Capítulo 10

1390 Words
Estaba seguro que eso que sentía en su interior era dolor, es más, podía saber, con completa certeza, que su causa era del tipo romántico. No, no iba a impedirle irse con el rubio asqueroso, pero sentía que estaba en todo su derecho de sentirse como la mierda si lo quisiera. —Sabés que si le decís que no vaya se queda — susurró Emma a su lado. Gastón bebió un poco más de la cerveza que tenía en su mano y desvió la mirada de la espalda de su amigo, de ese que se alejaba a paso rápido, hasta la castaña que tenía a su lado. —Sí, pero no quiero. —¿Y no te duele? — indagó confundida. —Emma, ¿para qué lo voy a parar si no quiero una relación con él?¿Para qué joderle así la vida? — indagó y bebió un poco más para tragar el malestar. —No entiendo por qué tanta negación a estar con alguien — respondió realmente perdida. —No me nace, no tengo ganas, me da fiaca de solo pensarlo. De verdad, no me veo, no me proyecto en una relación — afirmó con seguridad. Y sí, no eran solo palabras, Gastón realmente no tenía ni un mínimo de impulso de meterse en una relación con nadie, jamás la había tenido, en realidad, postura diametralmente opuesta a la de su amigo, a la de ese chaboncito que salía por las amplias puertas del salón. —Por lo menos Martín es piola — acotó Emma más por no dejar a su amigo hundirse en la pena que por otra cosa. —Es un buen flaco y todos sabemos que Ema merece al mejor tipo de todos — afirmó completamente seguro de sus palabras. —Te quiero — susurró Emma y se apretó a ese morocho que no podía gestionar sus sentimientos, que no sabía cómo hacerlo y le daba demasiada pereza buscar una forma de solucionarlo. —También — respondió y la apretó un poquito más. Bueno, Ema ya había conseguido terminar bien su noche, ahora él buscaría pasarla lo mejor posible, sabiendo que ese chaboncito se había ido con un buen flaco, uno que no lo lastimaría. Lo que Gastón no podía dimensionar era el nivel de nervios que invadían al rubio, a ese que se aguantaba con mala cara la risa idiota de sus amigos. —Boludos, ¿la cortan? — gruñó de mal humor. —Perdón, pero pareces todo un virgen — dijo Pedro sintiéndose por un ratito él, por unos instantes vivo de nuevo. —Ya sé, pelotudo, y ustedes no me ayudan una mierda, par de porquerías — gruñó mirando de mala manera a Cristian que seguía riendo como un desquiciado. —Bueno, me calmo — dijo el morocho aguantando la gracia —. Andá tranqui, yo le cuento a Tomás. —Puta, que mierdas que son — respondió con enojo —. Yo les hago el aguante con sus cosas, no sean forros — pidió. —Ay, tan pequeño y sensible — exclamó Pedro abrazándolo con fuerza mientras le pellizcaba la mejilla. —Dejá de romperme las pelotas — dijo y se lo sacó de un manotazo —. Mañana hablamos — agregó antes de despedirse. —Que no te duela demasiado ese culito lindo — gritó Pedro ganándose una mirada fulminante del rubio y una estruendosa carcajada de Cristian. Bueno, tenía a los amigos más imbéciles del Universo. Bajó sintiendo sus palmas transpirar sin cesar, notando el corazón desbocado por tanta emoción y la respiración errática por la carrera escaleras abajo. Llegó al oscuro estacionamiento y lo vio parado al lado de las puertas del ascensor, revisando distraídamente su celular, con una mano metida en el bolsillo del pantalón y algunos cortos mechones cayendo sobre su frente. Inhaló profundo, dándose valor, y caminó los veinte pasos que los separaban. —Ya estoy — dijo y Emanuel levantó la mirada, produciéndole de nuevo todo eso que se había removido con violencia en aquel beso. Ema, por su lado, sonrió tímido y guardó el celular en su bolsillo, notando, con claridad alarmante, cómo su piel se erizaba al sentirse el centro de atención de ese rubio precioso. —Vamos — dijo y esperó que le indicara en qué vehículo se movía. —Por acá — dijo el rubio y no aguantó las ganas de tomarlo de la mano y llevarlo hasta su Amarok gris. —Linda camioneta — dijo sinceramente sorprendido por tan imponente vehículo. —Me sirve para cuando toca ir al campo — explicó. —Ah, cierto que sos enólogo — respondió viendo cómo las luces de la camioneta titilaban y luego los seguros se destrababan para permitirle ingresar al confortable interior. —Sí, pero también tenemos un par de plantaciones de oliva, asique me estoy haciendo unas especializaciones en eso — dijo sentándose en el asiento del piloto, dejando a su acompañante mudo. —¿Cuántos años tenés? — indagó impactado. Martín rió bajito y, por primera vez, se vió avergonzado por su juventud. —Veintitrés — dijo y puso en marcha la camioneta. —¿A qué edad te recibiste?— preguntó todavía más impactado. —¿De verdad tengo que contestar? — respondió intentando esquivar aquella historia. —Sí. —A ver — comenzó mientras sacaba el enorme vehículo de aquella cochera y se incorporaba a las oscuras calles mendocinas —, me salté un año en primaria, uno en secundario y uno en la Universidad. Creo que podés imaginar a qué edad. —¿Carrera de cuántos años? — indagó el castaño. —Cinco. —Mierda — susurró impactado al saber, con casi completa certeza, que ese flaco había salido de la primaria a los once, de la secundaria a los dieciséis y, por lo tanto, sospechando que llevó la carrera a tiempo, de la Universidad a los veinte. —Sí, mierda — dijo riendo bajito. —Y yo pensé que era inteligente — afirmó Emanuel. —Según lo que escuché, los sos, y bastante. —Pero no a tu nivel — aseguró y Martín volvió a reír bien bonito. Bueno, no era su culpa ser inteligente, menos que le gustara estudiar, si le había tomado cuatro años la facultad fue solo porque decidió comenzar a trabajar como operario en la bodega mientras cursaba sus estudios universitarios, sino, tal vez, le hubiese tomado sólo tres años. —Lo importante — dijo desviando el tema —, es si tenés algún lugar especial al que quieras ir. Y ahí Emanuel volvió a comprender en lo que se estaba metiendo, en que iría, con un casi desconocido, a un hotel a pasar la noche. Mierda, realmente hacía demasiado tiempo que no realizaba aquello. —No por mi parte — respondió sintiendo las mejillas calientes. Martín se aguantó las ganas de frenar la camioneta, mandar todo a la mierda y tomar a aquel castaño allí mismo. No, mejor seguía hasta un buen hotel donde pudiera disfrutarlo como quería. No, no lo llevaría a un telo, por más lujoso que fuese; no, él lo llevaría a un hotel a todo culo, tal vez el Diplomatic, ese le gustaba porque era pequeño, bastante íntimo. —----------------------------------- Abrió el pequeño cajoncito y extrajo aquella carta que aún no leía, que no encontraba la fuerza para enfrentar. ¿Qué es lo que le decía su hermanito en esas líneas?¿Necesitaba revelar alguna verdad que él desconocía o simplemente pedía perdón por su accionar? No tenía ni idea, no lo sabía y cada vez que pensaba en desdoblar aquel papel sentía un nudo en la garganta, sentía asfixiarse con nada, sentía que todo se iría a la mierda y él no podría retomar su vida. No, mejor no leer las palabras de Santino, mejor no indagar en la mente de su fallecido hermanito, mejor expulsar esas imágenes que llegaban tan nítidas a su mente, casi como si estuviesen frente a sus retinas. No, mejor dejar que Santino siguiera ocultando esos secretos, aquellos de por qué tan macabra decisión. Sí, mejor eso, pensó con mano temblorosa mientras volvía a guardar esa carta, mientras, de nuevo, su mundo comenzaba a girar nuevamente. —¡Leo! — escuchó el grito, provenientes de la cocina, de Luca y espantó toda su tristeza. Mejor seguir con su vida, mejor…
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