Capítulo VIII No puedo decir cuánto tiempo se quedó inmóvil al lado de la escotilla esperando sentir a cada instante que el barco se hundiera bajo sus pies, y que la acometida del agua lo arrojase hacia atrás, como a una brizna de paja. No habrá sido mucho… tal vez dos minutos. Un par de hombres, a quienes no distinguió, comenzaron a conversar, adormilados, y, además, no pudo decir dónde percibió un curioso ruido de pies que se arrastraban. Por encima de esos leves sonidos se cernía el horrendo silencio que precede a una catástrofe, ese silencio aplastante de antes del estallido. Y entonces se le ocurrió que quizá tendría tiempo de correr y cortar todos los acolladores de las trincas de gancho de los botes, de modo que pudiesen flotar cuando el barco zozobrara. El Patna tiene una cubiert