Capítulo 12

1400 Words
Llegó a su casa cuando el sol comenzaba a aparecer en el horizonte. Sí, hacía mucho que no volvía tan tarde y estaba bastante feliz de, por una noche, haberse sentido un poquito de nuevo él. Entró a su amplia habitación, dejó el saco sobre la silla del escritorio y se aventó a la cama para sacar sus zapatos negros. Rebuscó en su bolsillo, sacando el teléfono que no había revisado en toda la noche y, como hacía cada maldito día, revisó las redes de Guadalupe. Sí, no sabía por qué lo hacía, ya no entendía para qué se torturaba así, pero no podía evitarlo, por lo menos así la sentía un poquito más cerca. —Basta, Pedro, tenés que cortarla — se susurró en cuanto sintió aquella lágrima rodar por su mejilla. Basta, no tenía que seguir así, no podía llorar solo porque había visto una foto de ella junto a su amiga, esa tal Mariana con la que, a veces, intercambiaban un par de mensajes. Al parecer, ambas estaban en la casa de Guadalupe, tomando un poco de cerveza, todo mientras veían una película de Disney. Rió afectado al saberla tan ella, tan preciosa, tan lejos de su persona. Basta, debía terminar con esa eterna agonía, debía superar esa situación en donde ella no sentía lo mismo que él, Guadalupe había sido demasiado clara en cuanto al asunto. —Cortala, Pedro, ya está — se regañó sabiendo que, una vez más, lloraría de nuevo, sollozaría apretando su almohada, rogando que, por alguna cuestión del destino, ella lo amase, o, por lo menos, lo quisiese un poquitito, eso era todo lo que pedía. —------ —Te ves más lindo en pelotas — le susurró el rubio mientras abandonaban aquella habitación. —Sí, pero eso me haría ir directo en cana — respondió sintiendo esos dedos enlazarse con los suyos, aferrarse a su persona como si él fuese capaz de abandonar todo y perderse en las calles mendocinas. —El mundo deberá aguantarse las ganas de verte sin ropa— exclamó bien exagerado —. Por suerte yo ya lo hice — susurró y le besó la mejilla antes de meterlos a ambos en el ascensor. Bajaron riendo por nada, conversando de miles de temas a la vez, intercambiando opiniones sobre todo, dejando que una burbuja perfecta los absorbiera y alejara de este mundo. Subieron a la enorme camioneta, vehículo que el rubio manejó con destreza entre las callecitas de Mendoza hasta llegar a las puertas del edificio de aquel castaño precioso. —En su hogar — dijo el rubio tirando el freno de mano. —Gracias — susurró mirándolo de frente, con esa tierna sonrisa clavada en los labios —. La pasé muy bien — agregó. Martín lo evaluó unos segundos y decidió acercarse hasta que sus labios rozaran aquellos que había probado incansables veces durante la noche. —No creas — susurró sintiendo esa boquita deliciosa — que esto termina acá — afirmó. —¿No?— indagó divertido por causa de ese pendejo bien atrevido. —No, para nada, ¿o acaso pensás que con una noche me basta? No, lindo, para disfrutarte bien necesito muchas noches más. —¿Solo noches?— indagó siguiendo el juego. —Noches, tardes, mañanas, lo que quieras, cuando quieras, vos me mandás un mensaje y al toque me tenés acá — confirmó dando pequeños besitos entre sus palabras. —Bien, te tomo la palabra — dijo extasiado por ese tipo tan bonito —. Te escribo — saludó y lo besó un poco más. Se sintió flotando en una nube mientras caminaba hacia la entrada de su hogar, sintió que todo estaba en su correcto lugar, que ese rubio lindo había llegado para algo importante, para mostrarle algo que nadie había podido hacer antes. Sí, estaba seguro que Martín sólo traería cosas buenas, cosas lindas, de esas que él estaba necesitando desesperadamente. Sonrió más amplio y entró a su hogar, dispuesto a descansar unas cuantas horas antes de volver a tener la necesidad de entregarse al rubio atrevido. —-- No podía sonreír más amplio, es más, sospechaba que la jeta se le iba a lastimar de tanta cosa. Es que ir de la mano de Leo mientras ingresaban a la Fundación en la que colaboraba dos veces a la semana, ayudando a las mujeres que allí habitaban buscando salir de situaciones en extremo marginales, en extremo violentas; la ponía demasiado feliz, porque él, tan amable y dulce, saludaba a cada una de esas muchachas con extrema alegría. Detrás de ellos, Alex, Luca y Donato hacían lo suyo; cerrando la fila Maiia caminaba junto a Luna, hablando muy animadamente de cosas varias, recibiendo alguna que otra acotación de parte de Charly. Se instalaron en el gran salón principal, ese que usaban para comer todas juntas, y dedicaron algunos minutos a probar aquellos instrumentos que habían sido instalados a primera hora de la mañana. Por supuesto que Celeste no perdería la oportunidad de conocer, por fin, a esos hombres que tocaban excelente rock, pero sobre todo a Leo, al tipo que le devolvió la felicidad a su querida amiga. Sin más, la morocha se ubicó al lado de una embobada Majo que no podía más que contemplar a Leo increíblemente concentrado en afinar su instrumento. —Tan enamorada ella — dijo Celeste alargando en exceso las vocales. —Se ve super lindo — respondió sin poder despegar los ojos de su precioso novio. —Sí, se ve bien — confirmó pero su mirada se desvió, sin querer, hacia cierta pelirroja que ingresaba a la sala acompañada por una muchacha que parecía tener demasiada energía y no paraba de parlotear —. ¿Quién es esa? — indagó Celeste. Majo se resignó a dejar de contemplar a Leo y desvió la mirada hacia donde su amiga indicaba. En cuanto vió a la figura de aquella abogada, excelente en su trabajo, luchadora como pocas, sonrió de lado. —Josefina, la abogada de la fundación — explicó mirando a Celeste con un brillo de diversión atravesándole los ojos. —Decime que es lesbiana — pidió. —No sé — respondió entre suaves risitas —, no hablamos mucho — explicó. —Bueno, tendré que averiguarlo por mí misma — dijo acomodándose la ropa, girando su rostro con una amplia sonrisa y dispuesta a encarar a esa flaca hermosa que, rogaba, tuviera sus mismas inclinaciones sexuales. Majo rió un poquito más y se dedicidió a concentrar toda su atención en su hermoso hombre, ese que, sentado entre Luca y Donato sonreía bien amplio mientras molestaba al último con algún comentario que lo hacía rodar los ojos. —Tiene la misma mirada que vos cuando viste a Alex tocando en el primer concierto después de salir de rehabilitación — dijo Luna plantándose al lado de Majo, quien sabía que a su otro costado estaba Maiia, con esa sonrisita bien amplia y pícara. —Pero creo que ella se ve más encantada — respondió la morocha. —Bueno, es que nunca estuve en esta posición — rebatió Majo terriblemente avergonzada. —No importa — exclamó Luna entre risas —, ya después, cuando Leo no deje de practicar por horas, vas a rogar poder tomar algo de distancia — explicó. —¿Te cansaste de escuchar a Donato? — indagó realmente intrigada. —Te explico — dijo Luna acomodándose mejor, viéndola más de frente —, Donato solo practica una hora y descansa dos, ese es su método, ahora, con el bebé en casa, se encierra por media hora y sale. Por eso nunca me cansé, pero Leo… — dijo y la miró con lástima. —Leo ha estado hasta cuatro horas seguidas — susurró Maiia. —¡¿Tanto?!— exclamó sorprendida Majo. —Sí, es bastante obsesivo. —¿Y cómo hacés con Alex? Porque Leo a veces se pone unos auriculares y apenas si se escucha el bajo, pero una batería… —Tenemos una habitación insonorizada. Alex es tan obsesivo como Leo, pero su instrumento mucho más grande. Y la mirada de completa picardía de Luna las hizo reír a las tres. —Buenas tardes — saludó Luca haciéndolas callar, obligándolas, sin demasiado esfuerzo, a concentrarse en esa presentación sencilla, solo para las muchachas de aquella fundación, institución en la que pensaban colaborar todos los meses con alguna donación que se requiriera.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD