Heriberto Entro a la cocina, enseguida al entrar y no encontrar a Isla, sentada y recostada de la mesada, se me hizo extraño. Desde su cumpleaños nos hemos unido, en las mañanas espera mi llegada y tomamos café juntos. Suelto el paquete, en ese momento sentí unos pasos detrás y me giro sonriendo, pero la sonrisa se pasma al vislumbrar a la empleada mayor que se encarga de esta mansión enorme. Esa señora es lo más parecido que Isla tiene de la presencia de una madre, la señora la consiente con todo y me regala su sonrisa. —¡Buenos días, chofer! —saluda la señora—. ¿Dónde está Isla? —preguntó y con sus ojos recorrió la cocina. —Disculpa, eso me pregunto, ella nunca deja pasar su café, por más dormida que se encuentre. —Su cama estaba deshecha cuando subí a saludarla y no está en la casa,