Soy abuelo

1174 Words
—No le llames ¡por favor nana! Si vas a llamar a alguien, que sea mi padre. Con un nudo en la garganta, Piedad bajo las escaleras para llamar a Diego, se dirigió al teléfono más lejano de la mansión, marcó rápidamente, esperando que el hombre, contestara pronto. Este último, se encontraba en la oficina. Cuando el celular sonó, miró el móvil entrecerrando los ojos, ya conocía ese contacto, y quien estaba llamando. Dejó pasar la primera llamada, al sonar la segunda, contestó. Antes de hablar, carraspeó la garganta. —¿Qué sucede? —Señor, la niña ya dio a luz —¿Qué? ¡¿en serio?! ¿ya soy abuelo?” —¡Si, pero! —¿Qué sucede, Piedad?, ¡Piedad!, ¡responde! ¿qué pasó con mi hija? Cuando se proponía a contarle lo que sucedía con Erika, la llamada se cortó. Al sentir el tibio aire caer sobre su nuca, lentamente bajó la mirada. Cuando vio el dedo que presionaba el botón de colgar, sintió la sangre caer a sus pies. Gisela, se encontraba parada tras de piedad. Al dejar el teléfono en su lugar, se giró. Quedó frente a frente con su jefa. Aquella mujer, la fulminó con la mirada, la miraba con tanto odio, era como si quisiera despellejarla viva. Tragando grueso piedad titubeo. —¡Cómo te atreves! —. Resopló con ira Gisela. Al mismo tiempo la abofeteaba con ambas manos —¡¿Con qué derecho divulgas lo que acaba de suceder!? Con los ojos llorosos, Piedad tartamudeo. —Señora… yo solo le llamé al señor Diego para informarle que Erika estaba sangrando. —¡Cállate, mentirosa! ¿me crees estúpida? —. gruñó rabiosa. Piedad intentó explicar, pero la mujer no le dejó continuar —¡Lárgate ahora mismo de mi casa! —. Saco la chequera y le entregó un cheque —¡No te atrevas abrir la boca! ¡porque de hacerlo, te mato! —, lanzó amenazas punzantes. —Señora ¡por favor no me corra!, le juro que no diré nada, no tengo donde ir. —¡Lárgate de mí mansión ahora mismo!, ¡no quiero verte! Es una buena cantidad de dinero, con eso puedes tener una vida digna donde vayas. —Pero la niña Erika, ¡ella necesita atención médica! —¡Largo!, de ella me encargo yo—. Gritó con furia mientras la empujaba. —Déjeme ir por mis cosas. —¡No! —. Escupió rabiosa —Todo lo echaré a la basura, ¡lárgate ahora o no respondo! En medio de una gran tormenta, Piedad abandonó la mansión Intriago. Aunque gritaba y lloraba con fuerzas, su llanto sedante bajo la tormentosa lluvia, no se escuchaba. —¡Perdóname mi niña! ¡Lo siento tanto! —, sobre el frío suelo se dejó caer. Miraba fijamente al oscuro cielo, para tratar de encontrar una razón del porqué se había dejado convencer de su media hermana para cometer un acto tan aberrante hacia la luz de su vida. Después de llorar amargamente, se levantó y se dirigió a la vía principal. Abrazada con sus propios brazos caminaba por las solitarias calles. Un taxi pasó justo delante de ella, al verla sola, le hizo seña por si necesitaba del servicio. Con su ropa mojada y temblando de frío, entró al auto y se dirigió hasta el orfanato. Estaba dispuesta a recuperar el hijo de Erika, costara lo que costara. Una vez que llegó al orfanato, no encontró al niño. Ladeó la cabeza por pensar en la estupidez de que el pequeño aún estaría fuera. Imaginando que seguro las monjitas ya lo habían recogido, por lo que ya había pasado algunas horas, tocó el timbre. Orando porque así fuera, empezó a golpear a la antes nombrada, como una loca. Iba a reclamar el niño hasta que se lo devolvieran, pero después de pensarlo bien, desistió de la idea. Si reclamaba, las monjas llamarían a la policía. Y si la policía sabía que su jefa y ella abandonaron el niño, seguro irían a prisión. Ella no podía ir a prisión, no hasta que le devolviera el niño a Erika. No estaba dispuesta a pasar el resto de año tras las rejas, sin poder hacer nada por calmar el vacío de su niña. Con el insistente toque en la puerta, las monjitas salieron. Encontrarse con una mujer empapada de agua y con los ojos irritados, le pareció extraño. Por otra parte, Diego llegó a su casa. Camino a toda prisa y con alegría subió las escaleras. La sonrisa dibujada en su rostro se esfumó al encontrar a su esposa en el pasillo. —¿Dónde está mi nieto? ¡quiero verlo! Con frialdad en su mirada, Gisela respondió. —¡Nació muerto! —¡!Qué!! —Lo que escuchaste, aquel bastardo nació muerto. La noticia le cayó como balde de agua fría, —¡No lo creo! —, pasó por su costado para entrar a la habitación. Al ingresar a la habitación, se encontró con su hija tendida en la cama, pálida como un papel. —¡Papá! —, estaba débil. A Diego se le hizo chiquito y arrugado el corazón al ver a su hija en ese estado. Al recorrer la mirada por ella y ver la sangre sobre su vestido blanco alarmó su corazón. —¡Eres una maldita! —. Reprochó con odio hacia su esposa que se encontraba tras de él. Sin dejar pasar el tiempo, agarró a Erika en sus brazos y salió. La fuerte lluvia que caía del firmamento parecía partir el tejado. Al salir, sus cuerpos se mojaron. Pero el agua no sería impedimento para llevar a su hija al hospital. Lo más rápido que pudo la acomodó en el asiento del copiloto. Encendió el auto y salió a toda prisa. De camino al hospital la angustia lo invadía. Mientras manejaba, Erika sonrió. —¡Te amo papito! —, por un segundo le miró, y con voz aguda, Diego pidió. —¡Aguanta mi princesa! ¡por favor te lo pido! Las lágrimas obstaculizaron su vista. El miedo y la angustia se apoderó de él. Presionó el acelerador para llegar más rápido. Al llegar, se adentró a emergencia gritando como loco. —Ayuda ¡por favor! —, Cargando su hija desmayada sobre sus brazos, Diego caminó por los fríos pasillos del hospital. Con los brazos colgando y su cabeza por igual, Erika soñaba teniendo a su bebé en los brazos. «En sus sueños, la adolescente sonreía al momento que besaba la cabecita de su tierno hijo». Por otra parte, en la mansión Intriago, Gisela daba vueltas en su habitación. Su esposo no le contestaba las llamadas. Se quedó angustiada después de ver el estado en que salió su hija. Si bien era cierto que estaba enojada porqué se embarazó a temprana edad, tampoco era que deseara su muerte. Lo único que ella quería era que su hija entendiera, que un hijo le cambiaría la vida para siempre.
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