Prefacio
En la tarde dorada del estío
ociosos navegamos por el agua;
llevan unos bracitos los remos
que apenas sus manitas abarcan
y que en vano guiarnos pretenden
donde nosotros deseamos.
¡Ay, qué crueles las Tres! En está hora,
bajo un cielo propicio para el sueño,
pedirme que les cuente una historia
cuando mi aliento ni soplar puede
la pluma más leve. ¿Qué puede mí voz
ligera, frente a tres lenguas juntas?
Prima lanza imperiosa el mandato
formal: "Qué empiece sin tardar",
Secunda muy amable espera
"que el cuento no tenga pies ni cabeza";
mientras Tercia interrumpe el relato
cada dos por tres a preguntar.
Y pronto, hecho de nuevo el silencio
las tres su cabeza dejan ganar
por el mundo de extraña maravilla
que una niña soñando va a cruzar
charlando con pájaros y animales...
Allí ellas creen que se encuentran ya.
Siempre que el pobre cuentista quería,
seco ya el polvo de su fantasía,
dejar el cuento para el otro día
y descansar diciendo: "Mañana seguirá";
las tres dichosas voces le decian: "Mañana es ya".
Nació así el País de las Maravillas:
así unos tras otros los raros sucesos
surgieron fueron;
y ahora el cuento acabó.
La barca hacia casa nos devuelve
felices bajo el sol.
Acepta, Alicia, la infantil historia
y ponla con tu delicada mano
donde duermen los sueños infantiles,
a la memoria unidos, cual secas flores
que un día ya lejano recogiera
un peregrino en muy lejana tierra.