Capítulo 5

1140 Words
Sí, podía afirmar que todo se iba a ir bien a la mierda. ¡¿Cómo al idiota de Rodrigo se le había ocurrido decirle aquello a Emma?! Emanuel no era un tipo violento, es más, estaba completamente seguro que todo se resolvía hablando, pero esta vez, esta vez tenía unas buenas ganas de encajarle un par de trompadas al pelotudo aquel. —Ya está, ya pasó, que se meta sus palabras en el culo y yo sigo con mi vida. Ya he aguantado a miles de infelices diciendo pelotudeces, uno más no me hace nada — aseguró la castaña mientras acomodaba el sillón en el que dormiría. —Ese es el problema, Emma, siempre te tenés que aguantar todo — murmuró él con un tanto de dolor, agotado por verla soportar tanto. —Nada, ya está — dijo la castaña girando para volver a ver a su amigo, a ese de enormes ojos castaños que la contemplaba con tanto amor. —Lo mejor sería que no vayamos a lo de Marco por un tiempo — propuso Gastón llegando con un poco de café para todos. —Vemos, ya vemos — aseguró la castaña tomando la taza que le ofrecía su amigo —. Ahora, creo que ustedes tienen algo que arreglar, asique me voy a la pieza de Gastón para que hablen tranquilos — dijo y salió de allí antes de que alguien la detuviera. Emanuel simplemente se quedó allí, parado como un idiota, sin saber qué decir. Gastón, por su lado, se revolvió el cabello, inspiró hondo y enfrentó a su amigo. No estaba dispuesto a romper el vínculo que los unía, asique mejor arreglar todo desde el primer momento. —Ema… —Escuchá — lo interrumpió el otro —, me fui de mambo hoy, perdón, pero me hace enojar, en realidad confundir, tus actitudes. —Ya sé, ya sé, fui yo el que dijo que quería una cogida de una noche, pero es que no puedo ofrecer más, no quiero ofrecer más — susurró bien bajito, casi pidiendo disculpas por aquello. —Tranqui — respondió aguantando el dolor que le punzaba las costillas e ignorando el nudo en la garganta que no lo dejaba respirar —. Te conozco, sé cómo sos. Está todo bien, de verdad. —Nunca — dijo con firmeza, contemplando a su amigo directo a los ojos —, nunca haría absolutamente nada para lastimarte. Te quiero una banda, pero no como para una relación, sabés que esas cosas no me van y prefiero que nuestra amistad no se dañe por una calentura — explicó completamente ignorante de aquella daga invisible que clavaba en el pecho de su amigo. —Entiendo, tranqui — dijo forzando la sonrisa antes de pararse para salir de allí, porque necesitaba, con urgencia, salir de allí, apartarse de todo, llorar en soledad y lamerse las heridas para volver a ponerse de pie, tal vez no al día siguiente, pero en algún tiempo lo haría, estaba seguro de aquello. —Te quiero, de verdad — murmuró apretándolo en un fuerte abrazo, notando al castaño temblar debajo de la piel, pero convencido de que le pasaba lo mismo que a él, que era una cosa de sentimientos enredados, nada más. —También — respondió incapaz de decir aquellas otras dos palabras sin que la voz se le quebrara. Lentamente se apartaron para sonreirse un tanto extraño, pero seguros, ambos, que eso era lo mejor, que todo se cerraba allí, que los extraños días que pasaron quedarían atrás y todo volvería al cauce normal, a ese de tardes de mate y noches de fernet, a partidos de fútbol los sábados y de paddle los martes. Sí, todo volvería a ser como antes. —------------------ Majo leyó aquel mensaje y torció el gesto. Es que Máximo seguía enviando esos mensajes tan tiernos, junto con cientos de fotos que ella no tenía idea que existían, no sabía de aquellas imágenes hasta que empezaron a llenar su celular. ¿De dónde mierda las estaba sacando? Porque ella no recordaba haberlas subido a sus redes. Bueno, nunca imaginó que Máximo contenía, en su computadora personal, una carpeta llena de imágenes que, cada tanto, le gustaba revisar, que sonreía como un idiota ante la imagen de la linda de Majo sonriendo bien amplio a la cámara mientras él besaba, todo embobado, sus mejillas, o la abrazaba con posesividad por la cintura, o la contemplaba como un idiota mientras ella observaba alguna cuestión. Es que Majo no podía dimensionar todo aquello que removía en el interior de Máximo, todo eso que lo doblegaba ante su persona tan tierna. No, ella pensaba que él la despreciaba, que solo le interesaba porque varios estaban tras sus pasos, pero nada más lejos de la realidad, Máximo la amaba como un idiota y ahora se odiaba cada día por haberla perdido así, por dejar que la estúpida realidad se riera de aquella macabra forma de su maldita suerte. Carajo, a Máximo le dolía el presente, ese sin mensajes de “buenos días” ni aquellos que le deseaban lindos sueños, sueños donde la misma emisora del mensaje era la protagonista de cada cosita que formaba su inconsciente, de cada proyecto a futuro, de cada día por el resto de su vida. Mierda que dolía haberla perdido. —-------- ¡Cómo le gustaba ese flaco! Le encantaba cada toque, cada palabra, esa belleza tranquila, esa cosa que se realzaba por la actitud jodona del tipo. La verdad, y no era fácil para ella aceptarlo, Pedro le gustaba, y bastante. Pero no se sentía enamorada, no le pintaba más que para unas cuantas revolcadas y ya, es que sí, ese tipo, jodón como muchos, le había demostrado en sus primeros encuentros que ella no era demasiado relevante en su vida, que él estaba perfectamente bien solo y que ambos disfrutarían del sexo cada vez que se encontraran en el mismo espacio. ¡Y bien por eso! Porque Pedro la elevaba de este mundo como ninguno, sabía hacerla gozar como nadie, y no podía estar más agradecida con ese chabón y su buen equipamiento que la hacía babear cada vez que lo tenía plantado en pelotas frente a ella. Sí, Guadalupe adoraba probar todo aquello con su boca, saber que no podía introducirlo por completo gracias a tanta longitud, saber que esa vena gruesa, recorría todo el largo de aquel delicioso pene y ella podía tantearla con la lengua. Amaba saberse domadora de tanta cosa, saber que Pedro gemía con ganas cada vez que lo montaba, cada vez que ella era la dueña de la situación. Sí, se podía excitar solo de recordarlo, como lo hacía en ese momento en el que debió mandar aquel mensaje para terminar enredada, una vez más, con él, porque sólo él podía con tanta lívido que cargaba.
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