Capítulo IX Yo me decía: «¡Húndete…, maldito seas! ¡Húndete!». Estas fueron las palabras con que reanudó su relato. Quería terminar con eso. Había quedado muy solo, y formuló en su cabeza esa frase al barco, en un tono de imprecación, en tanto que, al mismo tiempo, gozaba del privilegio de presenciar escenas —hasta donde puedo juzgarlo— de baja comedia. Estaban enloquecidos con el retén. El capitán ordenaba: —Métanse abajo y traten de levantar —y los otros, como es natural, no le obedecieron. Entiendan que ser aplastados bajo la quilla de un bote no era una situación deseable, para ser atrapado si el barco se hundía de repente. —¿Por qué no lo hace usted… usted que es el más fuerte? —gimió el pequeño maquinista. —¡ Gott maldito! Soy demasiado grueso —farfulló el capitán, desesperado.