Capítulo 13

2676 Words
Martín parecía un pequeño, demasiado feliz con todo, demasiado entusiasmado por nada. Es que no sabía cómo contenerse, cómo mantener sus manos lejos del castaño que se encontraba a unos cuantos pasos de su persona, preparando las cosas del mate en esa pequeña cocina del departamento en donde habitaba Emanuel con su familia. Mierda, lo había invitado a su casa, ¡a su casa!, exclamó en su mente y sonrió sin quererlo. En cuanto el rubio sintió que ya no aguantaría mucho más, que su voluntad se resquebrajaba y terminaría por abalanzarse sobre ese precioso tipo que preparaba aquel mate completamente ajeno a su lucha interna, a esas ganas que lo consumían por dentro, a ese impulso que clamaba por tomarlo entre sus brazos y besarlo hasta que los labios ardieran; la puerta del departamento familiar se abrió para dar paso a dos muchachitas que conversaban sobre alguna cuestión de faldas y zapatos. —Bueno, te presto la mía, pero no la vas a quemar como la otra — advirtió Guadalupe quedándose congelada al ver a ese rubio en su cocina. Mierda, ¿qué carajo hacía un amigo de Pedro en su cocina? Bueno, que su hermano estuviera unos pasos más allá le dio una buena idea, al mismo tiempo que le hacía formar una sonrisa socarrona, cargada de cientos de promesas de burlas futuras. —Hola — saludó Martín sabiendo quién era exactamente esa minita. —Hola — saludó un tanto intimidada —, soy Guadalupe, la hermana de Ema — se presentó. —Un gusto — respondió el rubio inclinándose levemente a la derecha para observar a la pelirroja que lo observaba con sus ojitos abiertos bien grandes —. Hola — saludó y se sintió increíblemente estudiado. —Hola — devolvió la pelirroja y Martín pudo saber con exactitud el momento en el que aquella muchacha cambió su expresión por otra que le susurraba alguna cosa que se maceraba dentro de su mente. —Yo… Me voy a bañar — explicó Guadalupe sintiendo que necesitaba poner distancia antes que su boca liberara todas aquellas preguntas que quería hacer. —Vos andá que siempre tardás mil años en arreglarte — ordenó la pelirroja atrevida mientras la empujaba en dirección al baño. —No te mandes cualquiera — susurró Guada clavando sus ojos avellanas en ella. Mariana sonrió amplio y metió a su amiga dentro de aquel cuarto de baño. A paso rápido volvió a la cocina y agarró del brazo a ese rubio que esperaba por aquella cuestión, que sabía que, en cuanto Guadalupe saliera de su visión, ella volvería por él. —Esta noche vamos a Suburbia, llevá a tu amigo allá para que, de una buena vez, esos dos puedan cerrar sus asuntos— ordenó en un susurro firme. —¿Y cómo sabés que el chabón quiere algo con mi hermana?— preguntó Ema tomando un poco de mate. —No lo sé, pero Guada está hasta las manos y necesita saber, de una buena vez, si Pedro está igual que ella o no — respondió soltando al rubio. —Pedro está hasta las re manos con ella — confesó Martín casi arrancando un grito de euforia de esa pelirroja que era toda energía. —Entonces, nos hacemos los boludos, los juntamos allá y que ellos se entiendan — planificó en tres segundos Mariana —. Me voy a su pieza porque sino va a sospechar — dijo y salió de allí. —Buena chica — murmuró bajito Martín al mismo tiempo que sacaba su celular del bolsillo —. ¿Te pinta ir esta noche?— deslizó como con desinterés, como si no le fuera de suma importancia el que él aceptara. —Dale, le digo a los chicos también — aceptó. Martín sonrió más amplio con su mirada clavada en el celular, escribiendo aquel mensaje de invitación en el grupo para, luego, escribir uno por privado que sería enviado a Cristian y Tomás, necesitaba que todos agitaran con eso de ir a bailar así Pedro se veía acorralado y accedía. Terminada su tarea guardó el celular y se bien dispuso a pasar aquella tarde que estaba finalizando, acompañado por ese tipo precioso que lo hacía sonreír con nada. —Estás hermoso — escupió el rubio sin poder evitarlo. Es que Ema, haciendo cualquier cosa, era hermoso. —Gracias — dijo con las mejillas encendidas de vergüenza, tomando un poco de mate para disimular la sonrisa boba. —Si te beso, ¿quedo muy desubicado?— preguntó acercándose dos pasitos. —Creo que si no lo hacés vas a quedar mal — respondió bajando el mate para sentir, casi al instante, aquellos labios apoderarse con urgencia de los suyos. Sí, lo sentía perfecto, como esa otra parte faltante, como ese algo que lo complementaba. Si, lo sentía exactamente así. —---------‐— Llegaron con la noche bien entrada, sintiendo, desde afuera, la música golpear en sus oídos. —Dale, cambiá la cara, culiado — dijo Cristian golpeándolo suavemente en las costillas. —Primero necesito un fernet — respondió Pedro sintiendo que estaba todo mal, que él no tendría que estar ahí, que él no quería estar ahí. —Bueno, esta noche te invito el primero yo — afirmó su morocho amigo sujetando suavemente la cintura de su novia que caminaba a su lado. Pedro los miró un instante, un tanto envidioso por no tener eso, eso que él deseaba solo con una mina, una que no quería lo mismo. "Ya fue", se dijo, era momento de cerrar con eso, de dejarla ir. Con ese pensamiento rebotando en su cerebro, ingresó a aquel local lleno de gente. Se ubicaron todos en un rinconcito bien oscuro, con una mesita en la que apenas podían poner sus vasos. No tardó mucho en unirse otro grupo al de ellos, en que esas personas que acompañaban al flaquito que volvía loco a su rubio amigo, llegaron con tanta vorágine y energía que a Pedro no le quedó más que resignarse a disfrutar de una buena noche. Llegando casi a las cuatro de la mañana, la vió. Dos personas se abrieron para hacer el espacio necesario por donde sus ojos pudieron contactar con esa pequeña figura que se movía bien divertida al paso de La Delio, para mostrarle esas piernas finitas enfundadas en unas botas altísimas que le llegaban por encima de la rodilla, para que su mirada recorriera ese pequeño espacio de piel antes de encontrarse con aquellos pantalones cortísimos de color n***o y una remera que se ajustaba con exactitud al cuerpo de la castaña divina. En el preciso momento que Pedro pudo contemplar aquella enorme sonrisa, se sintió morir. Dios, necesitaba terminar con su patética situación. Bebió un poco más de fernet, incapaz de poder despegar sus ojos de ella, sin la voluntad de hacer nada más que no fuese contemplarla como un idiota. Gracias a su abstracción total, no pudo ver las sutiles señas que sus amigos se hacían, esa comunicación sin palabras que aquellos tres tenían. —No seas muy forro — susurró Marco en el oído de su novio, sabiendo que él, con sus ácidas palabras, sería el encargado de empujar al morocho a actuar. —Voy a ser todo un sol — respondió extendiendo esa felina sonrisa antes de plantar un beso en los labios de ese tipo que le compraba la voluntad como nadie lo había hecho jamás. Pedro sintió a alguien pararse muy cerca de su persona y se obligó a despegar sus ojos de ese cuerpito que tanto extrañaba. —Esto es así: tenés que cerrar con tanta mierda. Está ahí — dijo Tomás señalándola con la cabeza —. Andá y hacé lo que tengas que hacer para dejar de actuar como un infeliz — ordenó con sus ojos miel clavados en él. —Cuándo esté hecho mierda, ¿me vas a tratar con cariño?— intentó bromear sabiendo que lo que estaba por hacer iba a terminar de matarlo. —No creo, pero por lo menos voy a estar seguro que no sos un cagón — dijo y bebió de su cerveza. —No sé por qué Marco te quiere tanto. —Yo tampoco — respondió con humor. Bueno, es verdad que no tenía ni idea por qué había tenido tanta suerte, pero no se quejaba. Pedro inhaló profundo, bebió lo que quedaba de fernet y se dispuso a caminar hasta esa flaca que cantaba muy feliz aquella canción de cumbia con muchas trompetas. Sabía exactamente lo que pasaría, sabía que esta iba a ser la última vez en la que la tendría entre sus brazos, sabía que era la despedida final, que, después de eso, no habría nada más. Mierda, el dolor le rasgó el pecho y necesitó dos segundos para recomponerse. Guadalupe, bailaba bastante suelta de tensiones gracias a los interminables gin tonic que su amiga le había regalado, completamente ignorante que Mariana sabía que aquella bebida le aflojaba el ánimo, la hacía bajar las miles de barreras que levantaba a su alrededor en un intento de protegerse de todo, hasta de peligros que no existían. Al compás de la música dió una vuelta y de pronto unas manos, que jamás pudo determinar cómo supo de quién eran, jamás pudo definir cómo era conocedora de qué esa fuerza sutil sobre su cintura le pertenecía a un morocho que se colaba una y otra vez en su pensamiento, se aferraron a su cuerpo. Casi sin ser consciente de sus propios movimientos, terminó de girarse para volver a encontrar esos ojitos tan preciosos, ese rostro que tanto amaba, ese ser que le compró toda su cordura. Sintió, con enorme alivio, otra vez esos labios sobre los suyos, esa enorme mano en su nuca y aquella otra aferrada a su cintura. Ella, inerte, se dejó hacer, sin voluntad para nada, sin pensar demasiado, solo sintiendo… Sintiendo que ese beso le hacía llegar un mensaje, uno que no quería recibir, un adiós sin palabras. No, no, no. Ella no quería eso, no quería que se fuera, no quería que se llevara parte de su alma con él. No, ella lo quería a su lado, no más la distancia, no más ese silencio espantoso. Lo quería a él, ¡lo amaba a él! Pedro, con el dolor arañandole el pecho, la liberó de su firme agarre y se apartó rápidamente antes que aquellas lágrimas que empujaban por salir lo terminaran dejando en una posición aún más patética. Listo, eso era todo, ahora a avanzar, a seguir con su vida, a ponerse de pie. Salió a paso rápido del lugar, limpiando esas traicioneras lágrimas que habían escapado de todas formas, sintiendo el aire frío golpearle el rostro mientras caminaba por aquel espacio hasta donde se encontraba su vehículo. Bueno, que sus amigos se pagaran un Uber para volver a sus hogares, para algo tenían tanta guita. De lo que Pedro no era consciente es de la desesperación que invadió cada fibra de Guadalupe, de que ella, inmóvil, no había podido reaccionar a tiempo para detenerlo, que, al saber el por qué de aquel beso, la muchacha no había podido lograr que su cuerpo se moviera de su lugar. Gracias al Universo, Mariana estaba allí para tomarla de la mano y obligarla a caminar en la misma dirección por la que ese morocho se había perdido. Ambas salieron al estacionamiento y Mariana rápidamente pudo ver al hombre caminar a paso lento. Se giró, tomó a su amiga por los hombros y clavó su determinada mirada en ella. —Vos y yo sabemos cuánto lo amás. Dejá de ser cagona, dejá de pensar que te van a lastimar y andá a buscarlo — ordenó señalando en dirección del morocho —. No quiero seguir viéndote hecha mierda solo porque tenés miedo — afirmó y empujó suavemente de ella para que pusiera en movimiento sus pies. Guadalupe dió sus primeros pasos casi vacilando sobre qué hacer, hasta que lo supo, hasta que la determinación volvió a ella, hasta que se supo valiente, empoderada, fuerte. Si todo salía mal en un futuro, si sufría en un tiempo, por lo menos lo haría por haberlo intentado. Corrió tan rápido como pudo y, en cuanto lo vio a solo unos pasos de su auto, gritó su nombre. Pedro, extrañado por creer que aquel grito había sido un invento de su mente, se giró algo incrédulo, en el momento justo que ese cuerpo tan perfecto se aferraba a él, en el momento preciso que esos bracitos se enredaron en su cuello y aquella boca contactó con sus labios. —Por favor, no me dejes, no te vayas, por favor — susurró Guadalupe contra sus labios. —Dios — respondió aliviado y la besó con ganas, metió su lengua para volver a degustarla, para volver a sentir cada rincón de ella, cada pequeño fragmento de aquella boca que lo volvía loco. Pedro la tomó de la cintura y la aplastó contra su auto, como queriendo fundir su cuerpo con el de ella, buscando ser uno nuevamente, después de tantos meses de separación. Guadalupe respondió con igual necesidad y se aferró más fuerte a ese cuello, necesitando estar segura que no se apartaría, que no se llevaría, de nuevo, todo ese calorcito tan precioso con él. —¿Sabés que no va a ser algo de una noche?— preguntó él sin despegarse de ella —. Que esto es para una relación solo de nosotros, nada de terceros ni otra cosa, solo nosotros dos. —Me parece perfecto — respondió y lo volvió a besar. Mierda, ¿así se sentía ser completamente feliz? Estaban completamente seguros que sí. —--‐—-------------- Si de algo Martín siempre se pudo regocijar es que era increíblemente intuitivo. Por eso identificó, casi desde un primer momento, que Gastón contemplaba a Emanuel con algo más que cariño amistoso, que ese brillito en los oscuros ojos del morocho transmitían algo distinto. Bebió un poco más de su cerveza y analizó a Emanuel, a ese flaquito que se tensaba tiernamente cuando Gastón pasaba, casi como sin querer, su fuerte brazo por la cintura del castaño, cada vez que el tipo apoyaba su mano enorme en aquella cadera finita, o bien, acercaba sus labios a la orejita de Emanuel. Sí, Martín no era boludo, y pudo leer las señales con bastante claridad. Algo pasaba allí, algo se ocultaba entre las sombras, y él iba a descubrir qué, porque sí, Ema lo traía bien loquito, pero no estaba dispuesto a ser el imbécil con el que jugaran. —¡Qué pasa con esa cara de amargado!— gritó Cristian arrojándose sobre su cuerpo, riendo un tanto ebrio, o tal vez demasiado feliz por tener a Pilar a su lado, no lo podía saber a ciencia cierta. —Nada, borracho de mierda — dijo riendo mientras se lo sacaba de encima. Mejor se iba a bailar un poco y ya. Bueno, de paso podía joder un poquito a Tomás, llevándose a Marquito a la pista, a ese tipo que sabía moverse al compás de cualquier ritmo. Aguantando la carcajada tomó a Marco de la mano y lo llevó al centro del lugar, sabiendo que la atenta mirada de Tomás no los perdería de vista. —Sos malo cuando querés — gritó Marco logrando elevar aún más los celos de su novio. —Tomás tiene que aprender a compartir — devolvió riendo con ganas, sabiendo que su amigo lo puteaba por lo bajo, que los dedos de Tomás estaban apretando con excesiva fuerza esa botella de cerveza. —Que tipo más malvado — rió Marco dejándose guiar por el rubio divertido, sabiendo que ese giro estaría sacando de sus cabales a su precioso novio. Bueno, después lo mimaría como corresponde. Martín rió ante la cara de empacado de su amigo y siguió bailando con el castaño que de moverse sabía bastante. Mejor concentrarse en la joda y no en aquel intercambio de miradas que estaba teniendo el otro par. Mejor eso, seguro que sí.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD