Capítulo 2

1958 Words
Gastón era un tipo sencillo, de gustos más sencillo aún. Una buena cerveza, acompañada de una picada y algo de Divididos de fondo, era todo lo que necesitaba, bueno, eso y compañía, pero no cualquiera, a él le gustaba la buena compañía, la que lo hacía reír, la que sacaba conversaciones cuasi filosóficas sobre temas de los más variados, por eso Emanuel siempre resultaba ser la compañía perfecta. Es que el flaco, inteligente como ninguno, podía hablar desde el cambio climático hasta la última formación de La Lepra para el partido del sábado en la tarde. El tipo sabía de todo y lo exponía con la mayor de las humildades, con esa cosita que solo él podía transmitir de una manera tan fresca, tan dulce. Es por eso que aquella noche de sábado habían arreglado, solo ellos dos, ver una película de Tarantino, lejos de la mirada de horror de Emma ante tanta sangre junta y del sueño de Marco que lo vencía en los primeros diez minutos del film. Sí, mejor ellos dos. Emanuel subió las escaleras a paso apresurado, cargando unas cuantas latas de cerveza y repasando en su mente las cosas que le quedaban para hacer al día siguiente. Mejor ocupar su cabeza en algo más que no fuera aquella privacidad que iba a tener con el tipo que se colaba una y otra vez en sus sueños. Golpeó suavecito y no esperó más de dos minutos hasta que la puerta gris se abrió, dejándolo ver a ese tipo, de cabello chocolate y ojos de color similar, contemplarlo con una enorme sonrisa preciosa, con ese algo único que solo él tenía, él y nadie más en el planeta entero. Dejaron las cervezas en el freezer, no sin antes apartar dos, y se ubicaron en el cómodo sillón en el que apenas entraban los dos. Pusieron la peli y, en menos de lo esperado, ya estaban sumergidos en esa historia de sangre y esclavitud, de Leo Dicaprio dejando aquella actuación gloriosa, llevándolos a olvidarse de todo ese mundo que seguía con aquel ritmo imposible, de responsabilidades infinitas y trabajos por concluir. Bueno, mejor así, mejor los dos aislados de todos, con sus hombros incrustandose en el otro, con esa enorme mano de aquel tipo inspeccionando suavemente la pierna de su amigo, de ese que no sabía qué hacer, para dónde ir, porque Gastón jamás lo había tocado así, tan sugestivo, tan suavecito. No, debía ser idea suya. —¿Te parece más lindo Leo Dicaprio o Matt Damon?— indagó Gastón dejando casualmente su mano en la rodilla de aquel amigo que desvió lentamente los ojos del televisor hasta su rostro, tragando pesado, siendo completamente consciente de ese contacto estudiado y de aquella pregunta por demás estúpida. ¡Ni siquiera estaba Matt en esa película! —¿Qué?— indagó Emanuel confundido, clavando su preciosa mirada en aquellos ojos chocolates que brillaban con algo nuevo, con un toque especial. —Que cuál es más lindo para vos. Digo, preferís rubio o morocho — preguntó y a Emanuel le sonó a cosa con doble intención. —No tengo un favorito, en realidad— respondió sintiendo su piel erizarse al notar aquella mano apenas apretar su rodilla. —A mí me parece que los morochos somos más facheros — afirmó y esa mano se deslizó apenas unos centímetros hacia arriba. —No sé — casi susurró al borde del colapso. No podía ser que se estuviese confundiendo, esto era real, esto estaba pasando. Gastón, su eterno amor inalcanzable, le acariciaba con total intención la pierna, ahora, la pregunta era hasta dónde iba a llegar. ¿Sería solo una cosa más sin importancia o lo llevaría al siguiente paso? No lo sabía y estaba desesperado porque ese chabón, de físico trabajado y mirada pícara, al fin lo dejara ir un poquito más allá, solo un poquito. —Mirá el Chino Darín, zarpada facha tiene, y es morocho — aseguró Gastón. —Pero él es palabras mayores, o sea, ¿lo has visto? Está buenísimo. —Vos también estás buenísimo — respondió y esa mano se deslizó un poco más allá, hasta alcanzar su muslo tenso ante tanta expectativa, ante tanta cosa que se revolvía con fuerza dentro suyo. —Eso dicen — balbuceó con su mirada clavada en el otro, con el tono de voz casi susurrado. —Yo creo que tienen razón, que de verdad sos lindo — dijo y se acomodó mejor en el sillón, acercándose a propósito al flaco que no tenía muy en claro lo que le producía. Resulta que Gastón llevaba meses dándole vueltas al asunto, asunto que, a su mirar, era bastante simple. Desde hacía un tiempo que su mirada sobre aquel amigo había comenzado a cambiar, había mutado a otra cosa, pero no sabía muy bien a qué. Se dedicó semanas enteras a analizar aquello que le pasaba, hasta que decidió, sin mucho problema, que Emanuel le había empezado a gustar, que había dejado de ser ese amigo incondicional que amaba tener, para convertirse en algo más, que, ahora, lo imaginaba desnudo, debajo suyo; que deseaba, con fuerza, probar esos labios los cuales su amigo mordía cada vez que estaba nervioso, tal cual lo estaba haciendo en aquel momento. Sí, Emanuel le gustaba, o eso sospechaba, y estaba decidido a probar todo lo que estuviera dispuesto a darle. ¿Y la amistad entre ellos? Bueno, eso era, precisamente, lo que había mantenido a Gastón inmóvil, quieto en su zona de amigo, aterrado a perder todo con ese flaco que lo comenzaba a volver un poquito loco. Es que sabía, en realidad todos lo sabían, él no era un hombre de relaciones, de ningún tipo de relación fuera de la amistad, ni siquiera un alguien a quien visitar de vez en cuando solo para tener sexo. No, a él las relaciones románticas no le atraían en absoluto, por eso, y sabiendo que Emanuel era todo lo contrario, aunque jamás había estado en algo muy serio, había concluido que podría perder más de lo que ganaba, pero esa noche ya no se contuvo más, ya no encontró excusas en su mente para mantenerse alejado. Se había resignado, había aceptado que Emanuel le gustaba, y mucho. Tal vez, con algo de suerte, no rompía nada, tal vez podría seguir manteniendo esa amistad que tanto apreciaba, que tan bonito le hacía, tal vez, para Ema, esto iba a ser una experiencia de tantas y mañana, mañana seguirían siendo los amigos de siempre. Sin más rastros de dudas, se acercó a ese tipo precioso, tanteando, probando, qué pasaba si acortaba la distancia, si Ema se movería o se mantendría en la misma posición. Para su suerte, Emanuel sólo tragó saliva, provocando que su nuez de Adán se moviera de manera sugerente al desplazarse lentamente hacia arriba para luego volver a descender, haciendo que Gastón desease, con demasiada fuerza, pasar su lengua por allí, probando qué se sentía tener el placer de sentir ese pequeño huesito contra su lengua a la vez que los pocos vellos de la zona le provocaban cosquillas en los labios. De a poco volvió sus ojos hasta los de Ema y acercó su rostro un poquito más, sintiendo sus alientos mezclarse, revolverse en el medio para luego impactar contra sus labios. —Gastón — susurró casi suplicante sin saber muy bien qué deseaba. No estaba seguro si quería que se apartara de una buena vez o le comiera la boca como tantas veces había deseado. —¿Te molesta?— presionó el otro. Con la poca fuerza que tenía, Emanuel negó apenas moviendo su cabeza, logrando que ese otro tipo sonreirá de costado, tentándolo un poco más. —Eso es bueno, entonces… — confirmó Gastón y terminó de acortar aquella dolorosa distancia. Por fin, por fin sus labios probaban aquellos que tanto deseaba, por fin ese sueño que se repetía noche tras noche se convertía en una realidad, por fin aquellas manos recorrían su cuerpo con desesperación mientras esa lengua le recorría toda la boca, degustando hasta lo último que tenía para dar. Gimieron en los labios del otro y se apretaron un poco más, solo un poco más. —Pará — pidió Emanuel apartándose apenitas. —¿Por qué?— indagó Gastón con la respiración agitada. Es que, bueno, él sabía que Ema lo calentaba, pero no esperó que a ese nivel en donde sentía la sangre bullir dentro de sus venas. —¿Estás seguro?— indagó apoyando sus manos en los hombros de ese chabón al que podía confirmar como cien por ciento heterosexual. —Sí, boludo, sino no te hubiera avanzado — confirmó con una risita. —¿Pero has estado con tipos? —Sabés que no, no te hagas el pelotudo. —¿Y por qué ahora sí?— preguntó intentando encontrar una extraordinaria explicación en el brillo de esos ojos que tanto conocía. —Porque sos vos, y quiero estar con vos — aseguró. —¿Y mañana? —Mañana volvemos a ser amigos. Dale, Ema, no se nos van a cagar siete años de amistad por una buena cogida que ambos queremos. Y allí, en ese preciso segundo, Emanuel lo entendió todo, comprendió que ese tipo solo estaba caliente, que él sería uno más, el primer hombre, sí, pero uno más en la lista de quienes habían pasado por esa cama que solo estaba a unos cuantos pasos de distancia, de ese colchón que guardaba deliciosos secretos sobre la excelente habilidad amatoria de su dueño. Tuvo que buscar en lo más profundo de su ser para reunir las fuerzas necesarias que lo ayudaran a ponerse de pie, que movieran a sus pies hasta esa puerta que tantas veces había atravesado pero en ese momento sentía como si fuese la primera vez que la veía. Necesito no volver a mirar al otro tipo porque sino lloraría ahí mismo, porque se rompería en mil pedazos que jamás podría volver a reunir. Supo que Gastón algo le había dicho, que lo sujetó por la muñeca en un vano intento por detenerlo, por explicar alguna cuestión que él no tenía ganas de escuchar. Es que tantos, tantos años de enamoramiento, terminaron así, retorcidos, envenenados, contaminados por mierda. Ahora no sabía cómo iba a hacer para enfrentar el mañana, para saber que ese flaco, que principalmente consideraba un amigo, lo había mirado solo como a un pedazo de carne para obtener placer, que lo había rebajado al mismo nivel que a cualquier minita que conocía en un boliche. Mierda, ¿no lo apreciaba ni un poquito para haberlo insultado así? Se preguntó mientras descendía a paso lento aquellas escaleras hasta la salida del edificio. —No, Gastón, ahora no — susurró una vez que atendió el teléfono al mismo tiempo que se desplazaba por el estacionamiento para alcanzar su auto. —Ema, posta, hablemos — rogó el otro y la desesperación en su voz era evidente, aunque poco le importaba aquello a Emanuel que solo luchaba por mantenerse entero. —Hoy no — repitió y cortó la llamada. Mierda, Marco le había dicho, lo había advertido miles de veces, mejor no mirar a los hétero porque solo los usaban para sacarse la curiosidad, para probar qué se sentía, y peor para él, que estaba enamorado de aquel flaco, buen amigo, nadie lo podría negar, pero un forro completo cuando de romance se trataba. Aguantó el sollozo mientras se subía al auto y, con mano temblorosa, encendió su vehículo para ir a casa… No, mejor a casa no, mejor con Marco, sí, mejor con él que lo regañaría sin pensarlo, sin reparar en maquillar la verdad, porque eso necesitaba, de un buen golpe duro de realidad, y solo Marco se lo daría.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD