Capítulo 11

1279 Words
—Qué bonito que sos, la concha de tu madre — gruñó contra sus labios mientras sostenía la carita de ese castaño precioso entre las manos. —Gracias, aunque no sé por qué insultas a mi vieja — respondió divertido dejándose arrastrar a la enorme cama que ocupaba el centro de aquella lujosa habitación. Luego de que Emanuel logró salir de su impresión inicial, de esa con la que casi se atraganta al verse ingresando a un hotel cinco estrellas solo para pasar unas cuantas horas de placer, lo próximo que notó fue las ganas de su compañero, esa cosa que mantenía al rubio pegado contra su cuerpo, casi sin darle un respiro, ni mucho menos algo de espacio. ¿Le molestaba aquello? Ni un poquito, es más, le estaba gustando, y demasiado. —Te juro que me volvés loco — murmuró Martín comiéndole el cuello a ese flaco tan bonito. —Se te nota un poquito — dijo entre risitas, aunque completamente consciente de que dentro suyo se encendían las mismas ganas de más, de mucho más. Y esa fue su última frase antes de perderse en los brazos de Martín, antes de dejarlo desvestirlo por completo hasta quedar completamente desnudo frente a ese hombre que debió tomarse dos segundos para absorber el momento, para ubicarse en tiempos y espacios, para grabar a fuego eso que le provocaba Emanuel, con sus cabellos revueltos, las mejillas encendidas y una erección que lucía realmente deliciosa. —¿Qué te gusta?— ronroneó el rubio, que se encontraba en igual condición que su compañero, mientras se ubicaba sobre el cuerpo de Emanuel, sintiendo, por primera vez, aquella erección pegada a la suya, regalándole pequeñas dosis de placer. —No soy muy activo que digamos — gimió cuando Martín metió uno de sus pezones en la boca, jugando deliciosamente con esa lengua contra su botón rosado —, pero me adapto — agregó en cuanto su mente recordó cómo se hablaba. —No, bonito, hoy solo estoy para cumplir tus deseos — dijo cambiando de un pezón al otro. —Pensé que yo tenía que recompensarte — susurró aferrándose a esos cabellos rubios, intentando mantener la cordura ante tanto jugueteo con sus pechos. —Para nada, vos disfrutá — susurró y bajó directo hasta ese pene que lo llamaba, que exigía ser degustado hasta explotar en un arrollador orgasmo. Emanuel no pudo hacer más que inhalar todo el aire que sus pulmones pudiesen recibir y aferrarse con mayor fuerza a esos cabellos que lo amarraban a la realidad. Es que Martín lo degustaba con maestría, realizaba extraños movimientos con su lengua que a él lo estaban enloqueciendo. Claro que no se olvidaba de sus testículos, mucho menos de su ano y disfrutó de aquella exquisita sensación que lo invadía cada vez que un dedo se colaba en su interior. —No… No quiero — murmuró el castaño. Martín detuvo sus movimientos y elevó sus marrones ojos hasta su compañero. —¿Qué no querés?— indagó con la voz ronca por el deseo. —Quiero que me cogas, por favor — pidió y allí, justo allí, Martín debió aceptar en su fuero interno que jamás le podría negar nada a ese chaboncito. —Lo que gustes — dijo y se separó solo para rebuscar en su pantalón hasta dar con un preservativo. En realidad no buscaba el profiláctico por el plástico en sí, sino por ese lubricante que haría más rápida la adaptación de su compañero, de ese que no lo perdía de vista. ¡¿Cómo si fuese capaz de irse y dejarlo así, mejor dicho, y dejarlos así?! —Bonito, necesito que dejes de mirarme así o, te juro, voy a acabar sin haber hecho demasiado — pidió mientras se terminaba de acomodar el preservativo y se acercaba con lentitud a la cama. —No me des órdenes que soy mayor que vos, pendejo — rebatió divertido y el aire se le atoró en cuanto sintió la punta de aquel pene presionarse contra su dilatada entrada. —¿Decías?— preguntó bien atrevido. —Por favor, Martín, por favor — imploró Emanuel empujándose contra el pene de ese rubiecito que se mantenía inmóvil, no por provocación, sino porque Emanuel rogándole había sido demasiado para su propio bien estar. —La puta madre — masculló y se hundió lentamente, sintiendo esos dedos presionarse con fuerza contra su espalda —. Dios, tan chiquito vas a ser — gruñó al notar que lo estrangulaba como ninguno. —Martín — gimió el otro al saberse penetrado hasta lo más profundo. —Escuchame una cosa — dijo el rubio que se mantenía inmóvil, llamando la atención de Emanuel que posó sus enormes ojos en él —, juro que he hecho esto mil veces, pero me estás descontrolado con solo decir mi nombre, asique, si queremos que esto se alargue, vas a tener que dejar de nombrarme o te juro que no voy a aguantar — explicó casi como si se tratase de una clase sobre anatomía. —Prometo no decir tu nombre porque te siento demasiado bien y quiero disfrutarlo — susurró acercándose a esa boquita tan finita que extendía una sonrisa cargada de satisfacción. Martín se dejó besar, le dió un ratito el control al castaño, y cuando lo supo, comenzó a moverse con cuidado, lentamente, casi con pereza. Mierda que se sentían demasiado bien, demasiado perfecto, demasiado a detalle. Carajo que parecía que sus cuerpos habían sido diseñados para encajar en el otro. La puta que estaban seguros que tanto placer no era normal, que había algo más que los estaba uniendo de esa manera tan impresionante, casi como irreal. —Mierda— gruñó Martín y se vacío dentro de su compañero, de ese que eyaculaba toda su semilla sobre los vientres de ambos. —Carajo— exclamó el otro y se dejó arrastrar sin oponerse ni un poco, sin sentir nada más que ese orgasmo, pero con aquella sensación de romper esas cadenas que lo dañaba profundamente. —Perfecto— susurró Martín aún agitado, justo antes de depositar un suave besito en los labios del castaño, de ese que lo contemplaba con intriga, como preguntándole qué secreto estaba ocultando, qué llave tenía bajo su custodia y él desconocía por completo. —Perfecto — susurró y lo atrajo a sus labios para besarlo con más ganas, para intentar descubrir aquello que se escondía bajo la piel de ese rubiecito precioso. —------------ Llegó a su departamento en un extraño estado de introversión. Necesitaba, casi de carácter urgente, analizar lo que pasaba dentro, comprender y ordenar qué era todo eso que se removía en su interior. —Mierda— susurró y se llevó la mano a la cabeza, pasando sus gruesos dedos por su cabello. Si algo le había enseñado la vida era que tenía que ser franco con todos, inclusive con él mismo, por eso no era fácil para Gastón aceptar que, más que una calentura, estaba irremediablemente enamorado de su amigo. ¿Y qué pensaba hacer con ese sentimiento? Absolutamente nada. Sí, no pensaba mover ni uno solo de sus dedos en ninguna dirección. ¿Por qué? Fácil: no quería una relación con Emanuel y, sabía, su precioso amigo merecía más, mucho más que un tipo que jugaría a estar de a ratos, que solo lo vería como amante cuando estuvieran a solas. No, no era tan basura, no le iba a hacer eso a su mejor amigo. No, solo se guardaría todo eso que explotaba en su interior y le desearía la mejor de las suertes al castaño. Lo quería demasiado para hacer menos que eso. Lo quería demasiado.
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