco iba a dejarla que se comportara de una manera tan repugnante, intentó detenerla pero ella se alejó sin querer obedecerle.
Después de unos minutos pensó que era mejor dejarla ir, lo que había sucedido era fuerte, tomar aire le sentaría bien.
Sara salió corriendo para alejarse de la mansión, quería gritar y llorar pero no podía, un nudo atascado en su garganta le impidió llorar.
Perdida en sus pensamientos iba cuando se percato que se encontraba lejos de su casa, recorrió la mirada y noto que estaba en un lugar poco transcurrido. Cuando se proponía a volver dos hombre le abrazaron, lo que provocó cobardia en ella, trató de soltarse pero el agarre de los dos hombres era más fuerte.
—Suélteme. Bramó furiosa.
Se habían abrazado a ella como si fuese una tabla de surf, pataleo y grito pero no pudo librarse y el hedor que manaba de sus cuerpos era muy desagradable.
Los tipos eran vagabundos que dormían en las calle y lo más lamentable era que estaban drogados.
Cubiendo su boca y a fuerzas la llevaron a un terreno baldío.
—Dejame maldito infeliz. Replico al momento que dejaron de cubrir su boca.
Para defenderse golpeo la entrepierna de uno y aruño el rostro del mismo que ataco, hizo todo por defenderse pero uno de ellos golpeó fuertemente su rostro, aquel golpe la dejó sin fuerzas y cayó al frío césped.
Ante El Fuerte puño que cayó en su rostro quedó sin fuerzas para levantarse, los hombres parecían lobos queriendo devorar a su presa, rasgaron su vestido y empezaron acariciar su cuello, le dejaban marcar por las mordidas que le hacían, otro de los hombres manoseaba sus senos.
—Auxilo. Murmuró en agonía, pero pronto cubrieron su boca para evitar que pida ayuda.
Cuando creyó que todas las esperanzas se habían perdido, y que aquellos hombre abusarian de ella. Como caído del cielo llegó él, Alezandro, éste último iba de camino a su casa, cuando se percató de dos hombres forcejeando por querer ser el primero.
Al notar como ultrajaban las piernas se una mujer, sus alarmas se encendieron y rápidamente parqueo el auto, a toda prisa se acercó y lo agarró desprevenido, golpeó a uno dejándolo noqueado, luego tomó al otro y por igual le dejó en el suelo. No era un boxeador, pero si se trataba de salvar a una mujer, el haría todo por evitar que se cometiera una crueldad.
Con ojos iluminados, Sara miró al hombre que golpeaba a los que intentaron acusarle, con su vestido rasgado intentó cubrir su cuerpo. Intento pararse para escapar, pero sus piernas no respondían.
—¿Estás bien? preguntó Alez con una voz angustiosa.
Intento tocarla pero ella se abrazó con sus propios brazos.
—¡Tranquila!, no te lastimaré
La tomó en sus brazos y la llevó hasta su auto, al colocarla en el antes nombrado se perdió en esa mirada temerosa.
Alez acarició el delicado rostro de Sara, esos grandes ojos que parpadeaban cada segundo le deslumbraron, los gruesos labios que temblaban por el frío intenso que hacia.
Mientras la acomodaba los dos tipos lograron escapar, Alezandro quizo correr alcanzarlos pero ella le contuvo de las mano.
—No... No te vallas. Pidió abrazándose de él.
Luego recordó la desagradable escena del momento que fue atacada por dos asquerosos vagabundos que quisieron usarla para descargar sus ganas reprimidas.
Minutos después encendió el auto y se marcharon.
Alezandro Miró por el retrovisor a la mujer que acababa de salvar.
—¿Donde te llevo? Inquirio.
Sin poderlo evitar, Sara se desgarro en llanto, todo lo que había reprimido lo soltó.
Alez detuvo el auto y fue hasta ella, abrió la puerta y la abrazó tratando se consolar el colapso de Sara.
—No llores hermosa. Verbalizó al secar sus lágrimas.
Ella le miró directo a los ojos, aunque su visión estaba opacada por las lágrimas, pudo notar las fracciones del rostro de quien la había salvado.
Había olvidado por completo lo que su amiga y su ex novio le habían echo, lloraba al recordar a los hombres que intentaron violar, se lanzó a sus brazos y él la recibió con ternura.
—¡Tranquila Bonita, no lograron lastimarte!
Sus palabras hacían estremecer su corazón herido, la mujer tenía el Alma dura, pero ahora parecía una niña que necesitaba protección. Nadie había logrado hacerle llorar, ni si quiera la traición de su mejor amiga y su novio.
Ya eran altas horas de la noche, el reloj marcaba las dos de la madrugada y Alezandro dio vueltas por toda la ciudad, al no saber donde vivía ella llegó hasta su casa.
La tomo en sus brazos y le llevo dentro de su Humilde hogar, su tía quién lo escucho llegar salió.
—Alez ¿qué sucede? ¿quién es?
Sara estaba en Shock , Alez alejo a su tía para explicarle lo sucedido, llevaron a Sara a la habitación de Alez y le dejaron descansando.
En la lujosa mansión Sánchez, Arturo se encontraba preocupado por su hija, ya eran altas horas de la noche y ella aún no regresaba, llamó a la policía y ellos le supieron decir que, tenía que esperar cuarenta y ocho horas para hacer la denuncia por desaparición.
—Son unos inútiles. Bramo Arturo
—Como diga señor. Respondió el policía y colgó la llamada.
—Calma. Pedia la dulce Roma, nana de Sara.
—No puedo Roma, mi hija puede estar en peligro. Dio varias vueltas por la sala, su amor de padre le hacía sentir angustia ante la tardanza de su pequeña.
Por otra parte, Alez contemplo a la tierna mujer durmiendo sobre su cama, sus pulmones se llenaban de aire que luego salían formando gruesos suspiros.
—No... no ¡por favor!, suélteme, suéltemen. Solto un grito lo que alertó a Alez y se acercó a ella, luego unos manotazos cayeron sobre su fuerte pecho.
—¡Tranquila hermosa!, Verbalizó mientras la aferraba a su pecho
Sara suspiró profundo el aroma de su Salvador, aquel perfume se adentró en sus pulmones provocando que los latidos se su corazón se aceleren.
—¿Donde estoy? preguntó mirando a todas partes.
—¡Estamos en mi casa!, Explico al soltarla.
—¡Quiero irme! pidió levantándose, miró su cuerpo cubierto por el largo abrigo de quien fue su héroe, luego bajando rápidamente las gradas.
—Esta bien te llevaré. Expuso el hombre y bajo tras de ella.
Cuando Arturo estaba por salir, abrió la puerta y sintió un alivio infinito al ver a su hija.
—¡Hija mía!, exclamó el hombre, la abrazó con sus fuertes brazos y expresó el gran amor que le tenía. Abrazada a su padre, Sara sollozó, su padre se alejó de ella y la miró, era extraño para él, ver a su hija llorar, aunque lo que había sucedido era lo suficientemente fuerte para que al fin Sara llorara.
—Estoy bien padre, gracias a él. Explico al señalar aquel alto y caballeroso hombre tras se ella.
—¡Gracias muchacho! gracias por traerla sana y salva. Expreso él hombre mientras apretó la mano de Alezandro.
—No tiene que agradecer señor.
Comunico el joven, se despidió y caminó hasta el auto, soltando un suspiro entro en el, imagino que nunca más volvería haber aquella hermosa mujer, y eso le lleno de desdicha, no sabia porque estaba sintiendo aquellas cosas, pero olvido todo cuando llego a su casa.