Las manos sudadas, el corazón acelerado y un nudo en la garganta que le impedía respirar con normalidad. Rania empezaba a sentir como sus nervios la dominaban y no había manera de controlarlo. Después de una semana en Arabia Saudí, la futura Emira tuvo la suerte de encontrar una ginecóloga norteamericana, que le daría toda la discreción que necesitaba para un asunto tan delicado y que la tenía cada vez más ansiosa. —¿Qué… qué pone doctora… estoy…? La ginecóloga levantó la vista de la prueba que tenía en la mano y la miró con una expresión indescifrable. —Sí majestad, está usted embarazada. —contestó y Rania se puso tensa. Estaba esperando un hijo de Karim, iba a traer al mundo un bebé del hombre que amaba. Debería ser una gran alegría, pero su corazón se llenó de angustia. N