Britney
— Seis, en el cerebro —estoy a punto de hablar —, que desaparecen cuando estás a punto de abrir el cráneo, además de que se le paralizaron los miembros inferiores.
— Fatiga, dolores de garganta, erupciones, flujo pútrido en boca, abscesos múltiples en cerebro, pérdida inferior y parálisis —me quede pensando que podía ser.
Lo había escuchado antes, solo tenía que pensar. Mire mis notas mientras él sonreía engreído, lo estaba analizando, lo analizaba todo, porque me quería ganar, él me quería dejar en ridículo.
— Al parecer no sabe todo —lo ignore.
Jodido hijo de puta.
— Telangiectasia hemorrágica hereditaria —hable y se paralizó —, el paciente tiene eso.
Su sonrisa se desvaneció, pero la mía llegó.
El solo hecho de ganar está discusión es sin duda uno de los mejores placeres que he tenido en mi vida, este sujeto puede pensar lo que quiera, no me importa, pero intentar humillarme. Definitivamente NO.
Soy un poco mal llevada, en ocasiones es mejor perderme que encontrarme, pero no soy mala persona. Sin embargo, el sujeto sacaba lo peor de mí. Acaso tenía un chip diseñado para joderme la vida.
Definitivamente sí.
La clase siguió, no dijo si mi diagnóstico estaba bien o mal y yo puedo jurar que el desgraciado sacó el caso de una serie, lo que deja en evidencia que intento joderme la psiquis, porque nadie se acuerda de un capítulo en específico. Excepto que tengas una gran memoria y seas un genio, uno que detesta perder.
Justo lo que era yo.
Lo único que perdí una vez fue una autorización para ir a un viaje escolar y no la perdí, la tiré camino al colegio algo que me costó horrores hacer, pero que valía la pena si no tenía que ir a una granja. Al final sabían que mentían, llamaron a mis padres y mi tetra terminó en una penitencia de dos días.
Un plan mal formulado.
La clase paso como si nada, ellos siguieron dando casos clínicos, yo metida en mi pequeña burbuja personal, esa que me dejaba en un lugar ajeno a los demás, intentando controlar mi temperamento e ignorando sus miradas mal intencionadas, aunque las sentía, por alguna razón sentía su mirada en mi cuerpo.
Estaba decidida a no dejarme caer, por lo que simplemente esperé hasta que el sonido de la campaña llenó el ambiente y salí de ahí con Abigail a mi lado, la chica permanecía callada, sus ojos castaños estaban llenos de preguntas, unas que ahora no quería responder.
— ¿Qué es exactamente lo que ocurrió?
— Bueno, la explicación era lógica, el sujeto me odiaba, no me quería en lo más mínimo, pero nada, era como si mi presencia lo llevase a una ola de arcadas repulsivas y no lo culpaba, provocaba lo mismo en mí.
— Eso —señaló con el pulgar hacía atrás —, el sujeto me odia, simplemente eso —negó.
— Creo que es más que odiar, él puso un caso complicado —bufé.
— El imbécil puso un caso clínico que vio en una serie, una jodida serie —mi voz se elevó —, sabes lo que pasa —abrió sus ojos —, es un amargado, lo más probable es que no lo quiera nadie, porque con esa cara de recién chupar limón no creo que alguien lo tolere —abrió y cerró la boca.
— Bri…
— Es un idiota, claramente no tiene amor en su vida, entonces se pone a torturar personas por placer —su boca se fue a un lado.
— Bri —siseo entre dientes.
— Entonces como me odia, el idiota necesita mostrar que es más —sus ojos se abrieron más.
— ¿Qué te pasa? —observé como cambiaba de color.
Balbuceo un poco y junté mis cejas.
— ¿Te encuentras bien?
Su frente comenzó a sudar e hizo un quejido doloroso.
— ¿Estás por sufrir un infarto? —negué y ella también —¿Recuerdas qué día es hoy? —jadeo y toco su frente —¿Te duele la cabeza? —Su color de piel se tornó más blanco —¿Estás mareada? —gimió —¿Confundida? —joder, estaba por sufrir un ACV —. Tranquila, creo que estas por tener un ACV[1].
— No creo que su compañera esté por tener un ataque.
Cerré mis ojos, todas sus caras eran porque estaba detrás de mí, él se encontraba a mi espalda y yo no podía evitar sentirme a punto de morirme en este momento.
¿Se podría tener más mala suerte?
— A mi oficina señorita Hamilton.
Cuando él dijo que no siempre tendría tanta suerte, tendría que haberle creído, me acaba de escuchar insultarle, algo que dejaba en claro lo que sucedería luego, podría expulsarme tranquilamente de la universidad y yo no podría decir nada.
Claramente ahora tenía mi cabeza en sus manos y con eso la esperanza de quedarme más tiempo aquí, tendría que dejar mis sueños e irme de nuevo a Seattle para estar bajo el apellido de mi madre y de toda mi familia.
La razón principal por la que me había ido había sido forjar mi propio camino, encontrar mi voz y dejar de lado todo aquello que rodeaba a mi familia, no quería ser la hija de la traumatóloga más reconocida, tampoco la ahijada de la obstetra que había fallecido en manos de un asaltante.
Solo ser Britney Hamilton.
Lo seguí directo a su despacho transpirando frío, con mis músculos agarrotados y los dientes apretados pisé tan firme como me permitió en este momento mi anatomía. No tenía escapatoria. No había forma de salir bien de esto. Estaba perdida.
Su mano abrió la puerta y mis ojos vieron el lugar antes de girarme para que al frente de él de nuevo, ahora ni siquiera podía abrir la boca, todo en mí gritaba que me quedara callada y pensara bien mis palabras.
Pero iba a ser demasiado complicado.
— Ahora me va a decir que no me dijo imbécil —cruzó sus brazos.
La regla principal en esto era hacerte la desentendida hasta que la otra persona lo creyera, era lo que haría.
— ¿Lo dije? ¿Está seguro?
Arqueo su ceja.
— Es una impertinente, no tiene respeto por la autoridad, se cree mejor que los demás —su voz se iba elevando cada vez más —, no sé en qué parte de su crianza de niña rica le dijeron que lo era, pero no es así.
Mis dientes rechinaron con fuerza, mis puños se cerraron y lo único que pude ver fue todo rojo, no sabía que se creía este sujeto para catalogarme de esa forma, pero estaba equivocado si pensaba que lo dejaría faltarme respeto así.
— Oh es un cínico —gruñí —, usted me viene a hablar de clases de moral, de lo que se supone que es correcto no, mira a todos como si fuesen insectos a los cuales va a pisar —di un paso —, se para de frente a la clase con aires de grandeza dándosela de rey y soberano —otro paso —. Pero déjeme decirle que no lo es —se rio falsamente —, solo es un idiota que se dedica a joderle la vida a las personas porque nadie lo soporta —moví la mano —, hágales un favor a las personas y comprese golosinas, quizás eso lo ayuda a ser más dulce.
Sus pies se movieron dejando su cuerpo a escasos centímetros del mío, podía sentir su fragancia amaderada, el olor a gel de baño, ahora que lo veía bien, su mandíbula era cuadrada. Su rostro anguloso dejaba en claro su masculinidad.
La carótida en su cuello se marcaba al igual que los músculos presionando la camisa. No me atrevía a mirarlo, levantar el rostro, pero tenía que hacerlo. Tomé aire y mantuve mi enojo parando dos segundos en sus labios, el de abajo era más grueso que el de arriba.
Mis ojos siguieron hasta llegar a los suyos, ese marrón con tintes miel que se escondía detrás de sus gafas de montura negra.
— ¿Dulce? —siseo –, ¿Piensa que estoy aquí para gustarles? —niega —, mi trabajo es enseñarles, no ser su amigo, mi trabajo es que no maten personas —dio otro paso —, soy quien manda, puede que piense que no es así, solo porque se crea más, pero yo chasqueo los dedos —lo hizo —, y la expulsan por el simple hecho de insultar a un profesor.
El cabrón sabía que tenía todas para ganar y lo estaba disfrutando, sin embargo yo seguía pensando que era un imbécil. Sus ojos siguieron en los míos, recién ahora me daba cuenta de que se encontraba más cerca, mucho más cerca de lo que pretendía.
Miro mis labios y los míos buscaron los suyos.
— Le aconsejo —su voz salió más baja y volví a verlo —, que comience a encontrar su lugar —sonreí cínicamente.
— Claro que sí —sus labios se curvaron un poco —, general.
— La sonrisa se desvaneció y me alejé de él.
— Le sugiero que mantenga las distancias —camine a la puerta —, la niña rica conoce buenos abogados —lo mire por encima de mi hombro.
— Me parece que se tiene mucha estima señorita —me miró despectivo —, no tiene nada que me interese, quizás es lo que le funcionaba con los demás profesores, pero no conmigo.
— Idiota —sisee de nuevo molesta.
— Malcriada —señaló la puerta —, por favor, salga, no la quiero ver más.
Y lo cumplió, porque días después me llamaron de la oficina del rector, había hablado, pero no para decir lo insubordinada que soy, no.
Él había hablado de mis capacidades y lo avanzaba que estaba, me adelantaron cursos y mis particas iban a ser en un par de meses, solo algunos mesen más y estaría en mis residencia, no sabía si amarlo u odiarlo por completo.
[1] ACV: Accidente cerebrovascular.