Continuaba cayendo, cayendo, cayendo. Como no tenía otra cosa en qué entretenerse, pronto comenzó Alicia a hablar de nuevo:-¡Ay! ¡Cómo me va a extrañar Dinah hoy por la noche! (Dinah era su gata). Ojalá que no olviden darle su platito de leche a la hora del té. ¡Adorada Dinah! ¡Me encantaría mucho que estuvieses aquí abajo conmigo! Aunque, ahora que recapacito, por el aire no hay ratones... sin embargo, podrías cazar murciélagos, que después de todo, ¿sabes?, se parecen mucho a un ratón. Me pregunto si comen murciélagos los gatos
Para este momento, sin embargo, Alicia comenzó a sentirse muy adormilada, y continuó repitiéndose, como en un sueño:
-¿Comen los gatos a los murciélagos? - y de vez en cuando-¿Comen los murciélagos a los gatos? - porque, incapaz de responder a ninguna de esas preguntas, como ven, lo mismo le daba una u otra.
Alicia sentía que estaba durmiendo del todo y estaba justo empezando a soñar que se paseaba con Dinah de la mano y preguntándole muy seriamente: - Ahora, Dinah, dime la verdad: ¿te has comido un murciélago alguna vez? - cuando de golpe y porrazo cayó con gran estrépito sobre un montón de palos y hojas secas; la caída había terminado.
Alicia no se había hecho el menor daño e inmediatamente se puso en pie. Miró hacia arriba, pero todo era oscuridad. Delante de ella se abría otro largo pasadizo y por allí alcanzó a ver a él Conejo Blanco, que se alejaba corriendo apresuradamente. No había tiempo que perder, Alicia corrió como el viento, justo a tiempo de oírle decir cuando el Conejo doblaba un recodo: - ¡Por mis orejas y mis bigotes, se me está haciendo muy tarde! -seguía al Conejo muy de cerca, pero cuando dobló el recodo lo perdió de vista. Se encontró de pronto en una larga galería de techo bajo, iluminada por una hilera de lámparas colgantes.
Alrededor de todo el vestíbulo se veían varias puertas, pero estaban todas cerradas con llave. Después de haberlo recorrido de punta a punta, bajando por la derecha, subiendo por la izquierda y probando en todas las puertas, Alicia regresó tristemente al centro, preguntándose cómo podría salir de allí.
Súbitamente se encontró con una pequeña mesa de tres patas, toda ella de cristal macizo; no había nada sobre ella sino una pequeña llave de oro, y lo primero que penzo fue que aquella llave tal vez debía abrir alguna de las puertas del vestíbulo. Pero, ¡ay! o las cerraduras eran demaciadi grandes, o la llave demaciadi pequeña, porque lo cierto es que no pudo abrir ninguna. Sin embargo, cuando lo intentaba por segunda vez, descubrió una cortina baja en la que hasta entonces no se había fijado, tras ella había una puertecita de unos cuarenta centrimentos de altura. Introdujo la llave de oro en la cerradura, y con enorme satisfacción vio que la puertecita se abría.
Alicia abrió la pequeña puerta; daba a un corredor diminuto, no mucho mayor que el de una ratonera. Poniéndose de rodillas divisó, al final del pasadizo, el jardín más hermoso que jamás hayaís visto. ¡Cuándo desea salir de aquel triste corredor, deslizarse por el pasadizo y llegar hasta el jardín!.
Pero no podía siquiera meter la cabeza por ese corredor tan diminuto: "y además, si puediera, pensó la pobre Alicia, ¿de qué me serviría sin los hombros? ¡Ay, cómo me gustaría poder plegarme como un catalejo! Si supiera por dónde empezar, tal vez podría". Tantas cosas extraordinarias le habían ocurrido ya, que Alicia empezaba a pensar que en realidad muy pocas cosas eran imposibles.
Cómo no le iba a servir de nada quedarse allí pasmada ante la pequeña puerta, Alicia volvió a donde estaba la mesa, con la vaga esperanza de encontrar otra llave o por lo menos un libro de instrucciones para plegarse una misma como los catalejo. En esta ocasión encontró encima de la mesa una botellita "esa botellita no estaba ciertamente antes" -se dijo Alicia-, botella que alrededor de su cuello tenía colgado un cartelito de papel en el que se leía la palabra “Bébeme" hermosamente escrita en grandes caracteres.
Es muy fácil decir “¡Bébeme!", pero Alicia, siempre tan lista, no iba a hacerlo así porque si.“No, primero miraré a ver si en alguna parte se lee veneno o no", dijo; porque había leído varios cuentos deliciosos sobre niños que había acabado quemándose, o habían sido devorados por las fieras, y otras cosas menos desagradables, tan sólo por no haber querido hacer caso de las simples advertencias que sus amigos les habían enseñado: por ejemplo, que un atizador al rojo que a sí se tiene demasiado a tiempo en las manos;que si te haces una cortaduras profunda en un dedo con una navaja, generalmente sangrarás; y tampoco había olvidado Alicia que si uno se empeña en beber demaciado de una botella que diga “veneno", acabará sentándole a uno mal, tarde o temprano.