Un mes después.
—¡No me vas a obligar a casarme, te lo he dicho muchas veces Hudad! –Se negó Karim a aceptar el camino que su padre estaba marcando para él, ni iba a permitir que un hombre tan cruel como el Emir de Arabia Saudí le impusiera algo. Karim no había nacido para doblegarse ante nadie. –Un matrimonio concertado es lo más anticuado que existe y yo no voy a obligar a una mujer a unirse a mí obligada… ¡jamás lo haré!
—Pues ese “jamás” ha llegado a su fin. Te casarás con esa joven que elegí para ti y lo harás bajo mis condiciones. —Refutó Hudad con satisfacción.
—Amo a otra mujer y pienso vivir mi vida con ella. Por lo tanto tendrás que buscar a otro que acepte tus putas condiciones.
—¡Ten mucho cuidado con la manera como te diriges a tu padre, Karim! —Le advirtió Hudad.
—Sigo siendo el Emir y otros terminaron muertos por mucho menos.
—Lo que no será mi caso, porque según tú yo soy tu heredero y el futuro Emir de este Emirato. —Espetó Karim. —Pero por mí puedes dar ese “honor” a mi hermano Amín, porque nada de esto me interesa.
—Me importa muy poco lo que quieras y harás lo que te estoy ordenando. Te vas a casar con esa joven. —Demandó Hudad y Karim le dio la espalda para salir del despacho, pero Farid el jefe de Segurida del Emir, le impidió salir.
—No voy a hacerlo, yo no nací para bajar la cabeza ante nadie y menos delante de un hombre que es capaz de vender a sus hijos.
—Por eso mismo lo harás o si no tu hermana Farah pagará las consecuencias.
Los ojos de Karim se abrieron como platos, él había salvado a su hermana de su marido que la había violado y la envió a Estados Unidos donde la escondieron. El Gobierno le había asegurado que Farah estaría protegida y que el Emir jamás la encontraría.
—Llevamos mucho tiempo sin saber nada de Farah, así que es imposible que puedas hacerle algo. —Escupió Karim y Farid le enseñó unas fotos de su hermana encerrada en algún lugar que él desconocía. –¡No… no, no puede ser!
—Si no te casas con esa mujer enviaré a tu hermana Farah de vuelta con su marido y te puedo asegurar que él está deseando tenerla de vuelta. —Lo amenazó Hudad.
—¡Eres un maldito infeliz Hudad! –Rugió Karim furioso.
Su padre sabía bien donde darle y había encontrado una de sus mayores debilidades. Su hermana Farah que tanto había sufrido por culpa del padre que les había tocado en la vida.
—¡¿Cómo puedes hacernos esto a tus propios hijos?!—Cuestionó Karim en cólera, pero su padre se veía calmado y incluso orgulloso de sus decisiones.
—Dónde tú ves “hijos”, yo veo buenos acuerdos empresariales. –Dijo Hudad con indiferencia, aunque en el aquel caso no se trataba de dinero sino de la necesidad de ocultar sus más sucios secretos.–Bueno, querido hijo, supongo que debo felicitarte. Dentro de muy poco serás un hombre muy bien casado y empezarás a formar una familia como es debido, con una mujer musulmana. En cuanto a la zorra que tienes en Estados Unidos. —Hudad sonrió al ver a su hijo cerrar los puños con rabia. —Bueno, en cuanto a esa la puedes convertir en tu amante.
—Nunca en mi vida sometería a la mujer que amo a tal humillación, ella no se merece eso. — Habló Karim con vehemencia y su padre se encogió de hombros.
—Pues muy bien, más no puedo hacer por ti. Solo te daba un consejo de hombre a hombre. – Hudad señaló la salida a su hijo indicando que había terminado y Karim se guardó la foto de su hermana, el buscaría la manera de encontrarla.
—Tú no eres un hombre Hudad, solo eres un maldito desgraciado. Pero que sepas que algún día acabaré con tú tiranía. —Le advirtió.
Entonces Karim pensó en algo importante, según la información que le habían dado su futura prometida era una chica humilde comparada a su estatus social, algo extraño pues el Emir siempre había deseado ver a su heredero casado con otra princesa. Entonces Karim decidió preguntar.
—¿Por qué ella?
El Emir levantó la cabeza para ver a su hijo una vez más y frunció el ceño con incomprensión.
—¿Por qué quieres que me casé con una chica humilde cuando tú y mamá siempre habéis querido verme casado con Samira Al Maktum, la princesa de Dubái? —Preguntó Karim desconfiado. —¿Qué tiene de especial está tal Rania Hassan?
—Eso es asunto mío Karim, yo sé lo que hago y en cuanto a Samira no te preocupes. Siempre podrás tener más de una esposa. —Sonrió Hudad y Karim abandonó el despacho de su padre asqueado, lo cierto es que no le importaba más razones de su padre. Él no quería casarse con nadie que no fuera el amor de su vida. La chica norteamericana de la que se había enamorado. Karim metió la mano en su bolsillo y sacó la cajita con el anillo que había comprado para pedirle matrimonio.
—Si me caso con otra mujer Amanda jamás me lo va a perdonar. —Se lamentó para sí mismo, después se marchó.
Estando solos Farid se acercó a la mesa del Emir para hablarle.
—Majestad, algún día su hijo será el Emir. ¿No cree que el joven debería saber toda la verdad sobre la relación que tiene usted con la familia de su prometida y sus verdaderos motivos para realizar esa boda?
—¡Por supuesto que no Farid! —Respondió Hudad fulminándolo con los ojos. –Conociendo a Karim estoy seguro de que sería capaz de utilizar esa verdad en mi contra. Yo tampoco quería ver a uno de mis hijos casado con una plebeya, pero Idris Hassan no me dio otra opción y solamente ofrecí a Karim porque en el aquel entonces tenía a mi primogénito, pero infelizmente mi hijo mayor murió antes de cumplir los diez años. Solo por ese motivo esa tal Rania se casará con Karim, pero encontraré la manera de deshacernos de ella y de su asquerosa familia. Conocí a su madre y era una mujer adúltera, seguramente esa niña será una cualquiera como la mujer que la trajo al mundo y utilizaré eso para acabar con ella y con su familia cuando llegue el momento, pero por ahora debo darle lo único que Idris me pidió a cambió de mantener la boca cerrada, una unión entre nuestras familias.
Mientras que el Emir planeada el futuro de los dos jóvenes, Karim destruía toda su habitación con rabia e impotencia, a la vez que Rania tiraba de las cadenas y que tenían sus tobillos en carne viva de tanto forcejear con ellas durante días y días desde que la habían encerrado.
Los dos estaban encadenados a un destino que no habían elegido, pero que iban a tener que afrontarlo y muy pronto.
Porque aquella misma tarde sacaron a Rania de su habitación para hacer un viaje sin vuelta a Arabia Saudí.