Capítulo 6

3410 Words
¡Tan equivocado estaba! Ya llevaba dos meses y seguía casi en el mismo lugar, mientras que Gastón casi que era el mismo de siempre, el único cambio en su rutina fue el de alojar a cierta muchachita en su apartamento por más tiempo del que ambos sospechaban. Bueno, mejor hacía algo para avanzar, empezando por dejar de torturarse viendo, una y otra vez, las fotos de su amigo, de ese que estaba demasiado bueno, de ese que solo probó en dos ocasiones y le supo a tan poco, de ese del que quería mucho más; pero Gastón había sido claro: él no quería ofrecer nada más. No quería. No era que no podía por alguna cuestión, sino que simplemente no quería, y debía respetar eso, además de aceptar que era la situación más difícil de revertir, ya que no se trataba de algún trauma extraño a superar, no, simplemente era una decisión tomada. "No quería", esas fueron sus palabras. —Me estoy comiendo a un pibe que tiene una pija enorme — dijo Guadalupe ingresando a su limpia habitación mientras se dejaba caer en la cama. Emanuel se giró rápidamente en su silla de escritorio y clavó sus ojos en su hermanita, en esa que contaba aquellas cosas tan suelta de tensiones, cosas que él no quería saber. Gracias, pero no. —Guadalupe, la concha tuya, qué me importa — exclamó escandalizado. La risa, casi demencial, de su hermana lo hizo fruncir el entrecejo. —Dale, si a vos también te deben gustar grandes — pinchó con malicia dejando que una sonrisa llena de burla se extendiera en su precioso rostro. —¡Guadalupe!— gritó avergonzado hasta la médula. —¿Qué les pasa?— preguntó Majo entrando a esa pequeña habitación en la que apenas entraba la cama de su hermano, ese pequeñísimo escritorio con la silla y nada más, ni mesa de luz, ni nada, solo eso. —¡Ésta tarada!— gritó Emanuel como si fuese un crío de nueve años. —Ema se escandaliza porque le dije que le deben gustar las pijas grandes — dijo Guadalupe entre risas, provocando una suave sonrisita en la mayor de la familia que conocía, por demás, las miles de artimañas de su hermanita. —¡Dejá de decir eso!— volvió a exclamar Emanuel arrojándole a Guadalupe una campera que encontró por allí. —Mientras más te escandalices, más lo va a hacer — afirmó Majo mirando a ese hombre que tan rápido había crecido. ¿Hace cuánto jugaban los dos a esos video juegos en donde Emanuel siempre le hacía trampa? Para ella eso había ocurrido solo hacía unos cuantos años, pero era evidente que no, Ema ya era todo un hombre y Guadalupe, ella se encontraba en las puertas de la Universidad, trabajando al mismo tiempo que disfrutaba su último verano sin tiempos de finales, ni estrés desmedido. —Mamá dijo que llegan tarde hoy — interrumpió fastidiada la menor, un tanto enojada porque Majo le dijera aquello a Ema. Es que era demasiado divertido fastidiarlo. —Dale, ¿pedimos comida?— preguntó Majo ignorando la mirada de regaño que su hermanita le dedicaba con total intención. —Lomo — respondió Emanuel volviendo a girarse para seguir con aquel trabajo que debía entregar en unos cuantos días, un poco aliviado al ver a Majo tan entera, tan bien, después de haber finalizado esa caótica relación que tan mal le hacía. —Dale, yo voy pidiendo — respondió la mayor y se perdió por el pasillo hasta llegar a su cuarto para tomar el teléfono y notar que, nuevamente, tenía mensaje de su ex, quien seguía con aquellas frases de amor y dolor mal digerido. Dios, debía hacer algo para que la dejara en paz de una buena vez. —--------------- De verdad la había pasado bien, demasiado bien con ese flaco y, por algo que no podía procesar, siempre quería algo más de él, lo que sea que quisiese darle, no le importaba, mientras viniera de él y eso, eso la aterró como una idiota. Ya se veía sufriendo como su hermana, o tan hecha mierda como Emanuel que fingía estar bien. Dios, no, no quería eso, pero en aquel momento, con ese morocho adorablemente nervioso a su lado, su estúpido corazón latió con demasiada fuerza. ¿Es que podía ser más tierno y dulce mostrándose tan avergonzado? Sospechaba que no, que jamás nadie le había producido ese calorcito en el corazón. —Me gustás — le dijo y ella debió beber un poco más de su licuado para no sonreír como una idiota —, en serio, un montón — Y los nervios casi no la dejaban respirar —. Me gusta estar con vos, pero también con otras… —Querés una relación abierta — dijo segura de aquella idea, segura que se estaba condenando a algo terriblemente idiota, pero no pudo evitarlo, no pudo decirle que no cuando ella quería más, mucho más de él, pero, al parecer, solo sería de a ratitos, solo se tendrían por momentos. Bueno, mejor eso que nada, se convenció y aceptó, de buena gana, que aquello era lo mejor, después de todo no estaba demasiado segura de querer una relación, no si eso implicaba salir demasiado herida, demasiado lastimada. No, no tenía ganas de sufrir como lo hacían sus hermanos y esto le daba la seguridad de que no lo haría, de que ella tenía el control de todo, de absolutamente todo, incluso su propio corazón. —----------------------- Gritó como la fanática histérica que era y agradeció a las amigas de su hermanito por tan perfecta oportunidad. ¡Iba a conocerlos! Exclamó en su mente y sonrió más amplio. Dios, no podía dejar de temblar solo de imaginarlo. ¿Luca sería tan hermoso como parecía en las fotos? Aunque debía aceptar que Leo, con sus detalles de chico bueno y esa relación fraternal con la novia de su amigo, le habían llamado la atención desde hacía algún tiempo. ¡Los conocería en persona en menos de una semana!, recordó y debió correr al consultorio de al lado para contarle a Celeste de toda su buena suerte, a esa traumatóloga que se había convertido en su mejor amiga luego de años de trabajo juntas, luego de miles de juntadas y varias cervezas. —¡Qué envidia!— gritó la mujer de cabello n***o saltando de su asiento y envolviéndola en un apretado abrazo. —Mierda, me voy a desmayar— susurró impactada al caer en la cuenta de que en menos de una semana estaría plantada frente a ese cuarteto que seguía desde sus inicios, desde que tocaban en unos cuantos festivales en la provincia, esa banda que conoció cuando el centro de estudiantes de su escuela secundaria los llevó a un festejo del día del estudiante. Mierda, los conocería en persona. El sábado le llegó antes de lo que pensaba y pronto se vió dentro del lujoso auto del novio de Pilar, de ese flaquito que miraba a la amiga de su hermano como si fuese lo único en el Universo, como si no existiese nada más que ella. Suspiró profundo y deseó, una vez más, tener eso que aquel par tenía, sin engaños, sin mentiras, sin complicaciones, solo amor puro, amor del bueno, del sano; eso era todo lo que quería. Sonrió bien amplio cuando vió la entrada de aquel lujoso hotel que contaba con casino y un espacio gigantesco donde se llevaban a cabo varios recitales. Descendió cuando Emma lo hizo y caminó junto a esos tres que la hacían sentir parte del grupo aunque poco compartía con ellos. Sí, los conocía, después de todo ellas eran amigas de su hermano, sobre todo Emma que pasó más de una noche en su hogar, durmiendo en su misma habitación. —Por acá — les indicó Crsitian y los cuatro caminaron por un costado hasta dar con un enorme guardia de seguridad con cara de amargado. —El ingreso es por el otro lado — gruñó el tipo. —¡Cris!— Escucharon a lo lejos y, detrás de aquel tipo, una pequeña morocha de cabellos muy cortos y brillantes ojos celestes, se acercó a ellos a paso rápido —. Vienen conmigo — indicó Maiia haciendo que aquel guardia se apartara para darle lugar al cuarteto. —Maiia — saludó con cariño Cristian mientras abrazaba con suavidad a su amiga —. Ellas son Emma y Majo, amigas de Pili — explicó. Maiia posó sus preciosos ojos en ellas y sonrió más amplio. Bueno, era lindo ver a Cristian rodearse de nueva gente, de gente que le hiciera bien. —Un gusto — saludó ella con esa voz aterciopelada antes de besar a cada una de las muchachas en las mejillas —.¡Pili! — exclamó y abrazó con más entusiasmo a esa castaña que reía por vaya a saber qué cosa. —Vengan, los chicos están adentro tomando unas cervezas — invitó y comenzó a caminar arrastrando a Pilar con ella, apartándola de Cristian que reía suavecito ante su amiga y esos extraños momentos de cariño. Emma y Majo caminaron casi sin hablar, solo tolerando, con poco éxito, los nervios que las devoraban por dentro. —Son copados — dijo Cristian —, salvo Alex que es un pelotudo de primera — aseguró ganándose una carcajada por parte de su amiga, de esa que le había hecho el aguante más de una vez, de esa que quería con brutal honestidad por haber sido capaz de tenderle una mano sin que se lo pidiera, notando algo que casi nadie notaba, intuyendo que él se hundiría demasiado y no podría salir, moriría ahogado por sus propias miserias. Pero no, gracias a ella, estaba allí, caminando a pasos de su novia, de esa que lo amaba, ¡lo amaba! Dios, aún no podía terminar de creer en aquello, pensó y una involuntaria sonrisa se coló en sus labios. —Gente — exclamó Maiia abriendo unas pesadas puertas de metal, dando paso a un sector con unos cuantos sillones desparramados y un suave olor a incienso —, llegaron las visitas — agregó sonriendo. —¡Cristian ya no es visita!— exclamó Alex ganándose una puteada por parte del nombrado. —Se comportan — regañó Maiia —. Les presento a Emma y Majo, amigas de Pili, asique hagan buena letra — sentenció antes de dar un paso al costado para que aquellos cuatro vieran a las visitantes. Bueno, Leo podía estar seguro que en su perra vida había visto a mujer más linda que a esa tal Majo. Mierda, hasta se le había secado la boca solo de verla sonreír con timidez. —Hola — dijo Luca con esa estúpida sonrisita en los labios. No, no, no, Leo no estaba feliz con que él se acercara a esa castaña hermosa. No, mejor hacer alguna de las idioteces que lo caracterizaban y ya. —Tiene lepra — gritó antes que Majo tomara la mano de su amigo. Todos, incluyendo el nombrado, se dieron vuelta a ver qué rayos sucedía con ese morocho de piel, en extremo, blanca. —¿Qué?— susurró Majo y una suave risita escapó de sus carnosos labios. —Nada, soy Leo — dijo acercándose a paso rápido para tomar la suave mano de esa mujer hermosa. Luca, aún impactado por su extraño amigo y sus extrañas frases, giró para encarar a la otra mujer, la que los contemplaba con los ojitos abiertos bien grandes mientras un suave color rojo se apoderaba de sus mejillas. —Un gusto — susurró Majo terriblemente nerviosa por estar tocando a ese bajista tan espectacular, tan divertido en los recitales y tan auténtico en las r************* . —Te presento al resto — dijo atrevido, pasando su brazo por encima de los hombros de la castaña que olía a flores en primavera, a esa mezcla fresca pero encantadoramente dulce —. Luca, ya lo conociste porque te quiso tocar aún cuando tiene lepra — dijo logrando que Majo volviera a reír bien bajito —, Donato y su novia Luna — continuó como si nada acercándose a la pareja, llevando consigo a Majo que se mostraba más y más avergonzada —, Alex está ahí con Maiia — explicó señalando al baterista que ya había colocado a su preciosa novia sobre sus piernas. —Un gusto conocerlos a todos — dijo bien bajito, demasiado emocionada por conocerlos de tan de cerca, por tener a uno de ellos sujetándola como si se conociesen de toda la vida. —¿Cerveza, gaseosa, agua?— ofreció Donato señalando a un costado del salón, a una pequeña heladera de puerta de vidrio. —Bueno, cerveza — aceptó terriblemente avergonzada. —¿Emma?— preguntó Pilar demasiado divertida por esa otra minita, la de rulos casi indomables, que mantenía su boquita apenas abierta y los ojitos bien grandes. —Agua— murmuró terriblemente avergonzada. —A Tomás le encantaría conocer esta versión tuya — declaró divertido Cristian, ganándose una mirada de completo enfado de Emma y una suave risita de su novia, su preciosa novia. —Déjala tranquila, tiene vergüenza — defendió Pili obteniendo un corto besito en los labios por parte de ese morocho hermoso que tanto amaba. —Vení, ponete cómoda — invitó Alex señalando el espacio vacío a su lado, aguantando la gracia que le provocaba Leo y su extraña forma de conquistar. Bueno, debía aceptar que siempre le había funcionado ese papel de chico bromista, abierto y hasta confianzudo, no veía por qué esta vez no obtendría buenos resultados. Lo que jamás Alex esperó fue que ese mismo tipo, ese amigo de toda la vida, apareciera a media mañana en su departamento, importándole una mierda que él y su preciosa prometida quisieran disfrutar de una tranquila mañana de domingo. Resulta que Leo necesitaba, sí, necesitaba, que su querida amiga le consiguiera alguna manera de contactar a la preciosa castaña que había conocido la noche anterior, esa mina que le robó el aliento con cada mirada que le dedicó, con cada sonrisita que le regaló. No, jamás se había sentido así, sí se había enamorado antes, muchas veces en realidad, pero esta vez era distinto. —Te lo juro, culiado — le decía a su amigo mientras caminaba a la habitación en donde Maiia seguía felizmente dormida —, esto es distinto — aseguró y abrió de un portazo, llevando su delgado cuerpo hasta la enorme cama, dejándose caer sobre su amiga que gruñía insultos incoherentes debajo de la sábana. —Podría estar en pelotas, ¿lo sabés?— indagó Alex divertido desde la puerta, cruzándose de brazos y apoyando su alto cuerpo contra el marco de la misma. —No seas asqueroso, es como mi hermano — rebatió el otro morocho mientras continuaba en su labor de retratar a su amiga contra el colchón. —Leo, la concha de tu hermana, déjame dormir — gruñó la morocha con evidente mal humor. ¡Es que se habían acostado a las cuatro de la mañana y recién eran las diez y ya lo tenía rompiendo las pelotas! —Maiia, preciosa, necesito que le preguntes a tu amigo si me pasa el contacto de Majo, ¿puede ser?— preguntó bien cerquita de su oído, poniendo su mejor voz de niño bueno. —Dejame dormir o te cago a piñas — respondió intentando sacárselo de encima. —Yo me lo llevo, amor. Vamos, culiado, dejá de joder — le dijo a su amigo y lo levantó sin demasiado esfuerzo de encima de su prometida. —Alex, ¿crees que me va a dar bola? Viste que estaba bien buena, y era simpática, y además super humilde, ¿crees que me va a dar bola?— indagó pareciendo un pibe de diecisiete en vez de un infeliz de treinta y cuatro. —Sí, hermano, si ella es re fan, va a coger con vos aunque no le gustes — respondió divertido esquivando los manotazos de su amigo mientras ingresaban a la amplia cocina. Alex puso a calentar agua para tomar unos mates con su ansioso amigo, y se sentó frente a él, intuyendo que, otra vez, deberían lidiar con el Leo enamorado, con ese flaco intensísimo cuando de romance se trataba. —Contame así sé cuánta paciencia vamos a tener que juntar – pidió con una sonrisa de lado, obteniendo, como respuesta inmediata, ese gesto de completa desaprobación de su amigo. —No seas pija, que yo te escuché cuando empezó lo de Maiia, y todavía lo hago cada vez que te manda a la mierda — rebatió con enfado. —Dale, es chiste, posta contame — pidió. —Es… Es tan raro — dijo despeinandose un poquito—. O sea, está super buena, es innegable — afirmó con seriedad —, pero, no sólo fue eso… Fue… Se me adormecieron las putas puntas de los dedos cuando sonreía… O sea… Las f*****g puntas — gruñó enredado por tanta cosa que lo asaltaba sin piedad. Sí, Leo podía enamorarse más rápido que nadie, podía meterse de cabeza en una relación sin pensarlo demasiado, pero no podía, no sabía cómo, en realidad, exteriorizar lo que le pasaba cuando esa castaña estaba cerca, cuando solo la pensaba. Era raro, demasiado raro, pero le encantaba. —Mierda, que la vamos a pasar mal con los chicos — bromeó Alex sonriendo amplio. Sí, ya podía proyectar con toda claridad los interminables discursos de su amigo. En cuanto Leo iba a abrir la boca para insultarlo, para decirle que era una mierda de amigo por burlarse, un teléfono se plantó frente a sus ojos, mostrando el perfil de ** de cierta mujer preciosa. —Ya lo conseguí, ahora dejá de gritar — dijo Maiia medio en burla, medio en serio. —¿Qué?— indagó el morocho ampliando la sonrisa mientras tomaba el teléfono de su amiga —. ¡Sos una genia, petisa!— exclamó y la abrazó con fuerza, con demasiada fuerza —. Te besaría, pero Alex me va a cagar a piñas y ya no quiero volver a pelear con él — aclaró besándole la coronilla, esa zona que alcanzaba fácilmente gracias a que sobrepasaba a su amiga por casi diez centímetros. —Es porque sabés que no me podrías ganar sin hacer trampa, sucio de mierda — dijo Alex cebándose un mate. —¿Ustedes se agarraron a piñas?— indagó curiosa la morocha. —Una vez, hace mucho, ni me acuerdo por qué — respondió Leo rebuscando en sus recuerdos aquello que desencadenó tan violento conflicto. —Es verdad, yo tampoco me acuerdo — coincidió el otro igual de perdido —. Solo me acuerdo que el culiado éste me pegó una piña en los huevos y por eso nos separamos — explicó. —¡Es verdad!— exclamó demasiado divertido Leo —. Me puteó por tres días seguidos — agregó riendo suavecito. —¿Pero, por qué nos peleamos?— indagó Alex aún demasiado intrigado por aquello. —Ni idea, preguntales a los otros dos, tal vez alguno se acuerde — propuso sacándole el mate a su amigo para cebarse él mismo. Bueno, unos tragos de mate para darse valor no le vendrían mal. —¿Se peleaban mucho? — indagó Maiia. —Éste era re bardo todo el tiempo — exclamó Alex mientras tipeaba aquella pregunta en el grupo que tenía con sus amigos. —¿Eras muy cualquiera?— indagó realmente sorprendida Maiia. Es que Leo, tan jodón y bueno como era, no parecía ser de los que se metiera en problemas. —Un poco —aceptó y la estruendosa carcajada de Alex lo hizo fruncir el entrecejo. —¿Un poco, culiado? Todo el tiempo estabas buscando bardo — afirmó entre risas. —Es porque jodian a Santino — gruñó de mal humor —. Le mando un mensaje, ¿vos qué decís? — indagó mirando a Maiia, cambiando radicalmente de tema, dejando ver, una vez más, que aquello sobre Santino era demasiado sensible para él. —Sí, jodiste para eso asique escribile — aseguró la morocha recibiendo un mate. —Bueno, deseenme suerte — pidió y se metió en aquella aplicación, listo para soltar la primera estupidez que se le cruzara por la cabeza, ya que, cada vez que planeaba algo, le salía como la mierda, había decidido que era más efectivo ser impulsivo.
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