Era un día luminoso en la capital de Ecuador. El sol resplandeciente había apartado las nubes dejando un cielo despejado e infinitamente azul. En la mansión Rúales, un niño jugaba con su dinosaurio, al mismo tiempo observaba la televisión imitando los movimientos que realizaban los dibujos. En el mismo salón, se encontraba un apuesto y acaudalado hombre leyendo el periódico. Santiago Rúales observaba sobre el filo del periódico a su pequeño hijo bailar, saltar y cantar como lo hacían los dibujos. La alegría con la que realizaba las imitaciones, le hacía sentir feliz. Soltó un suspiro profundo y continuó mirándole prudentemente. Estaba tan concentrado observando a su hijo, y cuando unos labios rozaron su cuello, provocando una tensión en su cuerpo, rápidamente se giró a ver. —¿Qué hace