Fueron largas horas de vuelo, un viaje que le ofreció a Rania la oportunidad de arrepentirse unas cuantas veces.
Ella no sabía lo que iba a decir a la familia de su padre, ni siquiera recordaba a la mayoría de sus parientes. Entonces pensaba despedirse de Ibrahim y regresar lo más pronto posible a Estados Unidos.
En el aeropuerto Rania fue recibida por el hermano mayor de su padre, su tío Idris.
Era un hombre muy serio, de aspecto frío y distante. Se notaba que era una persona muy religiosa, pues llevaba el turbante puesto y nada más verla con sus cabellos sueltos gruñó en desaprobación.
—Jamás he llevado el velo y no lo haré ahora tío. –Dijo con determinación cuando Idris le entregó la prenda.
—No estás en Estados Unidos y aquí incluso las occidentales llevan el velo si es necesario. No vaya a ser que te confundan con una cualquiera… demasiado ya tienes con ser hija de una adúltera.
Rania se puso el velo al ver que otras mujeres también lo hacían. Además, solo estaría un par de días y llevar el velo mientras tanto no le suponía ninguna molestia. Ella solo quería pasar desapercibida.
Durante el trayecto Rania se sentía incómoda, pues su tío al igual que sus primos parecían analizarla con la mirada como si estuvieran juzgando su apariencia.
La chica se sentía en un mundo diferente, las calles, las personas incluso el olor que había en el aire era diferente.
Nada más llegar en la entrada de su antigua casa el aroma a canela inundó sus fosas nasales, algo que le hacía recordar a su madre y se sintió nostálgica.
Todo seguía exactamente igual, la decoración al estilo árabe. Un enorme patio en la entrada y alfombras con cojines por todas partes.
Pero lo que Rania no se esperaba era verlo allí, de pie y más sano que nunca.
—¿Papá?
—Hola Rania, me da mucho gusto volver a verte hija y veo que ya eres toda una mujer. —La saludó Ibrahim y Rania empezó a mirar todo lo que la rodeaba con ansiedad, sus tíos y sus primos. Todos los hombres de la familia estaban presentes.
—Me dijeron que estabas enfermo…
—Hija, te hemos traído aquí…
—¡Me dijeron que estabas enfermo, enclaustrado en una cama! –Vociferó Raissa y su tío la tomó del brazo. –¿Qué estás haciendo de pie?
—¡No debes abrir la boca cuando un hombre está hablando! –La regañó Idris levantando la mano para pegarle, pero Ibrahim se lo impidió.
—No hace falta esto, Rania conoce bien nuestras tradiciones y sabe que debe obedecer. — Aclaró Ibrahim y Idris le echó una mirada de desagrado a su sobrina.
—Me habéis mentido, todo era una gran mentira para engañarme… ¡¿Por qué?! —Gritó Rania con rabia ignorando la desaprobación en la mirada de su tío. —¿Por qué me has traído aquí?
—Porque debes cumplir tu obligación con esta familia.
—¡No debo nada a estas personas que asesinaron a mi madre y mucho menos a ti! –Escupió Rania. –Ahora mismo voy a regresar a Estados Unidos y olvidarme para siempre de ti.
Idris pensó detenerla, pero Ibrahim se lo impidió. Él sabía que ella no iría muy lejos.
Rania salió de aquella casa corriendo por las calles de Casablanca hasta conseguir un taxi que aceptara llevarla al aeropuerto porque al parecer algunos se negaban a llevar una mujer que estuviera en la compañía de un hombre.
En el aeropuerto ella pudo comprar un billete de regreso con el dinero que su tío Hamza le había dado. Rania lo llamó para contarle lo que estaba sucediendo.
Lo que más asustó a la chica fue la voz de su tío en el teléfono, Hamza sonaba derrotado, como si no pudiera hacer nada e incluso le aconsejó a regresar a la casa de su padre, pero Rania se negó a hacerlo. Después ella pensó en llamar a su novio, pero no quería despertarlo. Entonces cambió de idea, de todas formas ya estaba a punto de regresar a casa.
Rania estaba sola y desamparada en aquel país donde al parecer su voluntad no tenía ninguna importancia.
Cuando llegó la hora del embarque los agentes de seguridad del aeropuerto no la dejaron subirse al vuelo.
—¡Esto es un absurdo, he comprado el billete y todos mis papeles están en regla no pueden impedirme de subir al avión! —Vociferó furiosa y desesperada, estaba loca por irse de aquel lugar.
—Lo siento señorita, pero usted no puede abandonar el país sin la autorización de un familiar. —Explicó el hombre y Rania mencionó a su tío, pero el guardia le explicó que debía ser alguien de su familia paterna a la cuál ella pertenecía.
A Rania la llevaron a una sala donde la dejaron encerrada después de haber intentado subirse al avión burlando la seguridad y para que no siguiera dando problemas llamaron a la policía que se ocupó de notificar la familia.
Cuando la puerta se abrió y Ibrahim entró acompañado de Idris la chica empezó a llorar, temblando por el miedo que sentía y el pánico de no poder regresar a Estados Unidos.
—¡¿Qué es lo que quieren de mí?! –Rugió como una fiera que estaba enjaulada.
—Solo quiero que hagas lo que cualquier mujer debe hacer, traer el honor a su casa… a su familia. —Habló Idris y Ibrahim bajó la cabeza, estaba avergonzado con su hija, pero no podía hacer nada para impedir todo aquello o eso era lo que se decía a sí mismo. — Hemos firmado un acuerdo matrimonial y en unos días conocerás a tu futuro marido al que deberás amar, cuidar y respetar todos los días de tu vida.
—¡Antes muerta maldito infeliz! –Exclamó Rania con fiereza.
Ella peleó, luchó para escapar de su tío, pero incluso delante de la policía Idris la golpeó dejando una horrible marca en su rostro y los agentes no hicieron nada para ayudarla, pues por ser su tío tenía todo el derecho a reprenderla como mejor le parecía.
Rania terminó encerrada en una habitación con una cadena alrededor de su tobillo, encadenada como si fuera un animal para ser vendida al mejor postor… al heredero de la mayor dinastía del Oriente, el príncipe Karim Al Thani.