Capítulo 3

2330 Words
Esa mirada exacta de enfado era lo que esperaba recibir mientras manejaba hacia el hogar de su amigo, ese ceño fruncido y aquel gesto de desaprobación le aseguraron que había hecho lo correcto, que era allí donde debía estar. Bajó forzando una extraña sonrisa y caminó directo hacia su amigo, hacia un Marco de insultos silenciosos y regaños de padre malhumorado. —Sos pelotudo, ¿ah?— indagó el castaño con ese tono suave pero firme. —Sabes que sí, ahora recordame todo lo que siempre me dijiste así me entra en la cabeza de una buena vez — pidió llegando a su amigo para palmear la espalda al fundirse en un fraternal abrazo. —Vamos adentro, tengo unas cervezas — dijo y le dio el espacio así podía ingresar al enorme hogar. Emanuel sonrió de lado y, con la cabeza gacha, caminó detrás de su amigo. Ni bien ambos se ubicaron en los cómodos sillones de la sala, con una lata de cerveza en sus manos, se dedicaron a conversar sobre los últimos eventos, analizaron cada palabra, cada acción y llegaron a la misma conclusión. —Te avanzó porque no sabe lo que sentís en realidad — afirmó Marco —, sino ni lo hubiese intentado. —Seh, puede ser — respondió desganado y bebió un sorbito más. —Será muy forro Gastón, pero no con nosotros, con nosotros no juega — sentenció seguro. —El problema es que ese beso fue demasiado para mí — susurró mirando sus manos y aguantando el dolor que le laceraba el pecho. —Puta, boludo, que cagada — murmuró despacito y se acercó para abrazarlo con cariño, sabiendo que Emanuel luchaba por no romperse. —No puedo creer que lleve tanto tiempo enamorado de él — dijo y rió sin humor, sabiéndose patético, triste. —Yo tampoco, con lo bueno que estás podés conseguir a cualquiera — intentó bromear. —A cualquiera menos a él. —Es hetero, Ema, ¿cuándo lo vas a entender? —Parece que nunca — confesó y lo miró fugazmente, transmitiendo ese dolor en sus palabras. —Juro que me dan ganas de matarlo, pero no se puede hacer nada, todos sabemos cómo es con esto — dijo sin dejar de contenerlo entre sus brazos. Sí, Marco podía asegurar que ya llevaba demasiados años sin sentir nada por el chabón tan bonito que contenía en un apretado abrazo, ya que si lo hubiese tenido así, tan pegado a él, hace tres años, seguro que habría temblado de la emoción. —Tengo que conocer a más gente — afirmó con seguridad —, intentar sacármelo de la cabeza a la fuerza. —Sabés que eso nunca funciona — susurró despacito Marco, no queriendo explotar esa burbuja de valentía que su amigo intentaba crear. —Sé que no, pero es la única forma. —Bueno, pero vas a tener que esperar al otro finde porque éste te necesito — dijo haciéndolo recordar aquella charla que habían tenido en la clínica mientras aguardaban que atendieran a Emma. —Sí, boludo, tranquilo, yo te hago de noviecito enamorado — aseguró y Marco rió al recordar la cantidad de veces que había soñado con aquello, que había deseado, con todo su ser, que Ema, el hermoso Ema, lo mirara como algo más que un amigo. —Con esa carita tan linda que tenés, lo vas a intimidar como nadie al pelotudo aquel. —¿Te sigue llamando?— indagó. —¡Todo el tiempo! Es increíble lo al pedo que está — dijo y escuchó una suave risita abandonar los labios de su amigo. Bueno, por lo menos su situación de mierda ayudaba a que Emanuel tuviese mejor ánimo, a que no se viese así de derrotado y dolido. Mierda, cuando Emma se enterara de la situación de Emanuel, seguro que a Gastón le iban a doler las pelotas por una buena cantidad de días. —------------------------ Entró a su casa y la mueca de asco le salió sin siquiera pensarlo, porque si lo hubiese planeado habría puesto su mejor jeta de desagrado. Ahí estaba, otra vez, el infeliz ese que no se cansaba nunca de humillar a su hermana mayor. ¡Qué tipo de mierda!¡Cuánto lo odiaba! —Algún día mi hermana se va a dar cuenta que sos un pelotudo y te va a dar una buena patada en el culo — escupió dejando la mochila en el piso al mismo tiempo que sentía esa risita de mierda abandonar los labios de Máximo. —Tu hermana me ama, querida cuñada, asique eso no va a pasar — rebatió divertido mirando a Guadalupe, a la minita que le mostraba el dedo del medio mientras se perdía por el pasillo. Máximo suspiró y se acomodó mejor en el sillón. Sí, Majo ya lo había dejado, pero él no se iba a dar por vencido tan fácil, no iba a dejar que una mina del calibre de su novia lo dejara así, como si nada, como si esos cuatro años nunca hubiesen pasado. No, él pelearía por ella, la volvería a tener a su lado, solo esperaba que terminara de hacer lo que demonios fuese que hacía dentro de su cuarto y, ambos, pudieran ir a ese café que tanto amaban y hacía demasiado tiempo no visitaban, a conversar, como adultos que eran, a arreglar el vínculo, reconstruirlo. La vió aparecer con un jean que le quedaba precioso y aquella remerita suelta mientras una alta cola sujetaba su largo cabello castaño, más bien chocolate, con esos bonitos reflejos dorados que se hacía todos los meses en las peluquería, para ser más bonita, para verse mejor. Máximo sonrió poniéndose de pie, acomodando su campera de jean al tiempo que aguantaba las ganas de agarrar las manos de esa mujer que lo era todo para él, que, con su dulzura le había robado el alma, que con sus besos lo arrancaba de este mundo solo para llevarlo a uno en donde sus suaves caricias curaban todo. —Vamos — dijo ella demasiado fría, demasiado extraña. —Vamos — susurró él y la tomó de la mano, porque sí, porque ya no soportaba no tocarla, porque el no haberle dado un beso en esos labios tan bonitos, apenas se vieron, fue una completa, estúpida, total, mierda. Sintió los finos dedos de Majo deslizarse con suavidad por su palma hasta liberarlo de aquel delicioso agarre. Se aguantó el sollozo que quiso escapar de su alma y trató de forzar una sonrisa que resultó demasiada extraña. Majo ni lo miraba, ya no podía, ya no soportaba tenerlo cerca y saber que lo seguía amando tanto. ¿Por qué mierda lo amaba si él era una total porquería con ella? No tenía idea, pero ya no, ya no más, ya no soportaba más aquello, a esa relación de papel, a esa máscara que cargaba todos los días, a saber el desprecio de sus hermanos por aquel que caminaba a su lado para tomar el ascensor. Ya no soportaba más, ya no podía más. Salieron a la calle sin decir una sola palabra, solo se comunicaron cuando Máximo indicó en dónde tenía estacionado su auto. Majo asintió con la cabeza, metida demasiado en sus pensamientos para responder con alguna frase amable, de esas que ella siempre daba hasta en las peores de las circunstancias. En cuanto notó, en cuanto supo a dónde iban sintió sus tripas revolverse. ¿En serio la llevaría a ese café a donde siempre iba con aquella pelirroja? No podía creer que, en la cita donde, se suponía, intentaría arreglar el vínculo, la llevaría a un café en donde siempre se encontraba con su amante, con la que estuvo por casi seis meses, que dejó solo porque ella los descubrió, hacía casi dos años. —Pará — susurró sintiendo que vomitaría. Máximo deslizó sus verdes ojos desde la calle hasta esa mujer preciosa que parecía sentirse mal, muy mal. Preocupado estacionó al costado de la vereda, a la sombra de un paraíso gigante. Majo, apenas sintió el vehículo detenerse, abrió la puerta y plantó sus pies en el piso de la calle, dejando su cuerpo dentro del vehículo, solo sacando la cabeza hacia afuera por si acaso, por si ese revoltijo terminaba en vómito. No podía creer, en serio no podía entender, cómo él podía ser tan cínico, cómo era capaz de hacer lo que había planeado. No podía ser accidental, debía ser una mala broma. —Linda, ¿estás bien?— le susurró arrodillándose a su lado mientras su mano se posaba con increíble suavidad en la rodilla de la castaña que le robaba la voluntad, que lo sometía como nadie solo con su belleza y esa sonrisa eternamente amable. A ver, Máximo no solo la amaba por su físico, innegablemente precioso, no, él la amaba por todo ella, porque era amable, tierna, cariñosa, sencilla, muy sensible y extremadamente empática. La amaba porque jamás su terrible belleza la hizo ser arrogante, porque, por más que cada flaco en la calle se diera vuelta para mirarla, ella se mantenía humilde, casi avergonzada. La amaba demasiado y necesitaba, con extrema urgencia, que no lo dejara, que todo se arreglara con un rico café de por medio. —Me tengo que ir — dijo ella de repente, poniéndose de pie, confundiéndolo demasiado. —¿Qué?¿Por qué? — preguntó irguiéndose también, sintiendo todas sus esperanzas romperse en un segundo. —No… No quiero, no puedo hacer esto — susurró sin mirarlo mientras buscaba su bolso dentro del auto. —Dejame llevarte de vuelta a tu casa, por lo menos — pidió desesperado por retenerla a su lado, lastimado hasta el tuétano por tanta cosa que se llevaría si decidía marcharse. —No, no quiero — dijo —. Gracias, pero no — agregó elevando la mirada y clavando esos enormes ojos avellanas en él, sonriendo suavemente, como pidiendo perdón al mismo tiempo que aquel dolor se filtraba con fuerza por cada uno de sus hermosos rasgos. —Majo, por favor — pidió sintiendo las lágrimas acumularse en sus ojos. —Ya está, Maxi, ya está, en serio, no hay nada que se pueda hacer — aseguró con tanta firmeza, con la completa seguridad del mensaje que transmitía sus palabras. Mierda, ¿así se sentía caer en un enorme vacío? Porque estaba seguro de nunca haber experimentado tanto vértigo, tanto dolor, tanto miedo. —Majo, por favor — volvió a pedir con ese nudo atravesado en la garganta. —No, Maxi, ya no — dijo bajito, bien bajito, mientras le acariciaba con ternura esa mejilla que tanto había besado, que tanto conocía. —Por favor — volvió a decir dejando escapar las lágrimas que ya eran demasiado para sus ojos desbordados de dolor. —Buena vida — deseó ella sellando, para siempre, ese momento, esa agónica despedida que le abría el pecho a aquel tipo. Máximo la vio alejarse a paso firme, sin voltearse ni una sola vez a mirarlo, sin siquiera dedicarle una última mirada. Como pudo subió a su vehículo, sintiendo su cuerpo temblar de dolor, no pudiendo resistir tanta tortura, aferrándose a ese volante con fuerza mientras el sollozo desgarrador le raspaba la garganta. Lloró, lloró porque era lo único que podía hacer, lo único que quedaba por hacer al saber que había perdido, tal vez para siempre, al amor de su vida. No, no podía ser, se dijo luego de media hora de llanto, él la amaba, ella lo amaba, no podía terminar así, debía haber una solución, una por lo menos. —----------------------------- Cuando Guada y su hermano la vieron entrar, lo supieron, el milagro por fin había pasado. —Lo dejaste — susurró Guadalupe devolviendo el mate a Emanuel que estaba con sus ojos, iguales a los de las otras dos, clavados en su hermana mayor —. ¿Te dejó? — preguntó sin ser capaz de creer aquello. Majo negó despacito mientras dejaba su bolso sobre el silloncito de la sala. —Lo dejaste — afirmó Emanuel, ese pibe que podía descifrar más de los gestos que de las palabras. Majo asintió forzando una extraña sonrisa al tiempo que sus preciosos ojos se llenaban de lágrimas. —Fui una boluda por demasiado tiempo — susurró dolida por haber tenido que terminar así aquella relación, por tener que separarse de ese hombre que tanto amaba. —¡Vamos no más!— gritó Guadalupe y se arrojó a los brazos de su hermana que rió entre lágrimas. —Boluda, pará que la vas a lastimar — regañó bien suavecito Ema mientras dejaba que una sonrisa de lado, la misma que traía bien loquito a más de uno, se plantara en su rostro. —Tenemos que festejar — dijo la menor separándose de su hermana mientras la expresión de completa seriedad se expandía en su rostro —. Vos dejaste al infeliz, yo tengo trabajo y Ema al fin se chapó a su amigo — escupió sin tacto. Majo volvió sus ojos a ese tipito que estaba mortalmente avergonzado, pero sobre todo triste, estaba mortalmente triste. —¿Qué pasó? — susurró sentándose al lado de Ema, tomando con suavidad la mano de su hermanito mientras él luchaba por no llorar. —Es un pelotudo, eso es lo que pasa — dijo con la voz rota, dejando que las lágrimas salieran en cuanto sintió los brazos de sus hermanas envolverlo en un cálido c*****o de amor. Bueno, en ese preciso momento Guadalupe lo decretó: jamás, en su perra vida, se enamoraría de nadie. Si sus hermanos, los seres más amables del planeta, sufrían así, ¿qué quedaría con ella que era bien perra cuando quería? No, mejor nada de romance y todos felices. ¡Ja! Si solo hubiese sabido que tan solo tres semanas después conocería a un flaco, de cabellos extremadamente cortos y negros, que le robaría mucho más que unos buenos besos. Si solo lo hubiese sabido en aquel momento…
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